- Papá, me voy a casa del gilipollas este que lleva toda la noche sin parar de llamar, a ver qué quiere. Que dice que tiene un problema con un tío.
Carlos (nombre irreal), un chico del norte de España que desde hace dos años reside junto a su familia en Chipiona (Cádiz), se despide de su padre tras decirle que va a verse con J., un conocido suyo que tiene un taller de coches al que él suele llevar su vehículo. Son las tres de la tarde del domingo pasado. Carlos, deportista y aficionado a las artes marciales, le dice a su progenitor que no se preocupe. “Vuelvo en un rato”.
Sin embargo, el padre sí se preocupa. Nunca le ha gustado ese tal J. Y es que Carlos no volverá al cabo de un rato. Pasarán las horas sin que su padre vuelva a saber de él.
Cuando de nuevo tiene noticias de él, Carlos, de 29 años, va en una ambulancia camino de la UCI del Hospital Puerta del Mar de Cádiz. Está gravemente herido y presenta fractura craneal. Alguien lo ha lanzado a la cuneta de una carretera a las afueras de Chipiona, maniatado e inconsciente.
Junto a él han aparecido los cuerpos de dos hombres más. Uno de ellos, que presenta una profunda puñalada en el pecho, acaba muriendo. Se llama Manuel Jurado Ruiz. Ahora, seis días después, Carlos sigue en coma y se debate entre la vida y la muerte. El otro herido evoluciona favorablemente, aunque su estado de salud sigue siendo crítico.
Pero volvamos a ese domingo 22 de septiembre. Los minutos pasan y Carlos no vuelve a su casa. Sobre las 16.45 horas, el padre del chico ve llegar a una vecina que tiene un adosado justo enfrente de su vivienda, en el Camino del Olivar en Chipiona. La mujer es la pareja de J., el hombre que ha estado llamando insistentemente a Carlos durante la noche anterior. J. es un conocido narcotraficante de Chipiona que introduce hachís por la costas de Cádiz y por la desembocadura del río Guadalquivir.
El matrimonio tiene otro inmenso chalet a un kilómetro de este lugar. Es su casa de verano. Se trata de una vivienda rodeada por un muro de tres metros de altura y con un sistema de cámaras de seguridad repartidas por cada una de sus cuatro esquinas. Dentro, siempre que están sus dueños, vigilan dos perros de raza Staffordshire bull terrier. El inmueble cuenta con piscina, barra de bar, jardín y un amplio aparcamiento, además de una especie de garaje en forma de nave y de un altar acristalado con la virgen del Rocío.
La mujer con la que habla el padre de Carlos viene de aquella casa. Pongamos que se llama Victoria. El padre de Carlos le pregunta qué sabe de su hijo. Victoria, nerviosa, le dice:
- No te preocupes. Carlos está bien. Luego viene.
"12 tíos con metralletas"
Pero el padre de Carlos insiste. No se cree a aquella mujer. Le dice a su vecina que va a llamar a su hijo y que si Carlos no vuelve ni contesta al móvil, él mismo alertará inmediatamente a la Policía. Victoria le pide al hombre que no lo haga. Le explica que en el chalet en el que están su marido y Carlos también “hay 12 tíos con metralletas y la policía puede matar a todos” en caso de que decidan entrar a la fuerza en la vivienda.
Pero el progenitor de Carlos llama al teléfono de su hijo. Nadie le responde. 15 minutos más tarde, sobre las 17 horas de aquel domingo, un marroquí que conduce una Ford Transit blanca se detiene en la salida hacia Rota de la autovía A-380. Abre la puerta trasera del vehículo y arroja a la cuneta a Carlos, a otro hombre y a Manuel Jurado Ruiz, que muere mientras los servicios sanitarios intentan salvarle la vida.
Tras deshacerse de los cuerpos, el marroquí se da a la fuga. La furgoneta que conduce ha salido un par de minutos antes de un chalet ubicado en el Camino de la Reyerta, en una zona de campo y aislada del núcleo urbano de Chipiona. Se trata de una vivienda con la fachada naranja y aspecto de búnker. Es propiedad de J., el hombre de las reiteradas llamadas nocturnas a Carlos. Del inmueble salen también cuatro enormes hombres de piel negra, espaldas anchas y caras de diablos. Van en un Opel Insignia con matrícula francesa.
Esos cuatro hombres, de origen francés pero de ascendencia africana, son sicarios, presuntamente. Han llegado unas horas antes a Chipiona en un viaje exprés desde la periferia de París, donde viven. Trabajan para una ‘oficina de cobros’ con sede en la capital gala. Se mueven por toda Europa torturando a sus víctimas. Si es necesario, también matan.
Después de salir de la casa de Antonio, los dos vehículos tratan de huir a toda velocidad. Unos, los matarifes, a bordo del Opel Insignia. El otro, el limpiador, se deshace poco después de los tres hombres que lleva en la parte trasera de la Ford blanca, cuyo interior está lleno de sangre. Junto a él lleva un arma larga y 8.000 euros.
Pero no llegarán muy lejos. Apenas 100 kilómetros después, efectivos de la Policía y de la Guardia Civil logran detenerlos. El marroquí es apresado mientras corre a pie por el barrio sevillano de Los Remedios. Los franceses, en su intento de llegar al norte de España, consiguen alcanzar la A-66, la Ruta de la Plata. Pero se les da caza a la altura de San José de la Rinconada, un pueblo de la periferia de Sevilla.
Una hora antes, aproximadamente, un conductor que es testigo de cómo el marroquí se deshace de los tres torturados en Chipiona alerta a la Policía. Poco después, un guardia civil fuera de servicio que recibe el aviso por vía interna ve pasar a la furgoneta y al Opel Insignia a gran velocidad por la autopista que une Cádiz con Sevilla. Gracias a la pericia de este agente, que los sigue a cierta distancia junto a su hijo, se consiguió apresarlos.
Ahora, cuando este domingo se cumplirá una semana del suceso, la pregunta es: ¿por qué J., el dueño de ese chalet donde se torturó a las tres víctimas, estuvo llamando a Carlos, a Manuel Jurado Ruiz, a la otra víctima -así como a un puñado de hombres más- durante la noche del sábado al domingo y también la mañana siguiente? Es la gran incógnita del caso. ¿Lo buscaban a él y Antonio los ofreció como cabezas de turco? O, en cambio, ¿les debía mucho dinero y quiso deshacerse de ellos? ¿La víctima mortal y los dos hospitalizados habían robado un cargamento de hachís y estaban recibiendo su recompensa? Son preguntas todavía por resolver.
La Policía Judicial de la Guardia Civil de Cádiz se ha hecho cargo del caso, cuya instrucción está en manos de la magistrada titular del Juzgado número uno de Sanlúcar de Barrameda. Mientras tanto, Antonio sigue en paradero desconocido. Los investigadores ya han interrogado a su mujer.
Las fuentes consultadas explican a EL ESPAÑOL que barajan como móvil del crimen un ajuste de cuentas con hachís de por medio. Añaden que también podría haber dos millones de euros sobrevolando el suceso.
“A Manuel Jurado Ruiz se encargan de matarlo con esa puñalada profunda porque sabe mucho de J. Es la diferencia con los otros dos chicos”, explica una fuente, quien advierte que conocer la verdadera realidad de lo sucedido será “imposible”.
Este pasado miércoles, los cinco detenidos pasaron a disposición judicial. El caso se encuentra bajo secreto de sumario. El marroquí, según explican a EL ESPAÑOL fuentes del caso, contó que los cuatro franceses y él estuvieron en aquella casa de las torturas. Declaró sin la presencia de su abogado la tarde del lunes. Al día siguiente lo hicieron los cuatro franceses, quienes se declararon inocentes y negaron los hechos.
El limpiador y los cuatro matarifes ingresaron en la prisión de Puerto II (El Puerto de Santa María, Cádiz). Están acusados de un homicidio, dos homicidios en grado de tentativa, tres delitos de detención ilegal y otro de tenencia ilícita de armas. Su último encargo les salió mal. Han dejado un muerto, un herido que sigue en coma y… una víctima que, si se repone, pondrá contar la verdad de lo que ocurrió en aquella casa de las torturas a las que los llevó J., el narco fugado.