Entre los encinares que acunan el madrileño barrio de La Escorzonera se erige, imponente, una lujosa mansión ultramoderna de 2.800 metros cuadrados. El ciclópeo leviatán luce un acabado de bloques de mármol travertino romano y esquinas de vidrio. La estampa evoca al Pabellón Alemán que Mies Van der Rohe levantó en Barcelona, y su ausencia de pilares dota a la construcción de una cautivadora ingravidez. Joaquín Torres, su artífice, aguarda frente a la entrada de la casa apoyado sobre un Mercedes blanco. El demiurgo junto a su creación. "Se la hice a mi padre en los años noventa, cuando él aún era presidente de ACS con Florentino Pérez". Sonríe con educación, pero sin desprenderse de su huidizo hermetismo, singularidad que caracteriza a los grandes artistas a pesar de que él sólo se considera "un buen arquitecto".
Torres cojea mientras se dirige hacia un pequeño patio japonés que hay en el jardín trasero, frente una cristalera tras la que se percibe, en la planta baja de la casa, una piscina climatizada. Cuando camina, de vez en cuando, se apoya en un grácil brazo cercano, o en un muro, para no perder el equilibrio. "He estado horriblemente mal. Cinco operaciones de cadera, una infección de huesos, ni ganas tenía de levantarme de la cama. El dolor físico me invalidó, dejé de ser yo. Ahora empiezo a recuperarme, pero aún camino con dificultad y no puedo hacer ejercicio".
Se refiere, claro, al fatal accidente de moto que sufrió en diciembre del año pasado, hace justo un año. Siniestro que lo dejó postrado en una camilla con un dolor que comenzaba en una cadera destrozada y acababa en el alma, pues su mayor temor era no poder volver a caminar y perder la capacidad de crear. "Pensé que me quedaría en una silla de ruedas para siempre". Por suerte, hace tan sólo dos semanas anunció que volvía a su rutina laboral.
Mientras la morfina y los antibióticos todavía batallaban en su cuerpo para aplacar los desgarros internos, otro mazazo lo golpeó y lo sumió en un sufrimiento aún peor, el de la pérdida del ser querido. Su madre, Joaquina Verez Vivanco, también lo abandonó. Ningún ser humano está preparado para que los cimientos de su vida se tambaleen con tal fuerza. Al terremoto vital se sumó, además, el delicado estado de salud de su padre, Juan Torres, y la pugna contra su hermano Julio en los tribunales por haber estafado a su familia parte de su millonario patrimonio.
"Estos han sido los doce peores meses de mi vida", confiesa, consternado. No obstante, nada puede destrozar a un espíritu indomable e irreverente, y el de Torres lo es. El creador del estudio A-Cero y arquitecto de la jet set, mote con el que fue bautizado en los 2000 tras construir parte de la lujosa y exclusiva urbanización madrileña La Finca, no es un vulgar renunciador. Dolorido, por dentro y por fuera, está dispuesto a regar la curiosidad de sus seguidores con una retahíla de confesiones.
Teclea un código de seguridad y una puerta acristalada se abre tras un suave pitido. Torres invita a EL ESPAÑOL | Porfolio a visitar las entrañas del gigantesco coloso que ha sido hogar de sus padres durante treinta años. En sus paredes cuelgan toda suerte de lujos: en una pequeña esquina, tras un cristal, se atisba un cuadro de Picasso; enfrente hay un enorme lienzo de Tapiès y, más allá, otro de Ribera. "Hay muchas cosas más, pero ahora mismo las estamos tasando. Mis padres llegaron a tener unos 25 millones de euros sólo en arte".
En el salón principal la luz entra por una enorme cristalera de 17 metros con vistas a un jardín en cuya verde hierba reposa, sobre una de sus aristas, una escultura de bloques de bronce de Ernesto Knorr, discípulo de Chillida reconvertido hoy en ilustre escultor de rotondas; sobre el sofá de cuero negro que protagoniza la estancia, en el techo, destacan, elegantes, solemnes y extemporáneos, diez o quince metros de artesonado del siglo XVI tallados por la mano de Alfonso de Covarrubias y adquiridos en Basilea.
"Cuando mi hermano Juan murió de una terrible sobredosis, mi madre me convenció para que les hiciera esta casa. Yo, la verdad, no quería trabajar para mi padre, porque él siempre sintió una desconfianza brutal hacia mí y no paraba de testarme. Siempre ha sido una persona de mando. En casa fue un sargento. No era un hombre fácil y, por eso, a diferencia de mis otros hermanos [Julio y Maite], yo nunca trabajé con él. Durante la construcción, llegó un momento en el que le advertí de que tuviera cuidado, porque esto iba a perder la escala de vivienda. Ya ves –señala con los brazos abiertos– que hoy estamos en 2.800 metros cuadrados habitables y 11.000 de finca, algo casi obsceno".
Juan Torres fue uno de los grandes clientes de su hijo Joaquín, pero la lista de celebrities que viven entre las paredes que él ha pergeñado es innumerable, y recoge a personalidades tan ilustres como Cristiano Ronaldo, Zinedine Zidane, Alejandro Sanz, Penélope Cruz o Javier Bardem. Hasta ha diseñado una mansión para Madonna en Dubái o la de Amancio Ortega en La Coruña. "Hoy, sin embargo, estamos más enfocados al mercado internacional. Trabajamos en urbanizaciones de súper lujo en Malta, en Arabia Saudí, en Dubái, en la India y en Tailandia. Hacemos cosas muy exclusivas en lugares remotos del planeta".
PREGUNTA.– ¿Qué es lo que quería demostrarse a sí mismo tu padre con esta casa?
RESPUESTA.– Él quería probarme, y probarse. Todo esto simbolizaba para él una carrera de éxito. Es algo que pasa mucho entre quienes han triunfado en la vida: quieren erigir súper mansiones, pero es un error, porque el exceso de volumen te limita, te arrebata la libertad; vives esclavizado del espacio, del servicio, dependes del mantenimiento y acabas necesitando un regimiento que se convierte en una pequeña empresa. Aunque tuviera todo el dinero del mundo, jamás viviría en una casa tan grande. El exceso es el antilujo.
P.– ¿Y qué te demostraste a ti mismo?
R.– A mí me sirvió para cambiar cierta mentalidad a la gente adinerada, y gracias a ella atraje a muchos futbolistas como clientes. Las casas son un reflejo del alma. Desvelan egos, inseguridades, afanes. Por eso, yo, que he pasado por seis casas, y obviamente me gusta lo bueno, he aprendido a abrazar la sencillez. Los excesos definen a las personas. El triunfador multimillonario siempre quiere complicarse la vida de una forma absurda, y eso, he aprendido, no le hace más feliz.
P.– ¿Cómo se vincula la construcción de esta mansión con tu entrada como diseñador y arquitecto en La Finca?
R.– Silvia Gómez-Cuétara, esposa de Luis García Cereceda [promotor de La Finca], pasaba habitualmente por esta calle. Ella le decía: 'Tienes que ver esa casa...', y él contestaba: 'Yo no quiero arquitectos, son todos una mierda'. Él pensaba que somos un puñetero desastre y que tenemos un ego desbordante, y no se equivocaba. El caso es que Luis cedió y me conoció a través de Silvia porque coincidió con mi madre en la tienda donde compraba sus manteles. Ellos estaban buscando a alguien muy minimalista en Madrid. A través de los lenceros organizaron una cena en casa. Vino y, al día siguiente, me convocó en su despacho. Me puso una pequeña prueba que resolví con facilidad y de forma funcional: le hice un proyecto con siete casas y les saqué un 60% más de superficie. Desde entonces, se enganchó a mí como un hijo.
P.– ¿Cuántas casas llegó a encargarte?
R.– Luis había promovido un 70% de la finca con Martín Caballero [estudio de arquitectura de Alberto Martín Caballero] y había dejado lo mejor para el final, que era la zona de Los Lagos [La Finca se distribuye en varias zonas, según qué precio, y esta es la más exclusiva]. Pero no lograba vender las casas a más de 1.800.000 € porque las habían construido en ladrillo. Yo le hice una prueba con 21 casas con otros materiales [entre ellos el travertino romano], las pusimos en 2.600.000 € y conseguí venderlas todas. Con Luis llegué a hacer entre 95 o 96 casas, y desde que murió [2010] hice unas 10 más. Pero nunca se han vuelto a vender a esos precios. Durante la mejor época conseguí que las parcelas estuvieran en 9 millones. ¡Sólo las parcelas! Imagínate lo bien que iba el negocio. Hoy no venden ni por 3,5 millones.
P.– ¿Quiénes ocupan hoy algunas de esas viviendas que construiste?
R.– Todo lo que te puedas imaginar... y no imaginar. Allí vivió el expresidente de Portugal, los Obiang [dictador de Guinea Ecuatorial] y yo traje a decenas de futbolistas, entre ellos a Raúl, a Ronaldo, a Torres. También estaban Blas Herrero [inversor y dueño de Kiss FM], Luis Gil [fundador de Securitas Direct] y Antonio Catalán [fundador de AC Hotels]. Empresarios de primerísimo nivel compraron en La Finca hasta el punto de que el rey Juan Carlos tenía reservadas dos parcelas para las infantas. Les hice el proyecto, pero aunque a Urdangarín le gustaba la zona, a Cristina no. El caso es que al final no acabaron allí, lo cual fue un gran acierto, porque habría sido un canteo.
P.– ¿A qué te refieres?
R.– Cómo te lo puedo explicar... Hasta el alcalde de Pozuelo vivía en La Finca. Todo eso era una organización absolutamente mafiosa.
P.– Cereceda muere y entonces comienzan los problemas.
R.– Si al morir Luis yo me hubiese posicionado a favor de su hija Susana [García Cereceda, actual directora del Grupo LaFinca], hoy estaría trabajando con PROCISA [promotora]. Pero cuando fallece, ella me intenta poner en contra de su viuda, Silvia, que era mi amiga y la quería, y en contra de su hermana Yolanda. Me trata de convencer de que ella se merece más que su hermana, porque Luis le había dejado en herencia a ella un 51 % de la empresa y a Yolanda un 49 %. Él fue claro y meridiano: quería que la empresa fuera de las dos y que Susana protegiera a su hermana, no que la dejara en la indigencia, como ha hecho. Yo no estaba metido ni en tramas hereditarias ni era albacea, pero me enfrenté a Susana y ella me amenazó. Entonces, intentó hundir mi carrera. Se abrió para mí un mundo novelesco.
P.– Ahí es cuando el comisario Villarejo entra en juego.
R.– Ella contrata a Villarejo para espiar a su hermana, a Silvia y a mí. En el caso de ellas, simplemente buscaba sacarles información, pero a mí quería destruirme mediática y profesionalmente. En esa época salen todo tipo de publicaciones en medios: que si era maricón, que si estaba en la ruina, que si era un pederasta que iba por las saunas buscando jovencitos. También pusieron al ayuntamiento [de Pozuelo] en mi contra: 'No contrates a Joaquín Torres porque tarda año y medio en conseguir la licencia, mientras que yo tardo tres meses'. Eso lo decía Susana... y huele a prevaricación. La documentación es un acto reglado. ¿Cómo era posible que ella lo consiguiera antes? El caso es que pasé de ser el niño mimado de la arquitectura a perder muchísimos clientes. Todo eso está demandado y, al final, cuando todo estalló, Susana llegó a un pacto con la Fiscalía Anticorrupción y asumió todo lo que estoy contando para evitar entrar en la cárcel, pero ni yo ni Silvia ni nadie obtuvo una compensación económica.
P.– Todo esto, ¿cómo te afecta personalmente?
R.– Me agotó. Y sigo agotado. Hace unos meses tuve que declarar en un juicio sobre Zaplana [en el marco del caso Erial, la Fiscalía acusa a Zaplana de adquirir un inmueble en La Finca con el dinero que obtuvo del supuesto cobro de comisiones]. Yo le dije a los jueces que me dejaran ya en paz. A mí estos años me han costado un desgaste inmenso. Es cierto que La Finca me brindó la oportunidad de conocer el mundo del poder, pero ha sido tal el destrozo que me han hecho, y he perdido tantos clientes, que ahora cuando Silvia García-Cuétara me dice 'vamos a seguir', yo, que la quiero mucho, tengo que responderle: 'Ya me da igual todo, sólo quiero pasar página'.
P.– ¿Te arrepientes de algo?
R.– De lo mucho que me afectó salir en televisión. Se dio una imagen de mí, o yo di una imagen, no lo sé, completamente distorsionada, y eso contribuyó a los ataques. Hablaba mucho de mis clientes, enseñaba algunas de sus viviendas en programas como Supercasas, de LaSexta, pero si las mostraba es porque tenía autorización previa de sus sueños. Eso algunas personas no lo entendían. Después, meterme en Sálvame fue un gran error. Hacía una sección muy limpia y sólo enseñaba casas, y mientras que yo pensaba que me nutría de Sálvame, Sálvame siempre se nutría de mí. Me pasó factura. Al convertirme en un personaje público, se dio pie al encargo de Villarejo para destruirme.
P.– A esa campaña mediática se le suma el dolor que supone que vuestro hermano, Julio, se haya enfrentado a vosotros. Tu padre dejó su herencia empresarial en sus manos y ahora, según dices, él se lo ha quedado todo. ¿En qué punto se encuentra esta disputa familiar?
R.– Eso es algo que estaba anunciado. Yo decidí que nunca trabajaría para mi padre, porque no quería estar en el patrimonio familiar. Yo no estaba de acuerdo con cómo hacía las cosas, así que confió todo su legado en un hermano. Yo les decía a mis padres que le estaba robando, pero no me escucharon. Hace tres años, cuando estaba reconstruyéndome [además del ataque mediático, su estudio, A-Cero, quebró y tuvo que hacer suspensión de pagos antes de volver a ponerlo en marcha], mi madre me llamó para pedirme ayuda. Resulta que, y esto es obsceno diciéndolo en esta casa, no tenían ni para comer. Mi hermano les dejó todo embargado. Yo les dije que no se preocupasen, porque vendiendo un Picasso o alguna de sus empresas tendrían autonomía para vivir. Sin embargo, cuando se lo pidieron a Julio, él dijo que todo era de él y que no vendía nada. Fue cuando comenzó la debacle. Ahí se descubrió que mi hermano les estafó y les robó de todo. Fue absurdo, porque sólo tendría que haber esperado a que murieran para quedarse con todo.
P.– ¿Pero toda su fortuna se ha perdido?
R.– No, está a nombre de sus sociedades. Él diseñó un esquema piramidal de empresas en el que figuraba como administrador único y a través del cual desviaba fondos. Llevamos tres años para rescatar el control de muchas de esas empresas. De unas 39, aún nos falta recuperar 14. Él ha robado mucho dinero en cuadros, joyas, en otros activos; ha endeudado a muchas de las empresas pidiendo créditos que no pagaba y luego se ha quedado con el dinero, pero son empresas donde sus activos son superiores a sus pasivos, con lo cual se pueden recuperar. ¿Se van a poder arreglar las cosas? Sí, pero dentro de un tiempo, porque la justicia en este país es muy lenta.
P.– ¿Cuál es el patrimonio de tu familia?
R.– Es tan dantesco que, aunque quede muchísimo menos, habrá bastante. Piensa que mi padre tenía la misma participación que Florentino. ¿Por qué vendió cuando contaba con el apoyo de su tercer socio, Jesús Roa? Es algo que se llevará a la tumba. El caso es que Florentino, si hoy tiene un patrimonio de 1.000 millones, aunque mi padre lo hubiera hecho fatal, estaríamos hablando de unos 500 millones de euros.
P.– ¿Qué papel ha jugado Amancio Ortega en tu vida?
R.– Después de Luis García Cereceda, fue mi otro gran mecenas. Igual que a Pablo del Bado, yo le hice su casa a Amancio. Él creyó en mí desde el principio, hasta el punto de crear una marca, Often, que quiso que desarrolláramos desde mi estudio, A-Cero. Él puso el mundo a mis pies, pero yo nunca quise trabajar para Inditex en exclusiva. Le dije: 'Quiero libertad'. A mí siempre me ha gustado elegir a mis clientes. Me permito el lujo de decir que no. En ese aspecto he sido siempre un privilegiado. He dicho que no a pazos, a casas neoclásicas y de tipo cabaña, siempre porque he tenido un respaldo económico y no he hecho cosas en las que no creía. Dentro de mi obra no hay nada que diga: 'esto no es de Joaquín'. Eso no lo puede decir ni [Rafael] Moneo.
P.– Eres un radical libre. ¿De qué huyes?
R.– Siempre he querido huir del establishment. Yo soy consciente de que tengo esa auctoritas dentro de la arquitectura española, pero eso implica también muchos detractores. Aún es difícil que se reconozca que mi estudio haya cambiado la manera de ver y de hacer la arquitectura en este país.
P.– ¿Cómo defines tu estilo? ¿Qué lo caracteriza?
R.– Mis casas son arquitectura moderna racionalista. En A-Cero hemos funcionado muy bien porque nuestra obra, funcionalmente, es muy vivida, muy práctica, útil, se puede cuantificar y valorar. Yo, cuando doy un presupuesto, me puedo desviar un 5%, pero no un 200% como le pasa a Calatrava. En España se permite una desviación de un 20% en una obra. ¿Cómo se puede permitir? Eso es un cachondeo. A mí me dicen que soy un artista, pero no, soy un arquitecto profesional, y me tengo por uno bastante bueno.
P.– ¿Cuál es la mayor excentricidad que te han pedido?
R.– En el mundo árabe, que tienen todo ese lujo ostentoso, me han pedido hasta piscinas de oro. Hubo un cliente que trajo una mesa de siete metros de Bali, se gastó 50.000 € para meterla por encima del edificio con una grúa para que luego la acabasen recortando. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue una casa de La Finca. Concretamente, la de un cliente que me pidió una habitación del pánico. La peculiaridad es que la quería sólo para él. Le pregunté: '¿Y tus hijas?'. No. Él sólo lo quería para él. Eso te define como persona. El dinero tapa muchas miserias y permite demasiada estupidez.
P.– ¿A quiénes les estás construyendo hoy su casa?
R.– Estoy haciendo una para Isco y Sara Sálamo, otra para Edurne y De Gea y una tercera para Emma García. Aunque a mí esto de los famosos ya no me importa. He tomado distancia, y ya ni siquiera trato con mis clientes. La gente con dinero, al final, se cree con el derecho de no respetar ningún límite de horarios, y en España, además, no se respeta la creatividad.
P.– ¿Fuera de España sí?
R.– Hay un gran respeto por los arquitectos creativos. Lo que dices va a misa, se respetan las reuniones, las maneras de trabajar, los horarios. En España, no. Aquí los ricos son muy cutres. No se valora el diseño. Me dicen mucho lo de 'hazme un dibujito'. Me sacaba el zapato y les daba de hostias. ¿Pero tú sabes a qué me dedico? Ese el día a día en mi estudio.
P.– ¿Qué políticos viven en tus casas?
R.– Bueno, yo le hice a Felipe González su casa en Tánger, aquella que está a medio construir y se paró porque él se enrolló con Mar García Vaquero, ex de Luis en Brunete. A él le pareció fatal y todo el proyecto se acabó abortando por la polémica.
P.– Tú tenías un complejo entramado empresarial, pero muchas de tus empresas han cerrado. ¿En qué punto se encuentran tus estudios?
R.– Ahora tengo el estudio de arquitectura, A-Cero; luego está A-Cero Tech, que es una línea de casas prefabricadas que está en Asturias, y después A-Cero In. Ahora también hemos montado una línea de apartamentos turísticos y hostales. Ya tenemos edificios en Málaga, Sevilla, Alicante, Madrid, León y Granada. También hay una delegación abierta de A-Cero en Arabia Saudí, pero para el resto de los pedidos solemos viajar. Hacemos muchos proyectos básicos y, en el extranjero, nos asociamos con estudios que desarrollan la parte técnica.
P.– ¿Qué balance haces de toda la tormenta que has vivido en esta última década?
R.– Si yo hubiese sabido lo que iba a pasar en mi vida, no habría montado el estudio de arquitectura. Me hubiese dedicado a hacer cosas para mí, desde una escultura hasta un cuadro. O interiorismo, o una pequeña casa, o un hotelito, pero no me hubiese liado en abrir un estudio con ciento y pico empleados. Encima, en España, a los empresarios nos demonizan, nos brean a impuestos. Yo estoy a favor de que el que más tenga pague más, pero eso funciona si la gestión del dinero público es buena, no como en este país, que es absolutamente terrorífico tanto en la izquierda como en la derecha. Aquí los ricos se escapan y los empresarios medios estamos asfixiados.
P.– En junio, tu hijo mayor, Álvaro, desveló los problemas de adicción que llegó a tener cuando era más joven.
R.– Sí, lo dijo en el programa de Sonsoles. Tuvo mucha repercusión. Él es un chaval de 17 años que, con 14, como muchos otros, comenzó a salir con sus amigos y hacía alguna que otra tontería, como podríamos haberla hecho tú, yo o cualquiera. Alguna vez se fumó algún porrete, por supuesto, sin mi autorización. Un día le paró la policía, tenía algún grado de alcoholemia de más y de estupefacientes, entonces entró en Fiscalía de Menores. Él, a pesar de todo, reaccionó bien, comenzó a hacer mucho deportes y ahora, en su cuenta de Instagram, es anti alcohol, por eso habla de ello. Ahora bien, aunque yo siempre digo que España es demasiado permisiva con el alcohol, yo creo que ni tanto, ni tan poco.
P.– Hace poco también se especuló sobre el deterioro de la relación con tu marido, Raúl Prieto. ¿Es cierto?
R.– A mí ya me la bufa lo que digan. Por salud mental de los dos. Cuando uno está enferm, sufre mucho. El que cuida, lógicamente, también sufre. Durante mi convalecencia llegó un momento en el que pagaba mi día a día con Raúl. Decidí que durante un tiempo me iba a ir a vivir con mis hijos [los tiene de un matrimonio con su exmujer, Mercedes Rodríguez Parriza], porque tengo custodia compartida y era lo que me correspondía. Eso, para algunos, se convirtió en una crisis de matrimonio. ¡Pero no hay crisis! Claro que nos ha afectado. ¿Cómo no iba a ocurrir? Coño, si he dejado de vivir, de salir, de tener ganas de hacer nada, postrado en una cama, inmovilizado con muchísimos dolores, con morfina, desesperado, con miedo, porque yo sabía que lo que tenía no era solo una rotura [se refiere a la infección de huesos]. Sí, comenté que no era nuestro mejor momento, que había una pequeña crisis, pero es sólo eso. Yo ya no tengo fuerzas ni para desmentirlo.
P.– ¿Qué has aprendido del dolor?
R.– Me he dado cuenta de que todo, siempre, me ha costado mucho en esta vida. Desde el colegio, aunque me llamaban maricón, siempre he querido destacar. He sido buen estudiante porque he estudiado más que los demás. Mi estudio ha funcionado porque he trabajado el cuádruple que mis compañeros. Pero todo me ha costado. Mira lo de la puñetera herencia. Me podría haber tocado algo saneadito. Pero no. Ahora, la pérdida de mi madre, lo de mi hermano, el accidente... Pero tengo la firme convicción de que uno no sabe lo fuerte que puede ser hasta que ser fuerte es su único camino. Y este camino es el que me ha tocado seguir.