“Uf, yo no podría, qué agobiante”, me decía una amiga cuando le conté que iba a pasar la noche en Oxygen Hostel, el primer hotel cápsula de Madrid. No fueron las palabras que mejor le vinieron a mi estado anímico: sin ser claustrofóbico, prefiero evitar los espacios estrechos y cerrados. Enseguida recordé clásicos de la ciencia ficción como El quinto elemento y, francamente, nada de esa cápsula en la que dormía Bruce Willis me resulta atractivo. Por otro lado, este tipo de hoteles son comunes en países asiáticos. ¿Estaba pecando de occidentalismo al recrear prejuiciosamente una práctica habitual en China o Japón?
Llegué al Oxygen Hostel, situado en la calle Rafael de Riego, 19, a eso de las 20:30. Su fachada, algo apagada y triste, no hace justicia con su interior. Dentro descubres un ambiente entre azules y verdes que te sumerge rápido en un estadio alejado de la realidad. Allí me espera Yoti Carrasco, la responsable de que este hostel exista. Me cuenta que lleva trabajando desde por la mañana, pero quién lo diría: parece una mujer todoterreno, de energía infinita. La recepción es pequeñita, así que la sigo hasta un salón multifuncional. Allí se descansa, se desayuna y, ahora, también se hacen entrevistas.
“Hay muchos prejuicios. La gente se piensa que esto es un nicho y se va a agobiar, pero el público que ha venido nos ha dicho lo contrario. Hemos tenido alemanes, ingleses… que son altísimos, y nadie se ha quejado”, me dice Yoti, quizá para tranquilizarme. En efecto, puede que haga falta algo de pedagogía ante el nuevo fenómeno. Sin embargo, la respuesta de la gente ha sido muy satisfactoria: “Estamos en un 60% de ocupación para noviembre, con fines de semana completos”. Algo sorprendente si tenemos en cuenta que llevan activos poco más de una semana: abrieron sus puertas el 4 de noviembre.
La idea
“Tengo un socio que lleva años trabajando en el mundo del turismo. Me comentó la idea y yo soy una persona muy ambiciosa, me gusta innovar”, cuenta Yoti. Ella puso en marcha el proyecto hace dos años porque vio una oportunidad de mercado: en España solo hay otro, el Optimi Rooms de Bilbao. Sin embargo, el concepto de dormir en cápsulas nace en los años 70 en una sociedad japonesa que resurgía tras la debacle de la II Guerra Mundial.
El Japón de los años 60 explotó al máximo los mecanismos del capitalismo –el profesor de Harvard Hirotaka Takeuchi lo denominó “capitalismo sabio”, pero capitalismo al fin y al cabo–. Se multiplicaron los trabajadores que cada día tenían que moverse hasta Tokio, Yokohama, Osaka o Sapporo, donde las grandes empresas tenían sus sedes y fábricas. ¿Se han preguntado alguna vez si en Japón se bebe tanto sake como parece en las películas? Pues bien: es cierto. Así, no era extraño que muchos de estos trabajadores se quedasen “atrapados” en la gran ciudad al no haber transportes de madrugada o estar demasiado borrachos para conducir.
El arquitecto vanguardista Kisho Kurokawa, conocido por ser uno de los fundadores del Movimiento Metabolista (una corriente que fusionaba distintos estilos tradicionales asiáticos), dio con la solución al problema. ¿Por qué no construir un edificio compuesto por cientos de cubículos donde los trabajadores puedan pasar la noche? Kurokawa inventaba así, en 1972, el Nakagin Capsule Tower, el primer hotel cápsula del mundo.
En la actualidad, la idea de Kurokawa con el Nakagin Capsule Tower ha ido evolucionando hasta una sofisticación total. En Japón viven ya 14 millones de personas, y los trabajadores de fuera prefieren pasar la noche en la ciudad. No porque estén borrachos precisamente; los horarios y los ritmos de vida son tan intensos que están demasiado cansados como para hacer viajes de ida y vuelta a diario. Occidente, sin embargo, ha recogido la idea aplicándole su idiosincrasia: en ciudades como Londres, Ámsterdam o Berlín son más un reclamo exótico que una solución de emergencia para trabajadores explotados.
“Prender la discoteca”
Tras una agradable conversación, Yoti me enseña el hotel. Es pequeño y todo está muy concentrado. Hay un aseo para hombres y otro para mujeres. También hay dos duchas individuales para ellos y otras tantas para ellas. En un momento de máxima ocupación (32 personas divididas entre las 22 cápsulas) quizá resulten escasas, pero durante mi alojamiento (con ocupación media) no hubo ningún problema en ese sentido.
Hay una música ambiente relajante que recuerda a la de los salones de masaje. El diseño, empapado de verdes y morados suaves, refuerzan esta sensación. No en vano, Yoti era esteticista antes de emprender la aventura más arriesgada de su vida. Después, pasamos a las cápsulas: individuales, con camas de 90 cm.; o dobles, con colchones de 120 cm. A mí me toca una de las segundas, pero aún así me impresiona de primeras y no puedo frenar un primer pensamiento terrorífico: “¡Dios mío, esto es un ataúd! ¡Voy a acabar como Ryan Reynolds en Buried (Enterrado)!”
Reinaldo, un recepcionista muy agradable, me explica lo más básico: que hay un espacio para las maletas, pero mejor que las pertenencias valiosas las deje en la taquilla; que la puerta se cierra con un seguro automático, aunque se podrá abrir en caso de apagón eléctrico; que con la tarjeta contactless puedo hacer todo lo anterior.
Una vez dentro de la cápsula no era todo tan terrible como parecía. Tengo espacio suficiente para no agobiarme, con un espejo que da sensación de amplitud. Hay dos almohadas, una manta, un cojín, una toalla, un gancho para colgar cosas, y una botella de agua. Bajo el espejo veo una serie de instrucciones muy claras: “Guarda silencio. No fumes. Cuidado con las escaleras. No molestes”. También hay un cuadro de botones que no entiendo.
Mientras tanto, en la cápsula de enfrente, Reinaldo le explica todo a Juan Pablo, un nuevo cliente: “Este para el aire…”. Aunque hay calefacción central, cada cápsula tiene un sistema de ventilación propio conectado con el exterior. “Y aquí –continúa Reinaldo– prendes la discoteca”. Misterio resuelto: los botones sirven para controlar la iluminación. Distintas tonalidades de rojo, amarillo, verde y azul se encienden alrededor del espejo y en el techo. Ahora sí estoy en una nave espacial; ahora sí estoy listo para el despegue.
¿Para quién?
El lugar es tranquilo, y la luz tenue me invita a sacar un libro y ponerme a leer. Hay puerto USB para cargar el móvil, pero el ordenador mejor llevarlo con batería porque no verás enchufes dentro de la cápsula. Como me había advertido Yoti, no hay mucho que hacer allí: “El viajero encuentra paz, tranquilidad… es perfecto para venir cansado después de pasar el día viendo museos o pateando Madrid”. Por este motivo, varias agencias de viaje están intentando contratar el hostel e incluirlo en sus packs (“el último en interesarse ha sido El Corte Inglés”). Pero, como mi caso no es el del turista accidental ni el del viajero incansable, decido salir a darme una vuelta y cenar algo. A no ser que te pille viajando a la luna, aquella cápsula marciana no es ideal para quedarse mucho rato.
A la salida me encuentro con Eliaser, un joven que ha comprado 21 días seguidos en Oxygen. Tras una primera noche de contacto, a Eliaser le encantó la experiencia y decidió ampliarla: “Estoy muy a gusto. He estado en hoteles de 70 y 80 euros, pero me gusta más estar aquí”. El hostel, por su parte, ha respondido de la mejor manera. Además de reducirle el precio –que oscila entre los 28 y los 60 euros la noche, según el tamaño y el día de la semana–, le han dado una cápsula más apartada.
Yoti cuenta que también están recibiendo a muchas parejas e, incluso, a niños: “Vienen familias porque a los críos les encanta la idea de meterse en una cápsula. Al poder cambiar las luces y estar insonorizada, les recuerda a una nave espacial”. Sin embargo, habría que matizar lo de “insonorizada”. Vamos a ello.
¿Se duerme bien?
La World Sleep Society, una organización sin ánimo de lucro formada por profesionales internacionales en salud del sueño, elaboró un decálogo con las condiciones para conseguir el mejor sueño posible. De estos mandamientos se desprende una idea principal: dormir no depende tanto del espacio como del entorno. Es decir, las camas de la cápsula son lo suficientemente grandes y confortables para descansar bien. Pero ¿qué pasa con el ambiente?
Tras cenar y recordar cómo es el mundo exterior vuelvo al hostel, ya sí, para dormir. Al fin y al cabo, a eso hemos venido. Descubro pronto que, si bien la cápsula amortigua el ruido, dentro se escucha todo. A mi lado, un señor ronca que da gusto. Eliaser, de fondo, habla por teléfono. Reinaldo, muy amablemente, me dice que si algún vecino habla demasiado alto o quiero que quite la música ambiental se lo diga con confianza y él se encarga. Al fin y al cabo, Oxygen no debe compararse con un gran hotel sino con un albergue: “Queríamos darle una vuelta a lo que es el típico hostel de literas. La gente necesita un poco más de intimidad, pero a un precio low cost”, explica Yoti. Y, en esa diatriba, yo prefiero el hotel cápsula a la tradicional habitación compartida.
Se cumplen muchos de los requisitos de la World Sleep Society, como “encontrar una configuración de temperatura de sueño cómoda y mantener la habitación bien ventilada”, o “elimine la mayor cantidad de luz posible”. Aunque la luz del pasillo permanece encendida, las paredes de la cápsula la bloquean casi al 100%”. Por tanto, tardo poco en dormirme.
No obstante, la regularidad del sueño no es la mejor: me despierto un par de veces con el ruido ante la llegada de nuevos clientes. Por la mañana, lo mismo: “Sandra, soy Manuela, la recepcionista. Has pagado una noche más, ¿no? Genial, el único problema es que tengo que cambiarte de cápsula porque ya han llegado los que tenían esta reservada”. A la vez que a Sandra, me han despertado a mí, pero no pasa nada. He descansado y toca irse. Y, sobre todo, he acabado mejor de lo que lo hace Ryan Reynolds en Buried.
Hotel del futuro
No desayuno allí, aunque podía haberlo hecho: “No tenemos desayunos propios, pero nos los trae un bar de al lado. Además, tenemos un servicio de frigorífico, microondas, platos, cubiertos… ¡Y vamos a poner una máquina de café!”, explica emocionada Yoti. A este respecto, me confiesa sus planes más inmediatos: desayunos saludables y un bar de oxígeno donde, como su propio nombre indica, se pueda inhalar oxígeno: “La gente necesita oxígeno después de un día estresante; cuando estás enfermo, lo primero que hacen es inyectarte oxígeno en la sangre”.
Yoti tuvo que hacer grandes sacrificios para solventar todos los inconvenientes de la pandemia. “Yo estaba en una zona de confort y me acabé aburriendo. Luego llegó el covid y lo pasé muy mal, pero esto me ha venido muy bien: me ha enseñado que siempre se puede empezar otra vez”.
Además, la inversión que supone un hotel así es mayor que la de un hostel tradicional: “Una litera cuesta 180 euros; las cápsulas cuestan 10.000 euros cada una. Vienen directamente desde Tokio hasta Valencia, y de ahí a Madrid. En cuanto al confort, estamos más cerca de un hotel”, explica esta empresaria.
Sin embargo, Yoti no se detiene aquí y ya piensa a lo grande: “Me gustaría abrir otro en el aeropuerto; sería ideal para viajeros que llegan tarde y necesitan descansar una noche”. Ella piensa que dormir en una cápsula es una experiencia irremplazable y única. Y, en lo que a innovación se refiere, lo tiene claro: “Es un salto como cuando pasamos del teléfono fijo al móvil. Puedes tener una habitación de 100 metros cuadrados, tan grande como este hostel, pero no puedes tener una cápsula. Y yo, en los negocios, no me conformo con ser una más”. En efecto, puede que no sea para todos los gustos, pero dormir en una cápsula es una experiencia única. Doy fe de ello.