El Guadiana baja con furia estos días, desbordado, descontrolado, llevándose por delante lo que encuentra en su camino. Pero incluso cuando el agua arrasa campos y anega pueblos, hay quienes siguen viendo en el río una oportunidad de oro. Mientras media provincia de Huelva cruza los dedos para que el cauce vuelva a su sitio, las narcolanchas siguen haciendo su ruta por esta autopista líquida, esquivando controles con la confianza de quien sabe que el terreno le favorece y los focos no le alumbran. Con el Estrecho convertido en un embudo y el Guadalquivir demasiado vigilado, el tráfico de droga ha encontrado en la frontera con Portugal su nuevo carril rápido y el agua, crecida o no, sigue llevando más que corriente.
Hace unas semanas, la Guardia Civil interceptó 1.500 kilos de cocaína en un punto de la ribera y todo pareció indicar que no se trataba de un caso aislado. Las narcolanchas llevan meses aprendiendo el camino de un río con menos controles, más kilómetros navegables, una orilla en cada país y cientos de rincones donde perderse. Suben desde la desembocadura, avanzan sin prisa, descargan en silencio. No hacen ruido, pero dejan rastro. Almacenes improvisados en fincas apartadas, todoterrenos con matrícula extranjera que aparecen en pueblos donde nunca antes se había visto un Porsche Cayenne y patrullas que de repente se multiplican en zonas donde antes sólo se hablaba de turismo rural.
Los lancheros se comunican por grupos de Telegram y comparten la ubicación de las patrulleras de la Guardia Civil en tiempo real a sus socios en alta mar, esperando el momento oportuno. En esos canales, aseguran fuentes infiltradas, alrededor de 1.500 peones del narco permanecen activos y organizados desde hace 7 años, y es por ahí por donde llegan buena parte de los chivatazos e informaciones sobre los cargamentos. Tanto la Guardia Civil como la Guardia Nacional Republicana (los gendarmes portugueses) lleva meses realizando controles en la desembocadura para disuadir a los narcos, que se ven obligados a emplear rutas alternativas o esperar mar adentro hasta que se reduce la seguridad.

Imagen de uno de los grupos de Telegram de los narcos. E.E.
Fuentes de la lucha antinarcóticos extienden su preocupación a EL ESPAÑOL sobre el aumento de nuevos focos del narco en dos provincias, Huelva y Almería, donde las mafias del petaqueo (quienes suministran gasolina y víveres a los narcos que esperan en alta mar) llegaron a incendiar un coche patrulla de la Guardia Civil a mediados de febrero en represalia por las detenciones e incautaciones recientes. En las mismas fechas, el periodista de D-Cerca Francisco Lirola encontró en las costas una narcolancha de doce metros quemada en las inmediaciones de Adra.
La Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) ha denunciado el incremento del narcotráfico la falta de medidas efectivas para combatirlo. En conversación telefónica con EL ESPAÑOL, un portavoz sostiene que no es extraño ver en estas zonas a los narcos equipados con armas de guerra: "Utilizan los alijos para meter los fusiles con munición. Siempre van bien preparados. No pasa nada si pierden un paquete de hachís, pero si con uno de cocaína. El precio es muy diferente. Llevan las armas para protegerse de los vuelcos, no de nuestros compañeros". En la jerga delictiva, un vuelco es el robo de droga de un narco frente a otro.
"Va a llegar un día que vaya un helicóptero de la Guardia Civil a apresarlos y se líen a tiros. Llevan cientos de miles de euros en droga. Mis compañeros se juegan la piel y estamos hartos de denunciar esto. La Guardia Civil no interesa y encima somos los que menos derechos tenemos y los que más competencias tenemos", clama la asociación.
La semana pasada, sin ir más lejos, la Guardia Civil desarticuló una organización criminal dedicada a asaltar a narcotraficantes para robarles la droga. Los seis detenidos, capturados en las provincias de Almería y Huelva, se hacían pasar por policías y viajaban equipados con fusiles de asalto, chalecos antibalas y material policial falso. Los investigadores también han detectado una creciente colaboración entre las organizaciones criminales locales con otras redes internacionales que tienen más recursos y conexiones.
En los últimos meses, las fuerzas de seguridad de España y Portugal han intensificado sus operaciones conjuntas, pero los narcotraficantes parecen estar siempre un paso por delante, adaptándose rápidamente a las nuevas tácticas. Mientras tanto, la creciente presión sobre las rutas tradicionales, como el Estrecho, ha obligado a las organizaciones criminales a diversificar sus métodos y rutas de transporte.

Armas incautadas al narco durante la 'Operación Barbados'. Guardia Civil
Así es que las mafias que operan en la región no sólo se dedican al tráfico de drogas, sino que también tienen intereses en otros ámbitos del crimen organizado, como el contrabando de combustible y el tráfico de personas. En este sentido, el aumento de la violencia ha provocado que algunas zonas costeras de Huelva y Almería se conviertan en verdaderos focos de tensión, con comunidades rurales que ya no sólo se ven afectadas por la presencia de las narcolanchas, sino también por el creciente ambiente de inseguridad que genera la actividad criminal en la región. Los pueblos costeros, históricamente tranquilos, ahora viven bajo la constante amenaza de las bandas del narcotráfico, lo que ha alterado por completo su ritmo de vida.
"Se supone que está todo más controlado, que hay una mayor presión sobre el narco y sale [este vídeo] y se carga todo. Se agarran a decir que la información está sesgada y evitan crear una alarma social. Huelva es el punto por donde más droga entran", añaden fuentes policiales.
La razón, argumentan, es que "si concentras toda la presión en el narco por el sur, se buscan otras vías. Mandan una lancha por un lado, a modo de señuelo, y envían el resto por otro lugar", señala un portavoz de la AUGC. A ojos de la agrupación policial, "la mayor extensión sin vigilancia" se sitúa todavía en Doñana, donde desemboca el río Guadalquivir, pero el flujo del narco en el Guadiana sigue creciendo al mismo nivel que su caudal.
Por otro lado, las autoridades de Huelva se enfrentan a una peligrosa tendencia: la toma de las marismas y zonas rurales cercanas a la costa como puntos estratégicos para el almacenamiento de alijos. En Isla Cristina, un municipio costero, las mafias utilizan estos terrenos para ocultar grandes cantidades de droga, aprovechando la cercanía al río Guadiana y la discreción que ofrece el entorno natural. Según fuentes cercanas a la investigación, la estrategia de los narcotraficantes no sólo se limita a transportar la droga desde el mar, sino también a crear "centros logísticos" desde los que dirigir y almacenar la mercancía.
Se trata, sobre todo, de un tráfico de cocaína y hachís que termina en grandes ciudades como Madrid, donde los alijos provenientes del río llegan a convertirse en un negocio de alcance nacional. En este contexto, la Guardia Civil y la Policía Nacional han tenido que hacer frente a una red de distribución que opera a nivel más amplio, conectando puntos clave en la costa con grandes núcleos urbanos.
El desafío, por lo tanto, ya no es sólo contener el flujo de la droga a través del río, sino también desmantelar una estructura criminal que se adapta y se expande en un mapa cada vez más complejo. Mientras las narcolanchas navegan en silencio bajo el radar, las marismas de la isla se convierten en una red de apoyo clave para un negocio que no deja de crecer, y los narcos, como piezas de un tablero de ajedrez, siguen moviéndose con astucia y rapidez. Los agentes siguen luchando contra esta marea creciente, pero, como subrayan fuentes del sector, la guerra está lejos de terminar. Y mientras tanto, el Guadiana sigue siendo la arteria de un tráfico oculto, difícil de controlar, que avanza más rápido que la corriente.