Bernardo había regresado a El Campillo (Huelva) hace tan solo mes y medio, según los vecinos. Llegó irreconocible. Sin barba, sin pelo largo… Nada de “malas pintas”. Presentaba buen aspecto a pesar de sus antecedentes (mató a una anciana de 80 años en Cortegana, un municipio cercano, y intentó violar a otra joven). Se instaló en el número 1 de la calle Córdoba, en la casa comprada por sus padres. Desde allí, rehacía su vida. O eso pensaban todos. Hasta el pasado miércoles, cuando desapareció. Lo hizo el mismo día que la nueva vecina, Laura Luelmo. Entonces, sin pruebas, muchos pensaron en él. Era el principal sospechoso. Ahora, ya con pruebas, la Policía lo ha detenido como el presunto asesino de la profesora zamorana de 26 años.
Era el sospechosos número uno. Al fin y al cabo, le precedía un extenso historial delictivo: asesinato, allanamiento, obstrucción a la Justicia, quebrantamiento de condena y robos con violencia. Pero, sobre todo, el apuñalamiento de una anciana de 80 años. Ella tuvo la mala suerte de cruzarse con Bernardo Montoya, que estaba robando en su casa. La acuchilló una primera vez, pero sobrevivió. Él fue detenido y puesto en libertad. Volvió a casa de la mujer y acabó con ella de otra puñalada. Fue condenado a 22 años y salió tras pasar 17 en prisión.
Su otro delito fue por intento de violación a una joven en El Campillo (Huelva). La asaltó cuando iba con su perro y le clavó un cuchillo al can en el cuello. Ella pudo huir dado el estado de embriaguez de Bernardo, según declaró a este periódico. Cumplió pena de dos años y 10 meses por un robo con violencia, dictó la sentencia. Tras salir de la cárcel, ha vuelto a ser detenido. Esta vez, por matar presuntamente a Laura Luelmo.
Fue detenido esta martes, antes del mediodía, después de que los agentes registraran su casa y la de Laura Luelmo. Al percatarse de que estaba siendo vigilado, intentó huir y fue detenido por la Guardia Civil.
Laura ya había avisado a su novio. Le había dicho que no le gustaba el comportamiento de Bernardo, que el hombre sacaba una silla al portal de su casa, la observaba y la vigilaba. Vivía enfrente suya. Ella no sabía que era un asesino ni de dónde venía. Nadie la había avisado. De hacerlo, probablemente hubiese intentado cambiar de vivienda. Pero no lo hizo.
Ella llevaba poco tiempo en El Campillo. Concretamente, desde el 4 de diciembre. Había llegado para hacer una sustitución de la asignatura de Plástica en el Instituto de Enseñanza Secundaria Vázquez Díaz en el municipio vecino de Nerva. Le gustaba correr, dibujar –era ilustradora– y, en definitiva, disfrutar de la vida. Miraba con sigilo y prudencia a su vecino, pero no podía imaginar que fuera a hacerle daño. Jamás que fuera a asesinarla.
Sin embargo, ocurrió. Laura, de hecho, se instaló en una casa que habían construido los padres de su presunto asesino. Después, estos se la vendieron a otra mujer y ésta, a su vez, se la alquiló a la profesora. Llevaba mucho tiempo desocupada. Pero, por fin, llegó una inquilina. La joven zamorana se instaló allí y, todos los días, por la mañana, se desplazaba hasta Nerva (a 11 minutos en coche) para dar clase en el Instituto.
Por las tardes, se dedicaba a sus hobbys. Uno de ellos, correr. De hecho, el miércoles pasado, habló con su novio a las 16:00 horas y le dijo que iba a hacer running. Se le hizo tarde, pero decidió ponerse las zapatillas y salió a rodar por el campo. Bernardo no le perdió la pista. Siguió a la joven y, cuando se encontraba a nueve kilómetros del pueblo, en el pantano de Campofrío, la asaltó. Allí se perdió la señal de móvil de la joven, a las 21:00 horas.
Bernardo, detenido por ser presunto autor del delito, la habría asesinado. Pasó por El Campillo y la dejó entre matorrales, semidesnuda, a 15 kilómetros de donde había desaparecido. Cinco días después, en plena búsqueda, un voluntario de la Cruz Roja llamó a la Guardia Civil y estos enviaron una patrulla para que certificara de quién era el cadáver. En un primer momento, ya imaginaron que podía ser ella. Una hora después, lo certificaron.
Los vecinos, tras conocer la desaparición, apuntaron a que Bernardo podía ser el autor del asesinato. No lo habían visto desde el miércoles, el día que se le perdió la pista a la joven. Y todos sospecharon de él. Al fin y al cabo, sus antecedentes eran para desconfiar de él.
Bernardo, que había sido condenado a 22 años, había cumplido condena por matar a una mujer y por robar con violencia a otra. Salió de prisión hace dos meses. Ahora, será juzgado por quitarle la vida a Laura Luelmo, la joven profesora zamorana que llegó a El Campillo tan solo para ejercer su profesión y contar a los niños que, como esa frase que retuiteó días antes, “te enseñan a no ir sola por sitios oscuros en vez de enseñar a los monstruos a no serlo. ESE es el problema”.
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