En un lugar de la URSS, con nieve hasta las rodillas y el fusil al hombro, una pareja de falangistas se frota las manos. Camarada esto, camarada lo otro, mantienen un precario equilibrio mezcla de cansancio, frío y hambre, un tridente complicado en tiempos de guerra. No tienen reloj, pero intuyen que la guardia está acabando, se desperezan y recogen el petate. Esta noche cruzan el río. Esta noche atraviesan el Vóljov. Es 12 de octubre de 1941, Día de la Hispanidad, y la compañía de Joaquín Escrivá y Carlos Belmonte está a punto de entrar en combate.
Si les hubiesen preguntado hace unos meses, habrían dicho que se conocían de vista, de verse en el fútbol, pero el verano que acaban de pasar juntos y el viaje a Rusia los han acercado. Ahora forman parte de “los 275”, el cuerpo de voluntarios de Albacete en la División Azul. Por el momento son sólo eso, dos jóvenes enrolados en la causa de Hitler, pero la vuelta a casa les depara mucho más. De hecho, parte de la historia de España y de su ciudad pasan por su línea de sangre.
Joaquín se convertirá en traumatólogo y presidente del Albacete Balompié; Carlos, por su parte, será arquitecto, alcalde de la ciudad y dará nombre al estadio del equipo, que mantiene a día de hoy. A la postre pasarán a la historia como el padre y el tío segundo de José Luis Escrivá Belmonte, actual ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones en un Gobierno del PSOE, partido clandestino en la época en que estos dos llevaban la camisa azul.
El encargado de las pensiones en nuestro país es hijo de Mercedes Belmonte, que viene de una prestigiosa familia de médicos, y de Joaquín Escrivá Reig. El padre fue voluntario de la División Azul desde julio de 1941, combatió en la Unión Soviética, en la Tercera Batería de Artillería, en octubre del mismo año y regresó a casa el 6 de julio del año siguiente. Esta información, adelantada por el historiador Francisco Torres, ha sido comprobada y ampliada por EL ESPAÑOL a partir del testimonio de familiares, historiadores y de periódicos de la época.
La semana pasada, el departamento que dirige el hijo del divisionario acordó con los sindicatos la subida de las cotizaciones para sostener las pensiones de los baby boomers, la generación más numerosa de España y a la que pertenece el ministro. Es el último capítulo del hilo azul de la historia de los Escrivá-Belmonte, que llega hasta nuestros días y está muy presente en el siglo XX de Albacete. Para entenderlo es necesario saber quiénes son los dos jóvenes que, en un país sumido por la posguerra, han decidido ir al Frente Oriental a combatir del lado de los nazis. Retrocedamos.
Una cena falangista
El 22 de junio de 1941 las tropas nazis invadieron la Unión Soviética. Dos días más tarde, en Madrid, el entonces ministro de Exteriores, Ramón Serrano Súñer, pronuncia un discurso que pasa a la historia por su título: “Rusia es la culpable”. En concreto, culpable de la muerte de José Antonio Primo de Rivera, culpable de la Guerra Civil y culpable de la guerra en Europa. Los alemanes piden refuerzos. Empieza la maquinaria de propaganda.
El 28 de junio se celebró una cena en el Hogar de José Antonio de Albacete. El objetivo era reclutar a los hijos de la ciudad para ir a la guerra, y salió a las mil maravillas. Entre los presentes, tres jóvenes: Joaquín Escrivá, Carlos Belmonte y José Belmonte, que se alistarán al día siguiente en la Jefatura de Milicias de FET de las JONS. En total, antes de terminar el mes, 984 albaceteños se habrán presentado voluntarios. De ellos, sólo 329 salieron a Valencia como reclutas y 275 marcharon a Rusia ya como miembros de la 250ª División de Infantería, conocida como División Azul.
La periodista Tita Martínez, hermana del divisionario Remigio Martínez Espinosa, que formó parte de ese mismo grupo, recordaba el momento en un libro de memorias editado años después por la Diputación Provincial de Albacete: “Quien hubiera pasado una mañana por la calle Zapateros en aquel julio de 1939 y hubiera visto la fila de pimpollos no hubiera podido imaginar que aquella flor y nata de Albacete, recién salidos de una guerra (…) se estaban enrolando, voluntarios, para otra sólo porque España así se lo pedía”.
Entre esa fila de “pimpollos” se encontraba Joaquín, el padre del ministro Escrivá, casi veinte años antes de ser presidente del Albacete Balompié. Le acompañaban, unas filas por delante, los dos primos Belmonte, José y Carlos. El primero se convertirá en su cuñado. El segundo, en alcalde de la ciudad. Los dos se integraron en unidades de artillería.
No obstante, su paso por la guerra fue tan discreto como el del resto de sus recordados camaradas. Después de llegar al frente un poco a la napoleónica, a pie desde Alemania hasta Minsk (actual Bielorrusia), sin ropa de abrigo ni víveres de sobra, los españoles llegaron en octubre -destrozados- al frente del río Vóljov, la primera batalla de la División Azul en la guerra. La campaña salió mal. Las siguientes, peor.
Después de las sucesivas derrotas en el frente, la aventura soviética de la División Azul terminó de manera escalonada para los participantes. Para Joaquín Escrivá, en concreto, su aventura culminó con la vuelta a casa la madrugada del 6 de julio de 1942, casi un año después de alistarse, según consta en un recorte de la prensa local de la época. Así lo demuestra también una orla de recuerdo, con su foto y nombre escudados bajo un águila heráldica, una esvástica nazi y el yugo y las flechas de la Falange.
La familia del ministro
Terminada la guerra cada uno fue por su lado, pero siempre entrelazados. Joaquín Escrivá se convirtió en un reputado traumatólogo y llegó a presidir el Albacete Balompié, el club de sus amores, entre 1953 y 1955. Justo al año siguiente, Carlos Belmonte llegó a la alcaldía de la ciudad y, aprovechando su experiencia como arquitecto, se encargó él mismo de diseñar el actual estadio del equipo de fútbol, que aún a día de hoy lleva su nombre. El mismo año de inauguración del estadio nació José Luis, el ahora ministro, fruto de un segundo matrimonio. Nunca se ha vuelto a mencionar su pasado falangista.
No era sencillo conseguir un puesto en la División Azul. El historiador Francisco Torres García recuerda cómo, para inscribirse en 1941, los jóvenes necesitaban "aportar informes/currículo falangista o de probada adhesión", el cual sería el caso tanto de Joaquín Escrivá como de los hermanos Belmonte.
El historiador Aurelio Pretel Marín tiene una explicación para este repentino interés militar. El experto asegura a EL ESPAÑOL que, si bien muchos de los jóvenes divisionarios fueron voluntarios a la guerra, algunos de ellos terminaron por alistarse debido a un contexto de represión, falta de libertades y revanchas tras el conflicto. Eran, dice, familias de clase media no necesariamente fascistas que buscaban “purgar” los pecados políticos de algún familiar republicano.
Así lo ratifica también Carmina Belmonte, sobrina de Carlos y alcaldesa de Albacete entre 1991 y 1995. Militante del PSOE, la regidora justifica la expedición militar de sus dos tíos debido, precisamente, a la ignorancia y adoctrinamiento propios de la época. También la adhesión a la Falange, un trámite previo y necesario para entrar las listas de la División: “Muchos se fueron por miedo y con falta de información. Dudo que la mayoría supieran dónde iban o a qué iban”.
Otra explicación no menos importante en la España del hambre es que, recién constituido, el Gobierno de Franco decretó por ley que se reservaran ciertos puestos públicos y otros cargos de funcionarios del Estado para quienes hubieran participado en la defensa de los intereses del bando nacional. Para los que eran demasiado jóvenes durante la guerra, participar en la División Azul permitió a muchos abrir las puertas de un posible futuro en la sociedad del régimen.
Es posible que este fuera el caso, en concreto, de Carlos Belmonte, el primero de la familia en "matar al padre", en la más metafórica tradición freudiana. Hijo de Nicolás Belmonte Dumont, quien proclamó la República en Albacete en la tarde del 14 de abril de 1931, el a la postre falangista defendió, según consta en su biografía oficial, que se enroló en la División Azul para eliminar cualquier sombra de sospecha sobre su lealtad al régimen. Sea como fuere, sus actos posteriores a la II Guerra Mundial despiertan algunas dudas sobre este relato.
Honor a los caídos
Así, sería un error pensar que la vinculación de los Escrivá-Belmonte con la División Azul terminó con la disolución de la unidad. Entre 1956 y 1969 Carlos Belmonte llegaría, por su relación en los círculos de Falange, a convertirse en alcalde de Albacete y en una de las figuras más ilustres del franquismo en la ciudad.
Cerca de 45.500 jóvenes de toda España participaron en la División Azul, casi 5.000 murieron y otros 18.000 cayeron enfermos, mutilados o heridos. Al acabar la guerra y buscar aliados en la nueva Europa, el franquismo disolvió la organización e intentó ocultar su vinculación con las potencias del eje. Así, relegó los monumentos a los caídos a lugares discretos, como cementerios, para ocultar el servicio que los jóvenes españoles habían brindado a Hitler. No fue así en Albacete.
Belmonte fue el encargado de diseñar y erigir el que se convertiría en el mayor monumento de España en honor al regimiento, una torre de varios metros de alto con una caja de tierra procedente de Leningrado. La plaza donde estaba ubicado pasó a conocerse como Plaza de la División Azul, un nombre que mantendría durante casi medio siglo. Fue precisamente otra Belmonte, su sobrina Carmina, la que durante su etapa como alcaldesa por el PSOE se encargaría de retirar el obelisco en 1994 y renombrar la plaza como Plaza de la Constitución. Otro ejemplo de matar al padre, o al tío, según se mire.
“En realidad el monumento no se quitó por una cuestión política. Estaba muy deteriorado y fue necesario retirarlo, en principio, de manera temporal. Tuve varias reuniones con ellos, y se le ofreció a la Hermandad ponerlo en otro sitio pero ninguno les gustó. Entretanto, decidieron denunciar y, como perdieron el juicio, se quedaron sin monumento”, concluye la propia Belmonte a este periódico. Sin saberlo, la regidora se encontró casi por casualidad siendo una precursora de la Ley de Memoria Histórica.
En la actualidad, la caja de tierra que recuerda a los 30 de Albacete caídos en suelo soviético se encuentra guardada en dependencias municipales y la torre de piedra la ha sustituido una estatua de Isabel de Portugal, esposa de Carlos I, en el mismo sitio. A pesar de todo, aún se puede ver a grupos de nostálgicos acudir cada 12 de octubre a rendir homenaje a los exdivisionarios.
Es posible que el propio ministro Escrivá, en su más tierna juventud en el Albacete franquista, llegara a acompañar a su familia en los homenajes a los caídos de la División Azul. Desde luego, no es algo que vaya a hacer a partir de ahora, con una cartera socialista bajo el brazo. Si algo ha quedado claro entre los Escrivá-Belmonte es que aquella metáfora freudiana de “matar al padre” está bastante presente en la familia. Curiosa ironía para el hombre encargado de sostener las pensiones.