A Braulio, el incendio de la central nuclear ya le pilló fuera de turno y en su casa. Eran las 9:39 de la noche del 9 de octubre del 89. Vio el humo desde el balcón. Una humareda más negra de lo habitual. Un resplandor, decían otros vecinos de Hospitalet del Infants (Tarragona). No era normal. Algo iba mal. Todavía no había móviles ni internet. Por eso Braulio, al ver el humo, cogió su coche y se fue voluntariamente a echar una mano.
Igual que él, más de un centenar de trabajadores de la central nuclear de Vandellós I. A unos les pilló pescando en este pueblo de la Costa Dorada. A otros cenando. El boca a boca los hizo ponerse a todos en alerta. Hacía 3 años había estallado la de Chernobyl. En la tele, casi a diario, imágenes de las consecuencias de exponerse a la radiación. Pero ninguno de los trabajadores de la central tarraconense dudó: Todos pusieron rumbo al incendio.
Este año se cumplen 30 del mayor accidente nuclear de la historia de España: el de Vandellós I. En estos días se vuelve a vivir la fiebre nuclear de la mano de Chernobyl, la miniserie de HBO aclamada en todo el mundo y que versa sobre el accidente acontecido en Ucrania en 1986. España también pudo haber vivido una catástrofe de similar magnitud tres años más tarde. Pero el empeño y la valentía de los trabajadores de la central evitaron la tragedia. Lo acabó reconociendo el Consejo de Seguridad Nuclear español: la central se salvó gracias a los trabajadores. ¿Por qué asumieron tanto riesgo de forma voluntaria? Como explica ahora el hijo de uno de aquellos operarios, “no iban a salvar su empresa: la central era su casa”.
Mi casa, la central nuclear
La central nuclear de Vandellós I (Tarragona) fue la segunda de España y la priemra de Cataluña. Echó a andar en 1972. Hasta entonces, Hospitalet dels Infants fue un pequeño pueblo de pescadores de no más de 300 personas. La llegada de aquella nueva industria, en la que Franco había puesto tantas esperanzas (con el objetivo original de, dicen, fabricar la bomba atómica española), obligaba a alojar a más de 300 nuevas familias en el municipio. La empresa concesionaria de la central, Hifransa (Hispano Francesa de Energía Nuclear), creó para ellos un pequeño pueblo de la nada.
“Eran tiempos en los que las empresas estatales tenían una filosofía absolutamente paternalista”; cuenta Alexis Castillo, hijo de un trabajador de la central y actual técnico de Cultura del Ayuntamiento de Vandellós i Hospitalet dels Infants. A aquel nuevo barrio, alejado del núcleo viejo, lo llamaron Hifransa igual que la empresa. Entonces no sabían que se acabaría convirtiendo en la última colonia industrial de la historia de Cataluña. Un modelo urbanístico muy habitual en la Cataluña textil del siglo XX, en el que la empresa creaba un pequeño municipio para los trabajadores con lo más básico: escuela, economato, bar, pistas deportivas…
Pero no se trataba de una colonia al uso. La diseñó Antonio Bonet Castellana, un célebre arquitecto racionalista que se exilió en Argentina durante la guerra y que tiene numerosas obras repartidas por todo el mundo. Bonet creó un curioso hábitat, con modernos (y pequeños) edificios de viviendas separados en función del rango del trabajador: operarios, peritos, ingenieros… Por el barrio, distintos tipos de árboles y plantas escogidas especialmente por el arquitecto.
Hasta la escuela era particular: las clases son extrañas cúpulas piramidales con un pequeño patio adosado y una pared retráctil. De este modo, con el buen tiempo, a los alumnos se les podía dar clase al aire libre, notando la brisa marina en la cara mientras tomaban apuntes. “Si lo presentasen ahora como un nuevo proyecto educativo, todo el mundo lo aplaudiría por novedoso”, recuerda Alexis, que estudió en las aulas de aquel colegio al que se bautizó con el nombre de Aster.
Vandellós, como Chernobyl
En todos estos puntos guarda similitud Vandellós con Chernobyl. La ciudad de Prypiat, donde se ubica la central ucraniana, fue construida ex profeso por el gobierno soviético para alojar allí a todos los trabajadores. Nuevas y modernas construcciones en un enclave privilegiado de la URSS. Ucrania no era Siberia, por ejemplo. El clima era mucho más benigno y la comida era de mucha más calidad. Todo el mundo quería ir a Chernobyl.
Vandellós también era un destino apetecible en la España tardofranquista. Al lado de la playa, con puesto de trabajo asegurado por el gobierno y una vivienda cedida por la empresa. Vecinos con lazos muy estrechos al compartir trabajo y barrio. Festejaban juntos las navidades y fundaron su equipo de futbito. Tenían un futuro brillante en una próspera industria. Parecía el escenario ideal.
Pero en los 80, el panorama se ensombreció. El mundo estaba conmocionado por la catástrofe de Chernobyl. Europa dudaba de la energía nuclear. España había firmado ya en 1983 una moratoria, que suspendía la construcción y puesta en marcha de varias centrales. Los ecologistas se manifestaban a diario contra las existentes. Se puso de moda llevar en el coche aquella pegatina en la que salía un sol sonriente que decía: “¿Nuclear? No, gracias”.
La noche del incendio
Por eso, la noche del 9 de octubre tembló España entera. Y la hizo temblar una simple turbina. Una turbina de 300 toneladas que giraba a 3.000 vueltas por minuto dentro de la central nuclear. Cedió uno de los anclajes, estropeó el sistema de refrigeración y provocó el caos. Aceite saliendo, agua del mar entrando en la central… y un incendio.
“Aquello pasó por la codicia de la empresa, que tendría que haber sustituido esa pieza antes. Pero como para hacer eso hay que parar la central, prefirieron esperar a cambiarla a hacer el parón que hacen todas las centrales nucleares una vez al año para recargarse”, asegura Pere, uno de los trabajadores de aquella época, que sigue residiendo en Hospitalet. Otros le rebaten: "La empresa se portó bien desde el principio hasta el final".
Sea como fuere, la turbina se destrozó y provocó el incendio que hizo saltar todas las alarmas. Y aunque a la mayoría el incidente los pilló en sus casas o en la playa, el boca a boca en el barrio Hifrensa hizo que la movilización voluntaria de los trabajadores fuese inmediata. En el accidente de Chernobyl, tres años antes, la práctica totalidad de las personas que fueron a mitigar el incendio en las primeras horas murieron en los días posteriores. Pero en Vandellós no dudaron. “En ese momento no piensas en el miedo, ni el Chernobyl, ni en lo que te puede pasar. Lo único que tienes en la cabeza es salvar la central nuclear”, reconoce Braulio Conejo, entonces encargado de mantenimiento mecánico de la central.
Las horas más críticas
Igual que él, más de un centenar de trabajadores se despidieron de sus familias y se marcharon a intentar evitar la catástrofe nuclear. Una vez allí, el caso inicial. “Era muy difícil coordinarnos, porque no había teléfonos móviles y la megafonía también se había quemado”, recuerda Braulio, que reconoce que las primeras horas en la central fueron críticas: “Cuando escuchas a uno decir que el cuadro 1 se ha caído, a otro que el auxiliar también se ha caído, a otro que todo se está cayendo… pues sí que ves que es un momento crítico”. Se había alcanzado el nivel INES 3, la alerta nuclear más alta decretada nunca en España.
Braulio precisamente protagonizó uno de esos momentos críticos que se ha acabado mitificando en el pueblo. Al preguntar por Hospitalet, todavía hay quien recuerda a Braulio meterse en la piscina de refrigeración, con el agua al cuello y sin saber si estaba contaminada de radioactividad. Braulio corrige, matiza y se ríe. “No tenía el agua al cuello. No me llegaría más arriba de las rodillas si tengo que ser sincero. Y no era la piscina, sino la cava, una especie de base donde se había acumulado mucha agua de mar”.
Aquella fue la noche más larga de Hospitalet. Las noticias iban llegando al pueblo con cuentagotas y, a menudo, tergiversadas. Hubo quien se marchó de su hogar en plena noche, huyendo de un hipotético desastre nuclear. La actuación de los bomberos en aquel accidente no pone de acuerdo aún hoy, 30 años después, a los testigos del suceso. Hay quien dice que obraron bien. Otros, que no entraron en la central porque tenían miedo. También hay quien sostiene que “entraron y la cagaron, porque echaron agua en un fuego producido por aceite. Es como si se te quema el aceite de la sartén en casa y lo intentas apagar con agua: la lías”, cuenta Joan, otro de los mecánicos de aquella época.
Los santos de cara
Pere, su compañero, reconoce que “aquel día tuvimos los santos de cara, porque si el agua hubiera subido un palmo más, sí que podría haber sido una tragedia”. Lo discute ahora con sus otros compañeros en el Casal de Ancianos de Hospitalet, donde va cada tarde a jugar la partida de cartas. “Suerte que todos supimos lo que hacer”, apunta Braulio.
Ese fue el motivo por el que se salvó la central: cada trabajador conocía perfectamente qué tenía que hacer en su área. Había quien se la jugaba metiéndose en el agua para desconectar aparatos. Había quien conectaba otros para llegar a una parada segura de la central. Había quien cogía el coche y se iba a Vandellós II, la central de al lado, para coger material necesario. “Así estuvimos dos o tres días, durmiendo donde pillábamos, comiendo bocadillos, y a seguir trabajando”.
Así continuaron hasta que lograron llegar al ansiado “paro seguro”. La central estaba a salvo y el pueblo también. España no tendría su Chernobyl gracias a que los trabajadores de Vandellós I decidieron ir voluntariamente a salvarla. Braulio no se considera un héroe y deja una pregunta en el aire. "Hay que amar tu trabajo. Cualquiera que sepa que se está quemando su empresa haría lo mismo, ¿no?". Que cada cual se conteste a sí mismo.
Aunque se evitó la tragedia, la central de Vandellós I firmó ahí su sentencia de muerte. La moratoria nuclear paró el proyecto de Vandellós III (una central que nunca se levantó) y se llevó por delante a la vieja Vandellós I. Cuando el gobierno hizo cálculos para valorar si era rentable repararla, los números dijeron que no. “La tecnología además era obsoleta. No era soviética como en Chernobyl, pero era francesa. Nada que ver con las otras centrales, como la de Vandellós II, que es teconoloía americana Westinghouse”, cuentan ahora desde el Centro de Seguridad Nuclear. Así, la noche del 9 de octubre del 89 fue la última en la que la central funcionó. Se quedó en paro seguro hasta que poco después se decidió su desmantelamiento.
Vandellós, hoy
El cierre hizo que los operarios más jóvenes fuesen recolocados en Vandellós II. Una central más moderna, con tecnología norteamericana… pero sin su colonia industrial incorporada. Aún hay gente que sigue viviendo en los pisos de Hifransa, pero el espíritu de colonia industrial desapareció tras el incendio. El colegio Aster sigue conservando la misma estructura. En el pueblo trabajan para que el conjunto se reconocido como Bien Cultural de Interés Nacional.
¿Dejó un rescoldo de miedo aquel incidente en el pueblo? Para nada. El propio Braulio Conejo lo explica: “Yo entré a trabajar en Vandellós I con 25 años, un 2 de noviembre. Pues mi hijo entró a trabajar en Vandellós II con 25 años, un 2 de noviembre. Si yo no considerase segura la central, ya hubiera intentado que no se metiese. Pero no es sólo que sea segura, es que es el triple de segura que antes”. De hecho, muchos vecinos del pueblo siguen viviendo de esa industria y son los que más seguros se sienten.
Braulio convocó hace un par de años una comida en la que consiguió reunir a todos los trabajadores de aquella época, dado que muchos se acabaron yendo del pueblo. Pero otros muchos, los veteranos que se jubilaron, siguen viviendo en el Hospitalet y se reúnen cada tarde para echar la partida en el Casal. Allí es habitual que siga habiendo discrepancias en torno a lo que sucedió. Discusiones que se acaban cuando alguien en la mesa ordena: “Dejaos de plutonio que reparto cartas”.
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