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Paco Caro es un hombre corriente. Aparentemente, nada en él lo convierte en un ser muy distinto al común de los mortales. Tiene 51 años, lleva gafas, es diabético, suele tener problemas de tensión alta y luce una incipiente barriga ajustada a su edad. Además, trabaja como conductor de autobuses urbanos en su ciudad natal, Jerez de la Frontera (Cádiz). Nada sorprende en él.
Sin embargo, este exmilitar atesora una virtud que lo convierte en un ser extraordinario: ha salvado cinco vidas a lo largo de la suya. La primera fue con 12 años, cuando en una playa de Rota evitó que muriese ahogado un niño más pequeño que él. La última, la semana pasada, cuando mientras trabajaba haciendo el recorrido de la línea 2 le sacó la lengua de la garganta a un pasajero de 85 años que ya no podía respirar. “Pensé que estaba muerto, que no podía hacer nada por él”, explica con énfasis en el comedor de su casa tras abrir las puertas a EL ESPAÑOL.
¿Conoce usted, lector, a alguien que se haya topado con la muerte ajena hasta en cinco ocasiones y que le haya vencido en todas? Se lo presento. Se llama Paco, le apodan El Bimbo y es devoto de la virgen de la Esperanza de la Yedra. Este hombre, como si se tratara de un superhéroe de la Marvel, en ocasiones salva vidas. “Quizás esté tocado por la varita de Dios”, dice entre risas. “La gente se va a creer que soy un marciano”, añade soltando una sonora carcajada. Pero su proeza no es broma.
La primera vida que Paco salvó fue de crío, cuando tenía 12 años. El dueño de la frutería de Jerez en la que ayudaba a reponer para ganarse unas pesetas lo llevó a la playa de Punta Candor, en Rota (Cádiz). Allí, mientras se bañaba, se percató de que el agua se había tragado de repente a un niño de “unos cinco o seis años” que jugaba con las olas a cinco metros de él. Al no verlo salir a flote a los pocos segundos, nadó hasta donde estaba el pequeño, buceó y lo agarró del brazo para sacarlo a la superficie. “Se lo había tragado un remolino de agua. Fue la primera vez que salvé a alguien. Puro instinto. Pero hace tanto de aquello…”.
Habrían de pasar 16 años para que el protagonista de esta historia volviera a toparse de frente con la muerte. Corría el año 1993. Por aquel tiempo, Paco, con 28 años, trabajaba reponiendo productos de la marca Bimbo en unos supermercados de la provincia de Cádiz. La casualidad hizo que aquella tarde fuese a trabajar a una tienda de Rota. “Solía ir sólo por las mañanas, pero como me llevaba una comisión por ventas, decidí ir a echar unas horas después de comer para tener las estanterías llenas y que se vendiera más”, recuerda Paco.
Mientras reponía, a su espalda escuchó los gritos de una mujer: “¡Mi niño, mi niño, mi niño que se me ahoga…!”. Paco, al girarse, vio que un chiquillo de cuatro años se estaba quedando sin aire y que su madre era incapaz de evitarlo. “Estaba morado”, recuerda este jerezano, quien logró devolverle al chico la respiración poniéndose tras él y dándole golpes secos en la espalda, hasta que vomitó. “Se había tragado un trozo de plástico como media palma de mi mano. La madre no sabía qué hacer. Cuando vio que su hijo respiraba se puso a llorar y me dio las gracias. Si no llego a estar allí, creo que hubiera muerto”.
Desde su paso por la empresa de pan de molde, a Paco lo conocen como El Bimbo. El hombre ahora trabaja como conductor de los autobuses públicos de Jerez, donde acaba de cumplir dos décadas. Pero antes de ambos empleos fue militar. Abandonó el Ejército en 1990. Durante nueve años perteneció al Regimiento de Artillería que el Ministerio de Defensa tenía en la ciudad que lo vio nacer. Llegó a ser cabo primero.
Salió ileso de un grave accidente
Durante el paso de Paco por las fuerzas armadas fue él quien a punto estuvo de morir. Sin embargo, salió ileso. En una ocasión, cuando conducía un camión con un cañón de 6.000 kilos en la carga, perdió los frenos al descender una cuesta que hay entre Montellano, otra localidad gaditana, y Jerez. “Mi compañero, el cabo de Los Ríos, gritaba: '¡Caro, que nos matamos. Caro, que nos matamos!'”.
Pero Caro, pese a perder el control del vehículo, tuvo la suerte de que el camión se desvió hacia la ladera de una montaña hasta estrellarse y no cruzó la carretera en dirección a un pronunciado terraplén. “El vehículo y el cañón quedaron destrozados. Nosotros salimos sin un rasguño. Es la vez que más cerca he estado de la muerte -afirma-. Aunque se ve que pasó de lejos”.
En el comedor de la casa de Paco hay detalles de su paso por el Ejército. Cuadros, motivos militares… El hombre recibe al periodista vestido con la ropa de la asociación de veteranos de artillería a la que pertenece. Mientras su hija mayor (tienes dos en total) y su mujer disfrutan de la mañana en la piscina comunitaria del edificio en el que viven, este jerezano rememora el resto de ocasiones en que se vio obligado a salvar la vida de una persona.
“En todas ellas se dan un cúmulo de circunstancias para que yo esté allí en el momento justo. Cuando veo una situación de emergencia, actúo, pero no pienso en nada más”, explica el conductor, que lleva encima de un autobús desde 1996 y sólo ha recibido una vez un curso de primeros auxilios.
La tercera vida que Paco Caro salvó fue en 1999. Faltaban pocos días para el inicio de la Semana Santa y él, su mujer y sus hijas paseaban por el centro de Jerez. Cuando pasaron por la puerta del bar La Vega, el ya exmilitar vio que en el interior del establecimiento había caído al suelo un hombre de unos 45 años. Al entrar, vio que sufría un ataque epiléptico y que en la caída se había abierto la cabeza golpeándose con el reposapiés de debajo de la barra.
Fue entonces cuando Paco, “ante la pasividad de la gente, que no se movía del asiento”, pidió un trapo y una cuchara a un camarero. “Me protegí los dedos de una mano por si me mordía. Con la otra abrí el orificio de la garganta. Al poco comenzó a respirar y se puso en pie”.
Su íntimo amigo
Hay una fecha que Paco no olvidará jamás, dice. El 14 de octubre de 2005. Aquel día, tras dejar a una de sus hijas en el colegio, se paró a desayunar en un bar cercano al centro escolar. “Nunca había ido allí, pero esta vez dio la casualidad de que me dio por eso”. El hombre se pidió un café y tostadas en la barra y, cuando aún no había dado ni un mordisco al pan, el cliente que tenía a su lado se cayó en redondo sobre él. “Fue como si se me viniera la muerte encima. Menos mal que aún sigue vivo”, cuenta.
Aquel cliente era un tal Manuel Arsola. Acababa de sufrir un infarto. Sin perder un segundo, Paco lo tumbó en el suelo y durante veinte minutos sin descanso le practicó masaje cardíaco. Aunque le parecía que no respiraba, El Bimbo no cejó en su intento de mantenerlo con vida hasta que llegó la ambulancia. Cuando el médico logró reanimar al enfermo, le dijo a Paco: “Si no llega a ser usted tan insistente, este hombre había muerto”.
Hoy en día, con Manuel Arsola a la espera de un trasplante de corazón, él y Paco son íntimos amigos. “Le alargué la vida. Desde entonces lo llamo hermano, porque así es como lo siento”, cuenta este jerezano. “Tenemos tan buena relación que Manolo vino a la comunión de mi hija pequeña y yo a la de la suya”, añade.
La última vida salvada por Paco —la quinta— fue el lunes de la semana pasada. Otra casualidad se cruzó en su camino para que él y la muerte tropezaran. El conductor trabajaba aquel día de mañana, al igual que su mujer, y le pidió a un compañero que le cambiara el turno al de tarde. El matrimonio necesitaba no coincidir en horarios para que su hija menor no estuviera sola durante medio día, ahora que ya ha terminado el curso escolar.
Tras conseguir el cambio al turno de tarde, a Paco le encomendaron hacerse cargo de la línea 2. Cuando faltaban diez minutos para las nueve de la noche, una usuaria del autobús se le acercó asustada y le dijo que había un anciano en muy mal estado en la zona trasera del vehículo. “Hay un tío tieso ahí”, le dijo. Al instante, el chófer frenó en mitad de la céntrica calle de la Merced y, sin pensarlo dos veces, tumbó en el suelo a aquel anciano de 85 años que estaba “totalmente engarrotado”.
“Le hice masaje cardíaco durante cinco minutos y le saqué la lengua de la garganta protegiendo mi mano con un pañuelo, hasta que empezó a respirar. Luego llamé al 112 y me pidieron que lo pusiera de lado sin moverlo hasta que llegara la ambulancia”, explica. “Por suerte el hombre sigue vivo”.
Bromas entre los amigos y la familia
Después de su quinta vida salvada, los amigos y la familia no dejan de gastarle bromas a Paco. Los compañeros del trabajo le dicen que cada vez que salgan de viaje se lo van a llevar con ellos “para ir seguros”, y su hija mayor, que tiene 20 años y estudia Enfermería, ironiza con que “ya sabe de dónde la vienen las ganas de andar cuidando de los demás”.
“Yo me río”, explica Paco. “Pero lo cierto es que lo paso muy mal cada vez que vivo una situación así. Ya van cinco, pero yo no tengo la culpa de nada. Cuando veo a alguien jodido, sólo pienso en ayudarle. Nada más. No siento miedo ni nervios. Lo paso mal porque no quiero que se muera”, cuenta este ‘ángel de la guarda’ jerezano.
Antes de despedirse, Paco explica que tras su última proeza, la alcaldesa de Jerez, Mamen Sánchez, le ha enviado una carta en la que le transmite su “más sincera felicitación por su heroico comportamiento” y le dice que “es un orgullo para la ciudad”.
Cuando ambos se vean, Paco recordará para la regidora jerezana aquella vez en la que, siendo aún novio de la que más tarde acabaría convirtiéndose su mujer, se metió en una casa en llamas junto a varios policías y sacó una bombona de butano de la cocina para evitar que explotara. “Así soy yo”, dice el ‘salvavidas’ de Jerez.