En el corazón del infierno, Beni Brito, un asturiano de 33 años, sobrevive cada día junto a su familia. Las sirenas antiaéreas recubren con un manto de horror las paredes de su casa de Vinnytsia, al oeste del país, una localidad ucraniana cercana a la frontera con Moldavia. El miedo y la incertidumbre aumentan al mismo ritmo que las tropas rusas avanzan sobre el terreno, dejando un reguero de víctimas a su paso. Se estima que alrededor de 2.000 civiles ucranianos han muerto desde el comienzo de la invasión rusa del 24 de febrero, según el Servicio Estatal de Emergencia de Ucrania.
Cada noche, vislumbra temeroso desde su ventana una inhóspita calma de guerra. Una ciudad desierta de casi 400.000 habitantes que permanecen al resguardo de la muerte. La única muestra de vida se evidencia en los estantes de los establecimientos de comida, cada vez más vacíos. Su ventana se ha convertido en su trinchera, desde la que con arma en mano defiende a su familia. De momento, en Vinnytsia, a 230 km de Kiev, no ha caído ninguna bomba, pero sí que ha habido muertos. Por ahora, en uno de sus caminos hacia el supermercado, ya se ha encontrado con dos cadáveres: "A partir de las diez de la noche, como salgas a la calle te disparan y luego te preguntan”, cuenta a EL ESPAÑOL.
Beni vive con su mujer, María, ucraniana de nacimiento, y la hija de ambos, de cuatro años de edad. A ellos se ha sumado recientemente la hija de su suegro, quien con 60 años ha decidido alistarse en el ejército ucraniano. Cree que su deber es defender a su patria y salvaguardar la dignidad del pueblo ucraniano. No se conoce realmente su paradero, salvo que está cerca de la frontera y que por el momento está bien. “A pesar de la edad, no dudó en colocarse el uniforme y marcharse al frente. Le dieron una ametralladora de las grandes, de las de trípode, y está a la espera de que le puedan dar un chaleco”, relata Beni. Su mujer (la suegra de Beni) murió de cáncer hace unos años. Beni y María cuidan a la hija mientras su padre está luchando contra las tropas de Putin.
La misión de Beni
Mientras, la misión del joven asturiano es la de mantener a su familia a salvo. No duda en afirmar a este periódico que si se acercan a su casa, dispara. “Tengo que proteger a mi familia, no tengo otra opción”, advierte. Sin embargo, ya ha sido capaz de librar con éxito la más difícil de las batallas, la de configurar una realidad paralela que evite el sufrimiento de las dos niñas, ambas de cuatro años de edad. Beni se ha encargado de que las pequeñas no conozcan el significado de la palabra guerra. Ellas creen que esto se trata de un virus con una variante nueva, “la rusa”, argumento que utiliza para explicarles el porqué no pueden salir de casa.
Cuando suenan las sirenas que hacen presagiar lo peor, tienen que resguardarse en el sótano. En ese momento, Beni prepara agua, algo de comida y unos auriculares con música para ponérselos a las niñas. “No quiero que escuchen lo que pasa. Ellas tienen que pensar sólo en cosas de niños, mejor que no descubran la realidad”, comenta.
“Nunca imaginé que fuéramos a vivir algo así. Un día te levantas y te das cuenta de que la guerra ya está aquí y que temes por tu vida y por la de tu familia”, cuenta Beni, quien hace cuatro años aterrizó en Ucrania junto a su mujer. Antes de eso, vivieron en Tailandia, donde tuvieron a su hija. “Nos fuimos de Tailandia ya que pensábamos que ese no era el mejor sitio para criar a nuestra hija”. Paradojas de la vida, llegaron a Ucrania buscando un futuro mejor. Ahora, es el país europeo el que trunca sus esperanzas. Aún así, afirma “no arrepentirse de haber tomado la decisión de venir”.
España lo ha abandonado
Muy atrás en el tiempo queda ya su vida en Langreo, la ciudad asturiana que lo vio nacer. Abandonó España para cruzar nuevos horizontes. Ahora siente que España, en parte, es la que lo ha abandonado a él. “Nadie de la embajada española en Kiev se ha puesto en contacto con nosotros”, denuncia. La embajada española en Ucrania se encarga de fletar convoyes de españoles para sacarlos del país, sin embargo, Beni está a la espera de recibir una contestación.
Ante la falta de soluciones institucionales, se ha unido en grupo con otros españoles que también han sido olvidados por la embajada española. “Hay gente como Javier Fernández, desde Praga, y Carlos, desde España, que están haciendo lo imposible por sacar a todo el mundo de aquí, hacen la labor que el Gobierno debería hacer”, expresa.
Se calcula que en torno a un centenar de españoles siguen en territorio ucraniano, según confirmó el pasado sábado el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, y aseguró que la mayoría de ellos son ciudadanos con "doble nacionalidad" y que todos ellos se han "quedado por voluntad propia" para quedarse con sus familiares. Aún así, prometió que seguirían aunando esfuerzos para facilitar la salida de los españoles que “hayan cambiado de opinión” y quieran abandonar Ucrania.
O todos o ninguno
Sus familiares y amigos desde España le piden que regrese, una decisión que él ha descartado por el momento. Su mujer, María, no quiere salir del país sin su padre. Beni no quiere abandonar a su mujer y volver a España. “No me puedo ir y dejar aquí a mi mujer, a mi suegro y a las niñas. O nos vamos todos o no nos vamos nadie”, dice.
En el caso de que decidieran salir del país, Beni y su familia se enfrentarían a lo que miles de Ucranianos se están enfrentando en los últimos días. Un trayecto de aproximadamente cincuenta horas en tren hasta Leópolis, una ciudad ubicada a unos 70 kilómetros de la frontera con Polonia. Allí tienen que esperar otras doce horas hasta poder coger otro tren que los lleve a cruzar la frontera. Una vez en suelo polaco, esperar a encontrar la forma de regresar a España.
El futuro de Beni y de su familia es incierto, como el de otras muchas familias amenazadas por la guerra. Aún así, no pierde las esperanzas. “Sólo espero que esta pesadilla acabe lo antes posible. Quiero poder seguir viviendo en Ucrania en paz, aquí lo tengo todo”, concluye.