En la localidad vasca de Lejona, a escasos 10 kilómetros del centro de Bilbao, se yergue el Colegio Bienaventurada Virgen María-Irlandesas. Entre los prados regados por la lluvia, este centro escolar está considerado uno de los mejores y más elitistas de Bilbao. Es, como las distintas ‘sucursales’ de Las Irlandesas que hay por España, de carácter profundamente religioso. Y, para colmo, es concertado; su confesionalidad se sufraga con dinero público.
En esencia, este centro representa todo aquello contra lo que lucha la ministra de Educación, Isabel Celaá (Bilbao, 1949). Firme defensora de la educación pública, en detrimento, entienden algunos, de la concertada, Celaá puja por impedir la segregación por sexos en los centros sostenidos con dinero público y reducir la privilegiada posición de la asignatura de Religión. Todo ello a pesar del deseo de los padres porque, según ella misma dijo, “no podemos pensar de ninguna manera que los hijos pertenecen a los padres”. Pero ella decidió y llevó a sus hijas, Bárbara y Patricia Aspichueta, a Las Irlandesas de Lejona.
A pesar de que con el cambio de legislatura Isabel Celaá ha dejado de ser portavoz del Gobierno para ser ‘sólo’ ministra de Educación, sigue centrando el foco en sí allá donde vaya. Si, antes, los españoles la veían desde La Moncloa -en esos viernes que ahora son martes- defender la postura del Ejecutivo sobre Cataluña o la exhumación de Franco, ahora sigue acaparando la atención y el debate con el pin parental. De nuevo, como sin haberse ido del todo, sigue apareciendo tras los Consejos de Ministros, como una portavoz de facto.
“El derecho de los padres a escoger una enseñanza religiosa o a elegir un centro educativo no son una emanación estricta de la libertad de enseñanza reconocida en el artículo 27 de la Constitución”, dijo, en noviembre de 2019, en la inauguración del congreso de Escuelas Católicas. Pero ella parece habitar en aquel dicho que circula por las redes sociales que reza que sin contradicciones sólo queda el dogmatismo. Porque ella estudió en el Colegio Sagrado Corazón de Bilbao y llevó a sus hijas a Las Irlandesas. ¿Qué tienen en común los dos centros? Educación elitista, profundamente religiosa y concertada… conceptos diametralmente opuestos a lo que defiende.
Mientras que al Partido Popular le está saliendo caro el debate, porque no tiene una posición clara al respecto y nombres de peso dentro de la formación contradicen al líder, Pablo Casado, el Gobierno de coalición, ejercido desde Celaá, tiene la determinación de recurrirlo allá donde se implante. El espíritu es el que Celaá dijo, que los hijos no pertenecen a los padres, que son entes con derecho propio y que, por ello, los padres pueden elegir sólo hasta cierto punto. Justo lo contrario a lo que hizo ella.
Irlandesas, católicas y concertadas
El colegio Las Irlandesas se comporta, en realidad, como si fuera privado. Es estricto con la vestimenta, sin que nada se pueda salir del uniforme, con falda para ellas y pantalones para ellos. Hay una misa, por cada clase, cada dos semanas y, al menos dos veces al año, se celebra una misa conjunta en la que participa todo el colegio. Además, todas las mañanas, a las 9.00 horas, se reza una oración por la megafonía. Según ha podido confirmar EL ESPAÑOL, este es el colegio al que han ido las brillantes hijas de Celaà. Y lo hicieron cuando aún no era mixto.
“Pues la verdad es que siempre fue muy beligerante con la escuela concertada y la religión”, comenta un alto cargo que coincidió con Isabel Celaá en su etapa en el Gobierno vasco y que ha pedido permanecer en el anonimato. “Creo que permitió el arrinconamiento de la religión en la escuela pública vasca y, como dependían de los votos del PP cuando fue consejera con Patxi López, los populares hacían enmiendas para prestar ayuda a la concertada”, añade.
“Celaá siempre trataba de rebajar los conciertos”, dice. “Tengo buena relación con ella pero es algo chocante. Ponen a parir las concertadas pero, después llevan a sus hijos a un colegio concertado. No quieren la religión en las aulas, pero ahí que los llevan”, apuntala. En ese sentido, las hijas de Celaá recibieron la misma educación que Ana Botella, exalcaldesa de Madrid y mujer de José María Aznar, que estudió en Las Irlandesas de la capital.
“Abogamos por una formación abierta a la trascendencia, convencidos de que la fe y la religión enriquecen a la persona”, se puede leer en la página web del colegio que, a pesar de todo, se ha modernizado respecto a cuando pasaron por ahí Bárbara y Patricia Aspichueta. “Por una educación -sigue la página web- basada en los valores propios de nuestra espiritualidad: libertad, justicia, verdad, alegría. Por una actitud de respeto al ser humano y participación en el cuidado de la Creación”.
La religiosa feminista
La comunidad religiosa Instituto Bienaventurada Virgen María, conocida en España como Las Irlandesas, fue fundada en 1609 por la religiosa católica británica Mary Ward. Podría decirse que War era, sin lanzarse demasiado, una feminista de la época. Con influencia de los jesuitas, su institución buscó acabar con la clausura reinante en los colegios femeninos y defendía que la mujer y el hombre debían ser iguales en la Iglesia. Su actitud beligerante contra lo establecido la llevó a sufrir la represión de las autoridades eclesiásticas y ser encarcelada.
Pero los tiempos han cambiado. Ahora la figura de Ward es ampliamente respetada y fue declarada como una personalidad venerable, la antesala de la beatificación, por el papa Benedicto XVI. También ha cambiado la sociedad y ahora Las Irlandesas no deja de ser lo que es: la libertad de los padres para darle a sus hijos una educación religiosa, con la ayuda del erario público. Lo que Celaá usó y ahora critica. Quizás la postura de la ministra vino a raíz de una mala experiencia llevando a sus hijas a Las Irlandesas, quién sabe.
“Ella siempre iba en contra de todo eso y discutía la idea de que los padres puedan elegir”, comenta la misma fuente que coincidió con ella cuando estaba en el Gobierno. “No lo combatía con leyes que aprobaba el parlamento, sino que eran instrucciones que mandaba en circulares. Por ejemplo, en los centros religiosos, los de monjas, y los concertados vimos una limitación para que no pudieran abrir más líneas en castellano, sólo en euskera”, añade. “También se vieron recortados, en los presupuestos, los conciertos y limitó la capacidad de los concertados para abrir aulas, a pesar de que había suficiente demanda por parte de los padres”, dice.
No puede haber crítica en que uno, por ejemplo, haga uso de la sanidad privada pero luche por que la sociedad a la que pertenece tenga una sanidad pública digna, sin largas esperas y que atienda a los ciudadanos que no se pueden permitir la privada como se merecen. Sin embargo, resulta paradójico que alguien haga uso de un sistema que cree erróneo y que intenta tumbar. Es como si Celaá llevara a sus hijas a la concertada religiosa con la nariz tapada, esperando que ojalá recibieran la misma buena educación en la pública, pero claudicando ante la imposibilidad de ello. No cree en el derecho de los padres a decidir tanto sobre los hijos pero, por si acaso, ella decidió.
Y es que Bárbara y Patricia Aspichueta recibieron la mejor educación, no sólo en Las Irlandesas, sino también después. La primera, Bárbara, estudió Derecho Económico en la Universidad de Deusto -también privada, elitista y regida por la Compañía de Jesús-, donde se graduó en 1998. Un año después entró a trabajar en la compañía aseguradora Axa, donde ha ido escalando desde entonces y ahora ejerce de directora de Recursos Humanos de distribución y ventas y de directora de Personas. Además, participó en el Programa Promociona, impulsado por la CEOE y el Instituto de la Mujer y que busca que las mujeres directivas alcancen puestos de mayor relevancia en las empresas.
Por su parte, Patricia Aspichueta se licenció en Farmacia en la Universidad del País Vasco (pública) en 1996 y se hizo doctora en 2003. Ahora ejerce en el mismo centro como profesora e investigadora y llegó a ser vicedecana de la Facultad de Medicina y Enfermería. Además, es miembro del Comité de ética para la investigación con seres humanos de la Universidad y ha participado en 43 investigaciones, 17 de ellas como investigadora principal, y ha dirigido nueve tesis doctorales. Ahí, sí, tiene la excelencia que busca su madre.
Sagrado Corazón de Celaá
Incluso de puertas para adentro, Isabel Celaá es una persona muy reservada con su vida privada. Apenas habla de su hermana, que también trabajó en la Universidad del País Vasco, ni de su hermano que es ertzaintza. Tampoco ha querido contar bien la historia de su tío, Ángel Diéguez, que falleció a los 23 años en el campo de concentración de Mauthausen. Aunque en su círculo cercano a veces sí se muestra más campechana, rara vez baja la guardia y suele escudarse en que no habla de su vida privada, según confirman varias personas que la conocen de cerca y desde hace tiempo.
Tampoco habla casi de sus hijas Bárbara y Patricia. Creen que se debe a que no quiere hacer alarde de ellas, porque aparentemente son “unas cerebritos, brillantisimas”. En el Parlamento vasco, de todas formas, recuerdan cuando el 11 de septiembre de 2001, cuando se produjo el atentado en las Torres Gemelas. Celaá tenía a una de sus hijas en Nueva York y estuvo bastante tiempo sin poder contactar con ella y se puso, normal, muy nerviosa.
Por toda esa reserva que cultiva y ejerce, Isabel Celaá tampoco ha contado mucho que ella fue al Colegio Sagrado Corazón, en Bilbao, algo que ha podido ser confirmado por EL ESPAÑOL. Pero ella no fue al que existe actualmente, en Rekalde, que se fundó en en septiembre de 1966. En cambio, ella acudió a la institución que ya no existe y que estaba ubicada en Neguri, en Getxo, donde actualmente reside Isabel Celaá.
El colegio era de otra época, completamente, especialmente teniendo en cuenta que ella estudió en la década de los años 50. Plena España franquista y eclesiástica. También de carácter religioso, los profesores en el Sagrado Corazón eran estrictos en este colegio femenino en el que daban leche en polvo a los niños en el recreo. Además, como era para niñas, daban clases de cocina, a las que probablemente asistió la propia Celaá.
A pesar de que actualmente Isabel Celaá goza de una muy buena posición económica, cuentan los que la conocen que le ha venido en los últimos años y, en parte, gracias a su marido, ya que ella como funcionaria nunca ha ganado gran cosa. Su consorte, José Ignacio Aspichueta, trabajó mucho tiempo en la empresa Babcock & Wilcox y, a la par que ella trabajaba como consejera, fueron amasando una fortuna que le ha llevado a tener propiedades como el palacio en el que residen en Getxo.
Por eso, Isabel Celaá fue becada en el Colegio Sagrado Corazón. En 1953 se aprobó una ley de Construcciones Escolares que establecía un convenio entre ayuntamientos, Estado y diputaciones para la construcción de escuelas y muchas de las niñas que estudiaron en los distintos colegios de Sagrado Corazón de País Vasco fueron becadas, Celaá entre ellas. Al final, se trataba de una especie de escuela concertada y confesional, justo también la educación que han recibido las hijas y que la ministra critica. Quizás tuvo una mala experiencia con las monjas del colegio y, en ello, se han ganado un enemigo. Quién sabe.