¿Usted tendría estomago para ponerse a limpiar la escena de un crimen? ¿Quizá el de una niña apuñalada por un desconocido o en el que un joven hubiese descuartizado a sus tíos y sus primos? ¿Y el de un suicidio en el que todos los restos mortales hubiesen quedado desprendidos bajo una horca? ¿Y un hogar repleto de basura tras la muerte de su inquilino? Tal vez suene disparatado, incluso ficticio. Pero todas las escenas descritas son reales y, es más, hay quienes se ganan la vida haciéndolo. Un ejemplo es Manuel González y su familia.
Este manchego, de 47 años, fundó su empresa, Limpiezas González, hace seis años. Con sede en Hellín (Albacete), este negocio familiar se dedicaba, al principio, a limpiar escaleras y portales de comunidades de vecinos, oficinas y sucursales bancarias como cualquier otra. Hasta que un día este albaceteño recibió la llamada de un juzgado. Solicitaban una limpieza un tanto peculiar, era traumática: un joven que acababa de sacarse las oposiciones a juez se había cortado las venas en su piso de alquiler en Granada y había que desinfectar el domicilio. Sin pensarlo mucho, aceptó.
Cuando llegó con su equipo, fregonas en mano, el escenario era atroz. El baño de aquella vivienda estaba desbordado por la sangre y para más inri, el rastro dejaba ver que, tal vez, el joven se había arrepentido y había tratado de abrir la puerta, sin éxito. Aquel suicidio, en 2014, quedaría grabado en la memoria de Manolo, pero tal vez solo por ser el primero en el que trabajaría. Pues a partir de ahí, se corrió la voz y el teléfono no dejó de sonar para realizar este tipo de servicios extremos, hasta llegar al punto de especializarse solo en ello y hoy llamarse: Limpiezas Traumáticas González.
Así, Manolo, acompañado de su mujer y su equipo, formado por más de una docena de personas, se encargan de fregar viviendas que han sido escenarios de crímenes; de dejar relucientes los pisos en los que se han producido suicidios; de limpiar aquellos que han albergado un cadáver durante meses sin que nadie se percatara, o de dejar como nuevos en los que ha vivido, y posiblemente muerto, alguien con síndrome de Diógenes.
600 muertes traumáticas
Disponibles las 24 horas del día, los siete días de la semana, ponen rumbo a cualquier parte del país donde requieran de sus servicios. Resulta complicado que puedan dormir en casa, casi siempre lo hacen en hoteles. Hasta la fecha, ya han realizado más de 600 limpiezas traumáticas. Y la demanda no para de crecer, según cuenta González a EL ESPAÑOL, sobre todo en casos de ancianos que fallecen solos en sus casas y de suicidios. "Tenemos trabajo asegurado hasta septiembre, y pocas empresas pueden decir eso", sostiene.
Tradicionalmente, cuando se producía una muerte más o menos aparatosa era la misma familia, o el servicio funerario, quien se encargaba de adecentar el hogar. Ahora, cada vez que se produce una defunción complicada en España, cuando los agentes y los forenses terminan su investigación, alguien siempre acaba diciendo: "Llamad a Limpiezas González!". Policía, Guardia Civil, juzgados... todos les conocen.
Manuel y su equipo, en total siete personas, se encuentran hoy en Denia, Alicante. Hace unas semanas recibieron el aviso de que B., un anciano conocido en este municipio, había fallecido en su vivienda, en la que acumulaba basura y desperdicios a causa de su síndrome de Diógenes. Tras el levantamiento del cadáver, la familia les pidió que limpiasen el quinto piso en el que vivía con la máxima confidencialidad: debían llevar furgonetas de alquiler y eliminar de sus vestimentas cualquier mención que dejase ver lo que iban a hacer.
La cuadrilla llega sobre las 11.00 horas y, discretamente, se pone manos a la obra. Solo se advierte un "Limpiezas González" en las camisetas que todos portan, pero nada de "Traumáticas". Con guantes, buena bota, el cepillo, la fregona, el pico y un sinfín de productos de limpieza, empieza el trabajo.
El primero en subir es Manolo para realizar una primera inspección. Cuando abre la puerta, la pestilencia recorre todo el domicilio. Miles de mosquitos se posan y revolotean por cada esquina. No hay gran cantidad de basura, pero sí mucha suciedad. Tras rebasar el pasillo, llegamos al salón. En el sofá, rodeado de desperdicios y alguna mancha de sangre, aún se puede ver la silueta de B. sobre las mantas. "Este señor se murió ahí, estaría unos dos o tres días, pero no se deshizo", detalla el albaceteño.
Con esa última palabra, Manolo hace mención a la descomposición del cadáver y a lo que eso significa: la aparición de larvas y de lo que ellos denominan como los bichos de la muerte, aquellos insectos que se alimentan únicamente de sangre. Mientras habla sobre ello, y observa el escenario que hoy le tocara asear al equipo, recuerda un caso que fue especialmente duro de desinfectar. "Fue un hombre que murió en su casa, en Castellón, pesaba 140 kilos y estuvo allí 30 días. Cuando llegamos, era imposible, en el baño había un palmo de todos los flujos que se habían descompuesto", relata
Tarifas
Es importante que se limpie y se fumigue cuanto antes. "Cuando se come el cuerpo, la larva se mueve por las tuberías, los frigoríficos... y si se propaga a los pisos de al lado, entonces tenemos un problema", alecciona Manolo.
Los trabajadores andan con cautela en la casa. Algunos han recibido formación en una academia y tienen conocimientos relacionados con la sangre, sobre infecciones, descomposición de residuos orgánicos o evolución de fluidos. También sobre los productos específicos que se deben utilizar. Pilar, de 27 años, es la encargada en esta ocasión de desinfectar la zona en la que hay sangre. "Esto no es nada, lo peor es cuando alguien se pega un tiro y tienes que recoger las muelas o los sesos", dice.
Mientras esta hellinera hace lo propio, el resto del equipo se divide el trabajo. Julia y Lucía, la más pequeña del grupo, se encargan de dejar todo como la patena, mientras que Edgar e Iván se dejan la espalda y las rodillas en bajar todos los muebles al furgón, subiendo y bajando las cinco plantas del edificio. También de guardar las bolsas de basura en contenedores especiales con toda la porquería que entre todos han ido recogiendo: restos de comida putrefactos, botellas, tetabrick, cigarrillos, latas, bolsas, cristales, zapatos, mantas y sábanas deshechas... El último paso será sacar el cañón de ozono para desinfectar toda la casa, un producto 2.000 veces más fuerte que la lejía.
Todo va incluido en el precio: profesionalidad, limpieza y desinfección total. Las tarifas por servicio rondan entre los 1.500 y los 6.000 euros. Todo dependerá de las horas que se empleen y del espacio afectado por la sangre o los fluidos, cuando se hable de una muerte traumática. Por ejemplo, limpiar el suicidio de alguien que se ha tirado desde un balcón sería la tarifa más barata: 1.000 euros. Pero, si alguien decide quitarse la vida con una pistola en su casa, "la sangre salta por todo", apunta Manolo, y eso hace se incremente el presupuesto.
Algo intermedio, por otro lado, sería una limpieza de síndrome de Diógenes en un piso estándar, teniendo en cuenta que estuviese lleno de basura, que costaría unos 3.500 euros. Aún así, los González siempre evalúan en una tabla del 1 al 10 la complicación de su trabajo y, con ello, fijan el precio para informar con anterioridad a los clientes. El de hoy, por ejemplo, sería un 1. "¿Un 1?", le pregunta este periodista. "Hemos visto cosas mucho peores...", responden todos.
José, el hijo de Manolo, también insiste en que esta misión no es nada comparado con otros casos. Recuerda uno, especialmente, en el que para entrar dentro del domicilio donde había fallecido una periodista estadounidense, afincada en Altea, afectada por el síndrome de Diógenes, su padre y él tuvieron que colarse por la ventana. "Los desechos llegaban hasta el mismo techo, ni siquiera te podías mover entre ellos, no encontrábamos ni la puerta para salir", cuenta. "Fue horrible", dice también Pilar, quien asegura que tras ese trabajo, estuvo al menos una semana sin comer.
El olor a muerte
Construir un equipo del nivel de esta empresa traumática, que debe estar preparado ante cualquier adversidad, no ha sido una tarea fácil. "Algunos solo con el olor no podían siquiera entrar, otros se caían redondos, pero al final hemos conseguido crear un grupo potente y muy profesional", declara, con orgullo, Manolo. Lo que realmente se necesita es valor, estómago y mucha facilidad para olvidar.
Pero si hay algo, precisamente, de lo que les resulta difícil desprenderse es de aquello que denominan como el olor a muerte. Aquel hedor que se mete en el cuerpo y tarda varios días en irse, a pesar de que se protejan con trajes de hierro —desechables— cuando tienen una limpieza extrema de una muerte, ya sea natural o no. "Lo peor siempre es ese olor, ya puedes ducharte 20 veces que sigues con él", afirma este empresario manchego.
Aunque sigue teniendo su sede en Hellín (Albacete), Limpiezas Traumáticas González siempre ha trabajado por todo el territorio nacional y sobre todo en grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga, Zaragoza... Esta empresa se ha ocupado, por ejemplo, de limpiar la vivienda en la que raptaron y asesinaron a Laia, la niña de 13 años en Vilanova I La Geltrú, en junio del pasado año. "Cuando llegamos vimos la muñeca de la chiquilla, como la había escondido bajo el colchón... fue lo peor a lo que me enfrenté. Muy duro para todo el equipo", cuentan Pilar y Manolo.
También de algunos tan televisivos como el crimen de Pioz, del que ni siquiera pueden pronunciar palabra y otros en los que su trabajo incluso sirvió para dar con el asesino, como en el caso de María Isabel C.B., la mujer de 54 años que fue hallada muerta por degollamiento en su domicilio de Parla. Al principio, se creía que había sido por un robo. Pero la hija de la fallecida y su pareja llamaron a Manolo para encargarle la limpieza de la casa y en una de las bolsas que la asesina le entregó para que se desechasen, estaban las pruebas que la incriminaban. Al instante de dársela, la Policía estaba llamando al timbre.
Quién iba a decirle a Manolo que cinco años después de su primera limpieza traumática, y que jamás olvidaría, se convertiría en el líder de este sector en España. Y no sólo eso, también en el único, pues según explica, su empresa es la única que está autorizada legalmente para dar ese servicio. "Hay tres o cuatro empresas que están dando guerra, pero no están cualificadas ni tienen los permisos necesarios; en muchas ocasiones se han presentado allí y al no poder hacerlo, me han acabado llamando a mí", apunta.
Y no es que haya cambiado su perspectiva desde aquella primera vez, pero no se engaña, es un buen negocio. "Se pasa muy mal, te llevas algo del trabajo a casa, y cuando vas a uno nuevo, siempre tienes en mente el anterior, pero este ritmo tan frenético hace que se te pase. Y bueno, como dije al principio, alguien tenía que hacerlo...".
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