Medio país se encuentra disfrutando del puente del Día del Padre. En cada casa y familia hay una historia diferente, una relación padre e hijo distinta. Pero en España solo hay una en la que, además, los dos son Reyes.
Es probable que Felipe VI piense que tiene poco que celebrar con un padre a más de 8.000 kilómetros de distancia y con el que apenas se habla. Sus sentimientos hacia su progenitor han pasado de la admiración al distanciamiento en un periodo tan corto como los años de su reinado, que todavía no llegan a siete.
El 19 de junio de 2014, desde la tribuna del Congreso de los Diputados, el Rey, que estaba siendo proclamado en ese preciso momento hablaba con palabras de cariño y agradecimiento sobre el que acababa de abdicar: "Ante sus Señorías y ante todos los españoles -también con una gran emoción- quiero rendir un homenaje de gratitud y respeto hacia mi padre, el Rey Juan Carlos I. Un reinado excepcional pasa hoy a formar parte de nuestra historia con un legado político extraordinario. Hace casi 40 años, desde esta tribuna, mi padre manifestó que quería ser Rey de todos los españoles. Y lo ha sido. Apeló a los valores defendidos por mi abuelo, el Conde Barcelona, y nos convocó a un gran proyecto de concordia nacional que ha dado lugar a los mejores años de nuestra historia contemporánea".
Seis años después, el 15 de marzo del 2020, firmaba un comunicado ese mismo hijo orgulloso en el que renunciaba hasta a algo que ni la ley permite hacer si no es de forma expresa: la herencia. El actual monarca le retiraba hasta la asignación a su padre que como el resto de los españoles se encontraba viviendo confinado, en Zarzuela, a pocos metros del despacho donde su vástago firmaba su repudio.
Los dos Reyes, el actual y el Emérito, no se hablan. Para qué utilizar circunloquios. La última vez que lo hicieron fue a finales del mes de julio, cuando entre los dos decidieron, en una sala de reuniones de la planta baja del palacio situado en El Pardo, que la mejor solución para salvar la dañada imagen de la Corona era el exilio forzado de Juan Carlos I a Abu Dabi, donde reside desde el 3 de agosto. El actual Monarca sabe de su padre, ya que se entera por terceros de sus problemas de salud y de su deseo desesperado por volver a pisar suelo español. Pero como hizo con su cuñado, Iñaki Urdangarín, y con su hermana, la infanta Cristina, ha decidido por el bien del futuro de su familia establecer un cordón sanitario entre ambos.
Quienes aseguran que la historia suele ser cíclica y que siempre se repite, aciertan con la dinastía de los Borbón. La situación entre Juan Carlos y Felipe VI se parece a la que vivió el Emérito con su progenitor don Juan. La elección de Franco por 'Juanito' (como le llamaban todos) para designarlo heredero, pasando por encima de los derechos sucesorios de don Juan, creó un cisma familiar. El actual Emérito aceptó la decisión del dictador a pesar de ser consciente del dolor que iba a causar en su padre. "Ni estoy de acuerdo ni daré mi consentimiento nunca ni aceptaré jamás que puedas ser Rey de España sin el consentimiento de la Monarquía, sin pasar a través de la dinastía", le recriminó y anunció el Conde Barcelona a su hijo por medio de una carta.
Sin embargo, el peso de la situación terminó dejando caer la balanza a favor del Emérito. Don Juan renunció en 1977 a sus derechos en favor de su vástago. Cuando falleció en 1993, Juan Carlos decidió recompensarle de forma simbólica con un funeral con honores de Rey y depositando sus restos en el panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial con el nombre de Juan III, el que hubiera elegido el abuelo de Felipe VI si hubiera llegado a reinar. Una doble dignidad porque era el último sitio que quedaba para reyes.
Más de dos décadas después, una situación similar se ha vivido dentro de la Familia Borbón y Grecia. Otra vez un hijo sacrifica la relación con su padre para salvar la Corona. Felipe VI ha tenido que tomar la dolorosa decisión de marcar distancias con su progenitor tras los escándalos de las cuentas opacas en Suiza. Desde que en marzo enviara el comunicado repudiando a su padre, la avalancha de informaciones sobre los manejos económicos del anterior Jefe del Estado no han dejado de sucederse. Ya no es una cuestión familiar, sino institucional. Y así se lo ha tomado el Rey y todo su equipo. "Es que tiene que separarse del pasado por muy doloroso que resulte. La monarquía depende ahora mismo de las actuaciones de Felipe VI, que nadie pueda decir que el Rey actual es como su padre", cuenta una persona cercana a la familia.
El reloj como homenaje
Pero nadie puede olvidar que por mucha distancia, cordón sanitario, discursos de Navidad y frases condenatorias que haga, son y siguen siendo padre e hijo. Hay detalles que no se pueden controlar. No hace tanto que Felipe VI comentaba la actualidad en una comida en un acto que él lleva el reloj a la derecha, como un pequeño homenaje a Juan Carlos, ya que él tiene también esa costumbre. Un pequeño detalle que demuestra que la relación entre ambos era, hasta hace unos años, estrecha. "Por eso, en el plano personal, se siente muy triste. Se llevaban bien. Al 'Jefe' (como llaman a Juan Carlos los trabajadores de la Casa) siempre le ha gustado presumir de las conversaciones con su hijo y del tiempo que compartían. Algo que él añoraba no haber podido hacer con don Juan", añade la misma fuente.
Pero esas conversaciones y momentos terminaron mucho antes de que saltaran las cuentas opacas o Corina. Ni siquiera el Caso Noos en 2010 fue el culpable. La tensión paterno filial venía de atrás.
Cuando Felipe VI llegó a la adolescencia y comenzó a tener relaciones sentimentales, empezaron las peleas. Su primera novia, Isabel Sartorius, con la que el entonces príncipe salió en los años 1989 y 1990 no era del gusto de su padre, ya que era hija de divorciados. Al final, los dos adolescentes terminaron rompiendo por las presiones medioambientales.
Pero fue en el año 92 cuando se abrió la gran brecha entre padre e hijo. Felipe siempre ha estado más unido a su madre, un sentimiento que es recíproco, y sufrió mucho con las aventuras extramatrimoniales de su padre. Aquel año, el problema tuvo, por primera vez, nombre y apellido: Marta Gayá. Juan Carlos aseguraba estar tan enamorado de la mallorquina que llegó a plantearse pedir el divorcio de Sofía.
Idea que le quitaron de la cabeza su Jefe de la Casa por aquel entonces, Sabino Fernández Campos, y el presidente del Gobierno, Felipe González. Al Príncipe todo aquello le afectó mucho al principio y marcó una distancia con su padre que nunca volvió a acortarse. "Aprendió mucho de aquella historia. De lo que él no iba a querer a la hora de elegir una persona con la que casarse. Por eso para el Rey fue siempre importante casarse por amor y no por razones de Corona, estado o lo que fuera", puntualiza un amigo de Juan Carlos.
Eva Sannum
Cuando el actual Rey comenzó su noviazgo con Eva Sannum, una modelo noruega, y estaba decidido a casarse con ella, de nuevo se encontró con la oposición de su padre. En este caso, además de ser hija de divorciados, tenía escasa formación académica y una carrera como modelo que podría ser considerada como escandalosa. Todo el equipo del entonces Jefe del Estado la descartó como candidata a princesa y Felipe, como hijo y como heredero, tuvo que aceptar la decisión, rompiendo con la nórdica.
Pero, en 2003, el Príncipe dio un verdadero golpe de estado presentando a la periodista Letizia Ortiz como su futura esposa ante los Reyes, sin darles la alternativa a decir no otra vez a su elección. Aunque la actual Reina no le gustaba nada a su padre. Llegó a decir de ella que se iba a cargar la monarquía, lo que pasó es que tuvo que aceptarla ante la amenaza del heredero de dejarlo todo por amor.
La sombra de Eduardo VIII, tío de la Reina Sofía y que abandonó el trono de Inglaterra para poder casarse con la divorciada Wallis Simpson, planeó sobre Zarzuela demasiado baja.
Así que, finalmente, el 24 de mayo de 2004, una divorciada se convertía en Princesa de Asturias. Desde ese día, e incluso antes, el Emérito trató con desprecio a la ex presentadora del Telediario, cosa que su hijo nunca le ha perdonado. "Se lo hicieron pasar muy mal a la Reina cuando llegó a la familia. Puede que ellos se olviden, pero dudo que don Felipe les perdone", revela esta misma persona.
Pero lo que peor ha llevado siempre el actual Monarca con respecto a su padre es su costumbre de hablar a sus espaldas, desde que dejó de ser Jefe del Estado a través de terceras personas, entre ellas muchos periodistas a los que llama para comentarle lo que opina de los actos que se realizan en el nuevo reinado. Fue por amigos como Juan Carlos hizo saber que le había sentado muy mal que su hijo le quitase la presidencia de la Fundación Cotec para la Innovación, una creación suya, y también que hubiera desposeído a la reina Sofía de la presidencia de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción. Pero lo que ya colmó el vaso de la irritación de Juan Carlos I fue su exclusión, en junio de 2017, de la celebración en el Congreso de los Diputados del 40º aniversario de la Constitución de las Cortes.
Unos días antes del acto, Felipe VI le comunicó a su padre que, por razones de protocolo, solo podría asistir desde la tribuna de invitados. El Emérito, airado, le respondió: “No pienso estar en el gallinero”. Tras ver el acto por televisión, su enfado fue a más y así se lo comentó a su círculo de amigos: “Estaban hablando de mí como si me hubiera muerto. No tenían sitio para mí, pero habían invitado hasta a las nietas de la Pasionaria”.
El último intento por dar la impresión de una familia unida en medio de la tempestad fue precisamente el Domingo de Resurrección de 2018, pero el resultado fue justo el contrario, un enfrentamiento de las dos reinas ante las cámaras a la salida de la catedral, y una comida en Marivent después que terminó entre gritos de padre e hijo.
No son fáciles las decisiones que estos días tiene que tomar Felipe VI. Su padre, que espera ansioso el permiso para volver a Madrid, siempre será su padre. Pero este puente de San José, por desgracia, no tiene nada que celebrar con él, sino muy al contrario.
La historia cíclica de los Borbones se repite y el actual Rey se ha visto obligado a hacer lo que Juan Carlos I hizo en la Transición, 'eliminar' a su padre. El Conde de Barcelona entendió, con gran dolor, cual era su papel en aquella crisis institucional, que era en realidad familiar, y tras renunciar a su sueño de reinar, volvió al segundo plano que la Historia siempre le otorgó.
No se sabe si el emérito seguirá el ejemplo de su progenitor y sabrá aceptar el personaje que este verdadero drama al más puro estilo greco-romano le ha otorgado. Lo que es seguro es que las consecuencias de sus actos "incívicos" (como los bautizó Pedro Sánchez hace unas semanas) constituyen una pesada herencia para su hijo y para el futuro de la monarquía parlamentaria en este país. Y llegado a este punto más pesa la responsabilidad de la Corona sobre la cabeza del Rey que los sentimientos en el corazón del hijo.