Bárbara Lennie. ¿Qué decir? No es sólo que su cara sea un poema, es que en su cara empiezan todos los poemas. Hay algo encriptado ahí, algo misterioso, algo arrebatadoramente bello y magnético. Algo antiguo, algo fascinante y roto.
Ella se ríe mucho con esto. Ella dice que no es así, que nada tiene que ver con la mujer problemática de los papeles de su vida: esta hija de exiliados argentinos se dice cálida como su padre y generosa con su intimidad. Es cierto que tiene eso de cofre mágico que se abre. Es una conversadora colosal de las que abrazan con sus respuestas. También tiene la capacidad de escucha de su madre, su entusiasmo por escarbar en la condición humana desde la psicología y desde las estrellas... y, sobre todo, mucho humor encima. Una alegría invencible y una paz trabajada en terapia (éste siempre fue el verdadero patrimonio).
Lo veo aquí, en este café cerca de El Prado, con los colores naranjas y lilas y verdes del Jardín Botánico salpicándole la gorra, con su gesto tan digno e inteligente, a veces retador sin pretenderlo. Ella mira profundo porque está intentando entender las cosas, pero aquí no hay rastro de ninguna mujer turbada: como mucho, la que escribe. Ha sido madre por primera vez hace poco. Piensa mucho. Hace deporte. Esculpe la intuición. Habla con sus brujas... y ocupa el espacio con elegancia y encanto. Se incrusta en el mundo con suavidad, como si desease pasar desapercibida.
En su última película, Verano en diciembre, que se acaba de estrenar, interpreta a una de las hijas de Carmen Machi. A la más alocada, a la más hedonista, a la más destartalada, a la que vive hacia afuera pero está un poquito agrietada por dentro.
Es un filme agradable, cómico y a veces doliente, con un reparto excepcional: la Machi reúne a sus hijas en el aniversario del padre fallecido y sus distintos caracteres ponen la vida a rodar. Además de a Lennie, tenemos a la temerosa (Vicky Luengo), a la bohemia (Beatriz Grimaldos) y a la aventurera (Irene Escolar). Tenemos una abuela con la cabeza perdida que nos pone a pensar sobre el cuidado y la ternura y un cameo de Antonio Resines. ¿Qué más quieren?
La familia. ¿Nos constriñe o nos hace fuertes? Hay un momento en el que tu personaje le dice a su madre, Carmen Machi: “No quiero meterle a mi hija en la cabeza la misma mierda que tú nos has metido a nosotras”. ¿Qué hacemos con la institución familiar: se puede, se debe escapar de ella para ser libres… o hace mucho frío ahí afuera?
La película está inspirada en la familia de Carolina [África], la directora, y eso se nota porque hay algo como muy de la tierra. La familia nos hace libres y a la vez nos hace esclavos. Esa es la gran pregunta: ¿qué hacemos con nuestro legado, con lo que vendrá, con la vida, con lo que hemos aprendido? Esta película es interesante porque trata a hermanas muy diferentes, con diferentes formas de entender el vínculo y la implicación. Es un juego, un divertimento, es una película popular. A mí me cuesta tener respuestas sobre la familia y más en este momento, que tengo una hija de sólo dos años. Esto te va a parecer como de Miss Universo (ríe), pero creo que lo mejor que se puede hacer es estar en el mundo entendiéndolo desde un lugar de gran ternura. Todo lo demás va a ocurrir solo: es todo un lío, es un infierno.
¿Qué tipo de madre quieres ser?
¿Tú tienes hijos?
No.
¿Y te apetece?
Sólo si me enamoro mucho. Es decir: el hipotético padre me es importante (reímos). No querría ni que fuese un notas ni tener un bebé por mi cuenta.
Total. Te entiendo, yo tampoco. Nunca he tenido una necesidad imperiosa de ser madre. Es fuerte, ¿no? Desde que somos niñas jugábamos con bebés, es un poco raro hasta visualmente, un bebé cuidando a otro bebé… pero he visto que también les gusta a los chicos, a los niños, lo de jugar con bebés y a cocinar, lo que pasa es que a ellos se les capa. Hay algo ahí como de cuidar lo frágil, como de proteger el frente. A mí me gustaría no ser una madre especialmente invasiva, me gustaría acompañar a mi hija en la vida, ser una buena compañera… No quiero sentir que soy todo para ella, sino darle las herramientas para que se sienta autónoma y libre. Esto es lo más ingrato del mundo: lo entregas todo para que en el mejor de los casos tu hija se vaya y sea feliz sin ti.
Suena aterrador.
Es la realidad y está buenísimo que así sea. O sea, ese es el mejor escenario. Que se vaya. Que te quiera, que vuelva a veces, pero que tenga su vida y su propio mundo. Que se quede atada a ti es lo peor: eso le pasa a personas que nunca se conocen a sí mismas y viven en una dependencia brutal, peleadas con todo porque no se pueden desvincular de manera saludable de esa madre.
¿Qué tiene Bárbara Lennie de su padre y qué tiene de su madre?
De mi padre creo que tengo su capacidad de disfrute. Él es muy bueno, muy vital, muy cariñoso. Le gusta el “franeleo”, como se dice en Argentina. Viene de “franela”, de ternura, de calor, de tocar… es muy fraterno. Eso es muy mío también. Y de mi madre tengo más la capacidad de escucha, que es algo que uso mucho para esto a lo que me dedico. Hay algo en nosotras profundamente intuitivo. De pequeña me aterrorizaba. Creía que era un poco bruja. Ella, no yo… que también.
¡Amiga! Qué bello el mundo de las interpretaciones. Eso entre lo esotérico y lo psicológico…
Sí, es que está muy en común con la psicología, con la observación, con la mirada del otro. No sé si va del futuro o de habitar el presente, pero mirando al otro continuamente. Mi madre se dedica a la psicología, a entender a los seres humanos, y yo creo que eso lo he sacado de ella, aunque ella es más gatuna, más esquiva a veces. Nos parecemos a nuestros padres, claro, pero creo que hay una parte propia que es incontrolable. Si no seríamos esclavos, de nuevo…
Tus padres se exiliaron de Argentina huyendo de la dictadura, tus abuelos fueron detenidos y torturados… ¿Esa condición también se hereda? ¿Cuál es tu patria?
Se hereda muchísimo, a mí me ha cambiado del todo. Yo vengo de la emigración y vengo del exilio, y ha sido una búsqueda muy profunda, en mi caso. Había épocas en las que era algo verdaderamente conflictivo para mí y no me sentía tranquila en ninguna parte. Siempre pensaba que sería feliz en el otro país. He intentado vivir allí…
Buscabas la pieza que te faltaba.
Sí. Y en algún momento no me sentí muy identificada con la idiosincrasia española, pero son momentos de crecimiento donde no estás cómoda en ninguna parte. Ya la verdad que me siento de aquí. No. Soy de aquí.
¿No te salió bien la experiencia de vivir allí?
Bueno, es que es un país muy complicado y una ciudad muy dura, donde la libertad que tenemos las mujeres es mucho más limitada y todo hay que calcularlo mucho más. Pero me identifico mucho con una forma de ser argentina que es la proximidad, el abrirse enseguida, el hablar de cosas íntimas… esto es distinto aquí, a un español le cuesta más abrir su casa. Allí la gente te lo cuenta todo, todo, y te lo da todo, todo. Aquí te tomas una cerveza o te vas de fiesta pero cuesta más llegar a lo esencial. Tengo dos patrias. Antes me parecía una gran putada que estuvieran lejos, me pasé toda la infancia diciendo “si puedo pedir un deseo, quiero que Argentina se una con España”. Ahora siento que es una suerte tener otro país donde sentirme en casa. Yo soy como soy porque he tenido que adaptarme.
La adaptación es una gran forma de inteligencia.
Brutal. Además, conviviendo con la negación. Nosotros vinimos aquí con una mano delante y otra detrás. España me resultaba muy ajena. Me arrancaron de una gran plenitud, de la vida con toda mi familia… aquí no había nada. Era un país muy árido.
Decías que las chicas del barrio eran duras contigo. No te acogían.
No, se reían mucho de mi acento. Me tiraban de la bicicleta. Esa España no era ésta. Vivíamos en el campo, campo, rodeado de burros, prácticamente en chabolas. A mí aquello me parecía la luna. Vivíamos al final de la calle Jazmín, en Pinar de Chamartín. Está bien que en la vida haya cosas complicadas. Te hace bien. Te espabila.
Esto que contabas de no sentirte identificada con la idiosincrasia española nos ha pasado a muchos, ¿no te parece? Pero hay un camino de vuelta.
Sí, hay una vuelta a la tradición por la costumbre, por el amor. Aprendes a respetar. Para mí hacer esta película también ha sido reencontrarme con eso, porque nunca me hubiera imaginado hacer una película tan española de una familia tan española. Mi familia se va a descojonar, les va a parecer muy divertido. A ver, siempre he hecho de española, pero esta peli es muy de aquí. Lo pensaba viendo las casas en las que rodábamos, los barrios en los que rodábamos… y pienso que es bonito que haya una heterogeneidad en nuestro paisaje sentimental, pero a la vez acogerse a algo también es bueno y te da ese lugar de ternura del que hablábamos. Las mujeres charlando entre sí, los patios de vecinos y vecinas, las tradiciones, las ceremonias… todo eso es bello y hay que despojarlo de una carga carca.
Franquista, mejor dicho.
Exacto. Es raro, porque nos pasa esto pero a la vez hay una reivindicación reciente de signos franquistas. Las dos cosas están conviviendo.
El hecho de que tus padres fueran personas de izquierdas, ¿ha calado en tu propia condición crítica, en tu mirada?
Seguro. Siendo ellos muy poco pedagógicos (ríe). Quiero decir que nunca me han impuesto nada, siempre me han dado la la libertad de poder hacer y decir lo que quiera. Pero claro, he crecido rodeada de personas de izquierdas, de personas que extrañaban a otras que habían desaparecido… cómo no voy a creer en la justicia social y cómo no voy a desear un Estado de derecho. Lo he heredado, pero hasta ahora no es algo que haya estado en un primer término en mi vida. Pero últimamente… cada vez lo pienso más. Cada vez me doy cuenta de que quiero hacer algo para ayudar a otros, no quiero estar el resto de mi vida haciendo películas o viéndolas, necesito sentirme más activa, mojarme de verdad en el bienestar común. Estoy viendo de qué manera. Pero sí, me apetece dedicar parte de mi tiempo a eso, aunque no se traduzca en militar en ningún partido político.
Hablemos del síndrome de la cuidadora. Lo tiene la madre en la película, lo hereda una de las hijas…
Eso es algo que pervive en el imaginario colectivo: la mujer cuida. Lo lleves mejor o peor, te lo creas menos o más, pero está ahí, es una carga sobre tus hombros siempre, más o menos liviana. La historia la escribieron así, o se la inventaron así. El otro día leía una novela que citaba estudios que ponían al menos en cuestión muchas cosas. Decían que las mujeres del Paleolítico no sólo cuidaban, sino que iban a cazar y además que muchas de ellas eran las que hacían las pinturas rupestres. Firmaban con las manos y las manos de los varones eran muy distintas a la de las mujeres. O sea: podemos ser artistas, podemos matar, podemos cuidar… porque seguramente las mayores se quedaban a cuidar de los heridos. Chica, no sé, es pesadísimo que nos encasillen, y ahí estamos todas, viendo qué hacer con eso.
Era curioso, porque siendo la madre de la película tan cuidadora, cuando hablaba con dios, le decía: “Sólo te pido que nadie tenga que cuidarme”. ¡Lo que no han querido nunca es molestar…!
Sí, a las mujeres nos han dicho que no estorbemos, que estamos para cuidar y no para ser cuidadas. Ella está muy atrapada en ese doble discurso de “no quiero molestar” y a la vez “no puedo dejar de molestar, molesto de otra manera” (ríe). Claro, porque si estuviese en paz dejaría a los demás ser quienes quieren ser. Se parece a muchas mujeres de esa generación.
¿Cómo te llevas con tu personaje? Ella es la alocada, la disidente, la disfrutona, la que rompe la dinámica familiar constrictiva…
Yo creo que se ha hecho fuerte en su papel de hermana mayor y que propone hacer las cosas de otra forma. Siento que se llevaba muy bien con su padre y que está muy tocada por su muerte. Desde pequeña está muy perdida. Yo me llevo muy bien con carmen, me da mucha risa pensar en esa mujer, no soy nada así, pero me encanta.
Es tu antítesis. Quiero decirte: tú eres la mujer misteriosa por excelencia, la enigmática, la contenida…
Yo tampoco me había visto nunca en este papel y no sabía por dónde cogerla, ¿cómo defiendo a esta tía? Para mí el personaje más evidente de interpretar hubiese dido Alicia, la pintora, con su rollo bohemio y sus cosas, pero por suerte he podido hacer éste y me he divertido más. Es hedonista, a veces está desubicada… se le van las cosas de las manos. Es una tía fuerte, lista. Ella podía haber hecho lo que hubiese querido: seguro que era de las que aprobaban sin estudiar. Se le dan bien las cosas, todo se mueve a su son… sabe de su facilidad y le da miedo, por eso se boicotea constantemente, porque no puede asumir la resolución final de sus deseos. Todo eso me parece bonito, bonito…
Es la “mala chica”. El arquetipo.
Sí, pero tenemos que intentar no movernos por esos parámetros. Yo cuando trabajo me pongo cómoda y no decido quién es malo ni quién es bueno: la complejidad humana es tan brutal… eso sí, tienes razón en que este sistema, que es tan profundamente patriarcal, ha decidido que algunas somos “malas chicas” por sacar los pies del tiesto. La mala chica es la que más se divierte en la vida que elige, la más feliz a su manera. La chica mala es la que hace que pasen las cosas. En el cine clásico se ve muy claro: tienen mucho rollo… son mis preferidas. También te diré que yo no soy nada misteriosa, ni oscura, y me hace muchísima gracia que se me identifique así. No reniego de ese juego: algo desprendo, me guste o no. Pero no soy nada perturbada, me gusta muchísimo el humor, por encima de casi todo.
Esto aparece en la terapia que estoy haciendo: es fundamental tener algo de misterio para el otro, y todos lo tenemos, da igual que seas más o menos expresiva. Hay algo que tú guardas, una parte que es tuya, hay algo que nadie o casi nadie sabe de ti. Siempre estamos en esa búsqueda de la comprensión profunda del otro y jamás la resolvemos. Eso es muy atractivo eróticamente.
Entiendo. Si ponemos todas las cartas bocarriba, se acaba el juego, ¿no?
Eso es. A mí me gusta el psicoanálisis, mi madre es psicoanalista y argentina (ríe), te puedes imaginar. Empecé bastante joven, con 24 años, y fue una etapa muy larga, luego paré. Ahora he vuelto. Y estoy muy contenta. Después del primer año de mi hija decidí que quería volver. Pero eso lo compagino con cosas mucho más esotéricas que también me interesan mucho y en buenas dosis.
¿Por ejemplo?
Eso no se revela (sonríe). Pero lo que quiero decirte es que me gusta el mundo de lo intangible, de lo aparentemente incomprensible.
Eso lo decía Ernesto Sábato, que curiosamente fue científico también, además de escritor: decía que el ser humano es mito, es símbolo, es sueño.
Estoy convencida. Hay que rascar en nuestra propia naturaleza. No me gusta quedarme en el plano de lo exacto, de lo numérico o de lo demostrado.
¿Qué te ha revelado de ti misma el psicoanálisis?
Aún estoy en ello, por ser una etapa nueva, pero me parece una herramienta indispensable para estar en el mundo de una manera más consciente, más tranquila, para poder gestionar un montón de cosas que se me hacen bola. Estamos todos en estados alterados de conciencia y es normal, porque el mundo está alterado. Pienso en el futuro, en cuando sea una señora mayor, y digo “si todo esto no lo he ido pensando y tratando, se me va a venir a la cara, me va a enfermar, no me voy a poder mover y voy a tener una vida sedentaria que no quiero”.
¿Qué tipo de vieja quieres ser?
¡Como Katharine Hepburn! Una vieja activa. Era muy aventurera, le encantaba el deporte. Trabajó hasta muy mayor, tenía mucho humor, era independiente… vivía sola en su casa con sus amigos y con sus perros… ese no va a ser mi caso, pero eso me parece muy bonito. Me gustaría no perder la memoria, eso es lo que más me importa. Y tener una red de amigas y amigos. Esa familia me interesa. Son esenciales.
Dice tu personaje que la felicidad es vivir el presente, ir tirando… ¿Y para ti?
Me voy a lo pequeño. Despertarme después de haber tenido una noche tranquila, desayunar en mi casa con mi familia, me hace feliz… pensar que no me ha arrollado la maternidad, me hace feliz estar aquí contigo y presentar una película y que hablemos de esto y de lo otro. No tengo grandes ideales. Grandes ideales siempre significan grandes frustraciones.
Ya sabemos que no había fuegos artificiales ni violines, ni falta que hacían. Y sabemos que la felicidad no era la euforia… que a veces las confundimos.
Totalmente. La bajada después de la euforia es dolorosa. Y la vida cotidiana te parece un coñazo. Cuando el cotidiano te aburre muchísimo estás un poco perdido. La vida no es eufórica.
No quiero revelar uno de los pasteles de la película, pero… ¿crees que todos somos un poco bisexuales?
Yo sí lo creo, firmemente (sonríe), aunque tenga amigos que me dicen que en absoluto. Las mujeres especialmente, las mujeres estamos mucho más abiertas a la bisexualidad, los hombres no: “Me encantaría, pero no lo veo, ni de coña…”. Yo creo que no se atreven ni a pensarlo de verdad.
Esto será por un subtexto machista, pero el sexo está en todas partes y es otra cosa.
Sí, el sexo va por otro lado, no es tan estanco.
Jung decía: “Los varones se equivocan mucho con este tema, pero el ‘eros’ no es el sexo, no es follar… es estar vinculado”.
Qué bonito. Hay que mirar el mundo con atención, así es como se encuentra el eros. Bueno, a veces lo difícil es no erotizar todos los vínculos, ¿no? (Ríe). Pero cuando el vínculo es bello, es divertido, es curioso… despierta un montón de deseos. A ellos les cuesta más que a nosotras, están más limitados en eso.
¿Cómo ha cambiado tu manera de entender el amor desde los 15 años hasta ahora?
Yo quiero pensar que he cambiado muchísimo, pero reconozco que hay cosas en las que sigo un poco atrapada. Creo que lo que más ganas tengo de tener siempre es libertad interna para poder hacer lo que quieras en ese territorio. A los 15 años estaba mucho más supeditada al deseo masculino, a lo que tenía que cumplir, a los plazos que tenía que cumplir para ir haciendo ciertas cosas… y eso ha sido así hasta bastante mayor.
¿Cuándo te quitaste esas escamitas?
A partir de los veintipico. Luego he sido una mujer con muy pocas parejas pero muy largas, y es un jaleo, porque no sabes quién eres estando sola. Es algo que también me gusta pensar, qué pasaría, cómo sería.