“Yo, la verdad, es que entiendo el sentimiento de los compañeros. Han arriesgado su vida y muchos la han dejado ahí. Pero no ha sido en balde, ha valido para mucho”, relata, en conversación telefónica, uno de los 350 primeros militares españoles que aterrizaron en Kabul en 2002. “Esos 20 años de paz han dado la oportunidad a muchas mujeres a ir a la universidad, los servicios sanitarios han mejorado, hay carreteras... Hay una generación entera que ha crecido en libertad y lo han aprendido de nosotros. Va a tener un impacto positivo en el futuro del país. Eso seguro”, añade.
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Hay una imagen, casi enternecedora, que se repetía cada vez que en Afganistán se celebraban elecciones. Era habitual que los reporteros gráficos de los medios internacionales retrataran a burros, pastoreados por los pastún, con urnas colgando de sus lomos cruzando las montañas imposibles del territorio. Era una especie de símbolo de una democracia hambrienta y neonata. Era. España, en sus 19 años de presencia en el país asiático contribuyó a ello. No puso los burros, pero sí ayudó a poner las urnas.
Afganistán se está hundiendo estos días en la oscuridad de la que había logrado salir. Tras la retirada de las tropas occidentales -encabezada por Estados Unidos y seguida obligatoriamente por sus aliados- los talibanes han logrado hacerse con el control del país en una especie de blitzkrieg que culminó el pasado fin de semana con la toma de Kabul, la capital.
Para España nada de esto es ajeno. Desde que el Ejército se desplegó ahí en 2002 hasta que se retiró el pasado mes de mayo, ha gastado 3.500 millones de euros y ha dejado una factura de 102 muertos -96 militares, dos guardias civiles, dos policías nacionales y dos intérpretes-. EL ESPAÑOL ha hablado con los protagonistas de esta gesta, con los militares que se desplegaron y los que entrenaron a las tropas afganas, con miembros de la Policía Nacional y la Guardia Civil que también estuvieron ahí, con Miguel Ángel Moratinos -actual Alto Representante de la ONU para la Alianza de Civilizaciones y el ministro de Exteriores español que más tiempo ha estado en el cargo con Afganistán encima de la mesa- y, por supuesto, con los que aún siguen ahí.
“Nos están enviando correos para que estemos preparados. El problema es que parece que la entrada principal al aeropuerto está cerrada por los talibanes. Nos han contado que los americanos han abierto una puerta trasera pero, claro, hay miles de personas y a saber”, explica Massoud, un intérprete que trabajó todo ese tiempo con los españoles y que ahora aguarda en un hotel de Kabul, junto a su mujer y sus tres hijos, para intentar salir cuanto antes. “Me ha dicho un amigo que a veces los talibanes te dejan pasar. Que enseñas tus documentos y dices que te vas a ir y puedes entrar al aeropuerto”, añade.
—¿Te fías de eso? ¿No crees que puede ser una trampa para que os delatéis solos?
—Ha salido un vídeo en el que la gente se agarra a un avión por fuera para escapar y luego se ve como caen al vacío en pleno vuelo. ¿Lo has visto?
—Sí
—Así de desesperados estamos. Qué más da que me fie o no. No tenemos más opciones.
De llegar a adiestrar
Los primeros españoles en llegar a Afganistán lo hicieron a finales de enero de 2002. Enrique, nombre falso para preservar su identidad ya que sigue en activo, fue uno de esos 350 hombres y mujeres que llegaron los primeros, a bordo de tres aviones Hércules. “Se notaba perfectamente que había habido una guerra. Había aviones destrozados en la pista, boquetes a montones. Prácticamente tenías que hacer una gymkana para llegar al aparcamiento del avión, todo lleno de chatarra”, recuerda.
Enrique estuvo desplegado en el país asiático, con idas y venidas, entre 2002 y 2004. Lo que recuerda de la llegada, a pesar de que ya ha pasado tanto tiempo, es que no había nada preparado, que los soldados dormían en unos barracones llenos de ratas y que el pueblo afgano desconfiaba mucho de los militares, de todos en general, también de los españoles. Sin embargo, la labor de los españoles esos primeros años fue más tranquila debido a que estaban más para labores de cooperación que para entrar en combate directo con los talibanes.
“Los americanos llevaron a cabo la Operación Anaconda en la zona noroeste del país, donde había mucha presencia de talibanes y ahí sí que se liaron. Veías que llegaban los helicópteros estadounidenses con soldados heridos, a algunos les faltaban partes del cuerpo incluso, y aterrizaban en unas pistas que estaban llenas de cajas de munición para mandarlas al frente. Ahí vi la verdad de la guerra”, relata.
—Dijo el presidente estadounidense, Joe Biden, que lo único para lo que se estuvo en Afganistán era para frenar el terrorismo, no para construir país. ¿Tenían esa sensación los militares españoles?
—Eso es lo que Biden dice. La idea que teníamos todos los que estábamos ahí era lo que los americanos llaman ‘nation building’. Queríamos instalar unas bases democráticas. Cogíamos aviones y los cargamos de productos navideños. Construimos puentes, les dábamos protección mientras construían carreteras… Una de las labores más importantes fue la construcción de un hospital y nuestros médicos también aprendieron mucho. Es muy hipócrita por parte de Biden que diga eso.
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Emilio llegó a Afganistán algo más tarde, en 2012. En aquellos años, el conflicto aún seguía en su pura crudeza y su labor fue la de servir de enlace entre las tropas de la OTAN y el Afghan National Army (ANA, el Ejército afgano) así como entrenar a los militares locales. Lo que cuenta ahora sirve para entender por qué Afganistán entero ha caído tan rápido en manos de los talibanes sin encontrar prácticamente resistencia: los soldados afganos nunca llegaron a ser profesionales del todo.
“El pueblo afgano es un pueblo muy guerrero. La historia lo está demostrando, llevan a tiros desde la Unión Soviética. Aunque ellos tienen esa mentalidad de que son guerreros, se sentían bien con el uniforme y el fusil, pero luego eran muy desorganizados y descontrolados. Nunca llegaron a comportarse como un ejército adiestrado. ¡Si es que hasta se compraban los rangos!”, comenta Emilio.
A pesar de eso, la experiencia fue muy positiva y ambas partes congeniaron, aunque los afganos siempre miraron a los españoles como algo exótico. “Ellos iban vestidos de su padre y de su madre y nos veían a nosotros con los uniformes y las armas y decían ‘mira al tío este’”, cuenta Emilio. “Luego les veías en combate, los pobres, y en fin...”, añade.
“Sin embargo, en mis casi 30 años de servicio, ha sido la mayor y mejor experiencia que he tenido, el estar ayudando a esa gente. He aprendido yo también mucho de ellos y ahora se me rompe el corazón viendo la situación. No paro de pensar los traductores y en la gente que nos ayudó en la zona. Recuerdo que a los que trabajaban con nosotros los miraban diferente. No sé explicarlo, como diciendo ‘estás con ellos’. Y los pobres estaban acojonados. Eso, hace 10 años. Imagina ahora…”, reflexiona.
Los afganos ‘españoles’
Esa preocupación que tiene Emilio por la gente afgana que colaboró con los españoles es lo que está viviendo Massoud en sus propias carnes. Él empezó a trabajar como intérprete para la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid) en 2006 y ahí estuvo, en la base de Qala-i-Naw, hasta el 2013 en que cerró. Luego se fue a vivir a Herat y esta semana ha viajado hasta Kabul junto a su mujer y sus tres hijos. Su nombre es ficticio para proteger su identidad, así lo pide, mientras habla por teléfono en voz muy baja para que no le escuchen hablar en español.
“Encontré el trabajo por un amigo que estaba con la Aecid y me dijo que necesitaban a una persona”, cuenta, en un español bastante notable. “Yo era sastre, pero podía hablar inglés y me hice intérprete. Luego en la base ya aprendí español. Estaba contento en aquel tiempo, aunque cuando se fueron los españoles empecé a estar preocupado”, apuntala.
Su miedo es porque ha visto lo que va a venir. A sus 35 años, él conoce perfectamente lo que es vivir bajo el yugo talibán. “Cuando tenía ocho años, recuerdo, estaba en el bazar y vinieron los talibanes a decir que habían cogido a dos ladrones y que fuéramos al aeropuerto a mirar. Cuando fuimos, les cortaron una mano y un pie a cada uno. Luego, durante la guerra, veíamos que aquellos que no querían luchar o desertaban, los mataban y los colgaban en el bazar para que diera miedo a la gente”, añade.
“En 2010 los talibanes nos llamaban por teléfono constantemente. Nos decían que sabían que estábamos con los españoles, nos pedían dinero y nos decían que si no se lo dábamos nos iban a matar. A nosotros y a nuestra familia. Yo cambiaba de teléfono y al año lo volvían a encontrar y nos llamaban. Pero nunca nos hicieron nada”, relata, y cuenta que no sabe si ahora le van a hacer algo o no.
Para viajar de Herat a Kabul esta semana, Massoud borró todos los datos del teléfono, por si se lo revisaban, cogió lo justo y tuvo suerte, por así decirlo, porque en el mismo autobús que viajaba había cinco o seis talibanes. Esto les permitió que, cada vez que pasaban un punto de control, los otros talibanes no se pararan a revisarlo y registrarlo todo.
“Mi familia y yo estamos intentando ir a España desde 2014. Nos hicieron una entrevista en la Embajada aquel año y nunca nos volvieron a llamar. No fue hasta ahora. Uno de Aecid me llamó y me dijo que estaban preparando una lista y que no teníamos que preocuparnos. Estamos ahora esperando a ver”, comenta. En el momento en el que se escriben estas líneas, este viernes por la tarde, sigue ahí. Lleva una semana en el hotel de Kabul.
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Fawad habla con este periódico algo más nervioso, muy rápido y con las ideas mezcladas. Él también está en Kabul. “Por favor, lleve este mensaje al Ministerio o a quien corresponda. Nosotros estuvimos codo con codo con el Ejército español y no puede pasar la barbaridad que va a pasar. Nos están llamando los talibanes, ahora mismo, diciendo que nos van a matar. Yo me estoy volviendo loco porque no tengo qué hacer”, relata.
Con 34 años de edad, Fawad cuenta que empezó a trabajar con el Ejército español en 2007 y su labor se ha prolongado hasta 2014, en Herat. Cuenta que ha estado con todos, con los militares en operaciones y misiones, con el CNI en otras labores y con los ingenieros que habían ido a construir infraestructuras.
Él es el que contó a este diario que, el pasado miércoles, las autoridades españolas habían citado a varios colaboradores y que no habían podido entrar en el aeropuerto. “Los americanos cogían a sus intérpretes, los británicos también, y los turcos… pero a nosotros nos decían los talibanes que tenía que venir un español a recogernos, que si no, no podíamos pasar”, dice, desesperado.
Sabe eso porque se lo están contando sus amigos. Él aún no se atreve a salir del hotel porque hay tiroteos en la zona del aeropuerto que están provocando estampidas y teme por la seguridad de sus hijos. “No puedo ir a lo loco con las miles de personas que hay ahí. Por favor dile a las autoridades que tomen decisiones sobre los intérpretes. No nos pueden dejar así”, añade.
La conversación con Fawad se produce el miércoles a primera hora de la tarde. La madrugada de este viernes, el intérprete manda un mensaje de WhatsApp sencillo pero esperanzador: “Hola, amigo. Por fin hemos llegado al aeropuerto”. Ya respira tranquilo, se ha salvado, por eso el nombre suyo que figura en este reportaje, Fawad, es el real.
Sentimiento de fracaso colectivo
La misión española en Afganistán ha sido una de las más importantes en la historia reciente de España. Durante esos 19 años, el ministro de Exteriores que más tiempo ha estado como titular de la cartera coincidiendo con la presencia española en el país asiático ha sido Miguel Ángel Moratinos, que estuvo durante casi la totalidad del Gobierno liderado por José Luis Rodríguez Zapatero. “Aunque formamos parte de la coalición, nosotros siempre buscamos que nuestra presencia no fuera exclusivamente militar”, reconoce en conversación con EL ESPAÑOL.
“Se trató también de que la cooperación española estuviera presente para ayudar en el desarrollo económico y social del país. En aquel momento, Afganistán se encontraba en una situación muy atrasada y alejada de las pautas mínimas de dignidad económica y social”, añade el exministro, actual Alto Representante de la ONU para la Alianza de Civilizaciones.
Durante sus seis años de mandato, Moratinos visitó Afganistán en cinco ocasiones. Para los anales de la historia diplomática de España quedarán sus fotografías vestido con los ropajes tradicionales del país. La opinión que tiene ahora rebota en lo agridulce. Por un lado, el sentimiento de que se ha fracasado. Por otro, el de que España ha salido reforzada de ahí y que los 20 años de prosperidad que ha vivido el país no caerán en saco roto.
“Si alguna lección positiva tenemos que extraer yo diría que había un abismo, en cuestión de colaboración, entre los ministerios de Defensa, Exteriores y las Fuerzas Armadas. Antes, no querían trabajar juntos militares y cooperantes y empezaron a hacerlo a partir de Afganistán. También podemos sentirnos orgullosos del trabajo que hicimos en materia de educación, en el ámbito de la sanidad y de la producción agrícola”, comenta.
Y sin embargo… “El sentimiento que tenemos todos hoy es de fracaso colectivo. Negarlo es engañarnos a nosotros mismos. Nadie deseaba esto, el esfuerzo fue insuficiente. Pero hay una generación que ha vivido en libertad y que comprende que hay otra forma de contemplar el futuro más allá de regresar a un Islam trasnochado”, cuenta. “Ahora lo que hay que hacer es no dejar abandonado a ese sector de la población y la reacción debe ser de solidaridad y acogida”, añade.
—Joe Biden dijo que el objetivo de Estados Unidos había sido combatir el terrorismo y no el ‘nation building’. ¿Cuál fue la postura de España?
—España se centró en ambas cosas. Si los talibanes habían estado detrás de los atentados de las Torres Gemelas, había que protegerse y que no hubiera más actos así. Nadie dudaba de eso. ¿Pero, cómo es la mejor manera de hacerlo? Pues construyendo una sociedad desarrollada, socialmente digna y respetuosa. No es que estemos para construir un nuevo Afganistán, es que si no lo hacemos seguirá siendo un nido de terroristas. El planteamiento de Biden es erróneo.
Moratinos se muestra muy crítico con la actitud que ha tenido Estados Unidos en la que ha sido la guerra más larga de la historia del país. Critica que hasta el 85% del dinero invertido haya sido para cuestiones militares, mientras que para el desarrollo, la lucha contra la droga -el opio es una fuente de ingresos esencial para los talibanes- y demás causas, se haya dedicado una nimiedad del presupuesto.
—¿Hay algo que quiera añadir, que sí o sí tenga que aparecer en el reportje?
—Tres reflexiones. La primera, que la ocupación de un país siempre tiene un límite en el tiempo. Después, hay que revisar la política antiterrorista. No basta con invertir sólo en lo militar, sino también en los elementos esenciales de una sociedad. Tercero, que Europa debe velar por sus intereses y participar de manera mucho más independiente en la toma de decisiones. Que Europa tenga su propia política, no que se nos informe de que se van de Afganistán y que todos tengamos que irnos porque no tenemos capacidad.
Policías y guardias civiles
Uno de los sectores españoles más olvidados en cuanto a presencia en Afganistán es el de la Policía Nacional y la Guardia Civil. En agosto de 2010, la Benemérita perdió en un atentado a dos guardias civiles, José María Galera y Abraham Leoncio Bravo. Fueron tiroteados en el vehículo en el que viajaban junto a un traductor. El chófer del jefe de la policía afgana era un talibán infiltrado. “Se giró en el asiento y los tiroteó”.
Lo recuerda Adrián. Su nombre es ficticio. Es un guardia civil en activo y, por tanto, no puede hacer declaraciones. Lo que no son ficticias son sus vivencias en los 7 meses y medio que pasó en Afganistán, allá por 2012. Formaba parte del Police Advisor Team, encargado de mentorizar y adiestrar a la ANP, la Policía Nacional Afgana, en labores para repeler ataques, desactivación de bombas y todo tipo de protocolos de seguridad.
Adrián hizo mucho más además de eso. “Levantamiento de cadáveres en aldeas arrasadas, de mujeres y de niños…”. Se le entrecorta la voz. “Lo que hacían con los niños a partir de que cumplían los ocho años, que se los llevaban para hacerlos esclavos sexuales”, dentro de una tradición denominada bacha bazi. Los visten de mujer y los someten a todo tipo de aberraciones.
El personal civil que colaboró con ellos “es importantísimo. No podemos dejarlos allí. Fueron fundamentales en estos 20 años. Y te lo digo yo que salí indemne de tres ataques terroristas”. Por ellos, indica Adrián sin pestañear, “me iba mañana mismo a Afganistán, porque el pueblo afgano se merece lo mejor. La pena es que a nadie le importa el pueblo afgano, que es gente noble y muy trabajadora”. Por esa misión, Adrián se perdió el embarazo de su mujer. “¿Y ahora esto? ¿Y encima nos quieren hacer ver que el Régimen Talibán es una oenegé? Allí o estás con los talibanes, o te matan. Es así de simple”.
Señala de manera prístina la diferencia entre antes y ahora. “Ahora son más inteligentes. No van a hacer nada público. Ya no vamos a ver esas barbaridades que grababan en vídeo y las subían a internet. Y lo van a hacer así: van a hacer lo mismo, pero sin hacerlo público. Porque si no se ve, no se mete nadie”.
Está convencido de que ahora “Afganistán va a convertirse en el centro del terrorismo mundial. A ese país hay que controlarlo. Y la coalición se va porque se ha cansado de invertir dinero en un país que no tiene nada: ni petróleo ni minerales. Solo tiene población, pistachos, que van a triplicar su precio, y opio. Y eso es lo que quieren los talibanes: controlar el opio a nivel mundial”. Adrián concluye: “Dicen que la religión es el opio del pueblo, pero en Afganistán es al revés, no es la religión, no es el Islam: es controlar el opio”.
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David, agente de la Policía Nacional en activo, de la UIP, se libró de estar ahora mismo en Afganistán por los pelos. “Me llamaron en enero para ir en mayo”, cuenta, pero un problema personal hizo que le buscaran un sustituto y él se quedó en España. “No me ha pillado de milagro”, añade. Su labor es la de dotar de seguridad a la Embajada española y él sería ahora uno de los 17 agentes de la UIP y del GEO que aguardan junto al embajador a la espera de ser rescatados.
Él ya estuvo hace cuatro años, en 2017, tras hacer un curso que imparte el GEO en el cuartel de Guadalajara. Lo hizo “por la experiencia”, y se la llevó puesta. Aunque ha tenido tiempos tranquilos, también sabe lo que es sufrir un atentado como el que fue contra la Embajada alemana. “Tuvieron que desalojar el edificio y fue un caos, porque estábamos cerca y no sabíamos si era un ataque a nosotros o no. Ahí, lo que tienes que hacer es meter al embajador en la zona segura, en la habitación segura… también hemos vivido algún lanzagranadas que caía cerca”, cuenta.
Aunque relata su labor con tranquilidad, como quien patrulla Usera, en los últimos días está preocupado por los compañeros suyos que siguen en Afganistán. “Hablo con ellos, pero no tienen mucha cobertura y se corta muchas veces. En principio, están bien. Pero están deseando venir. La verdad, se ha apurado demasiado para traerlos”, añade.
Replegamos tarde
A las empresas privadas de seguridad, logística y defensa que operan desde hace décadas en países de riesgo como Afganistán, no les ha pillado por sorpresa que tras estos 20 años el país asiático haya sufrido este desenlace. Ni siquiera se extrañan de que, desde Occidente, se crea que el final haya podido llegar tan rápido. “Nosotros ya sabíamos que iba a pasar esto, y que iba a ser rápido”, apuntan.
Manuel Jiménez Santana, director del departamento de Seguridad de Black Bull Group, una empresa puntera del sector con una amplia cartera internacional, explica a EL ESPAÑOL que desde los meses de mayo y junio “teníamos informes de que la situación se estaba deteriorando. Avisamos a las empresas de logística, catering y construcción -que son clientes nuestros- de que la situación se iba a hacer cada vez más inestable. Lo que nos respondían los clientes españoles es que la Embajada (de España) no les había comunicado nada”.
Jiménez Santana subraya que ya en esos meses, “con el tema de las operaciones aéreas que teníamos allí, desaconsejamos a una aerolínea extranjera que es nuestro cliente que continuara con los vuelos, y también recomendamos que sus tripulaciones no hicieran noche en Afganistán”.
Todo ello les venía “por la información del deterioro de la situación en las calles que nuestro personal de seguridad nos contaba”. Además, “ya en junio había talibanes observando la repatriación de los ejércitos de la coalición”. La población sabía que las ciudades estaban siendo visitadas por talibanes, que iban viendo cómo iba el repliegue de tropas. “Entonces estaban decidiendo cómo se iban a repartir el territorio”.
Dos fuentes del sector, consultadas por El ESPAÑOL y de toda solvencia, explican a este medio que la lentitud del Gobierno español “se puede explicar porque el Ministerio de Asuntos Exteriores prescindió, hace un año, de la presencia de agentes del Centro Nacional de Inteligencia en Afganistán”. De los numerosos agentes del CNI que había hace años, y cuya labor evitó numerosos atentados, se pasó en los últimos tiempos a contar con tres agentes.
“Retiraron primero a los agentes del CNI que hacían la labor de protección de los equipos Hummint”, el acrónimo de Human Intelligence. Son agentes del Centro Nacional de Inteligencia que se infiltran entre la población, y que buscan fuentes de información, es decir, confidentes, entre el pueblo afgano. Para esta búsqueda, en ocasiones, se cuenta con empresas privadas de seguridad y defensa que les asesoran y colaboran con los servicios de Inteligencia.
Gracias a esta red de confidentes, el CNI pudo evitar el atentado que sufrió la base española de Qala-i-Naw el 11 de septiembre de 2011, atacada con cohetes. “Los Hummint solo pueden salir con protección”, cuentan a El ESPAÑOL. Al retirar paulatinamente a los agentes de protección, los Hummint ya no tenían sentido, “porque no podían salir fuera” y fueron también suprimidos.
Luego, solo quedó un agente del CNI en Afganistán. “Y desde hace un año, por la pandemia, España no ha tenido ninguno, pero es que tampoco han vuelto después”. Por eso, cualquier información o reporte “al no obtenerse de esa inteligencia, no son suficientes para hacer análisis o predicciones con calidad”.
Italia, según las mismas fuentes, comenzó a finales de junio a repatriar a su personal, y también a ciudadanos afganos. “No sé qué dirán los italianos en versión oficial, pero en esos vuelos iban soldados italianos, personal civil europeo y afganos. El repliegue de Italia se hizo desde Herat, en vuelos regulares”. A su juicio, “lo más fuerte es que, ya en pleno conflicto, también hemos tardado mucho en reaccionar”, y destaca que Francia “hizo el primer vuelo de repatriación el 14 de agosto”.
Eso mismo opina Jorge Quintana, Ceo de Ack3 Global Solutions. “Ya pasó en Libia, en 2011”, con las revueltas contra Gadafi. “Fue Repsol quien fletó un avión rápidamente”. Sacó a 130 personas, entre ciudadanos españoles, empleados y personal de la embajada española en Trípoli. La petrolera no quiso esperar al plan de evacuación preparado por el Gobierno español, también con retraso con respecto a Francia o Rusia, que para entonces había repatriado ya a más de 500 ciudadanos rusos.
“No se entiende que en mayo el Ministerio de Asuntos Exteriores sacara la licitación de la seguridad privada de la Embajada de España en Kabul. Y el otro día, un puesto de trabajo”, continúa Quintana. “Pensaban que esto se iba a alargar y, o estaban despistados, o no atendieron a las señales. Porque había embajadas y empresas internacionales que llevaban ya tiempo sacando a su gente”. Ack3 Global Solutions ha estado operando en el país hasta esta misma semana. Sus equipos de inteligencia “salieron el martes del país y ya están en Qatar”.
También recuerda que en septiembre de 2019, estuvo en Afganistán. En Kabul, “justo en los días en los que los talibanes atentaron contra un complejo residencial”. Hubo 21 muertos, entre ellos, un diplomático rumano, pues en el complejo se encontraba la Embajada de Rumanía. “Te lo pongo de ejemplo porque los que estamos sobre el terreno sabíamos de este final, y antes, que los talibanes estaban presionando, con atentados, para negociar con Estados Unidos”. Por eso, empresas de cátering, construcción y mantenimiento radicadas en Afganistán comenzaron a desplazar, poco a poco y hasta hace pocos meses, sus sedes a Emiratos Árabes y Qatar.
También maneja Quintana informes de sus analistas sobre que los talibanes “que son los mismos de hace veinte años, están siendo asesorados. Les están diciendo que no se salgan del tiesto, que se contengan, porque si perpetran una masacre, la comunidad internacional no va a poder evitar intervenir”. Están esperando que su desembarco “sea tolerado, y que los países los legitimen, como ya está ocurriendo”.
¿Lo peligroso? Dos factores. “Que el presidente afgano, Ashraf Ghani, desde Abu Dabi, se haga fuerte en un gobierno en el exilio y pueda haber una nueva guerra civil. Y que Estados Unidos ya ha reconocido que el ejército talibán ha capturado material bélico de última tecnología”, algo que corrobora a EL ESPAÑOL otra fuente del sector, que va más allá. Indica que han tomado instalaciones militares, “incluyendo helicópteros de ataque apache, carros de combate T-52, Hummer con diferentes configuraciones y armas ligeras y medianas de origen estadunidense (fusiles tipo M4 y lanzagranadas M203), elementos de ayuda a la puntería, acoples de visión nocturna, visión nocturna y material de protección balística”. Tanto que se hizo, para acabar así.
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