Un día en primera línea con Pablo, el agricultor que avitualla a bomberos, policías y UME en el volcán
Cada dos días se releva con su socio. Pablo llora cuando ve Todoque derruido y se enfada cuando no le dejan ir rápido en la furgoneta: "A ver cómo explico que tardo".
24 septiembre, 2021 01:50Noticias relacionadas
Pablo está nervioso, sofocado, intranquilo. Le han pedido, por favor, que no vaya por la carretera a más de 50 kilómetros por hora. “¡Cómo me van a pedir eso!”, exclama a manos del volante. Refunfuña ante los dos reporteros tras repartir vitualla en la furgoneta del Ayuntamiento de El Paso a los efectivos que trabajan en los puntos de control del volcán de Cumbre Vieja. Alguien se ha chivado de su premura y él no está de acuerdo. “A ver cómo le digo yo a un alguien que está trabajando contra un volcán que el agua llega tarde porque no puedo pasar de 50 kilómetros por hora”, vuelve a quejarse.
Este hombre ronda los 50 años, es de estatura media. “De Carabanchel (Madrid)”, nos dice, aunque no hace falta porque el acento le delata como peninsular. Se trasladó junto a su mujer a La Palma hace 30 años y desde entonces siente la isla como suya. Se dedica a la agricultura. “Cultivo flores”, nos dice. Participa en una cooperativa que vende sus productos a China.
Está nervioso. El volcán lo tiene fuera de sí, a pesar de que él no ha perdido nada por el momento. Vive en una zona más elevada y su plantación tiene mucha ceniza por encima, pero no más daños. Ha segado algunas plantas que ya estaban listas. Espera no tener más problemas.
Realiza el turno de avituallamiento de jueves y viernes. Tras estos dos días, le releva su mejor amigo hasta el lunes, que le tocará volver. “Para que no acabemos fatigados, ¿sabes? Montamos hace años una carpintería y desde entonces somos como hermanos…”. En las buenas y en las menos buenas, le falta añadir.
Comienza a contar su historia en el tiempo que tarda en llegar al primer puesto de avituallamiento. Hoy, Pablo parece especialmente nervioso. Él es conductor y sus acompañantes entregan la comida.
No gusta a Pablo la llegada del Rey Felipe VI a la isla, porque está trastocando algunos planes. No lo entiende, aunque sabe que podrá ayudar de alguna manera. Cuando el paso del monarca le impide pasar de un punto a otro durante 20 minutos, se muestra enfadado. Cree más importante que coman los agentes que trabajan a pie de volcán que el paso de sus majestades. El grito en el cielo y las manos en la cabeza.
La carretera está llena de ceniza, pero Pablo no distingue. Maneja a la perfección la furgoneta. Da igual que una capa negra recubra el asfalto. No pasa de los 50 kilómetros por hora. Lo recuerda de nuevo. El problema es que hay lugares en los que sería mejor bajar la velocidad. O no, porque Pablo llega al sitio sin problemas. Es un conductor experto.
Entra al primer puesto de control, saca la mano izquierda por la ventana y pregunta: “¿Comida?”. Esta acción se repite en todos y cada uno de los puestos. Se cuentan alrededor de una decena en la ruta que cubre -no es la única, salen varias del Ayuntamiento de El Paso y de Los Llanos de Aridane-.
Agentes del Consorcio de Bomberos de Gran Canaria, Policía Nacional, Local, Unidad Militar de Emergencias y Guardia Civil reciben la vitualla en los puestos. Unos están más cerca de la boca principal del volcán de Cumbre Vieja. Otros, en carreteras cuyo paso está cortado a la espera del avance de las coladas. La empatía aquí alcanza un grado inimaginable en otros lugares.
El menú del día de hoy se compone de caldereta, pan, fruta, agua, Cocacola o Aquarius y, si se quiere, unas barritas energéticas. “Si alguno quiere puede elegir el segundo plato”, bromea en una ocasión. En situaciones de estrés como estas el humor ayuda mucho. Los efectivos de todos los cuerpos agradecen a Pablo y el resto de voluntarios su labor con una sonrisa. Aquí, en la primera línea, tan fundamentales son los unos como los otros.
Pasa por los distintos puntos de control hasta que llega a Todoque, el lugar sepultado por una de las coladas del volcán. Pablo baja del coche, mira a su alrededor y no se cree lo que ve.
Un forastero tiene ante sí un bloque de piedra de unos 10 metros de alto que cruza por una rotonda y está a los pies de dos casas a punto de ser derruidas.
Él sabe que ahí, en la rotonda donde hay dos palmeras, antes había un bar. Y las lágrimas salen de sus ojos sin control. "Nos hemos quedado sin la carretera que iba a la playa...".
Los bomberos tratan de consolarle. Piensan que una de esas casas puede ser suya, pero no. Él vive en la zona alta, simplemente está derrumbado por su isla, en la que lleva alrededor de 30 años, pero que siente como suya. “Yo pensaba que esto sería algo bonito, que el volcán erupcionaría por la zona de malpaís, pero esto…”, solloza.
Es un momento difícil, está en pleno barrio de Todoque y se lamenta. Algunos de sus amigos lo han perdido todo. “Y son albañiles, eh, no te creas que son ricos…”.
Pablo es un hombre pasional. Mira con desdén la colada y piensa en los niños que ahora tendrán que cambiar de colegio. “Al menos sacaron los libros, que no tengan que decirle que también se quemaron”, comenta a los periodistas que le acompañan.
Hablamos de varios temas. Entre ellos, el trabajo que están haciendo los medios en este lugar. No parece gustarle demasiado. Toda la isla tiene por persona non grata a Lidia Lozano, de Sálvame, tras un vídeo que circula por Whatsapp.
Pablo es simpático, extrovertido y cariñoso. Alegra a los agentes que están en los puestos y algunos le siguen las bromas. Sin embargo, cree que la empatía es fundamental. Por eso cuando recibe una mala respuesta porque el Rey Felipe VI está a punto de aparecer por el lugar y no hay tiempo, mira al miembro de seguridad y le recuerda para qué ha venido: para ayudar, para traerle comida y agua en una situación de emergencia. El agente reflexiona y le pide disculpas.
El volcán al mediodía no parece dar muestras de estar “muy enfadado”, expone. Veremos, porque por la tarde la virulencia es aún mayor. Hay código rojo y el aeropuerto de La Palma podría ser cerrado. De hecho, durante la ruta se puede ver cómo algunas personas siguen recogiendo sus enseres.
Reactivado el plan de los bomberos
Cuando para en la zona de avituallamiento de Todoque, ve el muro de 10 metros que querían construir los bomberos. Tal y como contábamos ayer en EL ESPAÑOL, los efectivos de Gran Canaria trataban de salvar parte de este barrio a la desesperada. Sus maniobras, alentadas por una vulcanóloga, quedaron paralizadas. El motivo no se conoce oficialmente, pero extraoficialmente se comenta que altos mandos de otros cuerpos no veían bien la operación. La entendían como una locura improductiva.
Sin embargo, el miércoles por la mañana les dieron de nuevo luz verde de nuevo. Los trabajos continuarán a partir de este viernes. El objetivo es conducir las coladas del volcán hacia el barranco, evitando que se ensanche y llegue a la iglesia y la plaza de Todoque.
Los bomberos explican de nuevo que su obra podría no funcionar. No obstante, es la única oportunidad para tratar de plantar cara a un volcán que ahora no camina hacia adelante, sino que se ensancha.
Cientos de voluntarios
El trabajo que realiza Pablo también lo hacen otros voluntarios. Entre ellos se encuentra, por ejemplo, Omar, concejal de El Paso y exmilitar. Está en primera línea. Prepara durante todo el día la vitualla que luego será repartida en las furgonetas. Lo hace junto a otros voluntarios desde el campo de fútbol del pueblo.
En realidad, media isla está actuando de voluntaria. En el Pabellón Camilo León, se mueve una cantidad ingente de voluntarios. Aquí hay desde personas mayores hasta niños. Algunos de ellos han traído sus propios juguetes y luego se han quedado a ordenar. Participan de las cadenas humanas que se están formando. Es el caso de Noah, que está aquí junto a su madre. Es uno más en estas labores. Hacen lo propio su amiga Valeria y su hermano Fabián. Valeria tiene claro que “lo importante es compartir”.
Este lugar es una oda a la solidaridad. Muchos de los que aquí trabajan llegaron simplemente para aportar su granito de arena. Luego, se pusieron a arrimar el hombro. Es el caso de Eugenia. O el de María del Carmen.
El pabellón entero está cubierto de donaciones. Hay juguetes, ropa, comida y enseres. Las gradas están llenas y, aun así, siguen recibiendo ayuda. Dos mujeres en la puerta avisan: “Venimos del Ayuntamiento de Santa Cruz”. Desde la otra parte de la isla también se solidarizan con sus vecinos.
Los animales
La solidaridad no sólo es de las personas con las personas. También los animales necesitan ayuda. Lara Chacopino y Naira Pérez tratan de ayudarles desde las asociaciones Tiacan, Anipal o UPA La Palma, entre otras. Acogen a los que se encuentran en las calles o aquellos que pertenecen a familias realojadas. “Los damos en adopción a otra familia. Siempre sin mezclar, para que no se peleen. Luego volverán con los suyos, cuando se normalice todo un poco más.
En unas instalaciones del Ayuntamiento de El Paso han llegado a albergar hasta 60 perros. “Unos fueron abandonados por los dueños cuando fueron desalojados y otros tuvimos que rescatarlos de las casas porque fueron encerrados cuando tuvieron que irse”, advierten.
Narran la situación más complicada que se encontraron. Tuvieron que acudir a una zona de riesgo a abrir la puerta de unos perros que fueron encerrados. “Estaban bajo llave”, dicen. Recuerdan que si alguna persona tiene que salir y no puede llevarse con ellos a sus animales, sólo tienen que dejarles las puertas abiertas. Al menos, que no les condenen.
Quedan días de volcán y erupciones. Quedan días de lava y ceniza. Quedan días de malas noticias y llantos, porque la desgracia ha azotado a esta isla de unos 80.000 habitantes que vive sumida en la incertidumbre. Pero no hay dudas de que aún quedan más días de solidaridad y humanidad en La Palma.