David Otero (17 de abril de 1980, Madrid) llega apresurado a la cafetería en la que ha quedado con EL ESPAÑOL minutos después de la hora pactada, no ha parado en toda la mañana. Se presta a las fotos y durante la entrevista le traen una ensalada, pero no la prueba. Cuando termina, pregunta si le da tiempo a comer. Le dicen que no, que si quiere en el coche camino a la siguiente. No protesta, solo pide que se la lleven a casa y se despide con una sonrisa: "Muchas gracias por todo".
La gente que trabaja con él insiste en que es "muy fácil" estar en su equipo. Agradece hasta que se le pregunte cómo está. "No suelen hacer esa pregunta", responde antes de dejar claro que no ha descansado ni un segundo desde abril: "Mucho curro, agotado y sacando disco". Este miércoles, rozando el reloj las cuatro de la tarde, ni siquiera ha comido.
Durante las respuestas, sin embargo, sorprende aseverando: "La violencia no es mala, eh, la violencia la necesitamos todos. Estamos en una sociedad en la que la violencia y la negatividad la hemos apartado y denostado y las necesitamos".
David Otero, antes 'El Pescao' y guitarrista y compositor de El Canto del Loco, es un tío tranquilo, que no parece sulfurarse si quiera por la presentación de su último disco Intelgencia Natural. Tiene nueve canciones relacionadas con la Inteligencia Artificial y los sentimientos humanos. "Todo va a un poco lo mismo: a ser consciente de que a veces estamos pecando de caer en lo virtual y se nos olvida lo que sentimos. No siempre y todo el rato, pero el balance se puede hacer fácilmente".
—Somos como robots. De hecho, el otro día hablé con la primera mujer robot.
—Bueno, dentro de cómo nos estamos interrelacionando a través de la tecnología, es bueno que de vez en cuando nos olvidemos de ella y nos entretengamos con algo tan sencillo como cuidar una planta, escuchar a alguien o saborear la vida sin necesidad de hacerle fotos al plato que te estás comiendo. Que si lo haces está bien también, pero que no se convierta en nuestra única identidad.
—Vivimos estresados y con fomo.
—Yo creo que el problema está en que nuestra identidad única sea a través de eso. Creo que hay mucha parte de nuestra esencia que tiene que estar fuera de ese contexto, mucha parte la debemos reservar para nosotros, mucha parte mola que sea para nuestra vida privada, que no expongamos todo, que seamos capaces de diferenciar la felicidad propia y la ajena, la real y la que creemos hacer a lo demás que sucede, porque a todos nos pasa.
Todos queremos hacer creer a los demás que somos los más felices o que estamos mejor de lo que estamos. Por suerte, hay una tendencia ahora de relatar la realidad: los errores, las dificultades, lo que nos duele… Eso se naturaliza un poco más, pero tenemos la tentación de manipular también un poco lo que somos.
—Estamos tentados de ser unos falsos.
—De ser seres con filtros. Para la voz, la imagen… Llegará el filtro del tacto. Ahora es muy fácil manipular la voz. Mucha gente canta con autotune en directo y digo: tío, pero si esto es para que te vean a ti con tu esencia, con tus imperfecciones también, no tengas miedo.
—Hay quien dice que el autotune es la democratización de la música.
—Para mí puede ser usado como un barniz, por así decirlo, como un pequeño filtro que te quita las ojeras, pero a mí me gusta que me vean como soy. Esa es la diferencia. Espero no usarlo nunca en directo. Cuando me viene a ver alguien, me gusta que oiga mi voz con todas sus imperfecciones. Y no soy perfecto, no afino perfecto y canto lo mejor posible, creo que canto bien, pero no pasa nada.
—¿Cómo se define David Otero?
—Soy un tío de barrio, normal. Estamos prácticamente en mi barrio. He crecido entre Arturo Soria y Alcobendas, así que es mi zona. Aquí he estado yo en bicicleta cuando solo era un descampado. Un chico de Madrid con la pretensión de ser feliz y de que le quiera su familia.
—Empezaste pronto con el éxito.
—Sí, no sé si con el éxito pero sí a trabajar. Cuando todo el mundo estaba de universidad y pasándoselo pipa y disfrutando y pasándoselo a tope, yo curraba como un condenado. Me perdí la época universitaria que disfrutaron mis amigos, pero algún día volveré a ser universitario. Lo dejé a la mitad y nunca volví y ahora me da rabia no haber terminado la carrera. Me gustaría, no la que empecé, pero otra carrera… Algo más de Humanidades, sociología…
—¿Y compensa?
—Nunca se sabe qué hubiera sido de ti en otro lugar. Yo lo he disfrutado, que es lo importante. Me ha gustado mi proceso con todo lo que he sufrido, con lo mal que lo he pasado en muchas ocasiones… Pero el balance es positivo, mucho aprendizaje; aprender a enfrentarme a la vida, a la dificultad, al éxito, al fracaso.
—¿Le llegó el fracaso o solo es una dificultad más?
—Bueno… Todo depende de la perspectiva. Mi curro, según alguien que quiere hacer música, es un éxito. La gente viene a verme, compran discos… Pero si te comparas con Cold Play pues no, no tiene nada que ver. O con el Canto del Loco, claro. No tiene nada que ver. Yo me he comparado mucho. Entonces, te tienes que recolocar. Observar tu vida, tus prioridades, ver tu éxito y empezar a ser feliz.
—Nos miramos mucho fuera y quizás hay que mirarse más a uno en el espejo.
—Bueno, te miras también a través del espejo de los demás y eso es inevitable. Todos nos miramos a través de otros y de nosotros mismos. Eso es inevitable y nuestro ego gira ahí. Los seres humanos funcionan así, mirándonos a través de uno mismo y de los demás. Y como tales nos miramos a través de nuestro prisma, del de otro, de nuestra pareja, de nuestros padres, soy como mi padre, como mi madre, mi hijo es como yo. Todo es un ping pong de realidades que va y viene todo el tiempo.
—Buscamos la perfección todo el tiempo.
—Yo no, yo no busco la perfección porque sería un completo desdichado. Yo busco el estar conforme con lo que hago y satisfecho. Hay gente que busca la perfección, ser perfecto y llegar al máximo éxito, yo no. Yo sé desde hace mucho tiempo que el éxito no va a llegar a mi vida a través de la perfección, sino a través de ser honesto conmigo mismo y transparente. Y la perfección se la dejo para los campeones de F1, los deportistas de élite y los que tienen la pretensión de mostrarse perfectos con la intención de triunfar.
Yo soy suficientemente bueno en cosas y eso me hace feliz. Para mí el éxito es llegar a casa y dormir a gusto con mi pareja, con mis hijos y que me quieran y quieran estar conmigo.
—¿Cómo se concilia siendo músico?
—Pues mi hija tiene 18 años ya, no es pequeña y ya he hecho el recorrido más difícil. El pequeño tiene 11. La parte más complicada es cuando son bebés, cuando vas mucho de viaje… Lo he vivido con naturalidad. Mi padre viajaba mucho, porque trabajaba en Iberia y tenía un ritmo parecido al mío y siempre ha estado presente. Yo viajo mucho, pero estoy mucho en casa. Puedo estar mucho tiempo con ellos.
No es imposible ser músico y tener familia, hoy en día eso está demodé. El otro discurso pertenece al que quiere ser rockstar; es un discurso un poco añejo, que huele a naftalina.
—¿Qué le molesta a David Otero de la vida?
—El ser capaz de todo con tal de llegar al éxito. Perder los valores, la ética… Está tan premiado el éxito, ser un triunfador, tener… Ahora lo escuchamos en el mundo del pódcast, que me encanta. Todo es: yo soy empresario de éxito y hago el pódcast para enseñaros a vosotros… Es como: tío no hace falta ponerse en esa posición de soy el rey del mundo actual moderno y te voy a enseñar a ti, pobre desdichado, a vivir. Hay muchos perfiles así. Algunos creo que lo hacen con realidad y con humildad y otros creo que me hacen gracia porque pasado mañana no sé si van a estar en el mismo sitio. Entonces, esa humildad que les ha faltado para contar quiénes son, pues quizás les hace falta.
—Y más en una época de cambios tan rápidos.
—El joven emprendedor, el que tiene éxito en la música, la tele, la radio, donde sea… Yo lo tuve claro desde siempre. Cuando empecé con el Canto, con el boom, yo me decía, frase real: esto es una ficción, pasado mañana volverás a ser el mismo pringado que eras ayer y que sigues siendo hoy. Era un poco autolesivo, pero era una vacuna buena.
—¿Siempre ha intentado mantener los pies en la tierra? ¿Nunca se ha dejado volar?
—Para mí sí, para otros seré un flipado. Es todo perspectivas. Para mí creo que sí, pero para otros… Por yo qué sé, una cosa que me haya visto, una cosa que… Todos juzgamos muy rápido a los demás.
—¿Ha tenido miedo al juicio alguna vez?
—Me he sentido vulnerable. No sé si miedo, pero me he sentido vulnerable. Está ahí. Me blindo muchísimo. Leo muy poco lo que escriben sobre mí. Con todo el amor, pero no me leo las entrevistas, no leo las opiniones… Pero porque soy susceptible y mi manera de enfrentarme a una vida mucho más equilibrada ha pasado por no tener Twitter ni leer lo que la gente dice de mí ahí. He sentido que igual me dejaba una mala digestión… No pasa de ahí, pero es igual que cuando comes algo que no te sienta bien, que te deja una mala digestión. Soy intolerante al gluten tuitero. No como pan con gluten tuitero (risas).
—Este discurso de mostrarse frágil es algo que no parece estar del todo de moda. Se lleva ser un poco súperhombre últimamente, quizás volviendo al pasado. ¿Lo suyo es nueva masculinidad o qué es?
—No lo sé. Pienso en lo que me afecta, lo que me gusta, lo que no, pero no pienso en cómo somos. No lo pienso mucho, la verdad, no le doy vueltas. Me gusta tener hábitos saludables en todo, hasta en lo que consumo a nivel móvil. Es muy importante a nivel salud. No solo es lo que comes: es lo que hueles, lo que ves, cuánto caminas, cuánto quieres, cuánto abrazas, cuánto dejas que te abracen…
Eso es parte de tu salud. Yo intento llevar una vida saludable no solo en eso, sino también con el tiempo que paso viendo redes sociales o el que dedico a los videojuegos, que me gustan también… Todo con un cierto equilibrio.
No es que no entre, no, yo participo. Tengo una persona que me ayuda y me permite no estar pendiente de los mensajes directos que me mandan, porque a veces me mandan burradas. Trato de ponerme un impermeable para lo que no me gusta, pero seguir caminando. La vida nos ha provisto de herramientas para poder transitar por aquí como uno decida. Yo he de tomar las mías y hacer buen uso de ellas.
—Pensaba que le ayudaba un psicólogo, pero se refiere a alguien de redes.
—Sí, compartimos mucho debate y hacemos muchas cosas juntos; nos divertimos mucho y es como si tuviera un grupo de música en las redes. Se llama José Noblejas y mola, porque el contenido lo hago yo casi todo, pero debato con él y me ayuda a montar, o me hace los subtítulos, grabamos aquí… Y así no soy yo todo el rato con una cámara. Entonces, es mucho más entretenido. Si me lo dejasen a mí solo… Esto es como un entrenador personal, que haría mucho más ejercicio si lo tuviera.
Luego, llevo 18 años yendo a terapia, de distintos estilos, sitios y profesionales, en diferentes etapas de mi vida, más para apagar incendios, para entender de mí mismo, para investigar, para saber lo que quieres contar en tu vida a nivel de contenido propio… Siempre me ha gustado que el diálogo fuera la fuente sobre la que pivotar. Voy y vengo, te cuento, me dices, te digo… Tener alguien neutral que no sea cercano es muy importante.
—Alguien que le frene.
—En la terapia que hago yo, el freno te lo pones tú mismo, porque es psicoanálisis. No es terapia conductista, es una terapia en la que llegas a tus propias conclusiones. El terapeuta te para y te dice: fíjate en la palabra que has dicho. ¿Por qué? Porque necesitas un observador desde fuera que te va poniendo carreteras por las que transitas. ¿Por qué has sacado el tema de tu madre ahora, por qué el tema de tu trabajo? Te hace preguntas para que tú llegues a tus propias conclusiones.
A mí el psicoanálisis es la terapia que más me ha gustado. También me entretiene, trabajas el inconsciente, el mundo de los sueños, la realidad que subyace tras un montón de cosas que parece que están ahí y a veces no están o son sutiles…
—Hay gente que aún rechaza la terapia.
—Y gente que la apoya que dice: no, está genial. Pero le dices: ve al psicólogo. Y te dice: no, no, no. Es muy cachondo, porque la gente hoy en día, como está bien visto… No, no, sí, sí, todos deberíamos de hacer terapia… ¿Pero tú has hecho? No, no, eso es para los loquitos…
—Refleja un poco la sociedad. Está muy bien eso, pero que lo haga otro.
—Bueno, a ver, si estás sano y no te duele la emoción… Pero a todos nos duele la emoción de vez en cuando. Todo depende de un trabajo de ego. ¿Cuánto te quieres conocer y cuánto estás dispuesto a conocerte? ¿Estás dispuesto a verte con lo que eres y lo que no te gusta y te gusta de ti? Pues se abre ese camino que es interesante. Ni te gusta todo de todo el mundo ni te gusta todo de ti. En una pareja, en una amistad aceptas cosas que no te gustan y le quieres. Contigo tiene que ser el mismo trabajo y el mismo proceso. Tienes que abrir ese camino, de saber entender que las cosas… Lo mismo que te estás comiendo un plato y dices: ¿apartas los guisantes o te los comes también?
—¿Qué no le gusta de la gente ahora que lo dice?
—A mí lo que más me jode es la insensatez. Eso me provoca incluso violencia. La violencia no es mala, eh, la violencia la necesitamos todos. Estamos en una sociedad en la que la violencia y la negatividad la hemos apartado y denostado y la necesitamos.
Hay un filósofo que mola muchísimo y que se llama Byung-Chul Han y que habla de la sociedad de hoy en día, enfocada en el emprendedor, el positivo, en todo lo guay… Y es mentira. No podemos vivir así. Vamos a explotar si no dejamos que el enfado se apodere de nosotros de vez en cuando, que la ira se apodere de nosotros de vez en cuando… Necesitamos válvulas de escape. Somos seres que contenemos esas emociones dentro y no las podemos reprimir.
Lo que no podemos hacer y tenemos que saber es que, aunque seas irascible, no puedes coger un cuchillo y acuchillar a alguien, esa es la diferencia. Debemos saber comportarnos en sociedad. En una de las terapias a las que me enfrenté hace años, cuando tenía un gran fuego interno, mi terapeuta me dijo: permítete odiar, tener envidia, ser un grosero alguna vez.
Me puso un ejercicio muy cachondo que era: tienes que decir no una vez al día. Llegaba por la noche y le decía que no a mi mujer cuando me preguntaba si quería un trozo de chocolate (risas). Lo mismo me apetecía, pero me quedaba sin tiempo para decir que no. Hay que aprender a decir que no.
La insensatez… Gente que te adelanta en una curva con línea continua y va un camión delante. Ves… Es que para qué has puesto tu vida y mi vida en peligro. Eso, en el lado que quieras de la vida. Alguien que se quiera colar en el súper, el que te la quiere jugar sin que te enteres… Eso me jode mucho.
—¿Y cómo saca esa violencia?
—La verbalizo y ya está.
—Así, tranquilo.
—Soy muy tranquilo, pero cuando hay un momento en el que tengo que decirle algo duro a alguien, lo digo igual y suele provocar mucha violencia. Porque cuando lo expones como lo sientes, pero no entiendes lo que te está pasando, va todo acorde a lo que te estás diciendo. Pero cuando no, violenta mucho más. A mí me ha pasado muchas veces de decirle a alguien: eres un hijo de puta, tal, no con estas palabras, pero se lo digo muy tranquilo.
Eso molesta mucho a la gente. Lo expreso así; es muy difícil que me ponga a gritarle a alguien o a pegar un puñetazo en la mesa. No recuerdo la última vez que pegué un grito o un golpe o un puñetazo a algo.
—Ah, bueno… Lo mismo practicaba algún deporte de contacto para sacar la violencia.
—No, no. Tuve una profesora de voz que me dijo: tienes que hacer boxeo. Y le dije ¿por qué?, no me gusta nada. Dice: porque tienes que sacar la ira de dentro. Digo: no. Yo juego al golf. Mi violencia la saco pegándole a la bola, que saco muy bien y muy lejos. En el golf hay una cosa curiosa. Cuanto más relajado estás, más fuerte le pegas. Es como los karatecas.
Aparte del golf he hecho surf muchos años. Ahora con el golf me he engorilado tanto… Porque a nivel técnico es lo más difícil que hay. Juego en primera división amateur. Entonces, tienes que competir, no es un paseo con colegas. Te lo pasas bien, te ríes y tiene esa parte social muy guapa, pero tiene una parte de precisión muy guapa también. Estás tratando de colocar una bola de cuatro centímetros, a 250 metros, en 15 metros. Es jodido.
—¿Cómo compagina?
—Tengo pocos días que me coinciden. Los fines de semana, que son muy pocos los que no tengo concierto, he tenido dos o tres fines de semana sin nada esta temporada desde mayo, intento buscar un campeonato con amigos e ir a competir. Entre semana sí busco un hueco, me tomo el día, el miércoles por ejemplo, y tengo algunos amigos hosteleros, otros con un club de pádel o que son freelance y nos vamos.
—Cuando no llena se el Bernabéu, aquello de que el artista no trabaja se vuelve más mito que nunca.
—Tienes que hacer todos los recintos habidos y por haber. Lo acústico chiquitito, salas, festivales, eventos privados… Hago de todo.
Últimamente estoy tocando en sitios pequeñitos yo solo guitarra y voz y me está flipando. Estoy como… Es muy bonito el clima, cómo la gente te escucha… Ves cosas que no ves en conciertos más grandes. También te digo, toqué el otro día en un festival y encantado de la vida, me lo pasé pipa.
—El disco termina con una frase que me ha llamado la atención: “Pensar después, sentir primero”.
—Eso es. Ese es el claim.
—Hakuna Matata.
—Sí, es un poco carpe diem, hakuna matata. Lo que tenemos que dejarnos primero es sentir. Es la puerta de entrada a todo lo que percibimos. Mi hija está haciendo un trabajo para la universidad que es el Museo de los Cinco Sentidos y me pareció maravilloso. Es la puerta de entrada a todo, de la comida, del lenguaje… Si nos tapamos los sentimientos y lo convertimos en el tacto del Black Mirror solo, perdemos mucho.
—De ahí Metaverso.
—Sí, claro. Que yo tengo unas gafas de realidad virtual, pero que tiene que haber un punto de disfrutar de un paseo por el campo.
—¿Y después de esto?
—Gira. No paro de tocar. No hago stop entre giras. Seguir tocando y haciendo giras este año y el que viene y ya estoy dándole vueltas a lo que viene en el siguiente proceso creativo. Pero ya hablaremos de esto en el próximo capítulo.