¿Quién no ha buscado alguna vez un lugar íntimo para pasar un buen rato con alguien especial (o no tan especial)? En la mayoría de los casos, la mejor opción suele ser una casa o un hotel, pero a los no tan afortunados les toca comerse un poco más la cabeza. Un coche, un parque o incluso una sala de cine forman parte del ' top 5' de los 'lugares íntimos para hacer el amor' que la página web Mis picaderos ha recopilado en un mapa de España. Sin embargo, las palabras 'sitio público' e 'intimidad' no suelen estar muy relacionadas. Ante la necesidad de muchos 'tortolitos' y aprovechando el boom de los Airbnb, numerosos españoles han transformado cuartos de sus propias casas en picaderos donde su familia se encuentra en la habitación de al lado. Por 10 euros la hora pueden tener una 'sexcondite' no muy lujoso con sabanas limpias y, en algunos casos, una recopilación de DVD’s no aptos para todos los públicos.
Dos periodistas de EL ESPAÑOL se han hecho pasar por una de esas parejas interesadas en disfrutar durante 60 minutos uno de esos ‘picaderos’. Eso sí, solo por motivos laborales.
Pero llegar hasta allí no ha sido tarea fácil. Si uno busca en Google ‘habitación por horas’ lo primero que le saldrán son numerosos hoteles chic en el centro de la ciudad que ponen a disposición de sus clientes algunos de sus cuartos normalmente por un mínimo de tres horas. La estadía suele rondar los 40 euros, precio que hay que abonar en la recepción del alojamiento bajo los ojos de muchos curiosos.
En muchas ocasiones, los más asiduos a este tipo de ofertas lo que les interesa es justamente lo contrario. Es decir, que nadie les vea. ¿Y qué ocurre si el interesado solamente necesita el cuarto durante una hora? Probablemente, para muchos ‘ansiosos por exprimir su amor’ todo esto les parecerán demasiados impedimentos. O, quien sabe, quizás lo único que quieran sea echarse una buena siesta…
Sábanas limpias
La curiosidad me llevó a la página web de 'Milanuncios' para buscar una habitación y… ¡Bingo! Un sinfín de 'generosos' internautas ofrecían alguno de sus cuartos por un mínimo de 10 euros la hora.
Todos ofrecen lo mismo: habitaciones muy limpias, íntimas y acogedoras. No hay ni uno que no insista en la limpieza de sus sábanas. Algunos incluso alquilan su casa entera por 25 euros. Por tener más localizaciones disponibles. “Solo durante el día”, me dice una mujer en una conversación telefónica. Tras numerosas preguntas prefiere no hablar más. Lo mismo ocurre con un hombre con acento italiano que ofrece un estudio en plena Gran Vía madrileña. “No sé por qué haces tantas preguntas”, responde. Tras una hora, aparece el inquilino perfecto.
J.C. entre semana vive solo en un barrio madrileño cercano a la M-30. Tiene dos habitaciones que de lunes a viernes lo único que se llenan es de polvo. Aunque por su simpatía y su gracia costaría pensar que es un hombre solitario, solo recibe visitas determinados fines de semana por parte de algún familiar. Hace tres años su situación económica empezó a tambalearse. Probablemente, la crisis que dejó a España desolada llamó a su puerta. Todos conocemos formas de ganar dinero. Muchos prefieren la vía rápida y fácil, y a él la que más le convenció fue la que no le suponía levantarse del sofá.
“Aunque haga el salto del tigre no se va a escuchar nada”
En una llamada telefónica el dueño me ofrece un servicio con “absoluta discreción” en su propia casa y añade que “no es como un hotel donde se puede encontrar con personas que no quiere encontrarse”. ¿No se oirá todo?. “Aunque haga el salto del tigre no se va a escuchar nada”, responde. Suena convincente. Parece que J.C. sabe hacer negocios. ¿El precio? 10 euros por persona. Solamente tiene un requisito: una recarga de cinco euros a su número de teléfono. Ni Bizum ni Paypal. O eso o nada. Bajé pitando a la primera tienda de alimentación que me encontré y un empleado hizo la recarga.
A las 16:15 del día siguiente estábamos llamando al telefonillo de un edificio en un barrio obrero de Madrid. Un compañero y yo nos estábamos haciendo pasar por una pareja en una casa de un completo desconocido. ¿Nos estaríamos metiendo en la boca del lobo? ‘¿Lo sabrán sus vecinos?’, me pregunté.
Poco dura la adrenalina. El dueño abre con una sonrisa de oreja a oreja y nos comienza un tour por su casa. La habitación con una cama de matrimonio está cubierta con unas sábanas que parecen sacadas de 'Cuéntame'. Hay un paquete de kleenex sobre una de las mesas, un cenicero junto a la cama y tres cuadros con flores cuelgan de una pared blanca .Tras cerrar la puerta, dice que espera viendo la tele en el salón. “No abriré la puerta hasta que ustedes no la abran. Tranquilos, aquí no hay nadie. Sólo ustedes dos”, insiste, y antes de darnos nuestro 'momento de intimidad' pide que se abonen los 15 euros que faltan.
Mucho ruido, desde luego, no íbamos a hacer. Tuvimos que poner un poco de música para no levantar sospechas. 40 minutos después ya estábamos despidiéndonos del hombre. No podíamos marchar sin preguntarle si no le incomodaba tener este tipo de visitas. Me confesó que no venían solo parejas. “El otro día vino un camionero a pasar la noche”, contó. J.C es todo un anfitrión.
La habitación del placer
La siguiente parada prometía bastante. En la página web la ofrecían como la 'habitación del placer'. Un nombre que poco tenía que ver con echarse la siesta. El anuncio concluía diciendo: "No hay portero físico. No hay que dar explicaciones". Antes de hacer la reserva me puse en contacto con la dueña que me preguntó “¿Cuántos vais a ser? ¿Dos, tres, cuatro?”. Parece que no eramos sus primeros clientes… La curiosidad me llevó a preguntar si vivía con alguien más y, efectivamente, vivía con su familia.
Esta vez, el 'momento íntimo' se produce en el interior de un adosado ubicado en un barrio céntrico y residencial. Tras cruzar el umbral de una pared blanca de la que cuelga una bandera del Real Madrid, nos invitan a entrar. Un conejo y un perro también dan la bienvenida. La mujer no se anda con rodeos: conduce a los periodistas directamente a la habitación, situada en la planta superior de la vivienda. Ella también estará esperando a que terminemos en el salón viendo la televisión. Antes de bajar junto a sus animales, se asegura de cobrar sus 15 euros.
De la manilla de la puerta cuelga un cartel que dice ‘zona de pasión’. Una recopilación de los DVD más picantes están apoyados junto a un televisor y un equipo de música reproduce canciones de reggaeton. Para dotar de una mayor sensualidad al ambiente, una especie de bola de discoteca con luces de colores ilumina la sala, y sobre él, un cartel que decía ‘Love’. Duramos 35 minutos entre esas cuatro paredes.
Tras despedirnos de la amable mujer, salimos a la calle. Explica que lleva más de cinco años en este negocio. Probablemente, la precariedad laboral le haya obligado a renegar de parte de su intimidad para ganar unos eurillos mientras unos desconocidos disfrutan en la habitación de al lado. Hace mucho frío y el sol se esconde tras los rascacielos de Madrid. Cruzamos frente a muchas casas, en las cuales, quién sabe, quizás también haya alguien que esté apostando por transformar uno de sus cuartos en una 'habitación del placer'.
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