Patriotismo francés vs español: la huella de De Gaulle a los 80 años de la liberación de París

Patriotismo francés vs español: la huella de De Gaulle a los 80 años de la liberación de París

Reportajes

Patriotismo francés vs español: la huella de De Gaulle a los 80 años de la liberación de París

Este paseo por las huellas de De Gaulle es una manera de analizar el patriotismo francés en relación al patriotismo español, además de los distintos conflictos que atraviesa Francia.

25 agosto, 2024 02:10
París

Francia se ha asomado al borde del abismo, pero ni en su peor momento teme a la desmembración. Los líderes políticos franceses, desde la extrema izquierda a la extrema derecha, se sienten orgullosos de ser franceses. No hay satélites en la periferia con fuerza como para amputar el país. Si Francia se hunde, se hundirá por completo. Con el mismo nombre, el mismo himno, el mismo territorio y la misma Historia.

Hay muchas maneras de ser francés. Cada vez más distintas y más enfrentadas. Sin embargo, ese problema de identidad, al contrario que en España, no alcanza lo existencial. La pregunta “¿me siento francés?” jamás formará parte del debate. Hay una guerra de religiones, de culturas, una fuerte tensión social. Incluso pervive cierto antisemitismo. Pero ni siquiera este clima asfixiante de hoy amenaza la idea de Francia.

El principal causante de esa pulsión patriota y centralista es un muerto. En concreto, el que nos mira desde su estatua en la Plaza de Clemenceau, donde comienzan los Campos Elíseos. En París las estatuas están limpias. Las duchan, literalmente, los operarios municipales. Hemos visto el proceso, ¡tan íntimo!, en el Jardín de las Tullerías. Quizá un buen termómetro del patriotismo sea la higiene de las estatuas. Hace poco nos encontramos al pobre Jovellanos, en Gijón, con la cabeza salpicada de cagadas de pájaro.

Tan importante es este muerto que quisieron darle su nombre a los Campos Elíseos. Le concedieron, finalmente, “La Plaza de la Estrella”, donde se alza el Arco del Triunfo. Nos mira el muerto sobre un pedestal que lleva incrustada esta frase: “París ultrajada, París rota, París martirizada, pero París liberada”. Fueron palabras del muerto estando vivo justo ahora hace ochenta años, nada más expulsar a los nazis de la ciudad.

Cuando terminemos este paseo por sus huellas en París, habremos entendido las razones para poder explicar por qué este muerto está vivo; por qué ha vuelto a funcionar su resurrección en este país de ateos. Se llama Charles de Gaulle, aunque la gente se refiere a él como “el general”. En un ejercicio de memoria histórica ininteligible para quienes venimos desde España, se aparece una figura del pasado venerada por todas las corrientes políticas del presente. Incluidos los extremos. Además, ¡un militar!

En su tiempo de actividad política, fueron desactivados los fascistas y los comunistas. Ahora, en este 80º aniversario de la liberación de París, acaba de suceder lo mismo por los pelos. El partido de Marine Le Pen fue apartado del poder en la segunda vuelta tras haber ganado la primera… y Jean-Luc Mélenchon, en el otro extremo, no ha logrado ser primer ministro pese a haber representado la fuerza predominante en la votación definitiva. ¿Qué tiene que ver Charles de Gaulle? ¿Cuál es esa fibra francesa que se electriza cuando todo está a punto de desmoronarse? Intentaremos responder hablando con algunos historiadores, un ex primer ministro y familiares del general.

Miramos a la estatua mientras repasamos los datos biográficos fundamentales. Nacido en Lille en 1890, hijo de un profesor de enseñanza media y de una madre católica y monárquica. Muerto en Colombey-les-Deux-Églises en 1970 a los 79 años. Por el camino, los pasos hasta convertirse en mito de la Resistencia. De Gaulle siempre estuvo en movimiento. Por eso esta estatua es la de un hombre vestido de militar que va… andando. Tanto andaba De Gaulle que se ponía enfermo cuando, pasando revista a las tropas, Churchill se detenía a mirar a los ojos a cada soldado.

De Gaulle durante la liberación de París en 1944.

De Gaulle durante la liberación de París en 1944. Wikimedia Commons

Profundizamos algo más, durante este viaje a París, con la única biografía de De Gaulle escrita por un español, Pablo Pérez López. Se titula “El estadista rebelde” (Ciudadela, 2020). Aprendemos que De Gaulle, ya con 15 años, se soñaba al frente del ejército. Los niños franceses de entonces fantaseaban en clave de imperio: eran los días de la Torre Eiffel, de los hermanos Lumière, de los primeros coches comercializados, del primer Tour… Los franceses crecían con la conciencia de hacerlo en un país grande. En un gran país.

Charles de Gaulle era un niño raro. En él confluían la vocación del escritor con la del militar. Con 14 años, escribió una obra de teatro y le dieron un premio. Con 17, en sus cartas, trasluce una ambición imperial desmesurada. Ocurre con estos perfiles: si el paso del tiempo demuestra que, efectivamente, el chaval era un genio, el puzzle cuadra. De lo contrario, “estaba loco”.

Paseamos por el París monumental mientras releemos las notas y preparamos la conversación con el biógrafo del general. De Gaulle, nos dicen, está por todas partes. En las librerías, donde se venden sus libros. En las casetas del Sena, donde también se venden sus libros. En las placas de la Resistencia selladas a la puerta de cada colegio. Hasta dentro de Los Inválidos –donde está enterrado Napoleón– le han construido un museo.

La tesis de las apariciones de De Gaulle en el paisaje es siempre la misma: de no ser por él, Francia no se habría liberado del nazismo. La Resistencia es él. Francia es él. Cuando murió, de hecho, el entonces presidente Pompidou dijo: “Francia se ha quedado viuda”.

De Gaulle fue soldado antes que intelectual-militar. Fue apresado en la Gran Guerra. Intentó fugarse un montón de veces. Siempre lo detenían. ¿Cómo se iba a fugar un tío de esa estatura?, pensamos cuando dejamos la estatua ya lejos y vamos camino de Los Inválidos. Enseñó a combatir al ejército polaco y allí aprendió, en el proceder de los polacos frente a los rusos, que la solidaridad nacional está por encima de la solidaridad de clase. Esa premisa parece haberse impuesto también en estas elecciones legislativas de 2024.

Era carismático, pero frío. Solo descorchaba el corazón si estaba cerca su hija Anne, que tuvo síndrome de Down. La parte más conocida de De Gaulle es la que comienza a partir de 1940. Básicamente: huye a Inglaterra después de haber roto la amistad con su maestro el general Petain, que se ha vendido a los nazis. Allí convence a Churchill para que lo apoye. Churchill lo apoya en un ejercicio de gran generosidad. Le dijo: “¿Está usted solo? Pues solo le reconozco”. Como los matrimonios duraderos, mantuvieron una relación sólida, pero con muchos altibajos. A unos metros de De Gaulle, no es casualidad, vemos una estatua de Churchill. Es del mismo material, del mismo color, de las mismas dimensiones. Nos da la idea de ese matrimonio.

Apoyado por los extremos

Saludamos a Pablo Pérez López, el biógrafo de De Gaulle, que es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Navarra. Navarro fue Enrique de Borbón, el rey que se convirtió al catolicismo para poder gobernar Francia: “París bien vale una misa”. De Gaulle era profundamente católico. Se trata de uno de los mayores exponentes, un precursor, en eso de demostrar que la fe individual puede combinarse con un vehemente laicismo político.

Le preguntamos a Pérez López por ese apoyo al general De Gaulle por parte de todos los partidos, que hemos contrastado a través de las distintas siglas. Hoy apoyan al general incluso quienes lo derrotaron políticamente. “Consiguió hacer realidad su máxima aspiración, convertirse en una representación viva de Francia, de la nación, por encima de las diferencias de partido”, responde.

De Gaulle soñaba con una ciudadanía que, individualmente, asumiera toda la Historia de Francia. “Procuraba que la gente trascendiera sus diferencias de opinión para adherirse a un proyecto histórico con siglos de antigüedad. Y lo logró”, dice Pérez López.

El biógrafo nos ilustra con un ejemplo concreto: cuando De Gaulle dimitió por primera vez –dejó la presidencia del gobierno provisional de la República en 1946–, lo hizo harto de la bronca político-partidista. Por eso, cuando regresó e ideó la Quinta República, la actual, diseñó una Constitución según la cual el presidente de la República tiene poder suficiente como para poder gobernar si el Parlamento enloquece.

Es decir: Macron habría encontrado dificultades de ser primer ministro el delfín de Le Pen. Pero los verdaderos problemas habrían llegado en las elecciones presidenciales de 2027. Dicho más claro: Macron lanzó un órdago, pero volaba con cierto paracaídas.

El antipartidismo del general

La vuelta de De Gaulle en 1958, más de una década después, es coherente con ese antipartidismo. Sólo lo convencieron porque la guerra de Argelia amenazaba con convertirse en la guerra de Francia. Volvió cuando supo que podría solventar la situación a su manera.

De Gaulle era un demócrata convencido. Un demócrata radical. Pero también un radical desencantado con la vida de los partidos. Por eso, iba combinando su labor de fuerte presidente republicano con los referéndums. Cuando sentía que perdía apoyos, no preguntaba a los partidos ni al Parlamento. Preguntaba directamente “al pueblo”.

De hecho, fue un referéndum lo que lo tumbó para siempre. En 1969, cuando ya llevaba diez años como presidente y había sobrevivido a Mayo del 68, convocó una consulta para preguntar por sus intenciones descentralizadoras. Perdió y, como había prometido, se fue. Murió en su santuario de Colombey-les-Deux-Églises un año más tarde, en 1970.

Pidió un entierro austero, sin honores de Estado. De Gaulle transmitía grandiosidad, pero vivía con maneras de franciscano. Eso granjeaba credibilidad a su mensaje central: Francia por encima de todo, por encima de los hombres, por encima de la política.

La memoria reciente –nos explica Pablo Pérez López– juega a favor de De Gaulle: la de la Ocupación es todavía hoy la última gran catástrofe de Francia. Y fue el general “quien permitió superarla”.

El mito de la Resistencia

Colgamos esta primera llamada al biógrafo de De Gaulle porque hemos llegado a Los Inválidos. Le reclamaremos de nuevo al salir, para comentar las dudas que nos asalten. Conviene explicar el origen de este edificio para contextualizar lo que significa que le hayan construido un museo al general en su interior.

El complejo arquitectónico es del siglo XVII y se levantó para acoger a los soldados franceses retirados. Dentro, una de las dos iglesias está decorada con banderas y trofeos arrebatadas al enemigo. En la cripta de la otra está enterrado Napoleón.

El museo de De Gaulle es amplio, interactivo. Tiene un cine dentro donde nos sentamos a ver un documental de 20 minutos. Es patriotismo en vena. La Resistencia, y el propio De Gaulle, se cuentan con carácter mitológico. En una entrevista con este periódico, el historiador José Álvarez-Junco nos explicó cómo esos mitos son lo que construye el patriotismo. Nos puso el único ejemplo que encontramos en España: la guerra de 1808. Por cierto, en Los Inválidos también está enterrado “Pepe Botella”, el hermano de Napoleón que habríamos tenido como rey de haber perdido la guerra.

Palacio Nacional de Los Inválidos.

Palacio Nacional de Los Inválidos.

Álvarez-Junco nos contaba que, en realidad, en aquel conflicto, el papel trascendental frente a los franceses lo jugaron las tropas del duque de Wellington; y no la guerrilla. Pero fueron los historiadores quienes, intencionadamente, elevaron a la guerrilla al altar de los vencedores y dieron a la contienda carácter de mito. Hoy, la mayoría de españoles cree que a los franceses los derrotó “el pueblo”. Igual que la mayoría de franceses cree que en una Resistencia que no fue tan esplendorosa.

Fueron muchos más los franceses colaboracionistas, pero eso cayó en el olvido hasta que el presidente Chirac pidió perdón a los judíos en nombre de Francia por las deportaciones. Era 1995. Para entonces, el mito ya había hecho su trabajo.

Otro de los objetos que sostiene el mito es el micrófono de la BBC que encontramos en el museo. El propio objeto es un mito porque no se trata del que usó De Gaulle exactamente aquel 18 de junio de 1940, sino de uno similar, contemporáneo. Casi nadie escuchó en directo el discurso con el que el general fundó la Resistencia, pero su difusión posterior le dio un carácter masivo. Se imprimió hasta la saciedad.

“Soy un francés libre. Creo en Dios y en el porvenir de mi patria. No soy hombre de nadie. Tengo una misión, y nada más que una: la de proseguir la lucha por la liberación de mi país. Declaro solemnemente que no estoy ligado a ningún partido político, ni a ningún político quienquiera que sea, ni de la derecha, ni del centro, ni de la izquierda. No tengo más que un único objetivo: liberar Francia”.

“El valor guiaba sus pasos”

Estando sentados en el cine del museo De Gaulle, en Los Inválidos, nos llega un mensaje de Manuel Valls, ex primer ministro de Francia. Le hemos pedido una reflexión sobre la importancia política del personaje y la influencia que tiene en quienes, como él, van alcanzando el poder en el presente.

Valls es historiador y pensó mucho en De Gaulle durante la escritura de “El valor guiaba sus pasos” (Funambulista, 2023). Nos dice que suele pensar en él junto a Churchill. Los define como dos líderes que creían en la palabra con fe ciega. La arquitectura más sólida, el puente milenario, caerá algún día; pero la palabra queda para siempre.

“De Gaulle representa la grandeza de Francia y también una forma de nostalgia de un pasado soñado. Para mí es una figura única. Un personaje fuera de serie. También un intelectual. Sus memorias son verdaderamente increíbles. Su nombre es el de Francia. De Gaulle es un rey republicano. Lo admiro desde siempre. Los franceses no lo vemos de derechas ni de izquierdas. Esa es su fuerza”, nos dice Valls.

El carácter mitológico de De Gaulle que hemos visto en el documental prendió en Valls, que solía utilizar un ascensor viejo y pequeñito en la residencia del primer ministro, en Matignon, porque con él subieron y bajaron Churchill y el general juntos. “Apelaban al corazón del pueblo, pero también a su razón. No buscaban halagar al individuo, sino recordarle la grandeza de su nación, y por tanto también suya”, reflexiona.

Salimos de “Los Inválidos” algo inválidos, con cierta sensación de sobrecogimiento. Ha sido una sobredosis de patriotismo imposible en España, donde los monumentos en esta línea son desconocidos o de parte. Francia tiene otros problemas, como la falta de una inmigración integrada, un mayor antisemitismo, una latente violencia social… pero la idea de la nación o del pasado no se debate con la misma virulencia que en España. Y en ese cruce de sensaciones de uno al otro lado de la frontera siempre aparece De Gaulle.

¿Y los colaboracionistas de Hitler?

Volvemos a llamar a Pablo Pérez, el biógrafo. Le preguntamos cómo fue posible que el general recuperara el orgullo de una nación que había estado repleta de colaboracionistas: “Si alguien se convierte en el acusador de sus connacionales, o de una parte de ellos, siembra división y no unidad. De Gaulle era consciente de que, sin unidad, Francia sería cada vez más débil. Una Francia sin orgullo habría sido dominada por los alemanes, los soviéticos o los norteamericanos”.

No fue fácil: “Al terminar la guerra, había en Francia una guerra civil larvada entre colaboracionistas y resistentes. De Gaulle se empeñó en apagarla restableciendo la autoridad del Estado y creando con su discurso una ilusión de unidad en la resistencia. Debía castigarse a algunos culpables, pero no podía perpetuarse el rencor. Era necesario restablecer la unidad, y eso requería la generosidad de dar por resistentes a quienes no lo habían sido tanto. Es importante que el discurso del líder cree la unidad porque, si no lo hace él, nadie lo hará. Y sin unidad no hay nación ni grandeza”.

Nacionalismo centralista y nacionalismo periférico

El patriotismo francés, que encuentra en De Gaulle uno de los eslabones más gruesos de la cadena, está a prueba de lepenismos, pero supone un arma de doble filo. La línea que separa el patriotismo del nacionalismo, como nos explicó un día Vargas Llosa al poco de la fundación de este periódico, es muy delgada. De ahí que el nacionalismo, en Francia, sea centralista, y no periférico. En estos países, una crisis migratoria, una guerra de religiones, puede prender con facilidad situaciones como la del presente. Le Pen se ha disparado con fuerza como partido nacionalista de mayorías.

Generalmente, el nacionalismo periférico provoca como reacción un nacionalismo centralista. Y viceversa. En España, Vox comenzó a volar con el golpe de Cataluña. Sin embargo, es muy difícil que en Francia el lepenismo provoque una suerte de independentismo reactivo. En Córcega, donde este tipo de ideología es más fuerte, jamás se han alcanzado cotas similares a las de Cataluña o País Vasco. Y en el país vasco-francés, Bildu sólo ha logrado un diputado para la Asamblea Nacional. Además, por primera vez.

Puede ser un tópico, pero este gaullismo transversal que conduce a la nación francesa como un todo indivisible tiene que ver con la educación. Con la pedagogía. Vamos caminando, a la orilla del Sena, hacia la Fundación Charles de Gaulle que, sin meterse en política, continúa difundiendo la obra del general por todo el país a través de todos los canales que puede.

La alcaldesa Anne Hidalgo nada en el Sena este 17 de julio, antes de los Juegos Olímpicos.

La alcaldesa Anne Hidalgo nada en el Sena este 17 de julio, antes de los Juegos Olímpicos. EFE

Nos llaman la atención, decíamos antes, las placas de los colegios que vamos encontrando por el camino. Son de color oscuro, cuadradas y están colocadas en los extremos superiores de las puertas principales. Recogen los nombres de los alumnos del centro que fueron deportados. Forman parte de ese relato de la Resistencia que venció a la Ocupación. Cuando, en realidad, no habría habido victoria frente a la Ocupación de no ser por el resto de países aliados.

Las palabras de Chirac en 1995 marcaron un antes y un después porque obligaban a Francia a hacer un acto de contrición en público. Una especie de penitencia evitada durante décadas. Pero volvieron a darle la vuelta. Han conseguido que la mayoría de las veces que se habla de Ocupación se haga al mismo tiempo de la Resistencia. En líneas generales, el discurso dominante francés se ve muy incomodado por libros como “La agonía de Francia”, de Manuel Chaves Nogales.

Aquel periodista republicano, “pequeño burgués y liberal”, llegó a Francia huyendo del totalitarismo. Sabía, porque había estado en Alemania, que ese totalitarismo también intentaría acabar con la democracia liberal de este país, pero suponía que el lema revolucionario de “libertad, igualdad y fraternidad” levantaría una Resistencia modélica. No fue así y Chaves volcó toda su resignación, a pie del terreno, con un alegato que avergüenza todavía hoy a los franceses. Chaves tuvo que huir en barco a Inglaterra, donde moriría pocos años después.

¿Qué es el gaullismo?

Estamos caminando por la margen del río porque en una calle aledaña se encuentra la Fundación De Gaulle. Es la calle de Solferino. Mantienen intacto el despacho del general. Recuerda al que vimos en casa de Miguel Delibes. Ese ambiente monacal, austero, de madera. En cuanto se abre la puerta del palacete, nos damos de bruces con un montón de carteles. Está impreso en distintos colores el llamamiento a la Resistencia por el micrófono de la BBC de 1940.

También nos encontramos a cada paso con un busto del general. Hay cientos de libros que, según parece, pertenecieron a su biblioteca. Es un lugar más encantador que ostentoso. Caro por la zona en la que se encuentra –entre el museo de Orsay y el Louvre–, pero no por su interior, apenas remodelado.

Nos recibe un miembro del equipo directivo con algo de prisa. El resto de sus compañeros está en Suiza, participando en un ciclo de conferencias. Nos explica que De Gaulle significa “una Francia unida, grande, independiente y decisoria a nivel internacional”. Añade: “Nadie, o casi nadie, encuentra en el general el oportunismo de los políticos de hoy”. Por último: “Si un día desaparece ese consenso en torno a la figura de Charles de Gaulle, llegará la catástrofe”.

Nos confirma, además, que la relación de la Fundación es “buena” con todos los partidos, incluidos los extremistas. Con el objetivo de profundizar más, nos remite a Jean-Marie Dedeyan, vicepresidente de la entidad y colaborador de De Gaulle en su Ministerio de Exteriores.

Con estas palabras, Dedeyan intenta explicar qué es eso que hoy se llama “gaullismo”: “No es una religión ni una doctrina. Es una pragmática de la acción con el constante interés superior del país. Ser gaullista no es ser nostálgico, sino actuar sin renunciar a mantener viva una cierta idea de Francia, del Estado, de la República y del bien común. El gaullismo es combatir el populismo y el racismo; promover la solidaridad nacional, conjugar libertad económica y progreso social, animar la participación electoral, mantener la independencia de Francia y su fuerza internacional”.

Por último, Dedeyan habla así de la República: “Unida e indivisible, consciente de su destino colectivo, dotada de instituciones sólidas. La legitimidad reposa sobre la voluntad popular libremente expresada”.

La oficina de De Gaulle en su fundación.

La oficina de De Gaulle en su fundación.

Cuando salimos de la Fundación, nos encontramos con tres estudiantes de Ciencias Políticas que están haciendo aquí sus prácticas. Son las doce y media y se están yendo a comer. Es difícil parar a un francés que, a las doce y media, ha decidido salir a comer. Entre la timidez y la urgencia, aceptan contestar a una pregunta.

PREGUNTA.– ¿Por qué De Gaulle es importante para vosotros?

RESPUESTA.– La idea de la Francia liberada, de la Resistencia, es muy importante todavía hoy para los jóvenes.

Las oscuridades de De Gaulle

Esto empieza a ser algo irreal, demasiado encomiástico. Debería estar prohibido publicar un perfil de una figura histórica si no acoge ciertos defectos. Volvemos a marcar el teléfono de Pablo Pérez López, su biógrafo.

P.– El paseo es agotador. Nadie habla mal del general. Es un héroe, un genio, pero algo malo debería tener. ¿Cuáles fueron sus dobleces? ¡Sus oscuridades!

R.– De Gaulle, como cualquier ser humano, fue complejo. Estaba muy convencido desde joven de su propia valía y de que su servicio a Francia sería importante. No obstante, estuvo a punto de tirar la toalla en varias ocasiones y atravesó momentos de profundo desánimo. Es curioso. Sus peores momentos aparecían justo antes de sus logros más señalados.

P.– Explíquese.

R.– Su habilidad política pasaba por dar una imagen que era auténtica e impostada al mismo tiempo. Era auténtica su fe en la grandeza del país; era impostada su seguridad en que sería reconocida. En la intimidad, reconocía que los franceses aspiraban a sestear en paz en vez de a mantener esfuerzos heroicos. Pero nunca lo dijo en público. Sabía que su misión era estimular más que fustigar. Por eso evitaba que se vieran las costuras de su debilidad.

P.– Más oscuridades.

R.– Fue duro hasta la crueldad con sus colaboradores más inmediatos. No confiaba en los políticos. Les recriminó duramente sus errores y los desplazó sin piedad cuando pensó que se equivocaban. Con los militares, fue todavía más contundente. Sólo unos pocos se salvaban de su desprecio. Fue así desde sus años de formación.

P.– ¿Y España? ¿Por qué la figura de De Gaulle puede acomplejar con tanta facilidad a un español que se lanza a conocerla?

R.– España no ha tenido en la edad contemporánea un líder con el que pudiera identificarse el interés nacional. La oportunidad llegó con la Transición, encarnada en las figuras de Adolfo Suárez y Juan Carlos I. Por un momento, pareció que habría consenso en admirarlos como modelos para todos. Nuestra última catástrofe, la guerra civil, se había superado con la reconciliación que ellos simbolizaban.

P. –Pero…

R.– Pero esa posibilidad se ha perdido pronto por el interés en utilizar de forma partidista su memoria y por el interés en hacer del recuerdo de la guerra un elemento esencial del debate político. El resultado es una falta de consenso en la identificación de un proyecto común. En lugar de liberadores de enemigos exteriores –por ejemplo, los franceses en la guerra de la independencia–, parecemos centrados en definir los enemigos internos de proyectos partidistas incapaces de convivir. Nos falta sentido de la grandeza de nuestro proyecto común. Algunos dirán que nos sobra envidia, ese pesar del bien ajeno.

Europa y De Gaulle: la polémica

Pablo Pérez nos aporta un elemento para el debate que sí convierte el gaullismo en algo controvertido. Este es el punto que provoca la división de los franceses. O dicho de otra forma: este es el punto que permite a todos los partidos políticos, ¡tan distintos!, definirse como “gaullistas”. Tiene que ver con el posicionamiento internacional del país y la idea de Europa. De Gaulle quiso que Francia fuera una potencia nuclear independiente. Sacó al país de la OTAN, mantuvo una buena relación con Rusia y chocó una barbaridad con los Estados Unidos.

Explica el biógrafo: “La idea que De Gaulle tenía de Europa fue muy diferente de la que terminó por triunfar en los noventa, que es la que continúa institucionalizada hoy. El punto de partida del general era la necesidad de reconocer la independencia nacional de Francia y, a partir de ahí, abordar un proyecto común que buscara la confederación con otras naciones igualmente independientes. No creía en la supranacionalidad. No la consideraba democrática”.

Esto, dicho así, sin contexto, puede servir a Viktor Orban, a Le Pen y a Vox para definirse más gaullistas que nadie.

Continúa el biógrafo: “Una Europa unida, según De Gaulle, debía cimentarse en la amistad y cooperación entre Francia y Alemania. Y solo cuando estuviera consolidada esa amistad debía abrirse a nuevos socios. Su rechazo a la entrada del Reino Unido obedecía a la convicción de que eran socios demasiado estrechos de los norteamericanos y eso no beneficiaba a una Europa que debía quitarse de encima la excesiva influencia de la superpotencia americana”.

El general De Gaulle durante un desfile militar.

El general De Gaulle durante un desfile militar.

Hay más: “El debilitamiento de la identidad nacional, de las bases de la cultura europea y la pérdida de la tradición histórica son para él otros tantos impedimentos para construir Europa. Cuando el fortalecimiento de la identidad nacional se ha dejado de lado para sustituirla por un proyecto burocrático sin legitimidad democrática clara, cuando la herencia cultural casi ha desaparecido, aparecen grupos políticos que denuncian ese hecho y culpan a Bruselas”.

La familia De Gaulle hoy

Como no tenemos capacidad para recoger lo que los científicos llaman una “muestra” adecuada, nos proponemos testar la división que genera la óptica europea de De Gaulle en su propia familia. La “muestra”, los nietos del general, es sensacional. Porque en ellos se produce lo mismo que, a tenor de lo que cuentan los periódicos, está pasando en Francia.

El general tuvo tres hijos. Aparte de Anne, con síndrome de Down, nacieron Elizabeth y Philippe. Elizabeth, que murió en 2013, tuvo una hija, de nombre Anne, que es hoy la presidenta de la segunda fundación que lleva el apellido “De Gaulle”, dedicada a asuntos sociales. Philippe fue un héroe de guerra francés –almirante– y falleció el pasado marzo a los 102 años. Tuvo cuatro hijos: Jean, Yves, Charles y Pierre. Los cinco nietos de De Gaulle tienen hoy gran influencia en el país. Cualquier declaración política suya es noticia relevante en los medios.

Hemos intentado analizar la política francesa con todos ellos. Anne no hace declaraciones debido al papel institucional que juega como presidenta de la fundación. Jean perteneció a la derecha moderada y llegó a ser vicepresidente de la Asamblea Nacional. Después, trabajó en el Tribunal de Cuentas y, desde entonces, no habla sobre política. Yves es escritor e historiador. Se le define como muy cercano al presidente Macron. No ha colaborado en este reportaje por encontrarse de viaje. Charles fue noticia en 1999, cuando abandonó su militancia en la derecha moderada para apoyar a Le Pen. En aquel momento, cuando todavía el lepenismo era abiertamente racista, se formó el escándalo.

Por último está Pierre, el más joven de todos ellos. El más activo en los medios. Ha lanzado una fundación propia y opina sobre política con contundencia. No rehúye las entrevistas. Aunque no se encuadra en ningún partido concreto, culpa a Macron de la mayoría de los males que atraviesa Francia y tiene buenas palabras para Putin, al que conoce personalmente. Sus opiniones sobre el presidente de Rusia en plena guerra de Ucrania han dado la vuelta al mundo.

Nos pone una condición para conceder la entrevista: quiere leerla completa antes de que se publique para comprobar que no se le tergiversa. Aceptamos a cambio de que no pueda censurar ninguna de las palabras dichas y de que no pueda conocer las preguntas con antelación.

Pierre de Gaulle se parece mucho físicamente a su abuelo. Sostiene que, además, se le parece mucho políticamente. Asegura defender posiciones hoy que están en consonancia con las defendidas entonces por el general. De la incredulidad que eso nos genera van a ir naciendo las preguntas.

P.– Cuando murió su abuelo, usted tenía…

R.– Siete años.

P.– ¿Cuáles son los primeros recuerdos que se le vienen a la cabeza al hablar de él?

R.– Recuerdo los almuerzos privados que organizaba solo para nosotros, sus nietos, en el Elíseo. Nos invitaba a comer una vez al mes, siempre que la agenda lo permitiera. Lo hacía a título privado. No dejaba que los gastos de esas comidas recayeran sobre el Presupuesto del Estado. También recuerdo las vacaciones vividas juntos en Colombey. Allí se retiró una vez más al dimitir en 1969. Sentía que debía escribir sus memorias para explicar al pueblo francés qué había hecho y por qué.

No le dio tiempo a explicarlo todo, las memorias quedaron inacabadas. Explicó las circunstancias previas a la guerra, la propia guerra, su carrera política… pero no llegó al final.

Le obsesionaba explicar cómo había sentado las bases de esa Francia fuerte e independiente. La Constitución de la Quinta República fue su legado para las generaciones políticas futuras. Aquel 1969, sentía que era un deber transmitir su obra

P.– ¿Cómo era la vida familiar con el general?

R.– Las vacaciones en Colombey-les-Deux-Églises eran nuestro momento de verle en un entorno más sencillo, donde se mostraba más disponible para nosotros. Lo recuerdo metido en su despacho, escribiendo. Aun así, pese a estar de vacaciones, nos dedicaba poco tiempo. Con la ayuda de un globo terráqueo que había frente a su despacho, me explicaba cosas sobre el mundo. Yo le preguntaba: “Abuelo, ¿dónde está África?”. Giraba el globo y apuntaba. Me hablaba de la historia de los continentes, de las naciones, de los grandes equilibrios del mundo…

P.– Era una personalidad fuerte, lo recuerda con intensidad.

R.– Yo tenía siete años, pero recuerdo esos momentos, efectivamente, con mucha intensidad, como si mi abuelo proyectara una gran luz sobre mí. Eso refleja el enorme afecto que sentía por sus nietos. Creo que, con nosotros, se esforzaba en mitigar su carisma, que era gigantesco. Tan gigante que resultaba dominante. Irradiaba una energía muy especial. Por eso, con nosotros intentaba moderar ese influjo y limitarse a ser eso, nuestro abuelo. Aun así, nos impresionaba mucho.

P.– Su padre murió el pasado marzo con 102 años. Supongo que hablaría mucho con él acerca del general.

R.– Sí. Han sido muchas conversaciones, íntimas y detalladas. También hablé mucho con Alain Peyrefitte, que fue ministro, portavoz y uno de los confidentes del general. Gracias a esas charlas me fui haciendo una idea propia del personaje, porque murió, ya le digo, cuando yo era un niño. Fueron importantes las conversaciones con mi abuela, su esposa, que murió en 1979, cuando yo ya tenía dieciséis años.

P.– Suele definirse a De Gaulle como una persona fría, distante.

R.– Nuestra familia era clásica y tradicional. No hacemos un alarde excesivo de nuestros sentimientos. Aun con eso, mi abuelo era atento con los niños. Simplemente, no le gustaba exagerar. Era un hombre contenido y austero. Nos educaba de esa manera. Eso sí, cuando le hablo de las vacaciones en Colombey, no piense en el trajín habitual de una familia en vacaciones. No íbamos por ahí corriendo y gritando. Dentro de casa, no hacíamos nada de eso.

P.– Cuénteme alguna anécdota, además de lo del globo terráqueo.

R.– Recuerdo que el abuelo nos contaba la Historia de Francia como una novela de caballerías. Como una epopeya. Enfatizaba en ese ideal de ser grande, fuerte y valiente, tan propio de los antiguos caballeros.

P.– ¿Cómo recuerda el día de su muerte?

R.– Me marcó mucho. Ese día tomé conciencia realmente de la dimensión histórica de mi abuelo. Acudimos al funeral con bastante urgencia. Recuerdo las caras de la gente, tan sobrepasadas por la emoción. Cuando abandonamos la finca, vimos a un montón de personas apostadas en los tejados, en las ramas de los árboles, ¡incluso en el tendido eléctrico! Era una multitud silenciosa. Muchos lloraban.

El funeral de De Gaulle.

El funeral de De Gaulle.

Desde el coche, escoltamos al vehículo blindado que transportaba el ataúd del abuelo, cubierto por una bandera de Francia. No se oía ni un ruido. Puedo escuchar todavía hoy el roce de los neumáticos. Recuerdo el poder de aquel silencio. Fue una experiencia extraordinaria que me generó una profunda impresión.

P.– Mucha gente importante estuvo allí.

R.– El primero en acudir a darnos el pésame fue el Sah de Irán. Se mostró sencillo y respetuoso. Mis hermanos y yo tuvimos que aprendernos un protocolo para dirigirnos a él. Suelo citar esta otra anécdota muy a menudo: aquel día, había una anciana que quería ir al funeral, pero las vallas de los gendarmes se lo impedían. Como no podía pasar, se puso a protestar diciendo: “Todo el mundo, todo el mundo, el general ha dicho que podría estar todo el mundo”. Fue tal su insistencia que se iba enterando todo el mundo. André Malraux, que estaba por allí y que era el ministro de Cultura, dijo: “Déjenle pasar. Su voz es la de Francia entera”. La señora habló y nos emocionó muchísimo. La anécdota la cuenta el propio Malraux en su libro “Les chênes qu’on abat”. Recomiendo a sus lectores visitar la finca de Colombey. Allí se puede ver la grabación televisada del funeral.

P.– Hoy, 80 años después de la liberación de París, basta con darse un paseo por las calles de la ciudad para comprobar hasta qué punto la Resistencia es uno de los momentos históricos que más orgullo despiertan entre los franceses. Sin embargo, ¿no cree que se trata de un legado muy mitificado? Fueron muchos más los colaboracionistas que los resistentes.

R.– El espíritu de la Resistencia es algo que todos los franceses llevamos dentro. Para mí, resistir equivale hoy a decir no a la dominación externa, la tutela o la ocupación. Es decir no a la derrota. Coraje, fe, esperanza… Todos esos valores forman parte del espíritu francés. Francia ha vivido muchas guerras, muchas invasiones, muchas revoluciones. Pero siempre ha sabido restaurar su gloria.

Mi abuelo encarnaba el espíritu de la Resistencia e irradiaba una energía incontenible que contagiaba para enfrentar la Ocupación. Por eso resultó tan poderosa su actitud cuando decidió permanecer en Londres y lanzar su famoso llamamiento del 18 de junio de 1940. ¿Me deja contarle algo?

P.– Claro.

R.– Cuando murió mi padre, en marzo, tuve que hacer un inventario de los objetos históricos que habían pertenecido a mi abuelo y a mi padre. Durante ese zafarrancho doméstico, encontramos el manuscrito original del llamamiento, certificado por mi abuela. ¡No se imagina la emoción que sentimos al tener en nuestras manos el documento fundacional de la Francia libre!

P.– Hemos hablado de las virtudes del general De Gaulle. ¿Hay algún aspecto del legado de su abuelo que le desagrade?

R.– Creo que usted lo ha comprobado. Cuando uno lee y estudia a fondo al general, es difícil no dejarse convencer por su pensamiento y la solidez de su construcción política. Tampoco es mi deseo presentar a mi abuelo como un ser absolutamente inmaculado. Pero hay que reconocer su clarividencia. Previó los desequilibrios que hoy han estallado en nuestras narices. Supongo que luego me preguntará por eso.

P.– Sí, pero déjeme preguntarle antes otra cosa: la figura de De Gaulle sigue contando con el apoyo de todos los partidos, incluidas la extrema derecha y la extrema izquierda. Apenas existen legados similares en el resto de Europa. Quizá Churchill.

R.– Es verdad. Mi abuelo es admirado hoy por todos, incluso por aquellos que lo combatieron. Ojalá existiera hoy en Francia una figura con esa dignidad. Nuestros últimos gobiernos llevan demasiado tiempo infantilizando al pueblo francés. No solo lo han despojado de sus responsabilidades políticas y cívicas. También le han negado su derecho a expresarse a base de decretos legislativos. Han convertido la política en un juego.

P.– ¿Un juego?

R.– Un juego que consiste en lo siguiente: comunicar lo que sea, indiscriminadamente, pensando en la fecha de las elecciones, pensando en el corto plazo. No hay visión ni voluntad de construir un país. Ya no cabe hablar de grandes proyectos. Todo va de adaptarse a la agenda electoral.

P.– El general De Gaulle consiguió mantener a raya a los dos extremos. Hoy, esa barrera se ha roto. Ambos extremos han logrado un gran resultado. ¿Qué ha pasado?

R.– Influía mucho la legitimidad de la que él gozaba a ojos de los franceses. Eso no solo se debía a sus victorias bélicas y al espíritu de la Resistencia, sino también a sus convicciones y a su personalidad. Esa legitimidad hoy brilla por su ausencia. Los políticos actuales están vacíos. Sin embargo, tampoco conviene idealizar: mi abuelo tuvo una gran oposición política.

Además de estos factores que le cuento, hizo grandes cosas como político que le otorgaban los votos de la gente. Fue el responsable de introducir la Seguridad Social en 1945, pero también de permitir que los trabajadores participaran en los beneficios de la empresa pública. Al mismo tiempo, fue responsable del sufragio femenino y universal.

P.– A usted, particularmente, ¿le preocupa el auge de los extremos?

R.– Lo que más me preocupa es la inestabilidad y el caos totalmente deliberados que está orquestando el presidente Macron.

P.– ¿Cuál es su análisis de lo ocurrido?

R.– Preferiría no expresar mis opiniones políticas. Lo que más me preocupa son Francia y los franceses. El lugar de mi país en el mundo y en Europa. Lamento la inestabilidad, perfectamente deseada y buscada por el presidente Macron.

En cuanto a Le Pen… Asistimos a un auge de su partido. Eso demuestra la gran inquietud que sientes los franceses en torno a asuntos como el paro y la inseguridad ciudadana. Creo que los franceses en general tienen la sensación de que su voz no se escucha en ningún lado. Eso ha dado lugar a una afinidad con los extremos. Muchos dicen: “Todo es culpa de los rusos”. Pero Francia está como está por culpa de las políticas económicas y sociales que han aplicado Macron y sus predecesores.

P.– ¿Conoce personalmente a Macron?

R.– Por supuesto. Tanto mis hermanos como yo hemos estado con él en varias ocasiones. Sobra decir que, en mi familia, somos legitimistas. Respetamos enormemente el cargo de presidente de la República. Pero eso no me impide estar en desacuerdo con él.

P.– ¿Le ha transmitido a él estas opiniones?

R.– Nuestras conversaciones, por su naturaleza, siempre han sido de índole más bien protocolaria. Fueron charlas cordiales. No tuve ocasión de trasladarle mis reservas sobre su programa político. Sea como fuere, tengo claro que Macron no es gaullista. Ni sus fundamentos intelectuales ni sus acciones son gaullistas.

P.– Pero Macron se define gaullista y alaba con mucha frecuencia al general.

R.– Sí, pero lo hace debido a esa dinámica comunicativa de la que le hablaba. Todo el mundo habla hoy así. De hecho, le reto a que me diga un solo político que se reconozca anti De Gaulle. Si encuentra una sola persona, ¡preséntemela! Todos los políticos rinden pleitesía a mi abuelo, también los que defienden posturas en sus antípodas.

Macron ha dañado la soberanía francesa, ha endeudado considerablemente el país y adopta un discurso ambivalente en función de las circunstancias. Lleva tiempo mintiendo y engañando a los franceses.

P.– Usted apoya, en cambio, a Putin. He leído en los medios franceses la polémica generada por sus declaraciones. Tanto la izquierda como la derecha le acusan de mantener así una oposición totalmente apuesta a la de su abuelo.

R.– Lo único que he dicho es que Putin me parece un excelente líder para su país. Creo que tres cuartas partes de la población mundial piensan como yo. Incluidos muchos franceses. ¿Cómo no van a valorar los rusos a Putin si los sacó de la ruina tras la desintegración de la URSS? Ha convertido a Rusia en un modelo de desarrollo económico. No presentan ningún déficit en la balanza de pagos y muestran un crecimiento industrial muy fuerte pese a las sanciones que pesan sobre ellos.

Defender la paz no es sinónimo de ser afín a Putin. Yo defiendo la paz por encima de todo, sobre todo teniendo en cuenta el riesgo de una tercera guerra mundial. Quienes ven con buenos ojos la escalada son los países de la OTAN. Putin nunca tuvo la intención de invadir toda Ucrania, y mucho menos Europa. Eso es rotundamente falso.

P.– Oiga…

R.– Jamás. Es rotundamente falso.

P.– Usted dice que los rusos apoyan a Putin. Es cierto que obtuvo el 87% de los votos, pero ya sabe dónde está la oposición: fuera de las urnas, en el exilio. Algunos incluso han sido asesinados.

R.– Navalny quiso dar un golpe de Estado en 2014 y sufrió las consecuencias. Había 34 candidatos, nueve de ellos ajenos al partido. He estado en Rusia recientemente y he podido ver lo unido que está el pueblo detrás de su líder.

P.– He visto una foto suya con el ministro Lavrov. ¿También conoce a Putin directamente?

R.– Sí. Por cierto, le cito una frase de mi abuelo: “Nunca he enviado, y nunca lo haré, armas a países que puedan estar en guerra con Rusia”. También dijo: “Para Francia y Rusia, estar unidas es ser fuertes. Estar separadas es estar en peligro”.

De Gaulle en un acto oficial.

De Gaulle en un acto oficial.

P.– El contexto era totalmente distinto.

R.– Es un imperativo categórico de la geografía, la experiencia y el sentido común. Mi abuelo era partidario de una relación de amistad con Rusia. Hoy, Rusia puede prescindir de Europa, pero Europa no puede prescindir de Rusia. En España, por ejemplo, el 40% del gas que compran es ruso. Los estadounidenses siguen comprando el 20% de su uranio a Rusia. Es la realidad: no podemos prescindir de sus recursos naturales.

No estoy siendo pro-Putin. Le digo que, desde 1989, se hicieron promesas a Rusia de no extender la OTAN hacia el este. Y se han ido incumpliendo. Rusia no ataca a Europa. Rusia se defiende.

P.– Su abuelo también dijo que Francia debería tener bombas suficientes como para destruir Moscú en caso de agresión y apoyó a Estados Unidos frente a Rusia en la crisis de los misiles de Cuba.

R.– Sí, es cierto. Pero, ¿usted sabe hasta qué punto se opuso mi abuelo al deseo americano de reducir Francia a un papel estrictamente continental? Hace poco celebramos el aniversario del desembarco de Normandía. Mi abuelo siempre se negó a participar en esas ceremonias porque consideraba que Francia había sido tratada como un felpudo. Le recuerdo que Roosevelt consideró casi hasta el último momento que los interlocutores válidos en Europa eran Pétain y Hitler. Los americanos habían planeado gestionar Francia tras el desembarco. Previeron billetes en el banco con la bandera de Francia en un lado y con el banco federal americano en el otro. Consideraban que los franceses eran incapaces de administrarse y gobernarse a sí mismos. Mi abuelo lo evitó.

No soy antiamericano. He trabajado para ellos. Pero conozco bien su cultura resultadista. “Si no estás alineado, serás castigado”. En definitiva: mi abuelo consideraba que la alianza de Francia con Rusia era esencial para el equilibrio de Europa y del mundo.

P.– El general De Gaulle siempre estuvo en contra de los gobernantes que no permitían la democracia en sus países. Nadie puede decir de Putin en un periódico ruso las cosas que dice usted en Francia de Macron. El general De Gaulle fue un verdadero demócrata.

R.– ¿Cree que la democracia existe realmente cuando ya no se puede tener una opinión ajena al pensamiento único? Eso no es democracia. Democracia significa poder expresar libremente cualquier opinión. La Comisión Europea creó en enero una especie de Ministerio de la Verdad. Todo lo que va en contra de los valores europeos es castigado. Para mí, eso no es democracia.

P.– No ha contestado a mi pregunta.

R.– Tendemos a olvidar por completo la geopolítica. Ya nadie mira un mapa, nadie conoce la Historia y nadie tiene perspectiva. La política de las democracias europeas actuales es responsable de la infantilización de los ciudadanos. Dicho esto, mi abuelo sentía cierta estima por Stalin.

Lo estimaba porque había roto la espalda del ejército alemán. La liberación de Francia, sin la victoria de Stalingrado, habría sido mucho más difícil. No se invitó a Rusia a las ceremonias conmemorativas del fin de la segunda guerra mundial. No me parece correcto. Rusia fue decisiva. Estoy en contra de que se quiera reescribir la Historia. Mi abuelo también tenía a Franco en gran estima.

P.– Un momento, un momento…

R.– Lo tenía en gran estima al menos como militar y como jefe del Estado que se mantuvo en el poder cuarenta años y que, a pesar de las consecuencias dramáticas de la guerra, tuvo capacidad para dirigir un país. Y le digo algo que a menudo no se cita: Franco impidió la entrada de Hitler en España con su neutralidad y luego permitió que los franceses libres se reunieran en África a partir de 1943. Mi abuelo, con su visita, quiso reconocer la Historia de España como gran país.

P.– Su abuelo no tenía en buena estima a Franco. Cuando vino a España, no quiso pernoctar en la residencia oficial que le ofreció Franco e hizo noche en Toledo, en casa de Gregorio Marañón. El nieto de Marañón, que estuvo allí ese día, me contó que habló con muy poco afecto de Franco tras el encuentro.

R.– Pues yo creo que hubo una estima mutua entre generales. No digo que aprobara su acción política. Evidentemente, no lo hacía. Tampoco la de Stalin. Pero respetaba el papel que habían jugado en determinados episodios.

P.– Su apoyo a Putin y su interpretación del legado del general han causado divisiones en su familia, igual que cuando su hermano Charles apoyó a Le Pen a finales de los noventa. Me gustaría preguntarle por eso.

R.– Somos una familia muy unida, sobre todo desde la muerte de mi padre. Nos vemos muy a menudo, dos o tres veces por semana, debido a razones de herencia e inventario. Eso no impide que tengamos diferentes opiniones. Mi hermano Yves, por ejemplo, es muy cercano a Macron. Y ya ve lo que pienso yo de Macron.

Jean fue vicepresidente de la Asamblea Nacional por el partido de Chirac. Ya no tiene responsabilidades políticas y jamás se pronuncia. Mi hermano Charles me apoya. De verdad, somos una familia muy unida.

P.– Ha creado una fundación, recorre medios nacionales y extranjeros… ¿tiene intención de presentarse a las elecciones presidenciales de 2027?

R.– Los franceses decidirán, ya veremos. Mi agenda es la de Francia y los franceses. No he concedido esta entrevista para hacer un anuncio. Veremos cuando llegue el momento. El objetivo de mi fundación es luchar por la paz y que Francia sea reconocida internacionalmente. Quiero explicar a los franceses lo que está en juego. Quiero darles de nuevo confianza y esperanza. Francia es una nación admirable. Es rica en diversidad, en cultura, en Historia… Igual que España. Desgraciadamente, en Francia estamos al borde de conflictos sociales extremadamente fuertes.