Alberto Vázquez-Figueroa (Tenerife, 1936) debe de ser de los pocos, quizá el único escritor de éxito en todo el mundo, que admite sin ambages escribir mal y no saber nada de literatura. “Yo entiendo de otras cosas, de aventuras, de cine, de viajes, de mujeres”, nos advierte en su ático de Argüelles que tiene algo de lujoso campamento en plena selva. Allí nos recibe para hacer recuento de aventuras y de batallitas y para hablar de su última novela, Rumbo a la noche (Ediciones B), donde salen unas putas de lujo que quitan el hipo y donde también, atención, se estrena Donald Trump como personaje literario. Los protagonistas se plantean “joderle vivo” (sic) hundiendo el Canal de Panamá y construyendo un canal alternativo a través de México, con planos de Fernando VII (que existen) y “pagado indirectamente por los norteamericanos”. Ojo, que según Figueroa algunas de sus ficciones ya se han hecho casi realidad en el pasado. Léanle, léanle...
Acérquese más, que si se sienta tan lejos de mí, no la veo. ¿Que cómo se me ocurrió convertir a Donald Trump en personaje de mi última novela? Bueno, yo la estaba escribiendo y pensé que estaría muy bien, precisamente ahora, recuperar un proyecto español de 1800, cuando Fernando VII y su ministro de Marina encargaron buscar en Centroamérica un lugar donde se pudiera hacer un canal interoceánico pero de verdad, al mismo nivel, sin necesidad de esclusas como en el Canal de Panamá, que conecta dos océanos a través de un lago. Ellos mandaron seis o siete expediciones y de todo ese esfuerzo queda en los archivos de El Escorial un plan muy detallado. Hay que dejarse la vista para leérselo, pero allí te cuentan paso a paso cómo y por dónde construir un canal que conecte el Atlántico y el Pacífico a través de México. Sin esclusas.
Esto sale en esa época pero a los pocos años, diez años después, los países se independizaron; México se independizó de España. Y eso queda ahí. Hasta que Lesseps, después de hacer el Canal de Suez, quiso hacer por fin un canal en América. Su primera idea fue hacerlo por Nicaragua, a través del río San Juan. Esa era entonces la mejor idea, la ruta más corta, y había un río. Para los barcos de aquella época no era una mala solución. Sin embargo los norteamericanos prefirieron independizar Panamá vía golpe de Estado (vamos, que lo de independizar es un decir, que se lo iban a quedar ellos) y montar el famoso Canal de Panamá. Que lleva ya ciento y pico de años. Ahora se acaba de arreglar, pero el arreglo es mínimo.
Me dice usted, señorita, que ha visitado en dos ocasiones las obras de ampliación del Canal, a cargo precisamente de empresas españolas, y que en ambas ocasiones sacó usted la impresión de un cierto ¿desmadre? No me extraña, hablamos de un país que es muy corrupto. Panamá ha sido así desde que se fundó. Ha vivido del Canal, de un monopolio tan prolongado en el tiempo que a día de hoy es completamente absurdo, Además, el clima juega en contra, etc. Mire, mire el plano, el canal mexicano sería por aquí. Un poquito más abajo de Veracruz, en efecto. La obra sería el equivalente a abrir una autopista de aquí a Valladolid, porque discurre por el punto más estrecho y más llano, el desnivel máximo es de 120 metros. Hoy en día 120 metros las máquinas excavadoras se los comen en diez minutos.
Torrijos amenazó a Carter con volar el Canal con la técnica de mi novela Panamá, Panamá, y así consiguió que los americanos se fueran
Me pregunta usted si todo esto es sabido por los expertos y por las autoridades, o si me he dado cuenta yo solo, aparte del difunto ministro de Marina de Fernando VII. Pues mire, estoy precisamente estos días esperando una llamada de la embajada de México para hablar del tema. Estoy en contacto con ellos y con el Gobierno español. El más entusiasta de esta idea es nuestro ministro de Justicia, Rafael Catalá, que es el primero que se leyó la novela. El primer mensaje que yo recibí en 2017 era de Catalá, al que acababa de mandarle las pruebas de imprenta ya corregidas. Él y yo tenemos mucha relación a raíz de otros proyectos; por ejemplo, una nave de salvamento de náufragos que he diseñado yo y que no lleva tripulación, es un drone marino. Catalá me estaba ayudando mucho en eso. Además, él es un gran lector de mis novelas, y por supuesto le mandé esta. Y va y me dice que en este momento hacer este canal en México para oponerse a Trump y a su muro podría ser algo extraordinario.
Se ríe usted a carcajada limpia, señorita Grau, acordándose de cómo uno de los protagonistas de mi novela se mete en este negocio para joder a Trump, y no lo oculta. Yo es que estaba ultimando la redacción de la novela, donde la construcción de un canal alternativo al de Panamá tiene tanta importancia, y de repente va y sale elegido Donald Trump. Yo no me lo podía creer. Me desperté, vi que había ganado y dije: coño, aquí está. Y me lancé. Ya estoy escribiendo una segunda parte entrando en detalles sobre el enfrentamiento con Trump y sobre el nuevo canal, ¿que sabe quién lo va a pagar? Pues, indirectamente, los norteamericanos. No es una boutade, no. Por desgracia no le puedo dar los detalles porque me los guardo para la segunda novela, pero ya verá, el plan de mis protagonistas es muy ingenioso. Como única pista diremos que se asemeja a invertir recto con renglones torcidos, no importa lo torcidos que estén. ¿No es eso lo que dicen que hace Dios?
Lo cual nos lleva a debatir si mis libros y mis historias, siempre llenos de putas y de canallas pero con cierta tendencia a acabar bien, no buscan siempre el equilibrio, cierta justicia poética no necesariamente muy ortodoxa o ni siquiera legal. Es verdad que a mí me salen muchos personajes que son unos malnacidos pero que caen simpáticos. Los buenos en las novelas suelen ser bastante estúpidos, ¿no cree?
Insiste usted en preguntarme por mi afición a meter tantas putas en mis novelas. Yo nunca he necesitado sus servicios, pero es verdad que las conozco. He conocido a muchas. Aunque en esta última novela, más que putas, putas, salen escorts, señoritas de compañía, que si lo hacen bien pueden llegar a ser esposas del presidente de Estados Unidos.
En el mundo en el que yo mayormente me muevo, que es el del cine, se aprende mucho. Yo he estado treintaytantos años yendo al Festival de Cannes, siempre al mismo hotel, al Majestic, y siempre a la misma habitación. ¿A cuál, quiere usted saber? Pues a la 314, me la reservan de año en año. Bueno, lo que le decía, que en el mundo del cine conoces a muchos hombres aficionados a los servicios de estas señoritas. No era mi caso porque, hombre, si tú tienes treinta años y haces cine y no tienes mal aspecto y estás casado, como estaba yo casado entonces, con la maniquí más famosa del mundo, con Marie Claire, la de las medias, la madre de dos de mis hijas. Claro, como tú comprenderás, entonces no te vas a dedicar a ir con… Pero sabes que están allí, sabes quiénes son.
Más que putas, en esta novela salen escorts, señoritas de compañía que si lo hacen bien pueden acabar casadas con el presidente de Estados Unidos
Es verdad que yo he escrito novelas donde salen prostitutas con mucha personalidad, como la Claudia de Manaos o la Caribel de Rumbo a la noche. Pero Claudia se prostituía obligada, mientras que Caribel elige ser puta de lujo por libre voluntad y lo dice, que no fue ni por extorsión ni por necesidad, sólo porque ella quiso. Es una mujer muy solitaria, que lo que le gusta es estar sola en su casa, cocinar para ella, planchar para ella, no depender de nadie. Su única debilidad, subraya usted, es Jonathan, ese vecino físicamente impedido que escribe. ¿Que si lo de que la puta de lujo sólo tenga sentimientos hacia un escritor va con bala, que es si es un autohomenaje? No. ¿Por qué? No, mire, yo después de ochenta años, y de haber escrito todos esos libros que usted ve ahí, y de haber tenido todos los hijos que he tenido. ¿Cuántos, me pregunta? Muchos, muchos. Mire, en aquella foto hay unos cuantos. No, esa que parece un equipo de fútbol, no. La otra...
Mire, en el Festival de Cannes yo conocí a una prostituta, una profesional, una mujer admirable que hablaba seis idiomas (todos bien, no como yo, que los hablo mal…) y que se paseaba en Porsche amarillo. Y, de repente, va y me dice si nos escapamos juntos de fin de semana a Venecia. Yo de entrada la paré: no, mira, yo tu negociado no lo he usado jamás pero es que además con tus tarifas sería la ruina. Ella enseguida me aclaró que no pretendía cobrarme, que su negocio en Cannes había terminado. “Yo estudio en Aviñón”, me estuvo contando. "Cuando acabe la carrera seguiré un par de años más en el oficio y con 25 años me retiraré”. Vamos, que lo que me proponía era una escapada gratis. Y yo me lo estuve pensando, pero sabe, era cuando acababa de emerger todo el problema del sida. ¿Cómo dice? ¿Que ya se ve que yo, con condón, nada? Uy, sí, quite, quite, antes muerto, soy incapaz, por eso he tenido tantos hijos. Y, además, yo entonces estaba casado, tenía además otras relaciones que... Vamos, como para hacer una gracia.
Se puede hacer un canal alternativo al de Panamá en México, con proyecto español, y lo van a pagar los norteamericanos
Pero, volviendo al Canal de Panamá: es un monopolio que ha durado demasiado, es un canal obsoleto y muerto. Con el sistema que yo digo en la novela, que es tan fácil. Mire, ¿ve este pote de cristal que tengo aquí? ¿Ve esta especie de grumos de porquería que contiene? Esto es chapapote del Prestige... solidificado de la misma manera que yo cuento en la novela, cuando hago que un carguero suelte cemento hidráulico entre dos compuertas del Canal de Panamá para demostrar lo sencillo que es inutilizarlo.
¿Que si eso es tomarse la justicia por su mano? Cuando yo escribí la novela Panamá, Panamá, que como novela es bastante mediocre, por no decir mala, lo interesante es que allí se describía el plan de unos tipos para reventar el Canal de Panamá. Eso se publicó en el 76, más o menos. Entonces el general Omar Torrijos le dijo al presidente Jimmy Carter que, o los norteamericanos se iban del Canal de Panamá ya, o él lo volaba según la técnica expuesta por mí en la novela. Y al poco se firmó el acuerdo Carter-Torrijos.
Ciertamente un acuerdo, apunta usted, que a Carter le costó la presidencia y a Torrijos la vida, ya que a no mucho tardar derribaron su helicóptero. Al año de aquello un día me llaman por teléfono y me invita a almorzar en el Tattaglia, allí en el Paseo de la Habana, la mujer del general Manuel Antonio Noriega. Me invita a almorzar y me trae un ejemplar de Panamá, Panamá, y me pide que se lo firme para su marido. “Quiero que se lo firme porque este es el libro con que Torrijos y mi marido presionaron a Carter para que los americanos se fueran”, me dijo. Yo se lo firmé. Era una señora regordeta, agradable. Total, que al poco tiempo los americanos entran en Panamá, cogieron a Noriega y lo metieron en la cárcel…
Para Panamá el Canal ha sido a la vez su karma y su riqueza, pero eso ya dura demasiado tiempo. Por eso al encontrar en El Escorial este documento donde, ya en 1812, ingenieros españoles describen cómo comunicar los dos océanos a través de México, es que te lo van diciendo metro a metro, paso por paso. ¡Esto es un proyecto del Gobierno español, perfectamente viable, y hacerlo con la maquinaria actual no cuesta nada!
Con mis desaladoras España se ahorraría 15.000 millones al año en energía, pero me boicotean porque, según el ministro Soria, es importante que la electricidad sea cara
Todo esto es puro y duro sentido común, que a veces es lo que cuesta más de encontrar. Como cuando salieron mis desaladoras basadas en la gravedad, elevas el agua de mar a cierta altura y la desalas, con lo cual obtienes electricidad y agua dulce. No tiene mayor peligro ni misterio, pero el caso es que me han boicoteado a fondo. Sobre todo la que fue ministra de Medio Ambiente de Zapatero, Cristina Narbona. Da igual que haya informes favorables de la Universidad de La Laguna en Tenerife, que en Canarias haya un proyecto serio, que estemos en un momento de evidente vulnerabilidad energética...
Mi sistema permitiría ahorrar 15.000 millones de euros al año de energía en España, nada menos. No lo digo yo, lo dice ese estudio de la Universidad. Mire los planos, mire el estudio, está firmado por los cuatro catedráticos más importantes de la Politécnica de Madrid. Son la máxima autoridad en ingeniería. Se le enviaron al ministro Soria todos los papeles que demostraban que con mi sistema se abarataría en miles de millones de euros el gasto anual de energía en España. Su respuesta fue: es importante que la electricidad sea cara.