En la televisión, desde las cinco de la mañana del jueves, se repite la retahíla. "¡Budlaska zaluchaytisa v doma! (por favor, no salgan de sus casas)". Le acompañan imágenes que nunca quisieron ver, que no creen verdaderas, pero que lo son. Sólo les hace falta abrir una ventana para escuchar el murmullo de la guerra, estruendoso como los carros de combate. Los bombardeos no permiten escuchar otra cosa, el pánico y la psicosis se apoderan del país mientras las tropas de Putin ganan terreno por tierra, mar y aire. En menos de quince minutos, Rusia ha iniciado la invasión de Ucrania.
"Ama, han entrado. ¡Nos vamos!". Es el primer mensaje que llega a España de los 'niños de Chernóbil', acogidos por España cada verano. Ese WhatsApp lo reciben Belén Ugarte y su esposo Enrique Angulo mientras duermen plácidamente en su casa de Bilbao. La que fuera su hija de acogida años atrás, Masha Tereshchenko, avisa al matrimonio el pasado jueves de que acababa de empezar la guerra, de que estaba huyendo del país.
En medio de esta operación militar a gran escala, Masha intentó escapar de Mala Makarivka (su pueblo natal, próximo a la frontera con Bielorrusia) pero las kilométricas retenciones y las colas en las gasolineras frustraron sus planes de huida el pasado jueves. “Mi marido Alexei, mi bebe y yo nos dirigíamos hacía los Cárpatos para ponernos a salvo en casa de unos parientes y, aunque hemos conseguido salir a la carretera, hemos tenido que dar marcha atrás”, explica la joven a EL ESPAÑOL en una nota de voz. Con las retenciones de hasta 12 kilómetros, sólo unos pocos consiguieron huir.
Este viernes, la situación es aún peor. “El crío no puede dormir por el estruendo de las explosiones”, se lamenta Masha en conversación con este periódico, mientras intenta consolar como puede al recién nacido que llora entre bomba y bomba. El ejército ruso, dice, ha entrado en el pueblo vecino de Orane y teme que en los próximos días se queden sin internet y no puedan contestar a este periodista.
Al cierre de esta edición, Masha, su pareja y el hijo recién nacido de ambos se han refugiado en un sótano típico de las casas de campo de la zona. No están solos, les acompañan todos sus vecinos con los que se han resguardado los tres para protegerse de una posible ola de proyectiles.
“Nos hemos apilado en un agujero reforzado de paredes de piedra en el que se almacenan patatas y tomates”, describe Masha dando muestra de la compleja situación que están viviendo. Los últimos reportes del gobierno de Ucrania estiman la muerte de 137 ucranianos durante los primeros días de la invasión rusa a su país y Masha, al menos, respira aliviada: “Aún seguimos vivos”, afirma, con un hilo de voz.
Miedo y angustia
Enrique y Belén llevan 25 años en la Asociación Chernobileko Umeak -los niños de Chernóbil- y desde entonces han acogido en España a 11 niños que residen en el aérea de influencia de la central nuclear. Masha fue una de las primeras menores que acogieron. Tras un parón de dos años que ha impedido la acogida de más niños ucranianos debido a la pandemia, esta pasada Navidad la han celebrado junto a Tania Ostrovka, otra niña ucraniana de 13 años. Actualmente, la chica reside en la ciudad de Irpen y es la mayor de cinco hermanos.
Con el alma en vilo, Belén Ugarte y Enrique Ángulo están en contacto permanente con la muchacha por videoconferencia. “A pesar de las noticias que nos hace llegar desde Ucrania, Tania no pierde la sonrisa en las videollamadas”, aseguran.
Son momentos confusos en los que es difícil saber lo que está pasando y, a cada rato, la muchacha apaga las luces de casa y corta la comunicación con el exterior. Su comportamiento parece estar más que justificado. No sin razón, las autoridades repiten directrices que prohíben hacer cualquier movimiento para no dar pistas al enemigo.
La pequeña Ostrovka les narra a sus padres adoptivos españoles que los niños y niñas no han acudido a la escuela y que los padres permanecen también en sus casas sin ir a trabajar. “En cualquier otra ocasión, faltar a clase sería un motivo de celebración para los menores, pero hoy, más que nunca, desean regresar al cole porque este sería un signo de normalidad”, comenta Ugarte.
“Tania ha oído disparos al ir a comprar al supermercado y nos ha contado que han bombardeado la fábrica de aviones de caza Antonov del aeropuerto de Hostómel”, informa la madre de acogida para concluir que “son cosas que los ojos de un niño no deberían ni ver”.
Kiev, a punto de caer
En la capital suenan las sirenas antiaéreas. El espacio aéreo permanece cerrado y, ante un éxodo masivo, transitar por carretera resulta complicado. El ejército ruso está asediando el Parlamento de Ucrania. En la calle se escuchan rumores: ¿dónde está Zelensky? Nadie lo sabe. Aunque el presidente electo apareció en un vídeo este mismo viernes y dice estar en la capital.
Pasado el shock inicial tras la ofensiva lanzada por Rusia, Igor Likhvanchuk, filólogo hispánico de profesión, graba un vídeo a pie de calle en Kiev para alertar a España y al resto de la comunidad internacional sobre el momento de tensión, incertidumbre e indefensión que está atravesando la población.
A sus 34 años, este ucraniano no tiene pelos en la lengua y señala directamente a Rusia por invadir un país pacifico con más de 40 millones de habitantes: “No ataca a los militares, ataca a la población de Ucrania”, les acusa. Likhvanchuk recorre las calles de Kiev en su coche y narra “para que el mundo entienda” que han sido bombardeadas hasta escuelas y hospitales.
“La guerra está en todas partes y ya da igual donde ir”, se lamenta el joven. En un perfecto dominio del castellano que perfeccionó en sus años de monitor en la Asociación de acogida de niños ucranianos Chernobil Elkartea de Gipuzkoa, declara con cierta impotencia que hay civiles muertos y que están lanzando cohetes a la ciudad. Según Likhvanchuk, es tanta la desesperación que "a los niños ya las niñas les están explicando que tienen que hacer si se encuentran algún explosivo".
Un pueblo armado
La navarra Ana López llama insistentemente al chaval que acogió en 2018. Nikita no le responde al teléfono desde ayer. “Seguramente no quiere preocuparme”, le excusa al chico. Esta madre de acogida acaba de leer un tuit mientras habla con este periódico del presidente Volomir Zelenski invitando armar “a cualquiera que quiera defender el país”. “Prepárate para apoyar a Ucrania en las plazas de nuestras ciudades”, tuitea el mandatario ucranio.
Preocupada, Ana se pregunta cómo va a usar un fusil Nikita si ni siquiera saber hacer un huevo frito y sonríe al recordar las clases de cocina exprés que le dio en sus visitas a España. “Era pésimo”, valora. “¿Quién le va a enseñar a disparar?”.
Otra de las que fueron niñas de Chernóbil, aunque más crecidita -tiene 18 años-, Elena Shevhenko, tiene la respuesta. El 14 de febrero salió apresuradamente de Kiev porque Loli y Chechu, sus padres de acogida se olían algo turbio. “Las malas relaciones entre Ucrania y Rusia vienen de lejos, pero nadie sabía que esto iba a pasar”, manifiesta sorprendida. “Vine a España con la excusa de aprender relaciones diplomáticas y vista la situación, se me han quitado las ganas”, declara en conversaciones con este periódico. “Hasta yo lo haría mejor que cualquier diplomático”, dice irónicamente.
Ha dejado a sus padres y a su novio en Kiev y a ratos se siente culpable. “Estamos haciendo todo lo que es posible desde aquí, pero resulta imposible mover ficha”, argumenta. Hasta hace poco, el clima en la capital ucraniana era de auténtica normalidad. “La gente iba al gimnasio, se salía de marcha a pesar de la Covid 19, etc”, explica.
Apenas duerme desde que empezó la contienda. No deja de pensar en los suyos. “En los supermercados no hay abastecimiento y los cajeros automáticos de los bancos no dan más de 3000 greivnias, el equivalente a 50 euros”.
Un día más, Andriy, la pareja de Shevhenko no ha acudido a su puesto de trabajo. “Se ha alistado al ejército, pero no se le hace raro coger un arma porque en Ucrania te enseñan en los colegios a usar un Kalashnikov,” reflexiono. Shevhenko va más allá y apostilla que a los 13 años les hacen estudiar una asignatura obligatoria en la que les enseñan a utilizar un arma y concreta que la materia se hace llamar “Defender Ucrania”.
Los rusos se han hecho con el control de la central nuclear de Chernóbil y a los descendientes de la mayor catástrofe nuclear de la historia les preocupa que bombardeen el sarcófago que sella el reactor que estalló en 1986. “Desde aquí no podemos hacer nada más que darles apoyó moral a nuestros segundos hijos y confiamos en que se pueda fletar un avión desde España”, espera una familia que no quiere dar a conocer su identidad para proteger al mejor que acogen. “No nos fiamos de la inteligencia rusa”, acaban diciendo.