Una brumosa niebla informativa ha ocultado los asaltos de un temible asesino en serie. A modo de sangriento homenaje conmemorativo, en el centenario de Jack el Destripador, otro criminal emprendió una sangrienta actividad en la zona almeriense. También mataba prostitutas siguiendo un patrón concreto.
La única diferencia es que en la capital inglesa tanto la policía como la prensa difundieron ampliamente lo que estaba ocurriendo para tratar de darle caza. Aquí, en cambio, se ha mantenido en secreto pese a que este depredador ha liquidado al doble de mujeres que su colega de las islas británicas.
Sus andanzas se iniciaron en 1988, a los cien años justos de the Ripper. El Jack de tierras andaluzas estrangulaba y después despeñaba a sus víctimas. Los cadáveres fueron apareciendo uno tras otro, espaciados en el tiempo. Así hasta diez, por lo menos. Un exterminador que continúa en libertad.
PÁNICO EN LAS CALLES
Comienzan las muertes. Un chatarrero halló en una cuneta del término municipal de Purchena el cuerpo de una mujer, con camiseta deportiva roja y zapatos del mismo color, de unos 30 años de edad. Mostraba diversos golpes en la cabeza y cuello. Había sido trasladada de lugar tras el asalto. Sin identidad. No existía ninguna denuncia de desaparición y se pensó que trabajaría en algún puticlub.
Diez meses más tarde en otro arcén, en Vélez-Rubio, un pastor encontró al alba, cuando iba a cruzar la carretera con su ganado, el cuerpo desnudo y sin vida de María del Carmen Heredia, de 24 años. La vieron por última vez a las cuatro de la mañana en una avenida del Zapillo, barrio de la capital muy frecuentado por las trotonas de la noche.
La versión oficial, facilitada a los medios de comunicación, era que había fallecido por sobredosis o adulteración de narcóticos. Pero la autopsia fue concluyente: estrangulada. También el fiambre había sido transportado después del crimen.
A las tres semanas apareció asfixiada otra colega. Fue descubierta en los acantilados del Cañarete, en la carretera de Aguadulce. Era Carmen Dolores Sandmeyer, de similar edad, hija de alemán y española. Como en el crimen anterior, estaba tirada boca arriba, desnuda y con un fuerte hematoma en el cuello. Había sido arrojada desde la carretera. Ninguna huella o pista reseñable por los alrededores. Ejercía en la zona del Zapillo.
Lógicamente se creó un clima de miedo entre las profesionales del sector. Algunas se retiraron temporalmente, otras se desplazaron a otras provincias para continuar trabajando sin miedo. A las que no les quedó otro remedio que seguir haciendo la calle en Almería, adoptaron el máximo de medidas de seguridad.
Las investigaciones policiales continuaban cerrándose en poco tiempo. Incluso, para quitarle hierro al asunto, desde fuentes oficiales comentaban que podía tratarse de ajustes de cuentas por tráfico de drogas o trata de blancas.
Nada más lejos de la realidad. Un asesino en serie había empezado a operar impunemente. Así, un par de meses más tarde dos agricultores toparon en la zona de Punta Entinas con una joven en avanzado estado de descomposición. Tan sólo llevaba puesto un sujetador rojo. Su aspecto se ajustaba al prototipo de las otras fallecidas. La causa de la muerte, un tremendo golpe en la sien. De identidad desconocida, también ejercía el oficio más antiguo del mundo.
Casi medio año más tarde, otro hallazgo. Nuevamente en Almerimar. Los albañiles que estaban construyendo una urbanización descubrieron en un talud el cuerpo desnudo de una joven. María Jesús Muñoz, la Tamara, de 28 años, otra conocida profesional. La habían arrojado desde más de 40 metros de altura.
La población empezó a denominarlo “el psicópata” del Zapillo”. A las autoridades no les quedó otro remedio que aceptar la posibilidad de que existiera un único criminal. Se puso en marcha la Operación Indalo.
El nombre se escogió porque el primer cadáver apareció muy cerca del lugar donde fue hallada la pintura que hace referencia al patrón de la ciudad de Almería: San Indalecio. Se creó el perfil físico y psicológico del serial killer.
Término acuñado por Robert K. Ressler, coronel del FBI, que ayudó a crear la unidad forense que destripa la psicopatía de este tipo de predadores. Como tal se considera a quien mata a tres o más personas en un intervalo de tiempo de un mes o más. Entre cada crimen suelen dejar un período de enfriamiento. Los asaltos suelen seguir un patrón determinado y, a menudo, las víctimas comparten un perfil similar.
La investigación de Almería se centró en un tipo de sujeto fuerte, blanco, de entre 30 y 45 años, casado, conocedor de las carreteras de la provincia y, posiblemente, conductor profesional.
LA POLICÍA, SIN PISTAS
Antes de que transcurriera un año, otro crimen en Aguadulce. Una turista germana tropezó en unos cañaverales próximos a la playa con una joven que yacía en el suelo: desnuda, estrangulada y con el cráneo roto. Una vez más no se encontró vestimenta ni objeto alguno que portara la difunta. El asaltante la arrastró hasta allí con sumo cuidado para no dejar huellas.
María Leal, de 22 años, estaba encinta, y tenía una niña. Su zona de alterne, también el Zapillo. Una compañera la vio por última vez de madrugada cuando subía a un coche grande, de color azul oscuro y con un alerón trasero abollado. La Policía vigiló a un sospechoso cuyo vehículo respondía al descrito, aunque finalmente no se le pudo detener por falta de pruebas sólidas que condujeran a su imputación.
Medio año hasta que se produjo otro asalto. Un agricultor encontró, junto a un camino de invernaderos en El Ejido un cuerpo semienterrado. Se trataba de la marroquí Khadija Monsar, la Katty, de 25 años. Tan sólo llevaba puesto el sujetador de color rojo. Muerta por estrangulamiento. Fue vista por última vez a las cuatro de la mañana en compañía de un individuo que había contratado sus servicios.
Transcurrió un año hasta que apareció en la capital otra mujer sin vida. Nadia Hach Amar, de 22 años, nacida en Melilla, fue descubierta desnuda y estrangulada junto al campo de fútbol de la barriada de Los Ángeles. Sus ropas estaban dispersas a 20 metros. No había ni una gota de sangre, por lo que había sido trasladada de sitio tras el óbito. Se movía en los ambientes de prostitución callejera, especialmente en el Zapillo. Hubo varios detenidos, pero no se consiguió aclarar nada.
Veinte meses después unos pescadores hallaron a una mujer estrangulada en una sima, entre Aguadulce y la capital. Fue identificada como Aurora Amador, de 24 años, conocida ramera. Estaba desnuda, con un fuerte golpe en la cabeza y el cuello partido.
En esta ocasión funcionó en parte el protocolo de seguridad que siguen las que hacen la calle. Consiste en que, cuando alguna marcha con un desconocido, apuntan el máximo de detalles posibles: matrícula, modelo y color del vehículo, apariencia física del cliente, posible destino para la coyunda...
Dos compañeras la vieron en el parque Nicolás Salmerón cuando montaba en un Opel Corsa, gris metalizado, de tres puertas. El número y letras finales de la matrícula eran 5 y AB. "¡Ya lo tenemos!, es nuestro…", exclamaron eufóricos los investigadores.
De inmediato se localizó a su propietario. Funcionario de prisiones, estaba destinado en Granada. Anteriormente había sido denunciado por agresión sexual, pero no llegó a ser juzgado.
Fue interrogado por la Guardia Civil bajo la acusación de ser el autor de cinco muertes. Aunque reconoció haber estado esa noche en Almería, con motivo de la Semana Santa, negó que hubiera contratado a ninguna meretriz. El juez no consideró que existieran suficientes pruebas que lo inculparan, ni siquiera para intervenirle el teléfono. Además, desde Madrid llegaron órdenes para que se dedicaran a trabajar en otro caso. Dicho expediente pasó a empolvarse en los archivos.
Hubo más muertes. Mónica García, una cuarentona barcelonesa que ejercía en las calles almerienses, fue encontrada sin vida en un descampado. Muy próximo a donde se halló asesinada a Nadia Hach. Le habían destrozado el rostro y el cráneo con una piedra.
'El Asesino de los Barrancos'
Al fin la policía tuvo que desplazar desde Madrid expertos investigadores para intentar poner fin a las correrías sangrientas de tan enigmático asesino. Uno de ellos recordaba tiempo después que "eran ya demasiadas muertes. Cuando analizamos los casos vimos que dos de las difuntas no respondían al patrón de un asesino único y en serie, pero las otras cinco tenían demasiadas similitudes, parecía haber un perfil común".
Se iniciaba la caza. Bautizaron al objetivo como el Asesino de los Barrancos, por los lugares donde arrojaba los occisos.
El miedo seguía latente entre las mujeres de la calle. El peligro acechaba tras cada esquina, dentro de cada automóvil que rondaba determinadas zonas. Hubo más crímenes, aunque no todos parecían llevar su sello.
La prensa local seguía con su acostumbrado mutismo al respecto. Tan sólo El Caso insistía en ello, titulando a toda página: "Un psicópata siembra el pánico entre las prostitutas". Las profesionales de la noche expresaban su temor: "Estamos viviendo una de las peores pesadillas de nuestra vida, ya que hemos visto cómo nuestras compañeras han sido brutalmente estranguladas y no sabemos si nos puede tocar a alguna más. Vemos asesinos por todas partes".
Los investigadores descalificaban, como tantas veces, las informaciones de este semanario, denominándolo despectivamente “el periódico de las porteras”. Por cierto, a los dos meses de que publicara dicha información el director, Joaquín Abad, era tiroteado en plena calle por dos sicarios, a los que se impuso una fuerte condena de prisión. Detrás se encontraba el famoso capo de la narcoprostitución almeriense Juan Asensio, asesinado posteriormente cuando se encontraba en libertad condicional.
PUEDE SEGUIR MATANDO
En 1996 el misterioso criminal dejó de actuar. La sangre había regado demasiadas veces esta tierra andaluza sin que sembrara pista alguna que condujera a su captura.
El común denominador de todas las víctimas era un conjunto de peculiaridades físicas muy concretas. Perfil: delgadas, morenas, pelo rizado, de unos 25 años, con una altura de alrededor de 1’50... Dado que le gustaban de tez oscura, ponía sus ojos sobre todo en moras, gitanas y otras de piel atezada. Procedentes de familias desestructuradas y ambiente marginal, ejercían en la calle y casi todas eran toxicómanas.
Eran contratadas en puntos solitarios y, tras mantener relaciones sexuales, morían por asfixia o golpe en la cabeza y, en algún caso, por ambas causas. Aparecieron mayormente en el fondo de quebradas y precipicios. Las que estaban desnudas mantenían parte de la lencería y zapatos de color rojo o negro.
"Cogía a las chicas de noche, preferentemente en sábado o domingo. Luego, una vez violadas y asesinadas, las tiraba a barrancos cercanos a la carretera", recuerda uno de los inspectores del Grupo de Homicidios de la Policía Judicial.
Mujeres vulnerables sin arraigo familiar, estigmatizadas por la sociedad y refugiadas en el marco de los estupefacientes, cuya muerte no causó la suficiente presión social para que se acentuaran las investigaciones. La queja de las profesionales era que todo hubiera sido muy diferente si las damnificadas pertenecieran a clase social elevada, lo que hubiera causado fuerza mediática y mayor dedicación policial.
No les faltaba razón a la vista de los resultados. De todos modos hay que reconocer la escasa colaboración que las meretrices prestan habitualmente a la policía aquí y en todas partes del mundo.
Diez años después de que cesaran los crímenes fue detenido el camionero Volker Eckert. Habida cuenta de que en alguna ocasión había llevado frutas y hortalizas almerienses hacia Holanda o Alemania, se pretendió cargarle la autoría. Solución fácil, pero quedaba descartada porque varias de las víctimas fueron vistas por última vez cuando montaban en coches particulares, no en vehículos de transporte. El depredador alemán las contrataba en carretera, nunca en núcleos urbanos, y además las fechas de los asaltos no coincidían con las de sus trayectos por la zona del sudeste peninsular.
Todo un enigma. Nada se desvanece sin dejar rastro. ¿Hasta cuándo?
Habría que aplicar el principio de Locard: "Cuando alguien entra en contacto con otra persona o lugar, algo de esa persona queda detrás y algo se lleva con ella". Aunque en este caso no se ha encontrado ningún rastro que conduzca a su detención. Quizá porque no se ha buscado debidamente.
Demasiadas muertes violentas y demasiados casos irresolutos. De ahí tanto mutismo oficial interesado. Hasta se piensa en aviesos motivos ocultos porque el caso pudiera salpicar a alguna personalidad, a gente importante. Impera el secretismo.
"Quizá fueran por ahí los tiros. En Almería estaban acostumbrado a no investigar determinados temas, como sucedió con el mafioso Juan Asensio", me dice Joaquín Abad, director de El Caso y del diario La Crónica. Situación que padeció en sus carnes y estuvo a punto de costarle la vida.
La identidad de este nefario continúa siendo un misterio. Tan solo un nombre en la historia de los crímenes sin esclarecer.
Una temible fiera que quizá permanezca todavía en plan silente. Y que puede reaparecer a la llamada de la sangre. Todo un Jack a la española.
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