Amparo Larrañaga: "No soy de banderas, pero yo española a tope. ¡No digas que no lo tenemos todo!"
La actriz presenta la tercera temporada de la comedia 'Laponia' en el Teatro Maravillas, que protagoniza junto a Iñaki Miramón, Mar Abascal y Juli Fábregas.
24 agosto, 2024 01:56Es jueves por la mañana y se celebra un pase gráfico para presentar la tercera temporada de la exitosa Laponia -obra que se representa en el teatro Maravillas (Madrid)- ante los medios. Amparo Larrañaga pasea por el escenario antes de comenzar y, de pronto, mira hacia el patio de butacas y se coloca una diadema de reno, parte de su vestuario en la función: “Me voy a poner los cuernos a mí misma”, suelta, y la frase sardónica la define mejor que cualquier radiografía.
La actriz, de 61 años, dice que es un calco de su padre Carlos Larrañaga, de quien ha heredado eso “de con el látigo tener gracia”. Lo quiso tanto, tanto, que no se despegaba de sus cenizas: “Y no soy una tía rara que tenga manías, pero al principio yo me las llevaba a los sitios. Desde que era niña siempre estuve enamorada de él y adorándole”. Con su madre María Luisa puede intercambiar “80 whatsapps” si un día no se ven. Su relación es tan estrecha como la que mantiene con sus hermanos Luis (Merlo) y Pedro Larrañaga. La saga es un bloque de hormigón.
Amparo siempre fue con las luces largas en el oficio. Triunfó y mucho en la tele (entre un montón de series más hizo Periodistas, MIR o Los hombres de Paco), pero siempre le vio las orejas al lobo de la interpretación: “Las mujeres somos como sacos de basura, llega un momento en que eres invisible. Yo decidí con 18 años tener una carrera en el teatro porque vi lo que le pasaba a las mujeres mayores, a mis abuelas, a mi madre…”. Las tablas, dice, son más cálidas, menos dictatoriales. Son casa.
Se niega a tener redes sociales, aunque el cotarro actoral se mueva ahí: “Supone generar un personaje paralelo al que yo soy. Yo no creo que nadie cuente de verdad sus miserias y su vida real”. Se opone también a granjearse trabajos a costa de cualquier otra cosa que no sea su talento y su trayectoria, por eso no se prodiga en fiestas. No se ha operado jamás, y celebra que la presión de la imagen les llegue también a ellos: “Antes había actores maravillosos como Fernán Gómez, Alfredo Landa o José Luis López Vázquez, pero que no eran nada guapos, y mira los pibones que tenían al lado”. Rompiendo y rasgando, en su línea constante, nos contesta a todas estas preguntas.
P.– Presenta la nueva temporada de Laponia, ese partido de fútbol tan reñido entre las virtudes y los defectos de Finlandia y los de España. ¿Con cuál se queda, fuera de la ficción?
R.– Yo siempre con España. Fíjate, yo no soy de banderas y a los políticos los detesto, pero cuando salgo y veo un Banco de Santander en Inglaterra me vuelvo loca… ¡Ay, mira, un Santander! Soy tonta del culo para eso. Me hace ilusión. Aparte es que me gusta mucho este país, me lo conozco de cabo a rabo de las giras, sé cómo es la gente en cada lugar, y adoro cómo se come y lo divertida que es la gente en cualquier parte. Yo he ido a otros sitios y me he quedado helada. México, por ejemplo, dicen unas cosas terribles de machistas. Y vas a otro sitio y son más fríos que un demonio. Quita, quita, aquí estamos fenomenal. Soy española a tope, y no me digas que aquí no tenemos todo lo que queramos.
P.– Tenemos muchas virtudes. Y en la cara B, ¿qué defectos?
R.– Bueno sí, como todos los países del sur, tenemos esa cosa que nos dicen siempre de que somos un poquito más tramposos. Es posible, pero también somos más cálidos y más solidarios. Las balanzas están siempre ahí y hay que compensar, pero yo no podría vivir más que aquí.
P.– Hay una frase que dice su personaje que le da una vuelta de tuerca al refrán que asegura que la verdad duele. Dice Mónica: ‘Las verdades no duelen, hasta que te tocan’. ¿Qué verdad le ha dolido más a Amparo Larrañaga dentro de la profesión?
R.– He tenido mucha suerte dentro de la profesión, pero hay algo terrible que es darte cuenta de que el tiempo pasa y ya no eres nada ni nadie. A las mujeres nos pasa mucho, somos como sacos de basura, llega un momento en que eres invisible. Tus sombras en la cara en una televisión no importan porque eres una mujer mayor, ya no lo ve el director ni nadie. Y ves cómo el flequillo de la niña jovencita hay que cortarlo rápidamente porque le hace una sombra, pero tu sombra da igual. Esas cosas duelen. El teatro es menos dictadura, pero me duele también que haya dejado de ser popular o no tan popular.
Y luego está esa cosa de hacer una prueba para una serie, que nadie te conoce ya porque como son para plataformas y tienes que mandarlo a Londres o no sé dónde, parece que tus años de profesión no valen para nada. Eso son verdades que están ahí y que duelen. Pero yo decidí con 18 años tener una carrera en el teatro porque vi lo que le pasaba a las mujeres mayores, a mis abuelas, a mi madre… Y decidí que eso no me iba a pasar. El teatro es más fiel, y hay grandes papeles para las mujeres.
P.– Paula Prendes, también actriz, dice siempre que la gente asegura que no ve la tele, pero si un día sales, vaya, te ha visto todo el mundo.
R.– Es una mentira como una casa lo de que no ven la tele, ya te digo yo. Y luego las redes sociales: tú vas a hacer un anuncio y le preguntan a tu representante cuántos seguidores tienes en redes sociales, cuál es el perfil de tus seguidores, su edad, perfil y países de procedencia.
P.– Y Amparo Larrañaga no tiene una sola red social, que la he buscado.
R.– Es una dictadura que no la quiero para mí en este momento, y supone generar un personaje paralelo al que yo soy, a mi vida real. Yo no creo que nadie cuente ahí de verdad sus miserias y su vida real. Y además yo soy una enferma de la privacidad, y creo que es algo que se ha visto a lo largo de mi vida profesional. No hablo de mi vida, no voy a estrenos ni fiestas; yo solo me promociono cuando tengo que hacerlo, en el trabajo.
P.– No quiere crear otro personaje, sólo a los que da vida en la actuación. Hizo Los Hombres de Paco en la pandemia y le he escuchado decir que celebró mucho que le ofrecieran un papel acorde a la edad que tenía en ese momento. ¿Le han ofrecido papeles en los que tenía que estar aparentando tener menos edad, o en los que sentía una presión exagerada respecto al físico?
R.– Ya no. No. Porque esto que hago en el teatro de pasar por una madre de un niño de 10 años no existiría siquiera en la televisión. Y siempre nos han exigido ser guapas, aunque ahora es verdad que eso va cambiando. Hay gente que por qué tiene que sentirse mal por ser gorda, bajita, demasiado delgada o tener una cicatriz. Mi hijo lo que adora es la diversidad, los niños de ahora son los que salen solidarios, los que salen bien. No miran esas cosas, al contrario. Por eso ves anuncios con gente con vitiligo o gente gruesa. Hay una tienda aquí de Victoria Secret, ¿te acuerdas de los ángeles? Pues ahora en la tienda de Fuencarral el maniquí es una señora gorda, con sobrepeso. Tendemos a eso, porque si no estamos perdidos.
P.– ¿Y cree que las plataformas están haciendo por cambiar este panorama de invisibilidad de la mujer madura en la actuación? ¿O se sigue el modelo jovencéntrico?
R.– Yo creo que siguen en lo mismo, los jóvenes son los amos de todo ahora mismo. Además, ves cosas muy curiosas: ¿cómo coño con 18 años un tío va a ser como James Bond, que tiene 40? Es imposible, y hay cosas que no te crees. En otras profesiones no es igual, puede haber un genio de la informática muy joven, pero ¿cómo una persona de 18 años va a dar lo mismo en un papel que requiere experiencia que alguien de 40? Un actor tiene que tener talento, y lo puede tener con 12 años, pero esta profesión requiere también experiencia.
Y lo que pasa también ahora es que las plataformas sacan mucha oferta porque estamos en la cultura de la velocidad y la gente quiere más y quiere diferente. Y esto es un problema para los actores jóvenes, porque duran lo que duran. Antes un actor empezaba de joven y hacía una carrera de una vida entera, morían con las botas puestas. Y ahora pasan de moda: ya veremos la criba de todos los que están triunfando ahora.
P.– Tampoco se hacen series para gente más mayor.
R.– Muy pocas. En Inglaterra hacen muchas películas y series de gente más mayor, y da gusto. El exótico hotel Marigold, por ejemplo. Comedias y series que tocan temas muy serios, también. Aquí, qué va.
P.– Usted nunca se ha operado nada, y lo ha llevado a gala. ¿Cree que, con esto que estamos hablando del culto a la juventud, la presión les empieza a llegar también un poco a ellos?
R.– Por supuesto. Si ves películas antiguas, no voy a meterme con nadie, pero los actores eran muy feos. Era el tiempo de esos refranes machistas y repugnantes como ‘el hombre y el oso, cuanto más feo más hermoso’, pero ahora no. Los jovencitos tienen que tener tabletita, estar delgaditos y estupendos, porque las chicas ya han dicho: ‘A mí no me vas a colocar a este de súper galán’. Porque antes había actores maravillosos como Fernán Gómez, Alfredo Landa o José Luis López Vázquez, pero que no eran nada guapos, y mira los pibones que tenían al lado, y enamoradísimas de ellos. Ahora eso ya no cuela, al menos por ahí hemos ganado algo.
P.– Pertenece a toda una saga de actores, una de las grandes familias de la interpretación en España. ¿Qué tiene de su padre Carlos (Larrañaga) y qué de su madre, María Luisa (Merlo)?
R.– Pues fíjate que me dicen que me parezco muchísimo a mi padre, físicamente y de carácter. Y en esa cosa que tenía mi padre, algo muy familiar, de con el látigo tener gracia, que no es fácil. No todo el mundo puede hacer reír con un látigo en la mano. Y no es sólo algo mío, es muy de mi familia: lo hacía mi abuela, mi tía, mi padre…
P.– Sin embargo su hermano Luis (Merlo) tiene una imagen más tierna, ¿es posible?
R.– Bueno, Luis tiene una imagen más tierna, pero las suelta que no veas. Te mueres de la risa con él. Y Pedro, que parece tan así, las suelta y no veas también. Somos todos muy irónicos, es nuestro humor: no de bromitas, sino de soltarte una que te deja en el sitio.
P.– Sí, es muy sardónica. Incluso los papeles que ha hecho van por ahí. Ayer veía unos capítulos de Periodistas para refrescarla, y su papel era un poco así: con buen fondo, pero una tía dura, potente.
R.– Sí. También eso era una cosa muy machista: que si eras jefa y mujer tenías que ser mala, no podías ser buena gente. Yo fui la jefa de los mires en MIR, en Periodistas la subdirectora de un periódico y en Los hombres de Paco un poco lo mismo. Si eras jefa, tenías que ser mala y muy dura con tu gente. Pasa igual con el prota, que siempre es más listo que la prota: siempre acierta más, se equivoca menos. En Los hombres de Paco lo veías también, él acierta más que ella que lleva 50 años trabajando. Pero al menos ahí la pareja protagonista era una pareja mayor, que éramos Paco (Tous) y yo, que somos mayores. Ojalá volver a trabajar con él porque es un ser excepcional.
P.– Le interrumpí con lo de Periodistas: me dijo en qué se parecía a su padre, ¿y a su madre?
R.– A mi madre, fíjate, me parezco mucho menos. En carácter y en todo. Y no te puedes imaginar cómo nos llevamos… Mi madre es todo, todo. La adoro. Y me río tanto con ella… Sin parecerme en nada, ni profesionalmente, ni en carácter -ella es mucho más amable, más dulce, más sociable, más como Luis-. Pero no te puedes imaginar cómo nos llevamos: si no nos vemos, nos mandamos 80 whatsapps al día, hablamos todo el rato… En los programas de televisión me hace gracia cuando te dicen ‘te vamos a dar una sorpresa’ y sale tu madre hablando y te dice ‘¿cómo estás, cariño?’. ‘Pues igual que esta mañana cuando hemos hablado’ (risas). Si es que nosotros, toda la familia, nos vemos mucho, trabajamos juntos, y nos llevamos muy bien.
P.– Quizá es que son muy complementarias.
R.– Totalmente. Porque a quien me parezco yo es a la familia de mi padre: soy más parecida a mi padre, a mi tía y a mi abuela, a la que conocí porque murió cuando yo tenía 10 años, pero la recuerdo perfectamente.
P.– Cuando falleció su padre cuenta que pasó “un año en un sofá mirando hacia arriba”. Uf, ¿qué la sacó de ahí?
R.– ¿Tú sabes que yo iba con las cenizas a los sitios? Y no soy una tía rara que tenga manías, pero al principio yo me las llevaba. Nada más pasar me quedé en la playa sola y les dije a todos que se fueran, porque no me podía levantar del sofá. El primer día fue bien porque pensé: ‘Bueno, ha descansado, que estaba muy enfermo’. Pero cuando ya le dije a Pedro que me iba a casa, cogí el coche y metí todo lo que tenía de 10 meses viviendo allí, me fui para allá con las cenizas y uf…
P.– Necesitamos rituales, ¿no? Rozalén me contó que se vistió con toda la ropa de su padre.
R.– ¡Yo tengo una camisa de mi padre en el armario colgada! Y no, no, no, no se supera. De pronto me viene el palo, fíjate que el 30 de agosto hará 13 años, y viene de pronto y... No puedo ver nada de él de mayor, por ejemplo. Películas suyas de jovencito sí, pero de mayor no puedo, soy absolutamente incapaz. Tengo su colonia, y de vez en cuando la huelo porque me recuerda. Lo de mi padre para mí fue tremendo, no sólo porque era mi padre y yo lo adoraba, desde que era niña siempre estuve enamorada de él y adorándole, es por el proceso tan duro de la enfermedad también.
P.– Que además estuvo usted al pie del cañón todo ese tiempo, cuidándolo.
R.– Sí, porque era la que podía en ese momento y fue durísimo. Pero es la vida. Por eso ahora me aferro a mi madre, y a disfrutarla todo lo que puedo.
P.– ¿Y de sus hermanos qué tiene?
R.– Yo soy la centrocampista.
P.– ¿Mitad de Luis, mitad de Pedro?
R.– Sí, yo soy menos sensible que Luis, y también es verdad que tengo parte de la cabeza de Pedro, que es un prodigio. Soy más pragmática y tengo mucha inteligencia emocional, lo que me permite controlar también y ser una buena hermana, una buena madre y una buena hija también.
P.– A vosotros no os dirían eso de ‘actores y actrices no, por favor, que de eso no se come’…
R.– No, no, no, ¡para nada!
P.– ¡Además es que he leído que quería ser médico!
R.– ¡Sí! Bueno, y tengo amigos médicos, me interesa la medicina, te puedo hablar de todo… Sí, es verdad. Fue mi abuelo (Ismael Merlo) el que me metió en el lío. Estuve viviendo un tiempo con él, se levantaba a las 5 de la mañana y yo me levantaba a hablar con él, porque la conversación con mi abuelo era maravillosa. Era un genio. Además era un actor diferente a todos, era naturalista. Ser conversador, un actor natural en aquella época.
P.– Ahora parece que la cosa está un poco más tranquila, pero ha habido hace no demasiado muchos casos de censura en el teatro. ¡Incluso porque dos actores salían en una obra en calzoncillos! ¿Le ha pasado algún caso, o en alguna producción de su familia?
R.– Nunca, jamás, jamás. Ahora, es vergonzoso. Que a estas alturas decida un señor o una señora política lo que se corta o no porque está ella incómoda… Eso es motivo para que todo el mundo salga a la calle a gritar. Porque eso es censura. Con todo lo que se ha luchado es terrorífico. Mi hijo, que es muy joven y un activista, me dice que es culpa nuestra y que tenemos que salir a la calle a gritar. ¿Por qué lo consentimos? ¿Por qué nos callamos? ¿Por qué lo aguantamos?
P.– Hace muchos años se movilizó junto a otros actores contra la guerra de Irak. ¿Ahora no se lo plantean?
R.– No, porque ya llega un momento en que no lo hablamos entre nosotros. Antes la Unión de actores convocaba y enseguida estábamos ahí. Ahora nadie quiere porque dependes mucho de cada político en cada sitio, la gente tiene miedo a hablar… Y lo entiendo. Yo de la política no hablo porque no me da la gana, me parece que ocupan el 99% del panorama, y la cultura un 0,3%. Así que el ratito que tengo yo para hablar de mis cosas del teatro, ¿también voy a hablar de estos sinvergüenzas que son unos narcisistas de narices? No me apetece. Pero es verdad que ahora entre los actores hay mucha más distancia. Quizá porque antes había gente que había luchado contra la dictadura, había menos actores… Ahora la gente se ha acomodado.