María, madre de los dos niños de cinco meses y tres años y medio encontrados muertos y enterrados, había decidido vivir a “su aire”. Había nacido en Rocafort, una urbanización plagada de chalés, abogados, futbolistas y, en definitiva, gente acomodada. Pero ella no quería eso. Se declaraba “antisistema”. Lo había pregonado desde su juventud, protestando contra diferentes gobiernos y formando parte del colectivo 15-M en Valencia. Había sido, incluso, detenida en 2011, a la puerta de Les Corts, por enfrentarse a la Policía.
“Estaba zumbada!”, reconocen los vecinos y amigos. “No por sus ideas políticas, sino por su forma de vivir”. Junto a su pareja, Gabriel, había decidido vivir al lado de una de las urbanizaciones con más renta per capitá de Valencia, pero en un descampado, en una casa okupa a la que se accede por un camino de tierra plagado de matorrales. Allí, entre hierbas, un caserón casi derruido, donde luce en letras grandes ‘Vais a morir todos’, sobresale entre la maleza. Un lugar insalubre, despojado de cualquier comodidad y poco idóneo para criar a dos niños. Según la madre, ambos estaban "poseídos".
Sin embargo, ella lo había querido. Nadie la podía obligar a vivir de otra manera. Desde joven había pretendido ser diferente. Nada de comodidades. Repudiaba la autoridad y prefería ser un alma libre. En 2011, en Les Corts, durante una concentración ilegal junto al Parlamento Valenciano, aprovechando las movilizaciones del 15-M, la joven fue detenida y condenada penalmente por enfrentarse a la Policía. Finalmente, la sentencia quedó conmutada por una pena de trabajos en beneficio de la comunidad. Los hizo en la Casa de la Cultura de Rocafort. Entonces, ya estaba embarazada de su primer hijo.
Ella, en aquella concentración, propinó puñetazos y lanzó botellas en una carga policial en la que participaron 300 personas. Fue condenada junto a otras cuatro personas. Pero hizo gala de eso. Para ella fue un premio. Su forma de actuar reforzaba su activismo. Bien lo sabían sus conocidos, que lo veían en sus redes sociales. María, según escribió, era partidaria del régimen de Maduro, amante de los animales, ecologista y abanderada de los derechos sociales.
Era ‘hippie’ y quería vivir como tal. Junto él, siempre Gabriel, también detenido, al que le dedicaba palabras de amor: “Te amo, el amor es lo único que vale, nuestro reino, la paz, nuestra familia”. Todo, aderezado con las canciones de su marido, que, guitarra en mano, en la puerta de la casa derruida e insalubre donde vivían, cantaba a la vida y a la muerte: “Los cuentos siempre acaban bien, pero la magia está en pecar”. A su lado, calaveras, animales muertos –recogidos por él mismo– y dos niños a los que llevaban por la vida sin asear.
Ambos vivieron juntos en Bruselas, donde hicieron gala de su activismo, y posteriormente se trasladaron a España. Ella trabajó en la limpieza y él hizo lo propio en un bar que se encuentra a menos de un kilómetro de la casa okupa donde vivían. A él lo echaron por llegar reiteradamente tarde y por consumir estupefacientes. “Tenía su rollo hippie… Y, a ver, nadie se iba a pensar que fuera a llegar a eso. Aquí parecía, dentro de su estilo, un chico normal, pero...”, comenta el dueño del bar a EL ESPAÑOL.
La realidad es que los dos tenían problemas psicológicos. María habría llegado a tirar a sus hijos a una fosa séptica porque decía que estaba poseído. El marido, al ser detenido, dijo que ella había ido a una piscina para resucitarlos. La mujer fue encontrada dentro de un bidón de agua. Después condujo a los agentes hasta donde estaban enterrados los pequeños. Él, por su parte, creía en los extraterrestres y recogía animales muertos. Decía pertenecer a los iluminati.
La madre de María avisó a los servicios sociales después de que esta le escribiera para decirle que se iba “con el creador”. La alerta hizo que acudieran los agentes a la casa okupa.
No se llevaron a los niños. Este jueves, finalmente, después de detener a la pareja, encontraron muertos a Rachel, la pequeña de cinco meses, y a Aimel, de tres y medio.
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