En el taller de Pepe, de oficio orfebre y de apellido Delgado López, hace ya tiempo que no hay la alegría de antaño. Desde fuera, amplificado por la estrechez del corralón en el que tiene su factoría desde hace 36 años, se oye el recurrente sonido del martillo moldeando el metal. Es un toque seco y rotundo que suena a duelo. De lo lejos, dada la cercanía con el conservatorio superior de música de Sevilla, viene también el sonido grave de lo que parece ser un órgano. Algo funesto. También llueve. Y los periodistas entran a ver a Pepe como si fuesen a dar el pésame. Ojú.
Un día cualquiera de un enero cualquiera, de una Semana Santa cualquiera, el taller de los hermanos Delgado López —Ángel, Pepe y Francisco— debería estar echando humo. No literalmente. La cercanía con la inminente Cuaresma y, cuarenta días más tarde, con la Semana Santa, habría obligado a los seis trabajadores de esta familia de orfebres a trabajar a revientacalderas. Este año hay dos menos en la plantilla, y las prisas son relativas para acabar el respiradero que antes de la pandemia le encargó una hermandad de Ubrique, Cádiz. Después, la nada. Brazos cruzados; y también los dedos para que todo cambie.
Como en el taller de los Delgado López, la dinámica es similar en el resto de talleres del arte sacro sevillano, referencia del arte litúrgico en España y el resto del mundo. Jamás se había vivido una racha tan mala como la que arrastra desde que el año pasado la Covid-19 obligara a suspender las procesiones de Semana Santa.
Sin las cofradías en la calle, y sin los —alrededor de— cuatro millones de euros que el alquiler de las sillas de la carrera oficial reparte entre las hermandades, apenas hay trabajo que repartirse entre bordadores, doradores, orfebres, tallistas, escultores, imagineros, cereros, floristas y un largo etcétera que come de la Semana Santa. Este año tampoco habrá procesiones, y el sector se persigna. Muchos se encomiendan ya a sus sagradas imágenes para evitar que un tercer año en blanco no se convierta en la lanza de Longino que se lleve por delante la vida del arte sacro.
“Hacemos obras de arte”
“No hacemos pan, hacemos obras de arte; y el arte se paga con la última moneda que queda en el cajón”, razona resignado Pepe Delgado, uno de los orfebres más veteranos de Sevilla. A sus 62 años, sabe que su taller de orfebrería goza de una posición privilegiada: ha firmado un buen número de obras de alto calado en el mundo cofrade; pero ni siquiera ese reconocimiento le sirve de salvoconducto. “Tengo la esperanza en que sobreviviremos”, confiesa. Pero la duda está ahí.
El precedente más cercano se remonta a la crisis del año 2008. Sin encargos, los tres hermanos se miraron mano sobre mano sin saber qué hacer. Jamás lo ha pasado peor. “Y ya parecía que nos estábamos recuperando y ahora, esto”, lamenta. “Tengo la esperanza de que vamos a resistir —insiste—; pero habrá otros talleres que se queden en el camino”.
La Semana Santa de Sevilla es más que fe o folclore: deja en la ciudad anualmente más de 400 millones de euros por nueve de inversión por parte del Ayuntamiento. Y no solo los gremios del arte sacro se benefician de esa inyección económica que se reparte entre restaurantes, hoteles y demás negocios.
Sus protagonistas, las 71 hermandades que hacen estación de penitencia de Viernes de Dolores a Domingo de Resurrección, mueven la economía local. Estas a su vez se sostienen económicamente a través de las cuotas de los hermanos, de los actos —tómbolas, cruces de mayo y una retahíla de eventos— que estás organizan y del dinero que reciben por parte del Consejo General de Hermandades y Cofradías, unos cuatro millones que se reparten por el alquiler de las 40.000 sillas para ver pasar las procesiones por la carrera oficial. Los precios oscilan entre los 88 euros de una silla en la plaza Virgen de los Reyes a los 989 euros por los palcos de la plaza de San Francisco.
¿Arte o caridad?
El coronavirus no solo se ha llevado por delante las procesiones de Semana Santa, también ha impedido que las hermandades organicen eventos con los que recaudar dinero. Hay incluso algunas que han eximido a los hermanos a abonar sus cuotas, conscientes de que muchos de ellos están pasando por apuros económicos. El embudo de los ingresos se ha hecho más estrecho, y más ancha la parte que las corporaciones dedican a la bolsa de caridad.
Todas sin exclusión están volcándose con los afectados por la pandemia. Hay hermandades, como el Gran Poder, que están desplegando toda suerte de ayudas en Los Pajaritos —el barrio más pobre de España, según el estudio Urban Autid—, La Candelaria y Amate, zonas a las que la imagen tallada por Juan de Mesa visitaría en 2020 en una misión tildada de histórica en Sevilla. El coronavirus ha retrasado un año ese traslado, pero la hermandad ya está en el barrio socorriendo a quien lo necesita.
“El arte sacro va de la mano de las hermandades —razona el orfebre Pepe Delgado—; de la misma manera que nosotros necesitamos de las hermandades, ellas también necesitan de nosotros. Y tienen la responsabilidad de darnos trabajo para que estos oficios no caigan en la extinción. Queremos trabajo, no beneficiarnos de las bolsas de la caridad de las hermandades”.
“También sucede que, además de no tener el dinero, tampoco es el momento de hacer ostentación. Y se junta el hambre con las ganas de comer”, sigue el orfebre. “Si no tienes dinero para hacerle una corona nueva a la virgen, pues que saque la antigua. Ya se le hará. No es algo necesario”, argumenta.
Y zanja con un optimismo a medio gas: “Si somos capaces de aguantar este año, saldremos reforzados, pero antes tenemos que aguantar”.
Aguantar es la palabra que más se repite en los talleres. Y para resistir el envite del virus, medio centenar de artesanos se han unido en la Asociación Gremial de Arte Sacro de Sevilla. Su presidente, el bordador Francisco Carrera Iglesias, Paquili, reclama a los gobiernos local, regional y central que dediquen ayudas específicas para estos oficios que dependen de forma directa de la Semana Santa.
“El virus ha sido un hachazo para nosotros —describe el presidente—; un año sin Semana Santa puede ser relativamente asumible porque muchos arrastrábamos contratos, pero un segundo año es una ruina”.
—¿Qué ocurrirá si hubiese una tercera Semana Santa en blanco?
—Que desaparecerían muchos talleres, porque ya hay artesanos que están teniendo grandes problemas. Despidos y demás. Y no solo es un problema económico, también patrimonial. Porque estamos manteniendo una labor artística centenaria, y que no tiene cobertura. Y si desaparecemos, ¿quién se encargará de enseñar a las siguientes generaciones? Esto no se aprende en una escuela.
Después de sus conversaciones con los artesanos, la asociación estima que las pérdidas en el sector van más allá del 50% de la facturación. En su caso, ha rescatado del ERTE a toda su plantilla para seguir con el encargo del palio de la Macarena de Madrid. Y en su taller tiene los faldones del Cachorro y un par de sallas que las hermandades todavía no han recogido.
Las ayudas no llegan
Se queja la asociación de que las ayudas que ha anunciado tanto la Junta de Andalucía como el Ayuntamiento de Sevilla no llegan a los oficios del arte sacro. Sin un epígrafe concreto en la Clasificación Nacional de Actividades Económicas (CNAE) que haga referencia a este arte enfocado a la liturgia, las subvenciones que se convocan son copadas por otros artesanos que no dependen de la Semana Santa.
“Los orfebres, por ejemplo, están muchos dentro del sector de la metalurgia; los bordadores, en el sector textil”, apostilla Paquili, que está en conversaciones con el Gobierno de Sánchez para revertir esa situación.
Mientras, la ayuda que la Junta de Andalucía ha anunciado para el arte sacro esquiva los talleres de aquellos que no están titulados en Bellas Artes y no están especializados en Restauración. La inmensa mayoría del sector. “No somos licenciados, hemos aprendido un oficio que se aprende en un taller. No hay titulación que reconozca nuestra labor”, se queja el bordador.
De otra ayuda, la del millón de euros anunciado por el alcalde de Sevilla, el socialista Juan Espadas, tampoco pueden beneficiarse una gran parte de los artesanos ya que solo se subvencionan consumibles y no inversión en patrimonio. El Ayuntamiento ha explicado que, a través del Consejo de Hermandades, repartirá a las corporaciones una partida que cubra gastos de cera, flores, música o medidas de seguridad para el coronavirus. Con esta medida se pretende, más allá de dar alas al sector del arte sacro, incentivar a las hermandades para que organicen cultos, actos y demás programación religiosa en el interior de las iglesias que atraiga a turistas interesados en el mundo cofrade.
Antonio López, de la familia que regenta la antigua cerería del Salvador desde el año 1845, sí podrá beneficiarse de la ayuda anunciada por el Ayuntamiento. Pero ese millón de euros sabe a poco a quienes como él han visto desaparecer de un plumazo la facturación de la Semana Santa, el 70% del total. Actualmente su empresa, una de las tres que más cera vende de España, está en ERTE temporal, con la plantilla a media jornada y los almacenes llenos de género.
“Nuestro negocio ha sido estable, pero ahora tememos por la continuidad”, asegura López. “No hay precedentes de un año tan malo como la del año pasado —asegura—; o este segundo año, que para más inri arrastra la herencia de la mala Semana Santa del año anterior”.
Y tiene un problema añadido: la mercancía que fabrica se deteriora si no se conserva adecuadamente. El calor es su enemigo natural, y los inclementes veranos de Sevilla ha obligado a esta empresa familiar a hacer una importante inversión en adaptar sus instalaciones para almacenar el género. Otros años, lo fabricado se vendía; este año no.
—¿Y habéis pensado en reenfocar vuestro negocio?
—La Semana Santa no tiene un sustitutivo. Nos podemos reinventar hasta cierto punto. En nuestro caso, el sector natural sería el de la decoración, pero exige una inversión que ahora mismo no podemos hacer.
El Arzobispado de Sevilla ha sido el primero en anunciar la suspensión de las procesiones por la Semana Santa, y su decisión marcará la tendencia a nivel nacional. En paralelo, se están buscando alternativas que den un respiro a las hermandades y a los artesanos. “Se escuchan muchas propuestas: desde montar pasos en las iglesias a exposiciones del patrimonio de las hermandades”, relata el cerero. Sopesa López tímidamente que “eso ayudaría a salvar los números”. Pero en la resaca de las navidades, con los mantecados de coco y los turrones de cacahuete todavía sobreviviendo —Dios sabe hasta cuándo— en las alacenas, nadie sabe qué pasará.
“¿Cuándo llegará la normalidad?”
Hay en Sevilla lugares en los que siempre es Semana Santa. Sin importar lo que dicte el calendario. Y hasta allí peregrinan quienes tienen mono de incienso. Allí no falta una marcha cofrade, una corneta. O un tertuliano con el que pegar la hebra. Ese lugar es el taller de un imaginero. Al son de la gubia, se debaten todo tipo de cuestiones, y también ahí se habla de aguantar a que pase el chaparrón; y no precisamente del agua que tanto temen los cofrades.
Fernando Aguado es con 41 años uno de los escultores más prolíficos de la Semana Santa de Sevilla. Discípulo de Juan Manuel Miñarro, tiene repartidas obras por muchas hermandades, también de fuera de Sevilla, de Andalucía y de España. “No llevo la cuenta, pero ya he superado el centenar”, sentencia.
Empezó a estudiar Derecho porque tenía la convicción de que del arte sacro no comería jamás, pero cambió su rumbo para convertirse en lo que siempre quiso ser. Estudiando Bellas Artes, en segundo curso, firmó su primer gran obra: un cristo para Sevilla, el de la Caridad de la hermandad de San José Obrero. El día que EL ESPAÑOL llega a su taller, salen de su casa dos nuevas tallas con destino a Chiclana, Cádiz: un soldado romano y un Poncio Pilato. En cartera tiene el encargo de una virgen de Guadalupe para México.
—¿Sevilla es una ciudad propicia para este tipo de oficios?
—Siempre ha sido la cuna del arte sacro en torno a la Semana Santa. Las grandes cosas siempre se hicieron aquí. Hoy día, con Internet, se ha deslocalizado. Subo una foto a Twitter y rápidamente consigo miles de interacciones. Una barbaridad. La trascendencia está en las redes. Y eso hace que nos lleguen encargos de otras partes del mundo. Como la República Checa.
—¿Y hay cierto miedo en el sector?
—Claro que hay miedo. Ayer mismo me enteré de que cerraba el taller de un dorador de Dos Hermanas. Y eso te pone los pelos de punta, porque no sabes cuándo te puede tocar a ti.
Aguado ha aguantado un año tirando de sus ahorros, sin ingresos y dando salida a los encargos que ya tenía. Solo se ha podido beneficiar de una ayuda, la que la Junta de Andalucía ha destinado a los autónomos: mil euros. Ha seguido pagando sus seguros sociales y los de su hermana, a quien emplea. Su caso es mejor que el de sus compañeros, tiene todo el año copado con encargos. Dos nuevos en la última semana.
Pero la duda sobrevuela sus conversaciones con aquellos que acuden a su taller para saciar el hambre de procesiones: “¿Qué ocurrirá cuando vuelva la normalidad? ¿Seguirán dispuestos los músicos? ¿La gente tendrá el mismo empuje? Quiero pensar que a quienes nos gusta esto de verdad estamos locos por que vuelva, pero ¿costará que llegue esa nueva normalidad a la Semana Santa?”.