Conmoción en Mallorca por la inesperada muerte de Magdalena, la primera bombera de España
En 1981 se convirtió en bombera del cuerpo de la isla balear tras superar las oposiciones frente a 300 candidatos, entre los que sólo había 4 mujeres.
10 octubre, 2020 02:38Noticias relacionadas
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En 1981, España aprobó una modificación del Código Civil que permitía a las mujeres trabajar (fuera de casa) sin el permiso de sus padres o maridos y administrar su propio dinero. Señoras, ya pueden ustedes abrir una cuenta bancaria. Se necesitaba autorización del padre o tutor hasta ese momento. Ese mismo año, mientras la mujer española, en general, dejaba de ser considerada menor ante la ley, una mujer con nombres y apellidos se convertía de pleno derecho en la primera bombera de España. Y de Europa. Con 18 años, Magdalena Rigo Lliteras estaba en forma, le gustaba la aventura y había decidido que podía “hacer lo que quisiera”. Y lo que quería era desempeñar una labor humanitaria. Lo ha hecho hasta el final de sus días.
Primero pensó en presentarse a las oposiciones a Policía Local, pero no le seducía poner multas y regular el tráfico. Le atraía más la labor humanitaria de los bomberos que además le garantizaban más aventura. En casa, aunque se sorprendieron un poco, no le pusieron pegas.
Llegaron las pruebas. Casi 300 candidatos para 24 plazas. En la lista inicial de aspirantes había cuatro mujeres, pero finalmente solo Magdalena se presentó. Pasó tres pruebas —físicas, un test psicotécnico y un examen cultural— y en febrero de 1981 se convirtió en bombera del cuerpo de Palma de Mallorca. Desde ahí, estuvo 25 años en activo, prácticamente 20 como única mujer. Un accidente con un camión junto a su retén en 2003, cuando acudían a un incendio, acabó con su prejubilación en el cuerpo.
“Fue durísimo”, recordaba ella en una entrevista con el Diario de Mallorca. Este miércoles, falleció de un derrame cerebral, tiñiendo de luto el cuerpo de bomberos al que había seguido muy vinculada. Activa y activista —formaba parte de varias asociaciones, colaboraba con Bomberos sin Fronteras—, vivaracha y dinámica, las voces de sus compañeros se muestran rotas al hablar de ella.
En Son Servera, la localidad en la que vivía, hay luto estos días. Magdalena y su marido son muy queridos en el pueblo. Y muy activos. Tenían una galería de arte que hacía las veces de centro cultural: Can Dinsky. Desde allí ayudaban a gente necesitada. Y se volcaban con la zona. Estaba muy comprometida con el pueblo y sobre todo con el puerto de pescadores de Cala Bona. Fue una de las impulsoras de la recuperación del tren a Palma, en una lucha que aún continúa. Tocaba el violín en la escuela de música del pueblo. Y recientemente se había comprado una barca y le encantaba salir a navegar con su pareja, sobre todo rumbo Menorca.
"Muy testaruda"
La suya es la historia de una valiente que entró a formar parte de un cuerpo de élite que apaga fuegos externos y necesitó coraje para apagar los internos. España, años 80. “Había quien no acababa de entenderlo”, señalaba ella, en referencia a algunos compañeros. ¿Comentarios machistas? Claro. “Aquello era un coto de hombres al principio: tenía que hacer la comida, limpiar la mesa y los baños”, relataba. Pero, ahí estaba Rigo. Conquistando terreno.
“Fue al principio, con el paso del tiempo las cosas fueron cambiando”. Tenía claro que le gustaba lo que hacía y, aunque le enfadaban los comentarios, tuvo muy claro que nunca lo dejaría: “Sería como rendierse y aceptar que las mujeres no servíamos para aquello”. Y ella, decía de sí misma, “era muy testaruda”. Dan fe sus compañeros al otro lado del teléfono. Los que aún no se creen que se haya ido. Su repentina marcha no ha permitido por ejemplo, que tuviera su gran homenaje en vida.
En 2014, el entonces alcalde de Palma, Mateo Isern, durante la fiesta de los Bomberos, en la que se entregan insignias y reconocimientos, dedicó unas palabras a las bomberas, y en especial a ella. Aunque si hablamos de alcaldes de Palma, otro tuvo más que ver en su carrera: en 1978, otro alcalde, Ramón Aguiló, fue quien tomó la decisión de abrir las oposiciones de bomberos las mujeres en 1978. Tres años antes incluso de que el Gobierno central las considerara independientes.
Magdalena Rigo, tenía entonces 18 años. “Había terminado de estudiar y veníamos de una crisis, la del 75, que había sido muy dura”, contestó Rigo a la pregunta de por qué esa decisión. Explicaba que se valoraba en aquellos años lo de tener un puesto de funcionario, pero ella tenía “metido el gusano de la aventura”. Jamás, aseguraba, “hubiera podido ser administrativo”. Y así, se presentó a bombera.
No fue fácil para una mujer ni la oposición. Era la primera ya desde los exámenes. La más dura, la parte física, que tuvo que prepararse ella sola durante medio año. Aprobó. Comenzó así un doble aprendizaje. “Para mí había dos factores, uno fue aprender la profesión día a día, año a año”. La otra, la integración en un mundo de hombres. Al principio se fijaban en ella más que en sus compañeros. La presión sobre la mujer: “No podías fallar nunca”, en sus propias palabras. La misma lucha que tantas y tantas otras pioneras. Ella decía que una vez conocidas las dificultades quería superarlas todas. Y quería que su ejemplo sirviera para que más mujeres se convirtieran en bomberas.
La Muralla de Palma
Rigo supo desde el principio que se había convertido en la primera bombera de España. Se enteraría por la televisión de que había sido la primera también de Europa. El programa se llama Mira per on! y la parte de Magdalena Rigo entró el año pasado en el examen para obtener el B1 de catalán del Govern balear.
Su primer incendio fue en la zona de la Muralla de Palma. Todavía no era oficialmente bombera. Estaba en fase de cursillos, en la etapa de la academia, pero cuando avisaron del servicio, ella y otro compañero de su promoción pidieron permiso para ir y les autorizaron. Después vendrían muchas salidas más. Las más duras, los siniestros con víctimas mortales. Le dolían especialmente cuando había gente joven o niños.
Entro los episodios más anecdóticos de su carrera, cuando tuvo que salvar a unos ancianos de una enorme rata que se les había colado en el salón. Y si este miércoles llevaba el día, en servicio, ella misma había llegado a ver de cerca su final. Fue en un incendio en un sótano, cuando le falló el equipo de respiración. La puerta era eléctrica y estaba atascada: estaba dentro junto a otros tres compañeros y pensaron que no lo contaban. “Gracias a la pericia y rapidez de los compañeros que estaban fuera logramos salir”.
Aún así, el peor momento de su carrera fue un fatídico 3 de enero de 2003. Ese día, el retén había salido de la base del Polígono Industrial de Son Castelló, el principal de Palma, para sofocar las llamas de una caseta del mercadillo de Navidad en la Plaza Mayor de la capital. El camión de bomberos chocó con otro vehículo. Así lo recordaba ella misma en la entrevista que dio al periodista Biel Capó del Diario de Mallorca: “Nosotros íbamos llenos de toneladas de agua y ya algo lanzados, así que al colisionar volcamos y yo quedé con una pierna atrapada bajo el camión, con una herida de gravedad que me impidió seguir desempeñando mi profesión en el futuro”.
Sus compañeros también recuerdan con pavor el episodio. No logró recuperarse y se prejubiló unos años después. No le dio tiempo, por ejemplo, a compartir más tiempo con las dos bomberas que siguieron sus pasos. La siguiente llegó en 1998: Guadalupe Gelabert. Y después Ruth Planells, en 2006.
Pero los bomberos nunca dejaron de ser su familia. Su pareja, Pep, también lo es. Dedicada a la montaña, practicaba la escalada, y al campo, junto a él ha desarrollado su vena más artísitica y también la más solidaria. Ambos forman parte de la asociación Sa Grua Blava, de Son Servera, con sede en la citada galería de arte Can Dinsky.
En 2008, la pareja viajó a Gambia, inicialmente con un plan turístico y artístico, para contactar con pintores, buscar algún tipo de intercambios… Lo contaba en la revista local, Cala Millor 7. Pero al llegar al país africano vieron que allí había otras necesidades. Involucraron a Son Servera, a amigos y conocidos, y junto a Bomberos sin Fronteras, consiguieron enviar dos ambulancias al año siguiente.
Rigo sabía bien la importancia de esa asistencia médica. De sus tiempos de bombera recordaba siempre lo importante que era que llegaran esas ambulancias. “Era la número uno” a la hora de afrontar los accidentes de tráfico, recuerda estos días uno de sus compañeros bomberos, que la define como “una campeona, de las de tirar para adelante”. Lo hizo toda su vida. Con vocación de servicio: “Un bombero es un solucionador de problemas”, decía ella misma. En su caso, además de incendios y otros siniestros, de esos escollos a los que tiene que enfrentarse la mujer.
¿Su lección? La voluntad: “No creo que la de bombero sea una profesión dura para la mujer, considero que cualquier puede adaptarse a la tarea si de verdad se lo propone”. Ella se lo propuso y lo logró.