Regreso a Cap d’Agde, capital del vicio, donde los turistas vienen a tocarse mucho y sin distancia
La villa naturista francesa, epicentro del sexo en público, reabre sus puertas tras la pandemia. Las mascarillas y normas de prevención brillan por su ausencia
28 junio, 2020 04:43Son las once de la noche en la villa naturista de Cap d’Agde (Francia). La playa está desierta aunque se perciben movimientos y ruido tras una palmera. El camarero de uno de los restaurantes sirve las últimas cenas y otea el horizonte. Es francés pero habla muy bien español “porque trabajé 19 inviernos en Cuernavaca, México”. Explica cómo ha afectado el coronavirus al pueblo: “Bares y restaurantes hemos podido abrir, las discotecas siguen cerradas. Pero la gente igual coge en todos sitios, en la calle, en la playa y en la hierba”. Dice coge porque habla en mexicano. Habla de sexo en público. Y afinando un poco la vista y el oído, uno se da cuenta de por qué lo dice: el movimiento tras la palmera son dos parejas de unos 50 años. El ruido son gemidos.
Cap d’Agde, la capital mundial del sexo en público, ha reabierto sus puertas. Es un pequeño pueblo occitano que ha hecho del turismo sexual su modus vivendi. Nudismo, salas X y locales de intercambio de parejas por doquier. Sexo, sexo y más sexo. Como en cualquier núcleo turístico del mundo, la pandemia ha puesto en peligro la temporada estival. Pero la preocupación era mayor en Cap d’Agde por sus particularidades, porque aquí la distancia de seguridad tiene poco sentido: la mayoría de los turistas viene al contacto puro. A tocarse mucho y muy fuerte.
El gobierno francés ya ha levantado casi todas las restricciones de apertura de locales. El virus está controlado y la gente puede venir de vacaciones a Cap d’Agde, aunque las discotecas (el epicentro de la fiesta sexual) siguen cerradas. ¿Cómo será la nueva normalidad en un micromundo tan específico? ¿Serán capaces de montarse orgías sin tocarse? ¿Habrá lubricantes hidroalcohólicos, mascarillas genitales?
La respuesta es que no a todo. La villa naturista se ríe del covid-19 y de cualquier otro virus. Casi nadie lleva mascarilla, ni siquiera en los comercios. La gente se toca (mucho y muy fuerte) y lo de ‘profilaxis’ les suena a filosofo griego. En la playa sigue habiendo sexo masivo cada tarde y los comercios se han reinventado para suplir la ausneica de las discotecas (las únicas que siguen cerradas). Los swingers han colonizado los bares gays y los balnearios (que no se entiende que estén abiertos) han tomado el relevo como grandes picaderos. El ambiente ha decaído; se está echando en falta a los alemanes que faltan por el rebrote de Berlín. Pero el resto de turistas, franceses en su mayoría, siguen haciendo lo que siempre vinieron a hacer. Como dice el camarero francomexicano: “Coger como conejos, wey”.
Cap d’Agde, breve resumen
Hace ya 3 años de mi visita al Quartier du Bagnas, una especie de parque temático sexual en el municipio de Cap d’Agde, en el centro de la costa de Occitania. Pueden consultarlo aquí. Deberían hacer click; que es gratis y hay fotos graciosas. Pero si no tienen tiempo, un somero resumen: Cap d’Agde era un pueblo de pescadores que en los 50 atrajo a muchos nudistas galos y alemanes. La carne llama a la carne y a partir de ahí llegaron los swingers. Abrieron locales de intercambio de parejas y luego hoteles. Se estableció el naturismo como forma de vida y el sexo como principal ingreso.
Ahora es, junto a Maspalomas (Gran Canaria) el municipio con más clubes swingers por habitante de Europa, tal vez del planeta, una de las mecas mundiales del turismo sexual. El pueblo está lleno de tiendas de lencería, juguetes eróticos y salas X. Hasta el dulce típico del pueblo es un pene blanco y rosa hecho de merengue. Ir desnudo es una indumentaria aceptada en cualquiera de las tiendas, hasta en las farmacias; recomendable incluso, si se quiere pasar desapercibido. Es uno de los pocos sitios del mundo donde ir vestido te tiende a convertir en el centro de atención.
En la playa, dividida en tres zonas (familiar, swingers y gays), las escenas de sexo en grupo son ‘un día más en la oficina’. Especialmente en la zona swinger. Se dan cada tarde de forma espontanea en la arena o en el agua, lo que congrega en torno a los que lo practican grandes melés humanas de mirones. Y por la noche, las discotecas tienen camas, cuartos oscuros y mazmorras, que es donde se montan los tacos para las parejas (y suele ser la trampa para los que van solos). ¿Cómo le estará yendo a esa gente, tan de contacto ellos, ahora con la pandemia?
Regreso al pueblo
En Cap d’Agde hay que pagar. Mucho. Eso no ha cambiado, incluso ha ido a peor. Se paga hasta por entrar y los precios han subido desde la última visita de hace 3 años. El pase diario de 15 euros ahora vale 20. El bono de 3 días de 45 ya cuesta 50. El turista sexual de intercambio suele tener una posición económica bastante desahogada. Y en Cap d’Agde hay mucho dinero. No se suele ver aparcado un MClaren en muchos sitios. La mayoría son germanos, holandeses o escandinavos, pensionistas en muchos casos. Porque eso tampoco no ha cambiado: Cap d’Agde sigue siendo el Disneyland del pellejo; la media de edad no baja de los 50 y no es difícil encontrar a turistas octogenarios o aún mayores.
El ticket se compra en la oficina de turismo de la entrada, donde la gente guarda poca distancia en la cola. Si no la van a guardar después en la orgía, no vale la pena hacer ir de digno al llegar. Nadie lleva mascarilla, pero nadie la reclama. En la puerta hay un bote de gel y un operario sin mascarilla que señala con su dedo que ahí está el gel. Y hasta ahí, el protocolo de seguridad anticovid de Cap d’Agde.
El ambiente general sí que se percibe más desangelado. La gente sigue yendo desnuda por la calle, por los bares y las tiendas. Pero hay menos turistas. Se estima que el 50% son extranjeros. Y más allá de las reticencias de muchos a viajar fuera de sus países, por precaución, lo que de verdad pasa en Cap d’Agde es que faltan alemanes. Cada año son mayoría, pero el rebrote del virus en el norte del país ha dejado en 2020 a muchos confinados allí, sin poder disfrutar de sus vacaciones, contratadas a menudo desde el año anterior.
Muchos apartamentos vacíos, muchos carteles de “À louer” (se alquila) en los balcones. Muchas persianas de comercios bajadas. Los alemanes son esenciales. En Cap d’Agde el idioma oficial es el francés, pero es más probable que un camarero entienda mejor el alemán que el inglés. (De ingles poco; cuando le tiren el tópico de que en Francia se habla más y mejor inglés que en España, pónganlo en duda). Para demostrar esta importancia del alemán, haga la prueba usted mismo: la primera parada sexual del pueblo es la playa “Bahía Cochinos” (como la de Cuba). La búsqueda en Google de “Baie cochons cap d’agde” da el resultado en los dos idiomas: La Baie des Cochons -Schweinchenstrand. Tal vez sea el lugar del mundo donde menos se le teme al covid.
Regreso a “Bahía Cochinos”
La playa está más vacía que hace tres años, pero sus gentes lucen igual de finas. El nudismo de Cap d’Agde (que no tiene nada que ver al naturismo de otros lugares como por ejemplo Vera, Almería, mucho más familiar) también tiene su etiqueta. Por las connotaciones sexuales. Si hay que taparse porque refresca, se hace por ejemplo con lencería de rejilla. Los ligueros de látex son un complemento muy recurrido, que también tiene su historia llamarle complemento cuando en realidad es la única pieza de ropa. Entre los hombres abundan los anillos metálicos en la base del pene. Algunos muy elaborados, con inserciones de piedras preciosas y todo. Que viendo la de pasta que hay en Cap d’Agde, igual lleva ese hombre en torno a su miembro diamantes como para pagar mi hipoteca. La mayoría son más modestos, lisos. Y más de uno se lo improvisa atándose una cuerda, como quien se agarra una cola. Técnicamente es eso, agarrarse una cola.
Luego, un susto. Una mujer, que sin duda los 50 los cumplió hace varias temporadas, se mete en el agua. Una playa fantástica, eso sí, limpia y de las que se puede caminar mucho rato. Ella echa a andar y yo algo me perdí en ese momento, seguro. Me despisté mirando al del carrito de los helados, porque quería ver si seguían vendiendo los polos de marca Pistolero (como así es). Fueron segundos, pero algo me pierdo porque yo a esa mujer no la veo más y lo que sí veo en su lugar es a 17 u 18 tíos haciendo un corro. “Se estará ahogando”, pensé. Y sí, tal vez se estaba ahogando.
Cuando se cansó de repartir felaciones, saludó y se largó todo sonrisas. La despidieron con un cántico francés, de “allez, allez”, que parecían festejar el Mundial del 98, y se disolvió la melé. Sin miedo ninguno al covid. En España nos hemos llegado a plantear incluso lo de instalar mamparas en la playa. Vamos a preguntarle a estos.
La playa ahora tiene sus riesgos. Hace buen tiempo, el agua está limpia y caliente, lo que atrae muchas medusas. Que una medusa fastidia siempre, pero en una playa nudista da más miedo, también pueden hacer la prueba. Y otro riesgo es tirar fotos para el reportaje, que como hay menos gente, es mucho más difícil pasar desapercibido. Está terminantemente prohibido y hace tres años casi linchan a un belga por lo mismo. Yo voy tirando con el móvil como buenamente puedo, a escondidas y fingiendo estar haciendo audios o similar. Pero esta vez sí que me pillan. Un francés con bigote que se me encara diciéndome “dont film me, you are fool” (No me grabes, eres tonto). Para eso sí saben inglés. No va a más, pero lo mejor en ese momento es largarse de ahí por lo que pueda pasar. Ducharse y mirar a ver cómo funciona la noche sin discotecas de Cap d’Agde.
Regreso a la noche
Ceno en un restaurante en la playa, el camarero francés que habla en mexicano me sirve una ensalada de 18 euros, lo más barato de la carta. Es muy caro Cap d’Agde, así que de postre me pido el sonido de las olas del mar y que me dé conversación, que mi lamentable nivel de francés tampoco ha cambiado en tres años. Que me cuente dónde se ha mudado la fiesta. Le Glamour, Tantra, Kamasutra. Discotecas temáticas sexuales, el gran reclamo de Cap d’Agde. Están todas cerradas. ¿Dónde va la gente ahora por la noche?
Dice que en todos lados, hasta por la calle, sobre todo los fines de semana, pero que ahora son los bares y restaurantes los que hacen un poco esa labor. Se reconvierten, algunos muy a fondo. Es el caso de Le Look, un bar gay que ahora ha sido tomado por decenas de heteros. No hay conflictos, salvo que le pillen a uno tirando fotos indiscretas. La ausencia total de peleas sigue siendo una constante. Eso sí, está hasta la bola y ni los camareros llevan mascarillas.
Pero si hay un espacio que ha tomado el relevo de las discotecas en lo del sexo es un balneario. No se entiende que las discotecas sigan cerradas y los spas abiertos. Mucho menos un spa así. Es una discoteca a escala. Una estructura parecida a la discoteca Le Glamour: un bar con barra americana, un montón de habitaciones con camas y cojines, cuartos oscuros… y al final una especie de piscina con una sauna y un baño turco. El balneario es una excusa. Y hay, como en las discotecas, una zona exclusiva para parejas, que es donde se montan las fiestas. Las zonas para “singles” acaban siendo un devenir de hombres solos dando paseos desnudos. Entrar a la disco costaba 50 euros a hombres singles. El balneario son 85. Una trampa cara para el que se piense que va a ir él solo a Cap d’Agde a hincharse a pillar.
¿Y el covid?
No hay distancia de seguridad y sí mucho contacto. Las mascarillas brillan por su ausencia y se vive como el año pasado, sin coronavirus, aunque sin alemanes. La gente sigue tocándose, teniendo sexo, gente llegada de todos los lugares. La señora que se estaba ahogando y los del corro, todos en contacto. Nadie sabe quién es quién ni a quién ha tocado. ¿Es una bomba de relojería Cap d’Agde? Pues, a priori, no. O eso creen ellos. En la oficina de turismo de la entrada se pagan 50 euros y se registra el DNI. Nadie pasa sin estar fichado. Por eso, creen los comerciantes, sería más sencilla la trazabilidad que en cualquier otro sitio.
De momento no hay cifras que les digan lo contrario: la región de Occitania no ha sido, ni de largo, de las más afectadas de Francia por el covid-19. El problema está en París y en el Gran Este, la parte de Estrasburgo. Pero por Occitania, y concretamente Cap d’Agde, pasa de largo. A pesar de estar a medio camino entre España e Italia, los dos países más castigados a principios de la pandemia, no hay noticias del covid por la zona. Y así llevan desde mayo. Será que al bicho no le gusta el calor y se funde en ese pueblo. Aunque si llega, tampoco le van a prestar demasiada atención, porque allí están para otras cosas. Como decía un turista en un bar: “Si le virus va nos tuer, laissez-nous bassier”. Que si el virus nos va a matar, dejadnos f...
Porque les da igual. ¿Están loco estos galos o no?