Raquel, una y otra vez, insistía en sus redes sociales: se tienen que mejorar los sistemas de seguridad. De hecho, quizás, de haberse extremado las medidas, podría haberse evitado la tragedia en la ‘línea mortal de Rodalies’. O, al menos, eso parece. Todo indica a que el trágico choque de dos trenes entre las estaciones de Manresa y Sant Vicenç de Castellet (Barcelona) tuvo lugar por un problema de señalización –no estaba automatizado en ese tramo–. Se barajan, también, otras hipótesis y escenarios. Eso, sin embargo, se dilucidará en el futuro. El presente deja cerca de 50 heridos y una víctima mortal, la propia Raquel, conductora de uno de los convoyes.
José Luis Ábalos, ministro de Fomento, no descarta el error o el “factor humano” como causa del accidente. Lo más probable, según Damià Calvet, consejero de Territorio de la Generalitat, es que fuera producido por problemas en la señalización automática y la comunicación manual entre los trenes y el centro de control. Lo que es seguro es que un convoy, el de la línea R12 (L’Hospitalet de Llobregat - Lleida), colisionó con otro de la R4 (Sant Vicenç de Calders - Manresa) en un tramo de doble vía. El primer tren circuló por la vía equivocada durante siete kilómetros y, aunque redujo la velocidad al darse cuenta de la equivocación, chocó con el segundo a 50 kilómetros de Barcelona.
Raquel, a las 18:20 horas, cuando se produjo el choque, iba por la vía correcta. Ella, realmente, no falló. Conducía por donde le habían indicado. Y, de pronto, vio venir un tren de frente. No reaccionó a tiempo. Ni consiguió frenar ni pudo salvar al resto. Chocó. Murió. La asistencia médica la asistió. Poco pudo hacer. Lo que sí consiguieron fue socorrer al resto de heridos: seis graves, 15 de carácter menos grave y 37 leves.
Este viernes, el destino golpeó como sólo puede hacerlo la vida a la familia Delgado Ortega. Raquel, a sus 26 años, había conseguido plaza como maquinista. Había seguido los pasos de su padre, ‘compañero’ de profesión. En junio de 2017, dejó Córdoba, su ciudad natal, y se marchó a Barcelona. Un año más tarde, se alegraba de haber tomado esa decisión: “Ningún día ha sido igual desde entonces. Me siento afortunada por trabajar en lo que más me gusta y me llena. Cuando te gusta tu trabajo, deja de ser un trabajo”, escribía en sus redes sociales.
Disfrutaba, entonces, de una nueva ciudad, de nueva gente, amigos e incluso, reconocen sus vecinos, de una nueva pareja. En julio de este año, incluso, conseguía que la hicieran indefinida. Y, obviamente, lo celebraba por todo lo alto: “Objetivo conseguido. Demuestra cada día lo que vales, que estás preparada para tu tarea… Es el mejor contrato que se puede tener. Gracias a los que en este largo viaje me ayudaron a seguir adelante. A los que siguen en mi vida y a los que no”. Y terminaba, a modo de conclusión, con un hashtag: #megustamitrabajo. Era, en definitiva, feliz.
Pero, justo cuando mejor estaba, cuando había conseguido estabilidad laboral y emocional, el destino le ofreció la peor de las casualidades. Iba en el peor tren, a la peor hora y se encontraba en el peor lugar. Además, en la línea R-4 de Rodalies, donde, en noviembre, un convoy descarriló al impactar contra unas rocas y volcó. ¿El resultado? Una víctima mortal. Este viernes, otra, Raquel, en un lugar al que muchos achacan deficiencias. “Se han hecho inversiones, pero no son suficientes”, reconocía Cristófol Gimeno, alcalde de Castellgalí (Barcelona).
El balance de esa poca inversión ferroviaria deja, por el momento, dos muertos. Raquel, en última instancia. Esa joven que, a sus 26 años, tras criarse en Córdoba montando a caballo, jugando al fútbol y disfrutando de sus animales, decidió irse a Barcelona para dedicarse a ser maquinista, como su padre, y a disfrutar con el que ella consideraba el mejor trabajo del mundo.
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