3 de mayo de 2007, 19.32 de la tarde. Un hombre pasea por la acera del Ocean Club, un conocido resort de Praia da Luz (Portugal). Da una vuelta, luego otra, y se para a los pies de una de las villas, la más cercana a la entrada del recinto. Sobre él está el 5A, el apartamento de la familia McCann. Saca el móvil y marca un número de teléfono, el +35 191 651 06 83, y habla durante treinta minutos. Quince años después no se sabe nada de la persona que estaba al otro lado del teléfono, pero del que hizo la llamada se sabe prácticamente todo.
Su nombre es Christian Brueckner, es alemán y en el momento del suceso tiene 29 años. Lleva desde los 18 malviviendo en una casita a tres kilómetros del complejo, aislada del núcleo urbano pero cercana, precisamente, al lado del sendero por el que la familia McCann accede regularmente a la playa. A partir del día siguiente será considerado uno de los principales sospechosos del secuestro de su hija, Madeleine. Quince años después se convertirá en el primer y único imputado del caso.
Tardó en llegar, pero se veía venir. Antes de que su nombre trascendiera finalmente en verano de 2020, Brueckner ya era considerado por los policías y la prensa como el “punto ciego” del caso, la única y extraña pieza que no encajaba en el relato de los hechos. Por entonces sólo se conocía su descripción: 1,82 metros, complexión delgada, ojos azules y cabello rubio, nada más. Hoy se sabe que ha sido condenado en varias ocasiones por tráfico de drogas, robo, pedofilia y abusos sexuales, pero ninguna relacionada con la niña desaparecida.
En el verano de 2020, investigando a este depredador sexual por el caso Madeleine, la policía alemana halló un sótano de su propiedad escondido en un jardín en la región de Hannover, pero hacía tiempo que lo había abandonado. También encontró una caravana con bañadores de niñas y 8.000 imágenes de contenido pedófilo.
“Sé todo lo que ocurrió”
Desde el día 1 del caso, Brueckner formó parte del grupo de 600 personas investigados durante la denominada Operación Grange, pero no como sospechoso. Este hecho sorprende más aún con la información que tenemos a día de hoy, dado que dos años antes de la desaparición de Madeleine el alemán robó y violó a una anciana en su casa de Praia da Luz. Entonces no se sabía, pero todavía cumple condena por aquello. Con el paso del tiempo otras condenas pasadas fueron apareciendo: robo con violencia, tráfico de drogas y pedofilia son sólo algunas de ellas.
Pero entonces su presencia sólo se explicaba como fruto de una feliz casualidad. No fue hasta 2017 que Brueckner le confesó a un amigo que sabía “todo que ocurrió con Maddie”, mientras tomaban una cerveza en un bar y en la televisión emitían un especial por el décimo aniversario del caso. Un par de semanas antes, los policías portugueses estuvieron a punto de dar carpetazo al asunto. Desde entonces, el cerco sobre el alemán no ha dejado de estrecharse.
Durante los 12 años que pasó en Praia da Luz, Brueckner vivió de los robos en apartamentos, del trapicheo de combustible robado y de la compraventa de vehículos que él mismo reparaba. Alardeaba entre sus amigos de sus saqueos, de sucómo se colaba en los apartamentos de los ricos británicos y de su capacidad para robar incluso con los turistas dentro. Incluso llegó a reconocer a su mejor amigo que soñaba con violar a una menor.
A partir de entonces, su relación con Madeleine se ha ido probando con el tiempo. El 30 de abril, en el mismo caminito de playa que la familia frecuentaba, varios vecinos aseguran haber visto a Brueckner, con gafas de sol, observar la llegada de los McCann. Sería el primero de cuatro encuentros: en la playa, en la recepción del resort, en una cafetería cercana y en la calle, este último la noche de la desaparición.
El misterio de los coches
A pesar de todas las casualidades, las evidencias son pocas. La relación de Brueckner con Madeleine es sólo fruto de las teorías y aún a día de hoy es un mar de dudas para los investigadores, desde su misteriosa llamada de teléfono hasta sus supuestas apariciones días antes del suceso. También su actividad más reciente.
Una semana antes de que Madeleine desapareciera, Brueckner abandonó la casa alquilada cercana al sendero de playa y se mudó a su autocaravana, una Volkswagen T3 Westfalia blanca y amarilla de matrícula portuguesa, que aparcó cerca de la urbanización del Ocean Club. Según ha relatado su antiguo propietario, el alemán dejó su vivienda de los últimos 12 años de manera apresurada, de un día para otro, dejando tras de sí un rastro de bolsas de basura, ropa, pelucas y disfraces.
Las 24 horas siguientes son la clave para esclarecer el caso. Brueckner se despidió de su novia y le dijo que estarían un par de días sin verse, que tenía un trabajo importante, abandonó el parking, dio un paseo e hizo su llamada de teléfono. Al día siguiente, transfirió a otra persona un Jaguar XJR6 de 1993, con matrícula alemana, su otro coche. Aún a día no se conoce la identidad ni de su interlocutor telefónico ni del propietario del vehículo.
La hipótesis
La principal hipótesis que barajan los cuerpos de policía portuguesa, alemana y británica es que todo lo que parece, efectivamente, es. Desde finales de abril, Brueckner le echó el ojo a una familia británica que acudía a la playa de vez en cuando y les siguió hasta el Ocean Club. Después de unos días, el alemán concluyó que eran unas víctimas perfectas para los robos en viviendas a los que estaba habituado.
Con esta idea en la cabeza, y presuntamente con un cómplice con el que se comunicaba por teléfono, llegó a la urbanización a las 19.32 horas del 3 de mayo. Esperó a que el matrimonio saliera del apartamento y se coló por la ventana del bajo, la misma que la madre se encontró abierta de par en par cuando descubrió que su hija había desaparecido. En principio, el rapto de la pequeña no debería entrar en el plan inicial, pero otra hipótesis baraja que se trataba de un secuestro por encargo, o que le descubrió con las manos en la masa.
Esa noche, mientras los McCann descubren que su hija ha desaparecido, una vecina ve a un hombre con una niña en brazos, presumiblemente dormida y en pijama. Podría ser ella. Y el hombre, él.
Al menos, así lo cree la fiscalía de Alemania, donde Brueckner lleva preso desde 2008 por varios delitos de tráfico de drogas. En su propio país incluso están investigando si también tuvo algo que ver con la desaparición de Inga, la Madeleine de Alemania. La pequeña, que tenía sólo cinco años de edad, fue vista por última vez el 2 de mayo de 2015, la misma fecha en la que Maddie había desaparecido ocho años antes.