De huir de Venezuela a chaperos en Madrid: Jóvenes instruidos como Roberto copan la noche
Llegó a España en 2016 huyendo del conflicto de su país. Distintas asociaciones cuentan que los venezolanos son mayoría en la prostitución masculina.
1 febrero, 2020 02:53Noticias relacionadas
La primera vez que Roberto recibió a un cliente estaba tan nervioso que se tuvo que tomar media viagra. Le sudaban las manos. No sabía si iba a dar la talla. “Después, fue muy bueno conmigo, me hizo sentir bien, fue incluso cariñoso. Eso me ayudó mucho”. Solo con los tres primeros servicios logró ganar lo mismo que en todo el mes anterior. Qué sencillo. Pudo pagar el alquiler, comió bien por primera vez en semanas e incluso le sobraron 300 euros para ahorrar y para enviárselo más adelante a su familia.
-”Desde el punto de vista económico, no hay comparación – dice-. Es muy difícil resistirse”.
Roberto (nombre ficticio) es alto, guapo, de pelo moreno y espalda ancha, con buen cuerpo moldeado en el gimnasio. Prefiere mantenerse en el anonimato, para preservar su intimidad, pero no tiene problema en narrar a EL ESPAÑOL aquella jornada de hace tres años en la que comenzó a ejercer la prostitución. Ahora gana más de 2.000 euros al mes. Tiene mucho tiempo libre para él. Ha conseguido pagar sus deudas. Cada poco logra ahorrar algo y enviárselo a su familia. Ahora vive muy bien.
Nuestro protagonista tiene 28 años. Llegó a Madrid en el año 2016. Huía de Venezuela, su tierra natal, y del ya enquistado conflicto político que todavía prosigue, y que parece que nunca se acabará de solventar.
Esta semana, el país latinoamericano ha vuelto a estar en España más de actualidad que nunca tras el affaire de José Luis Ábalos, ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, con Delcy Rodríguez, la número 2 de Nicolás Maduro, en el aeropuerto de Barajas.
El éxodo que ha provocado la huida de miles y miles de venezolanos a España huyendo de la situación al otro lado del Atlántico tiene diversas caras. Una de ellas es la historia de Roberto y de otros en su situación: el drama de quienes, al no obtener un trabajo digno en el país de origen, se ven abocados a vender su cuerpo para obtener dinero con el que vivir. Dinero rápido. Dinero fácil.
La situación que se vive en los últimos años en el país latinoamericano ha llevado a muchos de sus ciudadanos a dejar atrás sus familias. La mayoría se marcha de sus casas solo con un billete de ida. En esa suerte de éxodo, prolongado desde hace ya cinco años, buena parte de quienes huyen han establecido España como uno de sus destinos preferidos para fundar un nuevo hogar.
En Madrid, por ejemplo, las cifras del padrón municipal del año 2019 sitúan en 60.000 los residentes de origen venezolano. Superan a los dominicanos y a los colombianos. Incluso a los chinos. Hace solo cinco años apenas llegaban a 20.000 en la capital, y desde 2015 esa población no ha dejado de crecer.
De esta manera, este éxodo ha revertido algunas proporciones. Si antaño los más numerosos en este mundo eran los brasileños o los colombianos, distintas asociaciones LGBTI han detectado que, un lustro después del inicio de esa llegada masiva, la mayoría de los jóvenes que se ven abocados a ejercer la prostitución en Madrid provienen de Venezuela.
Los jóvenes que prestan estos servicios se promocionan en páginas como telechapero.com. En esta página web se puede comprobar que la mayor parte de hombres que ofrecen sus servicios provienen de ese país.
En COLEGAS-Confederación LGBTI Española, una asociación que trabaja con población vulnerable del colectivo, atienden todas las semanas a chicos que acuden a ellos por material sanitario, consejo, cualquier tipo de ayuda. Cuentan a EL ESPAÑOL que fue hace cinco o seis años cuando empezaron a advertir esta nueva tendencia. De forma paulatina, se percataron de que la mayoría de los chicos que acudían a ellos procedían de aquel país. Ahora estiman que son algo más de la mitad. Uno de esos chicos era Roberto.
De la universidad a la calle
Cuando era pequeño Roberto soñaba con convertirse en jugador profesional de béisbol. La vida le ha llevado después por otro sendero. Llegó a Madrid ya con estudios. Es Licenciado en Administración de Empresas por la universidad caraqueña de Santa María. Su familia, de clase media, tuvo que realizar enormes esfuerzos para que su hijo pudiera estudiar la carrera en una universidad privada. “Hicieron muchos sacrificios. No sirvió para nada: el chavismo se encargó de destruirlo todo y obligarnos a una generación entera de profesionales a emigrar”.
Allí sigue viviendo parte de su familia. Las noticias, las imágenes que llegan desde allá le dejan la sensación amarga de que será complicado cambiar las cosas. "Soy poco optimista. Guaidó empezó muy bien, con mucha fuerza pero se ha ido diluyendo porque no asume la realidad o a lo mejor es que no le interesa asumirla: que la dictadura no va a caer pacíficamente. Muchos venezolanos aún lo creen. Pero es que no es una dictadura común y corriente, es una mafia de criminales sin escrúpulos dispuestos a masacrar por mantenerse en el poder robando".
Ahora no pasa dificultades. Vive en el centro de la ciudad, donde recaló nada más llegar, sin casi nada en los bolsillos. Solo consiguió marcharse cuando distintos familiares ya fuera del país le costearon el billete. “Tengo un hermano en Panamá, una hermana en República Dominicana y un amigo (ex novio) en Miami. Era imposible para mí y para mi familia pagar desde allá un boleto aéreo que costaba 20 veces mi salario. Ellos me ayudaron”. Reunieron lo suficiente para él, se subió a un avión y se marchó de Caracas. Llegó solo con 400 euros en el bolsillo. Lo justo para poder empezar.
Roberto tenía la ventaja de aterrizar en un sitio donde ya conocía gente. Amigos que años atrás ya se habían marchado para allí. "Me sentí liberado. Los españoles son un poco secos al principio, pero son gente buena y solidaria. Te tratan bien y saben lo que está pasando en Venezuela”, explica.
Se instaló en Sol, en casa de un conocido, en el epicentro de Madrid, muy cerca de las calles en las que la prostitución está a la orden del día. En alguna de esas venas que confluyen luego en la gran arteria principal de la Gran Vía se concentra parte de ese sórdido mundo.
Pronto empezó a buscar el modo de ganarse el pan.
-“España está muy bien, las condiciones son buenas, pero tuve que buscarme la vida para conseguir trabajo. La Policía Nacional admitió mi solicitud de asilo, pero la primera medida no te incluye el permiso de trabajo. Y tienes que esperar seis meses para renovarlo y trabajar legalmente. Y ya sin dinero, estás desesperado”.
-¿Todo problemas?
-"Todo problemas. Ya desde pocos días después de llegar. Solicité asilo político. Mi mamá era concejal de la oposición en Guarenas, mi ciudad, muy cerca de Caracas. Cuando allí se enteraron comenzaron a amenazarla. Le dijeron muchas veces que nos iban a secuestrar, que iban a matar a sus hijos”.
Buscó trabajo de lo que le echaron encima: de carretillero, limpiando pisos, fregando platos, cuidando personas mayores. Incluso repartiendo publicidad. Todo oficios puntuales, mal remunerados, por supuesto en negro, con los que no estaba logrando conseguir lo suficiente. A duras penas podía comer.
Tras varias meses así, Roberto llegó un día a casa hundido. Estaba famélico. Su compañero de piso le encontró llorando. Estuvieron un rato hablando hasta que le dijo que por qué no hacía lo mismo que él. “Hasta ese momento no lo sabía. Me comentó que era chapero. Y que con eso ganaba mucho más que con un trabajo a tiempo completo. Siendo joven y guapo, me dijo, que por qué no lo intentaba, que él me podía pasar algunos de sus clientes”.
Le dio vueltas a la idea durante algunos días, hasta que por fin decidió comenzar. La primera vez temblaba como un cabritillo. Los nervios le atenazaron al principio, la tensión del momento, pero luego la cosa no salió del todo mal. Fue la primera vez de muchas.
El día a día de la prostitución masculina
A diferencia de lo que ocurre con las víctimas de explotación sexual y trata de blancas, aseguran en la asociación COLEGAS, la mayoría de los hombres que se prostituyen en Madrid ejercen de forma independiente. Roberto, por ejemplo, no tiene que rendir cuentas a nadie. “Los chaperos o scorts tenemos mucha más libertad. No conozco a ningún chico que lo obliguen o lo exploten. Todos lo hacemos libre y voluntariamente. Sí, es un estilo de vida, como muchos otros, con sus ventajas y desventajas pero si no te vuelves loco, tienes la cabeza bien amueblada (como dicen aquí en España), te cuidas y evitas caer en las drogas – algo en lo que se enganchan muchos de los que Roberto conoce- sobrevives bien a esto”.
Hace ya tres años que se dedica a esto. Tras las dudas del inicio a vender su cuerpo para conseguir dinero le ha seguido la rutina. Un día a día en su vida es complicado e imprevisible. A las nueve de la mañana ya está de pie para desayunar.
Después de sorber el café, el joven revisa su perfil en la página de internet donde se publicita. Luego se conecta a Grindr y a Scruff, dos aplicaciones telefónicas para concertar citas. Por ahí le llegan la mayor parte de los clientes “La mayoría de la gente que te escribe, te marea y te hace perder mucho el tiempo. Solo el 10% de todos están dispuestos a pagar el servicio”, detalla nuestro protagonista.
Después, si no ha concretado nada, se va al gimnasio. Allí entrena, se asea, luego almuerza; todo le vale para desconectar. A las tres de la tarde vuelve a estar operativo, enciende el teléfono y comprueba que tiene ya peticiones de nuevos clientes.
Los barrios de Chueca, Malasaña, Sol, La Latina y Lavapiés son aquellos en los que más se mueve la prostitución masculina. “Especialmente alrededor de Gran Vía”, dice Roberto. A orillas de la gran avenida de la ciudad, las calles Desengaño, Ballesta, Montera son puntos en los que confluyen el 80 % de todos ellos.
-¿Cuántos clientes a la semana?
-5 o 6. Algunos repiten. Otros son ya casi como amigos. A veces me da un poco de vergüenza cobrarles, pero ellos me pagan sin chistar, saben que lo necesito.
-¿Nunca te has cuestionado todo esto?
-Llevo ya 3 años viviendo de esta manera y sí, a veces me cuestiono si moralmente está bien. En mi casa me educaron de manera tradicional, pero cuando veo los beneficios y veo que no hago daño a nadie, me tranquilizo.
Los fines de semana la carga de trabajo resulta mayor. Sobre todo bien entrada la noche. En ocasiones, temprano por la mañana. A la hora en la que se despierta el after. Las tardes del fin de semana Roberto se las pasa durmiendo. La idea es estar por la noche al cien por cien.
Los riesgos y peligros
Hace ya más de un año, Roberto tuvo que defenderse del ataque de uno de sus clientes. La cita se produjo en la casa del hombre que había contratado sus servicios. Al terminar no le dejaba marcharse de la casa. Robert se asustó. No le quedó más remedio que forcejear con él y llegar a las manos. Logró escabullirse, y salió corriendo para ponerse a salvo. Dice que esta es la experiencia más desagradable a la que se ha tenido que enfrentar.
Sabe que esos riesgos son, por desgracia, frecuentes en el gremio en el que trabaja. “La mayoría de los clientes se portan bien, son amables, incluso cariñosos, pero ya me ha tocado algún que otro idiota; se ponen arrogantes, o bruscos, o insisten en hacerlo sin condón”. En ese momento Roberto detiene el servicio y se marcha.
Lo más importante para él es usar siempre condón. Sabe, no obstante, que “una sífilis o una gonorrea también mee puede caer por sexo oral”. La precaución es clave, y por eso acude cada tres mese a la asociación COLEGAS. Ellos le hacen los chequeos, le asesoran, le proporcionan preservativos y lubricantes gratuitos para desempeñar sus servicios. “Me dan mucha seguridad. Son mis ángeles”.
Por el momento, Roberto procura ahorrar. Su objetivo es conseguir el dinero suficiente como para empezar a montar su propio negocio y tener que dejar de vivir de su cuerpo.
-¿Eres feliz?
-"Yo diría que sí, a mi manera. Vivo bien, tengo amigos, ayudo a mi familia, hago feliz a otras personas, no hago daño a nadie. ¿Cuánto me va a durar esta vida? No lo sé. La idea es montar mi propio negocio para no tener que depender de esto".