Miguel 'El Músico', en la suite faraón de su hotel.

Miguel 'El Músico', en la suite faraón de su hotel. Jorge Barreno El Español

Reportajes

'El Músico', el proxeneta arrepentido, vuelve a las andadas: "He traído a casi 2.000 prostitutas a España"

En los años 90 fue uno de los grandes jefes de la trata de mujeres, pero se arrepintió y se convirtió en activista contra la prostitución y colaborador de la Policía. Hace un año, en secreto, volvió a regentar un negocio.

16 enero, 2022 03:19
Valdepeñas

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En la sala Pirámide, un resort apartado de la autopista de Andalucía, un cliente mantiene un precario equilibrio entre la barra y la salida. Lleva más de una hora removiendo un gintonic sin hielos, se ha dejado la mascarilla en el coche y el paquete de tabaco hace rato que pasó a mejor vida. Saca el móvil. Sigue siendo miércoles, nueve de la noche, y se decide por coger la chaqueta. Su mujer, recuerda, le espera en casa para cenar. El portero le despide con una palmadita, sonríe y apura una calada. Al cerrar la puerta, se gira y te mira a los ojos: “Ahí donde le ves, ese tío se acaba de tirar a una chica más joven que su hija”. En el mundo de la noche nada es lo que parece.

Quien habla es Miguel El Músico, nombre ficticio, apodo real. De hecho, tampoco es el portero sino el dueño del local, pero lo que sea con tal de ahorrar gastos. En su día fue uno de los proxenetas más poderosos de España, “importó” a cerca de 2.000 prostitutas extranjeras a sus negocios y llegó a controlar 13 macroburdeles en todo el país, alguno de ellos fundado por él. Ha comprado, esclavizado y manipulado a mujeres, pero en su memoria las recuerda como objetos. Por sus delitos, el fiscal le pidió 27 años de cárcel. Cumplió tres.

Desde entonces, la cosa parecía haber cambiado. Miguel se convirtió en una de las voces más reconocibles contra la prostitución en España, vendió y liquidó a los capos de la trata, empezó a colaborar con la Policía y denunció las prácticas de los que eran sus compañeros. Su redención ha tomado la forma de libros, documentales (El Proxeneta, Mabel Lozano, 2018) y estaba a punto de trasladarse al cine por medio de un conocido director español. Lo que nadie sabía es que hace un año volvió al negocio. “Supongo que ahora tendrán que cambiarle el final a la película”.

'El Músico', posando en uno de los pasillos del hotel.

'El Músico', posando en uno de los pasillos del hotel. Jorge Barreno El Español

Ahora, a punto de cumplir los 60 años, la Pirámide, a la entrada de Valdepeñas (Ciudad Real), es el último vestigio de su imperio, la punta del iceberg de un negocio negro al que varios ministros, como Félix Bolaños o Irene Montero, ya han puesto en la diana del Gobierno. Mitad sala de fiestas, mitad hotel, pero ninguna de las dos cosas. Un día se despertó, se miró las arrugas y supo que no estaba listo para jubilarse, que no conocía otra forma de vivir y que este era su mundo, y volvió. Ya no importa mujeres del extranjero, pero sigue sacando provecho de ellas. Se arrepiente lo justo, pero no lo suficiente. Su mentalidad, dice, ha cambiado, y todo en el negocio es perfectamente legal. Ese es el problema.

Un paso por delante

El Músico es un hombre de matices, pero no de filtros, mucho menos cuando se trata de diseccionar uno de los negocios negros más encubiertos de nuestro entorno. Ni al otro lado de la pantalla ni en las distancias cortas se anda con miramientos, habla directo al estómago y vomita una realidad olvidada: que España es el primer país de Europa y el tercero del mundo en demanda e importación de prostitución. Se estima que la trata de mujeres mueve alrededor de cinco millones de euros al día en nuestro país.

De hecho, el Gobierno ya le ha puesto el ojo. En las últimas semanas han sido varios los ministros que se han pronunciado sobre abolir el negocio mediante la Ley de Trata e ilegalizar las terceras locativas, la figura jurídica que se refiere a cualquier espacio utilizado para ejercer la prostitución. Mientras le cuentas cómo su negocio vuelve a peligrar, él te pasea por las salas de fiesta, los escenarios, las habitaciones y el comedor de las prostitutas. Tú te inquietas y él se ríe. ¿Pero no te preocupa? “Para nada. Siempre vamos un paso por delante de la ley”.

Mientras te enseña sus dominios, cada vez más lejos de la sala, la música todavía atruena a un nivel casi de discoteca. No son ni las diez de la noche, una chica da vueltas sobre una barra de pole y la mayoría de los clientes ya abandonan el barco. Se van con sus familias. Cosas de miércoles. “Antes del Covid esto estaba petado”, suspira. “Todo ha cambiado muchísimo”.

Una prostituta en la barra de la Pirámide.

Una prostituta en la barra de la Pirámide. Jorge Barreno El Español

El Músico empezó a ganar dinero y relevancia en una década, los 90, en la que el negocio cambió de manos: de los chulos a los empresarios. Él fue pionero en el esclavismo sexual de los clubes nocturnos, hasta entonces a rebosar de prostitutas españolas, hasta que cogió la sartén por el mango y, a través de mafias, sobornos y violencia, empezó a traerlas de fuera. Y se volvió un profesional.

En el año 2000 dio uno de sus golpes más recordados: la trata y secuestro de la selección nacional femenina de taekwondo de Colombia. Un total de 19 chicas que aparecieron en el aeropuerto de Barajas con su chándal oficial, sus visados en regla y su invitación al mundial de artes marciales por equipos.

Por supuesto, no existía ninguna selección de taekwondo, su entrenador era un secuestrador, el conductor del autobús era un proxeneta y el torneo era en realidad una exhibición para venderlas como piezas de carne. Ya se ha dicho que, en este negocio, nada es lo que parece.

La deuda

¿Qué hacías con las mujeres que traías a España?

—Manipularlas. Es muy fácil hacerlo porque la mayoría vienen de familias pobres y muchos problemas. Yo las rompía, sus sueños, hasta dejarlas secas. Me excusaba a mí mismo con que, con la de mala gente que hay en este mundo, yo por lo menos no era tan malo. Peores eran sus familias. Las madres son las peores proxenetas, que se dedican a vivir de los coños de sus hijas. Pero lo más rentable es no pensar en esas cosas, porque si dejas de traerlas te quedas sin dinero.

Miguel 'El Músico'.

Miguel 'El Músico'. Jorge Barreno El Español

Todas las implicadas que pasaron por las manos de Miguel seguían el mismo patrón. Al principio, entraban en el negocio con buenas palabras y aceptaban “la deuda” impuesta por el proxeneta: 6.000 euros nacidos de supuestas gestiones como el visado, los billetes y la protección. Todo falso o exagerado. Además, el club impone a las prostitutas una tarifa de 50 euros diarios por el alojamiento, la comida y el ‘permiso’ para bajar a la sala de fiestas. Al final todas acababan igual, envueltas en un laberinto de pagos sin salida.

“Que me pague la deuda es lo de menos, porque nunca va a llegar. Lo que yo quiero es que se quede conmigo, que me siga dando dinero, y así puedo manejarla. En cuanto están a punto de irse te inventas una gestión o una factura y las vuelves a atar en corto. Con el tiempo todas acaban dominadas”. Carraspea. “Pero ya no hago eso. No hace falta que vengan engañadas, lo único que quieren es ganar dinero y enviarlo a sus países”.

Sorprende cómo El Músico habla de ellas, las mujeres a las que maltrataba y de las que ahora, dice, se beneficia pero no se aprovecha. “O no tanto”. Comenta sus idas y venidas con desafección, con desapego, como si hablara de coches usados y no de seres humanos. Tampoco se arrepiente de su pasado, pero sí de su actitud. “Para ser tratante hay que ser mala persona”, resume.

El retorno del fugitivo

Al final del pasillo, tras una puerta acristalada, El Músico te pide que esperes fuera. Le escuchas desde el otro -“anda, vestíos”-, esperas dos segundos y te da paso. La sala es como un comedor de colegio, con varias mesas a un lado y una barra enfrente. Una mujer de treinta y tantos recoge su bandeja y otras seis están terminando la cena, todas en ropa interior y batín. De fondo, aunque separados por varios pasillos, todavía suena a tope el reguetón de la sala de fiesta.

Laura posa en uno de los pasillos de La Pirámide.

Laura posa en uno de los pasillos de La Pirámide. Jorge Barreno El Español

“¿Quién quiere sacarse fotos para el periódico?”, anuncia, y provoca risas. La mayoría tienen tatuajes o peinados que, dicen, los delatarían frente a sus familias y conocidos. Tres de ellas se animan, siempre de espaldas, y son las que ilustran este reportaje. Una, Laura (nombre ficticio), es la que bailaba en la barra cuando entramos en la Pirámide, "produce" entre 5.000 y 6.000 euros al mes y va cambiando de club cada par de meses. Así lleva casi siete años, todavía endeudada. A su lado, una compañera lleva menos de tres meses en España, todavía con el visado de turista.

El Músico, que hasta este momento todavía no se ha decidido sobre si salir o no en alguna foto, acaba convenciéndose. “Alguien tiene que dar la cara”, bromea, y aclara: “Pero me va a traer problemas”. Nadie sabe que hace un año volvió a mancharse las manos, ni siquiera quienes le dieron la oportunidad de arrepentirse en público la primera vez mediante reportajes, libros y documentales. Tampoco sus contactos en la Unidad contra Redes de Inmigración Ilegal y Falsedad Documental (UCRIF) de la Policía Nacional, con los que llevaba años colaborando para dar caza a otros proxenetas.

“No creo que les siente muy bien saberlo, pero bueno, se iban a enterar tarde o temprano”, explica. “Tengo que comer y no quiero tirar mi vida por la borda. Ahora hago las cosas diferente y mi mentalidad es distinta, pero entiendo que no les haga gracia descubrirlo”, indica con una sonrisa. “Yo por lo menos estoy tranquilo”.

Sobre posibles represalias, ya sea por la vía legal del Gobierno o inspecciones policiales, tampoco se preocupa: “No me pueden ilegalizar porque yo tengo licencias de cafetería, hotel…”, empieza. “Las mujeres no son trabajadoras: son clientas del hotel, inquilinas. El negocio es tan sencillo como que salen a una sala de fiesta, conocen a un tío y se van con él. Lo que pasa dentro de la habitación yo no lo sé, si se cobra o no se cobra, o sea que no me hago responsable”.

Dos prostitutas en la sala de fiesta principal.

Dos prostitutas en la sala de fiesta principal. Jorge Barreno El Español

Si cambian la ley no será tan sencillo.

—Es que da igual, está todo pensado. El problema de las regulaciones del Gobierno es que no dan una alternativa a las mujeres que viven de esto. Si el día de mañana nos prohíben el negocio monto una ONG o una fundación para proteger a las prostitutas, las dejo quedarse en el hotel y, para el que venga de fuera, le empiezo a cobrar un “cóctel de la casa” a 60 euros. A ver quién me dice algo. Está todo inventado.

Para cada problema, dice, hay una solución. O por lo menos ya la encontrarán. Ha sido con esta cultura de la supervivencia y la vida al límite con la que se ha construido el edificio de la prostitución en España, un entablado sin códigos, moral ni humanidad donde el sometimiento y la violencia están al orden del día, y no sólo la física. Sobre esta plataforma se erigieron los grandes, con El Músico a la cabeza, seguido de El Chepas, El Dandy, El Gallego... El puñado de empresarios que hicieron negocio con la carne y los sueños.

“Hacemos más dinero que cualquier traficante de droga. Una sola chica nos puede dar varios cientos de miles de euros y bastantes menos problemas que un alijo de cocaína”, disecciona. En realidad, a veces se incomoda a sí mismo. Rectifica las palabras -en este artículo hemos suavizado unas cuantas- y se desdice, pero siempre tarde. Deformación profesional, dirán algunos. “He vuelto, pues sí, qué coño. Tarde o temprano se iban a enterar”.

No le gusta decir que se arrepiente, porque ya no es la misma persona. De su particular vida de mafias, sexo y mala leche sólo queda lo estrictamente profesional, la trata de mujeres, pero mirando hacia otro lado. Incluso entre los capos del negocio negro hay quien detesta su trabajo, y también hay proxenetas que odian a los puteros. O que lo hacen a disgusto, aunque sea un poquito. En el mundo de la noche, ya se sabe, nada es lo que parece. Pero todo acaba saliendo a la luz.