Moshe y Diana, los únicos israelíes que lograron escapar de Hamás en el kibutz al que aún no han vuelto
- Originarios de Argentina, los Rozen siguen recuperándose de sus heridas físicas y psíquicas y no han vuelto al lugar donde los terroristas de Hamás los frieron a balazos.
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La de Moshe Rozen y su esposa Diana fue una historia de la que se hicieron eco diarios de todo el mundo. Seis criminales islamistas del batallón Nuseirat de Hamás los llevaron consigo como rehenes el día 7 de octubre del pasado año tras reventar a tiros la cerradura del refugio de su casa del kibutz Nir Yitzhak donde se habían ocultado. Lo extraordinario aquí es que, al llegar a la alambrada que separa el territorio israelí de la Franja de Gaza, consiguieron persuadir a sus secuestradores de que los liberasen.
Mientras convalecían de sus heridas, han tenido un año entero para pensar en las razones por las que los terroristas no les administraron el tiro de gracia y para tratar de procesar el conjunto de la experiencia. Ni él ni Diana han regresado aún al kibutz donde vivieron medio siglo, tras dejar la Argentina, de donde son originarios.
"Hemos meditado mucho acerca de nos pasó y hay distintas interpretaciones", dice Moshe Rozen. Yo estaba muy debilitado debido a la pérdida de sangre que me causaron las heridas de bala así que no era muy consciente de lo que ocurría alrededor, pero Diana se percató de que había por la zona un helicóptero de la Defensa de Israel, así que podemos suponer que decidieron dejarnos allí porque eso dificultaba su huida hasta Gaza".
Los terroristas "eran cinco, más un sexto que vestía de civil. Estaban esperando que viniera a recogerles un camión que habían robado para transportar, ya no solo a ellos, sino todas las pertenencias que habían robado de mi casa. Considerando que mi estado era deplorable, es probable que no les apeteciera llevar sobre sus rodillas a dos heridos ensangrentados que en cuestión de unos minutos iban a ser cadáveres. Además, estábamos ya en campo abierto, en la zona de cultivo del kibutz, y, si nos hubieran disparado, se arriesgaban a que el eco de la detonación atrajera una patrulla".
Como se puede suponer, no lo han superado todavía. Es la clase de experiencia traumática que deja huellas indelebles. Moshe tenía 72 años en el momento del ataque. Han transcurrido 365 días desde entonces, pero el relato de lo sucedido, ahora efectuado con la calma y la perspectiva que da el tiempo, sigue siendo espeluznante. El kibutz donde vivían fue fundado el 8 de diciembre de 1949 en un área del noroeste del desierto del Néguev que en la actualidad se halla a tres kilómetros de Gaza. Es uno de los kibutzim más próximos a la Franja y también uno de los primeros atacados por los criminales gazatíes.
"Cuando los terroristas llegaron a mi casa, la operación ya llevaba en marcha mucho tiempo", recuerda Moshe. "La tragedia comenzó a las seis y media de la mañana del sábado, 7 de octubre, y nosotros fuimos heridos poco antes del mediodía. Durante las horas que precedieron a su llegada a nuestra casa habíamos estado encerrados en uno de esos refugios blindados que todas y cada una de las casas del kibutz poseen. Pero es importante recalcar que esas habitaciones fueron diseñadas para proteger a los civiles de los ataques balísticos y no frente a una invasión terrestre masiva como la que se produjo".
El ataque
Al punto de la mañana, empezamos a recibir mensajes de Whatsapp que nos advertían de lo que sucedía, especialmente de la gente de la defensa civil que, lamentablemente, fueron asesinados en el transcurso del ataque. Hubo en total ocho victimas, pero en aquel momento, todavía lo ignorábamos. En cierto momento, empezamos a escuchar disparos cercanos a nuestra vivienda y yo llamé a Aaron, un compañero, que era el responsable del equipo de defensa. Son grupos de voluntarios de nuestro kibutz cuya única función es alertar a la población y al ejército para que venga a socorrernos. Su capacidad para rechazar una agresión era muy limitada y nunca estuvo programado que tuvieran que actuar como una patrulla militar improvisada".
Tal y como se temían, al sonido de ráfagas de fusilería le sucedieron después voces humanas. Los terroristas habían entrado en su vivienda. "Lo que pasó es que Diana y yo teníamos las manos entrelazadas mientras sosteníamos el picaporte de la puerta del refugio para impedir que los terroristas accedieran. Entonces dispararon y sus balas atravesaron la puerta del refugio y nuestras manos. Mi esposa también resultó herida, aunque en menor medida, y, con todo, han tenido que amputarle un dedo. A mí la ráfaga me destrozó la mano izquierda y me causó una catástrofe total. Todavía sigo en tratamiento y tengo algunas operaciones quirúrgicas por delante".
Los hechos que describe Moshe acaecieron alrededor de las once y media de la mañana y la patrulla militar no pudo despejar el camino para rescatarles hasta las cuatro y media de la tarde. "Pasamos cinco horas heridos hasta que vinieron a por nosotros y lo único que recibimos fue atención sanitaria improvisada", asegura este antiguo educador.
"Nuestro vecino y gran amigo nos abrió su casa y su refugio y nos hizo un torniquete. Intentamos comunicarnos con el ejército, pero nos dijeron que las rutas estaban bloqueadas porque nuestra población se había convertido en un campo de batalla. Nos trasladaron al hospital de la zona, pero no pudimos ser atendidos porque estaba lleno de heridos".
Finalmente, los llevaron al hospital Monte Scopus de Jerusalén, "a donde arribamos a las cinco y medio de la mañana del día siguiente. Es cierto que se hablado mucho de los errores cometidos, pero la negligencia tiene mucho más que ver con la falta de estrategia y con la mala administración de la crisis del primer ministro y el mando militar que con la actuación de ese pequeño grupo de heroicos y valientes soldados y civiles que intervinieron en nuestra ayuda. Es importante entender esa diferencia porque su conducta fue muy noble".
El nombre del kibutz donde vive Rozen junto a su compañera Diana homenajea a Itshak Sade, un comandante del Palmaj, la milicia popular que combatió por la independencia de Israel durante el mandato británico. No es habitual que los hijos de latinoamericanos en Israel conserven el castellano, aunque los suyos sí lo hacen. Se estima que hay 200.000 en el país, aunque no todos, por supuesto, pasaron por los kibutzim.
Pacifistas... y de izquierdas
A juicio de Moshe, se da la nada casual circunstancia de que muchas de esas víctimas de Hamás que habitaban en las granjas colectivas eran pacifistas de izquierdas como él mismo que habían invertido toda su vida en crear puentes con los palestinos. En su juventud, Rozen fundó junto a algunos compañeros un movimiento llamado Juventud Sionista Socialista, que aglutinaba a jóvenes judíos solidarios con las luchas populares en América Latina. Apoyaban también un proyecto de paz para Oriente Medio. Y con ese compromiso militante llegó precisamente a Israel. Si se quiere de otro modo, Moshe eligió la vida en el kibutz como una expresión comunal cercana a su pensamiento socialista.
Además de los ocho defensores asesinados por Hamás, en Nir Yitzhak fueron igualmente tomados como rehenes cinco miembros de una familia llamada Marman/Leimberg. A las tres mujeres las soltaron durante el intercambio de prisioneros entre israelíes y palestinos el 28 de noviembre de 2023 y los dos hombres tomados como rehenes de la familia, Louis Har y Fernando Marman, fueron liberados por las Fuerzas de Defensa de Israel en el transcurso de la operación Mano Dorada, en la ciudad de Rafah el 12 de febrero de 2024. Estuvieron cautivos durante 129 días.
¿Qué ha sido de los Rozen y del resto del kibutz, transcurrido ya un año? "Había unas 600 personas viviendo allí antes del ataque, de las cuales la mitad ya han regresado", explica Moshe. "En cuanto a nosotros, Diana y yo estamos en una residencia de ancianos de una ciudad situada en el centro del país llamada Netania. Recibo tratamientos ortopédicos de forma cotidiana que complementan la cirugía de Jerusalén. De hecho, seguimos aquí debido a las secuelas físicas causadas por nuestras heridas, a diferencia del resto de nuestros amigos, que ya han regresado, y a quienes obviamente extrañamos, como extrañamos nuestra casa. La ventaja es que hay una enfermería clínica local abierta las 24 horas".
"Hay que entender que nuestra situación es diferente. Sufrimos crueldades y un secuestro y quedamos impactados. Las heridas que nos causaron junto a toda aquella pesadilla dejaron una huella muy intensa en nuestras vidas y estamos tratando de recuperarnos por todos los medios. Yo diría que lo vamos a lograr, pero es un proceso que lleva más tiempo que la cicatrización de las heridas".
Un deber ético
El hijo más joven de los Rozen, Eitan, nunca abandonó el kibutz. "Al igual que otros muchos, considera que es un deber ético ser parte de su reconstrucción. Otros muchos han vuelto porque prefieren vivir en condiciones arriesgadas que seguir permaneciendo en un hotel. Su madre y yo nos debatimos de forma permanente sobre si deberíamos regresar o no. Por un lado, está ese deseo de volver a nuestra casa y de ver a nuestros vecinos y amigos. Pero por otro lado, está nuestra particular situación. No solo fuimos secuestrados y heridos por una ráfaga de metralleta, sino que nuestra casa fue saqueada y destruida".
¿Han mejorado el sistema de defensa del kibutz a raíz del ataque y en vista de la proximidad de esa comuna a Gaza y a la frontera egipcia? "Es una pregunta complicada que es difícil de responder de forma precisa", dice Moshe. "Ahora hay guerra en la Franja y la gente del kibutz percibe cada día ese conflicto y escucha los cañoneos, de modo que está viviendo lo que ocurre con una gran intensidad. Pero obviamente, habrá que plantear después algún tipo de defensa más sólida".
Moshe ha sido siempre un hombre amado y respetado en su comunidad, de fuertes convicciones pacifistas, que ha trabajado toda su vida para crear puentes con los palestinos. Es justo preguntarse si lo acaecido hace ahora un año más todo lo que viene sucediendo desde entonces en cascada ha cambiado su percepción del conflicto y del pueblo palestino.
"Yo tengo muy claro que Hamás organizó esa operación y nos atacó justamente a nosotros debido a nuestra vocación de búsqueda de soluciones y diálogo. Pretendían destrozar los puentes y desmoralizar a la población, a sabiendas de que nuestra zona se destaca por un deseo de confraternidad y de entendimiento con los gazatíes. También estaba programada la violación de las mujeres y el secuestro de niños y la tortura de rehenes. No fue un capricho aislado de algunos hombres de Hamás o la Yihad Islámica porque es un patrón que se reprodujo en todos los lugares donde hubo razzias".
A la respuesta posterior de Israel, e incluso al propio ataque a los kibutzim, le siguió una oleada internacional de solidaridad con el pueblo palestino acompañada, a menudo, de lo que judíos de todo el mundo consideran una avalancha de indisimulado antisemitismo. "Recibimos una primera ráfaga en aquella habitación de nuestra casa", apunta Moshe.
El ninguneo
"Y nos alcanzó también una segunda ráfaga cuando sufrimos el ninguneo de una parte de la opinión pública que negaba el dolor del pueblo israelí. Es falso que esa negativa a comprender nuestra propia tragedia sea el producto de la respuesta militar israelí. Desde el primer día, prácticamente todos los organismos internacionales de derechos humanos y feministas hicieron caso omiso de la tortura, la vejación y el secuestro de mujeres y niños de Israel. Desde el primer minuto. Algunos, ante las presiones públicas, trataron después de retractarse y se excusaron por sus omisiones a la hora de condenar un crimen de lesa humanidad".
Moshe cree que todavía es pronto para saber de qué forma le ha cambiado lo ocurrido. "Lo que sí puedo asegurar es que algunas de mis convicciones se han acendrado todavía más. Por ejemplo, siempre consideré que Hamás y Yihad Islámica constituyen un peligro gigantesco no solo para nosotros, sino para los gazatíes. Y esto siempre lo supe gracias a mis contactos con gente de Gaza que han sufrido en carne propia persecución, tortura, humillación y exilio por mantener contactos con nosotros. Me refiero a activistas de la paz. Lo que se vislumbra aquí también es que el Islam radical es una amenaza para la paz regional. ¿Cómo es posible que una cierta izquierda confraternice con la República Islámica de Irán y que ciertos sectores autotitulados progresistas simpaticen con Hamás o Hezbollah a sabiendas de que patrocinan el terror y la persecución de los gays, las mujeres y toda forma de disidencia? ¿Cómo es posible expresar solidaridad con una causa que, llegado a cierto punto, va a comprometer y afectar su propia integridad, su existencia y su cultura?”.
No ha llegado todavía a dilucidarse si en el ataque al kibutz de los Rozen colaboraron o no algunos de los trabajadores árabes de la comuna con los que, a menudo, tenían relaciones de amistad. "Hay gente que presume que así es pero yo no podría asegurarlo. Lo cierto es que nuestras relaciones con esos árabes eran mucho más que laborales porque, a lo largo de los años, hemos construido profundos vínculos de cooperación".
A pesar del ataque y a pesar de la guerra, los habitantes de Nir Yitzhak que han regresado siguen empeñados en reconstruir su hogar. "Esta semana celebramos nuestro Año Nuevo. Se ha reanudado también las clases de los niños. Mis compañeros poseen una fuerte voluntad que los impulsa a recuperar sus antiguas rutinas", concluye el israelí de origen argentino.
"Aunque, para ser sincero, he de decir que lo que considerábamos una vida normal no lo era en absoluto. Porque nunca puede ser normal convivir con las alertas rojas que nos avisan de los ataques balísticos y acostumbrarte a entrar en el refugio como parte de una rutina. Hay que reconocer que hay un agotamiento psíquico muy importante entre el pueblo israelí y, por supuesto, la extrema derecha se ha fortalecido".