El martes 22 de agosto de 1911, el personal del museo del Louvre descubría que la Mona Lisa había desaparecido. El lunes no habían abierto y las obras solían moverse para ser fotografiadas, por lo que, en un primer momento, aquel hueco vacío no les había llamado la atención.
Al día siguiente, la noticia de que el cuadro había sido robado ocupó las portadas de todos los diarios del planeta. El escándalo hizo que la Gioconda adquiriera de golpe una popularidad universal y comenzó a aparecer en noticieros cinematográficos, cajas de chocolate, postales, vallas y hasta dio lugar a películas sobre el robo.
En 1913 ya se había perdido toda esperanza de encontrarla, sin embargo, a finales de noviembre, un antiguo trabajador del Louvre, el italiano Vincenzo Peruggia, fue detenido y confesó: él la había robado. Tan solo quería devolver el cuadro a Italia, su verdadero hogar, pues creía (erróneamente) que formaba parte de las obras que Napoleón se había llevado a Francia.
Un siglo antes de este robo, un general español asaltó el Louvre para recuperar las obras de arte saqueadas por las tropas napoleónicas durante la ocupación francesa. Así fue como Miguel Ricardo de Álava y Esquivel recuperó uno de los mayores expolios de la historia.
Familia de héroes
Miguel nació en Vitoria, en 1772, en una familia noble. Era sobrino de Ignacio María de Álava, un legendario marino que llegaría a alcanzar el grado de capitán general de la Real Armada y que está enterrado en el Panteón de Hombre Ilustres de Madrid tras haber formado parte en la captura del convoy británico en el cabo San Vicente bajo las órdenes de Luis de Córdova, el gran asedio a Gibraltar, la ayuda a Orán y la batalla de Trafalgar, además de dar una vuelta al mundo.
La influencia de su tío acabó provocando que Miguel, a los trece años de edad, ingresara en el Regimiento de Infantería de Sevilla número 11, donde estuvo formándose hasta 1790, momento en que decidió unirse a la Armada.
Como marino pasó por diferentes buques y fue ascendiendo hasta llegar, en 1794, a teniente de fragata bajo las órdenes de su tío, con quien comenzó la vuelta al mundo, aunque no puedo terminarla, ya que desembarcó en Sudamérica, donde estuvo hasta 1800. Cuando regresaba a España fue apresado por los británicos, quienes lo liberaron unos meses más tarde.
Amigos de Francia
En 1805 fue trasladado a Cádiz, donde se preparaba la invasión de Inglaterra por parte de Napoleón con una flota franco-española dirigida por el vicealmirante Pierre Charles Silvestre de Villeneuve. Pero las cosas no salieron como se esperaba, así que la flota combinada se tuvo que refugiar en Cádiz bloqueada por Horatio Nelson, quien acabó enfrentándose a españoles y franceses en la legendaria batalla de Trafalgar, que ganaron los ingleses.
Hasta ese momento, España y Francia eran aliadas, pero el 2 de mayo de 1808, los españoles se alzaron en armas, conscientes de que los galos habían venido para quedarse. Miguel huyó a Madrid y dos años después fue designado enlace del duque de Wellington, Arthur Wellesley, comandante en jefe del ejército británico en España tras la muerte en la batalla de Elviña en A Coruña de Sir John Moore.
Los franceses fueron expulsados de España y, poco después, Miguel fue ascendido a teniente general, le concedieron la cancillería de los Países Bajos y fue nombrado embajador en París, donde se le encargó recuperar el patrimonio robado durante la ocupación francesa de la península.
España en cajas
La voracidad de los franceses no tuvo límites e incluso el mismísimo Napoleón, había decidido crear un museo como el Louvre en Madrid, en el Palacio de Buenavista, para frenar el expolio, pero no funcionó, por lo que finalmente muchas de esas obras de incalculable valor salieron de España rumbo a París.
Durante su huida, los generales galos se llevaban todo lo que encontraban a su paso en iglesias, conventos, colecciones privadas… Benito Pérez Galdós lo resumió muy bien: "No pudiendo dominar España, se la llevaban en cajas".
Derrotados, los franceses atravesaron la frontera con más de 2.000 carruajes cargados de obras de arte, dinero, joyas, libros… en un convoy que ocupaba una longitud de 18 kilómetros. Parte de aquellas obras acabaron en manos del duque de Wellington, quien quiso devolverlas, pero Fernando VII le pidió que se quedara con ellas, por lo que el duque se las llevó a su residencia en Apsley House, en pleno Hyde Park londinense, lugar que hoy es conocido como Museo Wellington.
El asalto al Louvre
Tras recibir la orden de recuperar el patrimonio robado del Louvre, Miguel se reunió con el rey de Francia, Luis XVIII, quien dijo su célebre frase sobre las obras: "Ni las doy, ni me opongo", que el español consideró suficiente, por lo cual decidió, por su cuenta, que al día siguiente tomaría los cuadros del museo parisino.
El 23 de septiembre de 1815, el capitán Nicolás Miniussir y Giorgeta, ayudante de Miguel, y el artista Francisco Lacoma, se presentaron en el Louvre acompañados de 200 soldados británicos escoltados por tropas prusianas, exigiendo la entrega. El director del museo se opuso apoyado por algunos parisinos que fueron testigos de la escena, por lo que Miniuissir informó a Miguel de que tan solo había podido sacar doce cuadros, pero que al día siguiente volvería más temprano para continuar con su tarea.
Regresaron a la mañana siguiente, con París aún durmiendo, consiguiendo llevarse 284 pinturas y otras ciento ocho piezas diversas, aunque allí se quedaron multitud de obras de las colecciones privadas de los generales napoleónicos y todas las que hoy conforman la sala española del museo del Louvre.
Miguel depositó todo lo recuperado en la embajada española en París, desde donde viajaron a Bruselas para luego embarcarse en Amberes hacia Cádiz. Este rodeo era necesario porque se pensaba que era peligroso transportarlos a España a través de Francia debido a la oposición que este traslado ocasionaría entre los franceses.
Las obras de arte llegaron en junio de 1816, guardándose en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Tres años más tarde, pasaron a formar parte del Museo Real de Pinturas, fundado por Fernando VII, lugar donde nacería años más tarde el actual Museo del Prado.
Superviviente de Trafalgar y Waterloo
Miguel fue felicitado y recompensado por su gestión para la recuperación de estas obras y siguió sirviendo a su país, llegando a participar en otra legendaria batalla, la de Waterloo, pasando a la historia por ser, posiblemente, el único hombre que participó en las dos batallas más decisivas de las guerras napoleónicas: Trafalgar y Waterloo.
Tuvo que exiliarse a Inglaterra, donde vivió en un palacete de Hampshire propiedad de su amigo, el duque de Wellington, fue embajador en Londres y en París, fue ministro de Marina, de Exteriores y presidente interino del Consejo de ministros.
Falleció en Álava, su tierra, el 14 de julio de 1843, con el honor de haber sido el héroe que devolvió a España las obras robadas por Napoleón.