Publicada

Le pregunto a Kiko Amat que por qué en su foto de WhatsApp sale él mismo retratado, estilo cómic, con gorguera y entre laureles. “Por mofa directa al rollo libresco, bibliófilo. Me da vergüenza. Me parece paródico. Aunque entiendo que hay peña que hoy llevaría la gorguera orgullosamente en referencia al Siglo de Oro. ¡La gente de la cultura seria…! Los rancios”. Empezamos fuerte. Tomamos café en la coctelería del hotel Villa de la Reina, en Gran Vía, con la ciudad fragmentada rugiendo tras los cristales tintados y un ejemplar de su última novela sobre la mesa, Dick o la tristeza del sexo (Anagrama).

En la portada hay una rana con la cabeza rendida hacia atrás, crucificada y abierta, quiero decir, diseccionada. Ya se le van a salir las tripas. Ya se le van a salir los deseos. Ya se le va a salir la angustia, la soledad caliente como una víscera. Este libro va sobre eso: sobre la jadeante y desesperada iniciación sexual de un muchacho roto, torpe, hambriento. Sobre “el deseo no correspondido”, dice Kiko. “Sobre rechazo. El erotismo o los tropos pornográficos se utilizan para ejemplificar la completa falta de reciprocidad y para mostrar lo aislado que puede estar un pubescente que hace el cambio, tiene la consecuente mutación hormonal y, de repente, pierde la inocencia… y se convierte en otra persona”.

P.- ¿Cuándo se pierde la inocencia?

R.- La primera vez que te masturbas. Nadie te ha prevenido sobre esto, porque nadie podía prevenirte. Yo recuerdo la sensación de no haber efectuado el cambio: cuando un amigo te decía que se había tocado y tú no lo habías hecho… eso era realmente como escuchar una lengua que no hablabas. Un mundo desconocido.

P.- Se abre una compuerta que no se puede cerrar nunca más.

R.- Exacto. Es la pérdida de la niñez. Dejas de poder efectuar juegos simbólicos (dejas de jugar con muñecos, de inventar). Con una mano solté el Madelman y a Luke Skywalker y me entregué a la notable reserva de literatura pornográfica de mi tío.

Kiko Amat.

Kiko Amat. Laura Mateo.

Yo diría que Kiko Amat es todo lo antisistema que un escritor puede ser. Hay honestidad en esa rabia de fondo suya. Hay una huida del progresismo estético, del bienquedismo, de la amabilidad trucada. Habla muy rápido, muy anfetamínico, muy brillante, muy pulcro. Pienso en buscar al llegar a casa alguna palabra concreta y bellísima que no conozco de las que usa con ligereza (una palabra nueva recuerda a un sabor nuevo: algo explota en la lengua).

No mira a los ojos. De hecho, mira a todas partes menos a los ojos. Creo que es timidez. O un runrún de aventura interior que le menea el cráneo. Es como si estuviera buscando algo por esta sala de techos altos. Como si una criatura veloz se le escondiese y él fuese a dar con ese armiño, o con ese zorro, pero para acariciarlo, que es lo que hace con las frases salvajes.

Kiko viste tatuajes en las manos. Y cadenas de plata gruesas, como de heavy, en las muñecas. Dice que hacer manitas es más importante que el beso. Dice que de niño vivió perpetuamente enamorado y que fue monacal: sólo le dolía el “no” de las subculturas, porque el “no” de las chicas lo daba por supuesto. Fue un crío listo y raro, expulsado de la norma. Deseó en solitario. Se sintió incapaz de llegar a los “ideales macho” del momento.

Kiko Amat.

Kiko Amat. Laura Mateo.

P.- ¿Cuáles eran esos ideales macho en los ochenta y cómo han mutado en el presente?

R.- Había una ideización del hombre, una especie de caricatura de hombría que venía evidentemente del pasado pliocénico. Cenutriez ultracatólica y fascista. De una virilidad exagerada. Es una visión reaccionaria que ha habido en muchos países. Creo que ese dibujo de hombría estaba patente y visible en los medios de comunicación, y en la ficción, en los filmes… sí había un ideal completamente inasequible. El puto Conan.

También estuvo la figura del deportista sobrehormonado. ¡Se les debe un libro! Ese tío también tiene sus problemas, sus inseguridades sexuales y sus traumas. Eso ha cambiado en varios aspectos, sobre todo en la cosa de la hombría invulnerable. En la idea de que un hombre no puede llorar, cosas así: son cosas pitecántropas y antiguas… pero han durado muchos años. No están erradicadas completamente.

P.- Más allá de la idea del macho universal, tenemos una idea de macho español que quizás redondea un poco la parodia o el arquetipo. ¿Cuál es nuestra particularidad ibérica, hacia dónde gira nuestro retruécano?

R.- Yo no soy ibérico, soy mediterráneo, pero desde luego nos tuvimos que comer la cultura ibérica por cojones, con lo cual el ideal del macho español sí que ha estado presente en mi vida. Y en las películas. En lo que se llama “españoladas”. Es un género, vaya. A la mínima que eras un nerd poco atlético, un poco tísico, semituberculoso, con imaginación fecunda y encerrado en un mundo de ficción… estabas fuera. Ahora hablo de mí.

Kiko Amat.

Kiko Amat. Laura Mateo.

P.- ¿Cómo te atravesó el ideal a ti?

R.- Bueno, la sensación que se te imprime es la de inecuación. Falsa inecuación. Te está creando un trauma de no virilidad cuando ese no debería ser el problema si el ideal no fuera el de un gorila no pensante. Te sientes un alfeñique. Nadie te toca, nadie te mira. Y cuando alguien no te acaricia durante mucho tiempo, algo se pudre dentro de ti: esto es cierto. Hay algo irreparable ahí. Tu organismo se vuelve feo y duro, y un poco putrefacto, porque nadie te besa, nadie te quiere, nadie te otorga intimidad. Merece la pena el riesgo y dolor con tal de no sentir eso. No hay nada deseable en ser un chimpancé fornicador pero tampoco en esto otro: en ser un zombi. A veces es demasiado tarde para dejar de serlo.

Yo viví una infancia razonablemente feliz hasta cierto punto, pero al estilo Sheldon Cooper con “conversation is sparkling”. Mi mente me daba satisfacciones que no me daba casi nada. No me interesaba mucho más que eso. Ahora el friki tiene un magnetismo. Antes, ninguno. Eres una anomalía que, como mucho, tiene otro amigo, que es otra anomalía. Y no puedes ni sospechar que puedas llegar a ser deseable. Te sientes un engendro. Mi protagonista, por ejemplo, se define a sí mismo como feo, pero no creo que lo sea, creo tiene dismorfia y que se siente feo porque el mundo le ha hecho sentirse así.

P.- ¿Cuándo fue la primera vez que tú te sentiste guapo?

R.- Yo siempre me he sentido repugnante. Soy consciente de que soy dismórfico. Fue por esos ideales inasequibles. Y porque no había triunfado el nerd aún. Yo soy de esas divisiones que lucharon por el triunfo del nerd. Caímos en las trincheras para que venciera el nerd. Pero en los 70-80-90… éramos gente de mierda, así te lo digo.

Las manos de Kiko Amat.

Las manos de Kiko Amat. Laura Mateo.

P.- ¿Cuándo empezó a molar el nerd?

R.- No sé decirte. Es una buena pregunta. Creo que para cuando sale The Big Bang Theory ya mola. Tiene que ver con el triunfo de la computación, de Apple… Yo creo que tiene que ver, y esto es triste, y no me encanta decirlo, con la relación entre inteligencia y lucro. De golpe, tíos muy listos se hacen muy ricos. Es penoso. Ha triunfado una cerebralidad y un mentalismo… que es puro capitalismo. No sé. Al menos se valora, ¿no? Antes se valoraba sólo en entornos académicos.

"El nerd empieza a molar cuando se relacionan inteligencia y lucro. Ha triunfado una cerebralidad y un mentalismo que son puro capitalismo"

P.- Finalmente es lo mismo: fuerza, inteligencia, poder, es decir, dinero, seguridad, imposición, hegemonía. ¿La idea del macho ha sido para todos una máquina de frustración, de dolor y… de disfuncionalidad eréctil?

R.- Sí, pero en el caso de las mujeres era exactamente lo mismo con el ideal de belleza, esbeltez, recato o sentimentalismo. Nada de eso ha tenido nada que ver con cómo son las mujeres realmente. En todo caso, no existe nada tan risible como el sexo. La pornografía, el erotismo… tienen un potencial para lo grotesco, lo patético y lo risible que es imposible de conseguir en ningún otro ámbito, lo cual también es, al mismo tiempo, trágico y doloroso. Es el libro más triste que he escrito nunca.

Quizá también sea el más divertido. No hay nada que te haga sentir más ridículo y penoso que un gatillazo, que la mala función sexual: es el momento cumbre del patetismo del hombre. Eso y defecarte encima. Y que te peguen una paliza. Todo eso mella tu autoestima. Y tu autoestima se hace preguntas.

Kiko Amat.

Kiko Amat. Laura Mateo.

P.- Yo siempre he pensado en el sexo como en la Semana Santa. Quiero decir: desde dentro es glorioso, intenso, fascinante… pero si te alejas un poco y lo ves desde fuera, si le quitas la mitología, hay algo extraño. Algo cómico, incluso. El sexo parece limitarse a un apareamiento y la Semana Santa, a un desplazamiento de figuras.

R.- ¡Me gusta! Es una buena analogía. Eso, instintivamente, lo ves en el porno. En el momento en el que desaparece tu excitación literal, tu humedad… todo es de risa, es grotesco, está sobreactuado y muy mal escrito y además la gente hace cosas potencialmente descoyuntantes. De niños nos tocábamos con el anuncio de Fa o con el telediario. Era bastante mítico, bastante victoriano. ¿Sabes lo peor? Lo peor es la cosmética progre, que ha provocado que algunas explicaciones u opiniones que son de prudencia y sensatez elementalísimas se conviertan en reaccionarias, por ejemplo “el porno debe estar regulado”.

Es demencial que un niño de 8 años pueda ver porno violento. Es horroroso y no puedes sonar cavernícola al decir esto. Es crianza básica. En este país todo se hace mal. Hemos pasado el cavernícola ultracatólico a un progresismo cosmético con una idea equivocada de la libertad. La libertad no es esa mierda. La libertad es que la gente pueda vivir y tener casa y cobrar decentemente, no acceder a porno guarro, porque es limitador, es patético y es traumante.

P.- ¿Te has desencantado de la izquierda?

R.- Bueno, es que la izquierda de ahora, sus buques insignia de ahora son mayormente cosméticos. A mí cualquier discusión sobre sexo que no hable de clase social, no me interesa. La izquierda ha dejado de hablar de clases sociales y de diferencias económicas y no para de hablar de sexo y de género. No me interesa. Me parece facha. Su discurso está tiznado de ornamentación.

P.- ¿Qué hay de la homosexualidad latente entre los chicos jóvenes en esa época iniciática? Todo eso de masturbarse junto a amigos. ¿Es deseo, es competición, es compartir, es no quedarte solo con tu descubrimiento?

R.- Tiene que ver con la curiosidad experimental. Hay términos en inglés para eso, incluso. Es la “paja comunal” o “círculo de pajas”. Es universal. “Circle Jerks” le da nombre hasta a un grupo de hardcore, así que es universal. Yo nunca la había practicado. Siempre me ha hecho carcajear. Es una especie de sardana masturbatoria enloquecida.

Kiko Amat.

Kiko Amat. Laura Mateo.

Es complejo todo, piensa Kiko. Dice que la tristeza postcoital existe, y que “esa pequeña muerte, como decían los franceses, se agrava si has tenido la desgracia de haber sido educado en una cultura católica como la nuestra, porque ya parte de una base de tristeza natural, digamos, sana a su juicio”. Cuenta Kiko que él nunca creyó en el fuego eterno. Menos mal.

Tampoco ha confiado nunca en la mitología politoxicómana ni en la falacia “del escritor borracho, beat, drogadicto”: “Al revés, los pocos que eran competentes lo eran a pesar del alcoholismo o la drogadicción o de vida anárquica. ¡Es al contrario! Algunos eran lo bastante buenos como para que esa vida mierdosa y cero conductiva al trabajo serio… no les obligase a ser unos incompetentes y pariesen algo de valor. Escribir es sobriedad, es regularidad y es disciplina castrense. Aislamiento, soledad, repetición y un aburrimiento colosal. Pero en realidad no estás aburrido, ¡estás contigo! Y estás viviendo una fabulación en tu cabeza”. Por eso él no viaja, desliza. Y nos reímos. 

Sostiene Kiko Amat que todos sus novelistas favoritos hablan de la necesidad de limitación: “La limitación es clave para la creación de las artes. Tienes que estar limitado, no liberado. No tienes que estar liberado en ningún caso, de hecho. Tienes que estar comprimido. Lo comprimido y tenso funciona mucho mejor que lo disperso y lo desabrochado”.

"La limitación es clave para la creación de las artes. Tienes que estar limitado, no liberado"

Dice que él viene de la tradición de la exageración narrativa: “No escribo cosas aberrantes, escribo cosas cotidianas, pero creo que hay que exagerar, hay que distorsionar un poco las cosas para que sean visibles. Para que cobren magnitud y se levanten y sean memorables para el lector”.

Las notas de Kiko.

Las notas de Kiko. Laura Mateo.

Cree en el oficio de escritor como en esa cosa solitaria y obsesiva, sin fiestas ni alardes: un espíritu insistente, abnegado, sufrido y opaco, quizá. “Es como un dibujo de Edward Gorey. Parecen demasiado currados, tienen un sombreado muy currado. Yo antes pensaba que el dibujo funcionaba igual sin todas esas rayitas. Ahora pienso que no. Eso de hacer lo mismo cada día, eso de trazar rayita a rayita, esa repetición… eso es conductivo y lleva a que te salga mejor lo que haces. Gorey estaba obsesionado con las bailarinas, es decir, con la repetición del ballet. La repetición es importante, también en narrativa. Creo en la repetición de movimientos”.