El sonido de un teléfono que hay sobre una pequeña mesa redonda rompe el silencio gris del comedor de la casa de Carmen Rodríguez, una jubilada que reside en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Pasan las once de la mañana. Un ventilador remueve el aire caliente de la estancia, llena de fotos de familia en las estanterías de los muebles y en las paredes. Un gato de pelo blanco se sube por los sofás. El animal tiene ansias de calle.
La señora, de 69 años, mira la pantalla de su móvil. Sabe que quien llama es su hijo Iván, al que como a su padre apodan el Niño. El chico cayó en la mala vida de adolescente. Ahora, a un mes de cumplir los 40 años, está preso en Murcia por traficar con miles de kilos de hachís.
Iván llama desde la cárcel de Campos del Río, la misma en la que un etarra condenado por asesinato, Patxi Ruiz, se encuentra ahora en huelga de hambre para que lo acerquen a una prisión del País Vasco.
El marido de Carmen, Antonio, calla. Sólo escucha. El hombre, sentado en una silla, constantemente se mira la cicatriz de la palma de su mano derecha. También jubilado, Antonio vendió pescado desde niño. El frío de los hielos y tanto cortar y pelar el género le han dejado inmóviles los dedos anular y meñique de ambas manos. Hace unos años se operó de una de ellas. De la otra le dijo al médico que ni soñara con volver a intervenirle.
- Toma, mi hijo quiere hablar contigo- dice Carmen, que le entrega el teléfono al periodista-. Cada llamada desde la cárcel son ocho minutos. Ni un segundo más. Él te avisará antes de colgar.
- Hola, Iván.
La voz que salta al otro lado del teléfono es cadenciosa y melosa.
Sus primeras palabras:
- Cualquier día, aquí me meten una puñalada y me quitan de en medio. O yo mismo me voy.
Es la segunda vez que Iván pasa una larga temporada en prisión, donde en varias ocasiones se ha autolesionado y ha iniciado huelgas de hambres. Una vez se cosió la boca con sus propias manos. Su madre se enteró durante un vis a vis. Le vio los puntos señalados en la comisura de los labios. Su hijo le confesó lo que había hecho.
Cuando llama, Iván explica que se le están negando sus derechos a permisos y a estar más cerca de su casa. La prisión en la que cumple condena está a 600 kilómetros de su pueblo natal. Sus padres llevan 14 meses sin poder ir a verlo. Son mayores y no tienen dinero para gasolina, hotel, comida. En los últimos tres años sólo han podido ir un par de veces.
- Necesito que me trasladen cerca de mi madre. Lo ruego. No aguanto sin verla. A ella y a mi padre. Voy a volverme loco aquí dentro. Soy un traficante, no un criminal sanguinario.
El hombre que habla es Iván Odero Rodríguez, el narcotraficante en cuya vida algunos dijeron que estaba inspirado el guión de la película El Niño (2014), protagonizada por Jesús Castro y dirigida por Daniel Monzón. El director del film lo negó.
En El Niño se narra la historia de dos amigos que se introducen en las redes de las mafias que operan en el Estrecho. A uno de ellos, figura que encarna Jesús Castro, le apodan como a Iván Odero y se enamora de la joven marroquí que le entrega pequeños fardos en la playa cada vez que él viaja en moto de agua hasta Marruecos.
- Todo eso que se cuenta ahí es una puta mentira. Yo nunca he ido en moto de agua a Marruecos a por una mujer, ni en la vida he movido un fardo en una motillo de esas. Me gustan las motos de agua, eso sí. Pero yo empecé con pateras (barcos de madera) y luego me pasé a las gomas (lanchas semirrígidas), cada vez más rápidas y con capacidad de carga. Es cierto que tuve una novia marroquí, sí. Pero iba en ferry a verla.
Aquella chica a la que Iván Odero iba a ver a Marruecos se llama Hana. Corría el año 1995 cuando se conocieron. Él se enamoró tanto de ella y de la cultura de su país que se convirtió al Islam años después.
Ahora, por teléfono, el verdadero el Niño se queja de que entre rejas no le adaptan la comida a su religión pese a que Instituciones Penitenciarias se lo concedió.
El abogado de Iván Odero es el sevillano Manuel Bizcocho. Lleva un par de años pidiendo que trasladen al reo a alguna prisión más próxima a la residencia de su madre. “No tiene sentido mantenerlo tan lejos. Sus padres ya son muy mayores y su salud y su economía no son las mejores”.
"Mañana la llamo"
Iván tiene prisa. Le quedan unos segundos para terminar la llamada de hoy. Y no ha podido hablar con su madre.
- Tengo la columna destrozada de tanto salto en el mar encima de la goma. Y tengo un bulto en un testículo que ni siquiera me miran. Oye, que esto se corta. Hasta otra. Dale un beso a mi madre. Dile que mañana la llamo.
Carmen, la madre del narco, explica que un mes antes del inicio del confinamiento, en torno a febrero de este año, a su hijo se le concedió el traslado a una prisión andaluza. Ella ha solicitado que ingrese en la cárcel de El Puerto de Santa María, a 23 kilómetros de distancia de Sanlúcar de Barrameda, o en Sevilla I, a 120 kilómetros. La pandemia ha paralizado el cambio de penitenciaría.
“Llama todos los días”, cuenta la madre de Iván Odero después de que su hijo cuelgue el teléfono. “Pero no es lo mismo. Yo necesito verlo. Y él a mí. Mi marido y yo no tenemos dinero ni fuerzas para ir a verlo tan lejos. Si ya está aprobado el traslado, ¿a qué esperan?”.
Pese a que sigue triste, Carmen ha vuelto a sonreír de vez en cuando en los últimos meses. Su otro hijo, David, también condenado por narcotráfico, salió de la cárcel de Zaragoza el 9 de febrero. "Si me traen a mi Iván aquí cerca, al menos podré tocarlo como a este".