Saira Tabasum sacude con la voz en vez de con los puños. Sus golpes tienen más fuerza en su garganta que en sus manos. Cada vez que emite un gruñido, este retumba en el saco de boxeo y lo vuelve débil y vulnerable. El plástico tiembla como un trozo de pudding. Es un grito de guerra que alerta a su contrincante. Los hombres del gimnasio la miran, querrían tener su destreza y su determinación. Son simples aficionados a su lado, según su entrenador, Huggy Osman. Ella se proclamó campeona de las universidades británicas en la categoría de 67kg en 2012. Además de licenciada en Biomedicina, es entrenadora de nivel 2 amateur en Bradford College & Police Boxing Academy.
Saira tiene 24 años y es musulmana. Aunque sus manos están cubiertas por unos guantes de combate, su cabello está a la vista de todos. El sudor le chorrea por la frente, a veces se lo limpia con la manga de la camiseta; otras, cae hasta el suelo del ring como estalactitas que se derriten.
Esta boxeadora nació en Bradford, al norte de Inglaterra, pero sus padres son pakistaníes. Fue en la universidad cuando Saira descubrió el deporte de las mandíbulas rotas. "Es un lugar nuevo donde experimentar y descubrir cosas nuevas. Hasta entonces mi vida se había reducido a estudiar, pero ahora me he dado cuenta de las posibilidades de este deporte", explica. Reconoce que a veces la han tratado diferente por ser mujer, por eso articula un discurso feminista: "Creen que por tu género vas a pelear peor. Es un deporte dominado por los hombres, sobre todo en las comunidades musulmanas. Y eso es injusto. La gente debe hacer lo que les apetezca. Quiero vivir en un mundo libre en el que nadie me diga si tengo que cubrirme o no".
Women's Sport and Fitnes Foundation, que promueve la igualdad de mujeres y hombres en el deporte, destaca que para el islam es fundamental que las personas cuiden su cuerpo y su salud, por lo que se anima tanto a hombres como a mujeres a practicar actividad que les mantenga sanos, siempre y cuando respeten ciertos límites como que no practiquen deportes mixtos, que los hombres no miren a las mujeres, o que estas mantengan un código de vestimenta que no sea atractivo. En ese sentido, apuntan, muchas mujeres han sido advertidas o prevenidas para no participar en determinados deportes por cuestiones religiosas o culturales.
Las normas de vestimenta en el deporte siempre han sido muy estrictas. Incluso el deporte rey, el fútbol, se vio obligado hace unos años a retomar el debate que genera el choque entre su propia normativa y lo que la religión dice a sus deportistas. En 2014, hace tan solo dos temporadas, la FIFA —máximo organismo del fútbol mundial— decidió que las mujeres pudiesen cubrirse la cabeza para jugar. "También los hombres", dijo por entonces el Secretario General, Jerome Valcke, pero estaba claro que las mujeres eran el destinatario de ese cambio.
El aumento de participación de deportistas musulmanas en grandes eventos ha llevado a cuestionarse la aceptación del hijab en distintos deportes, no solo en fútbol. Ahora la pelota está en el tejado del baloncesto, donde la normativa FIBA prohíbe llevar cualquier tipo de accesorio en la cabeza. Asma Elbadawi, jugadora y entrenadora de Sudán que vive en West Yorkshire, es la líder de una petición que quiere acabar con esa prohibición.
Saira llega empapada al gimnasio de Huggy, donde entrena los lunes y jueves. Afuera llueve, una demostración de que el verano en Inglaterra es mentira y las estaciones son una fotografía fija. Atraviesa la puerta y entrecierra los ojos. Los sacos de boxeo, que aún se tambalean por los últimos golpes, parecen convertirse en sus enemigos. Se cambia de ropa en apenas unos minutos y comienza su danza: desliza los pies hacia adelante y hacia atrás por el suelo de madera mientras esconde su cabeza tras sus puños. A su lado, dos veinteañeras aprenden a saltar a la comba en su primer día en el gimnasio. La miran de reojo una y otra vez. "Concentraos en vuestros movimientos", les dice el entrenador. Saira no se inmuta. Sigue lanzando puñetazos como si luchase contra sí misma.
"Mi madre sí lleva hijab, pero yo no me considero menos musulmana por no llevarlo. Simplemente, no me apetece. La de mi madre es una opción más conservadora. Creo que soy afortunada por haber nacido aquí. No soy muy religiosa, creo que es una creencia muy personal que yo identifico con la paz y la bondad... En otros países, como Pakistán o Afganistán, yo no podría hacer lo que hago", reconoce.
"No quiero casarme ni tener hijos"
A Saira le gustaría ser un ejemplo para otras chicas musulmanas que quieran boxear y no puedan o no se lo permitan. "Me encantaría ser una inspiración para ellas, pero imagino que estarán muy limitadas o que tendrán muchas cosas con las que lidiar cada día". La púgil reconoce que durante sus años universitarios ha conocido a muchas chicas que querían boxear como ella. "Tuvieron muchos problemas, sus familias no las apoyaron y ahora están casadas. Yo no quiero casarme ni tener hijos. Es mucha responsabilidad y no tienes tiempo", afirma.
"Yo he tenido mucha suerte: mi familia me ha apoyado bastante. Cuando le dije a mi madre que iba a boxear, ella me contestó: 'Mientras no vengas con la nariz rota a casa, no hay problema'. Mis padres fueron muy comprensivos".
Saira no acaba de comprender por qué el islam considera el cuerpo de la mujer un pecado. "He oído argumentos como que las mujeres tienen que cubrirse porque los hombres las miran. Sobre todo en el gimnasio, porque ellas llevan pantalones cortos y camisetas ajustadas. No creo que eso concierna a la religión. No vamos al gimnasio para enseñar nuestro cuerpo, simplemente es un uniforme más. Es un deporte muy duro como para que nos pongan restricciones".
Musulmanas que aprenden defensa personal
Khadijah Safari, de 34 años, cierra la puerta de su gimnasio y cuelga un cartel: "Los hombres no pueden pasar". Dentro enseña defensa personal a un grupo de mujeres en Milton Keynes, al sur de Inglaterra. La mayoría son musulmanas que no pueden destaparse en presencia de los hombres, así que cubren los cristales de periódicos y se relajan. "Entrenar con hijab es muy duro, se pasa mucho calor. Se sienten mejor así. No tienen que preocuparse de cómo están, de lo que sudan... Además, los hombres hacen muchos ruidos cuando entrenan, es mejor si nadie está mirando", explica.
Cinturón negro en Muay Thai, Khadijah se ha propuesto crear la primera organización de artes marciales para que las musulmanas puedan sentirse cómodas boxeando. "Una de mis alumnas me pidió acompañarla a una tienda a comprar leche porque llevaba niqab y le daba miedo. La gente las amenaza y se sienten inseguras por la calle. Les estoy enseñando a tener el poder, a que se sientan tranquilas andando solas cuando pueden ser un objetivo. Se trata de mejorar las habilidades y minimizar las opciones de convertirte en una víctima". Las reglas son iguales, con solo una excepción: no golpear directamente la cara. El islam lo prohíbe.
Su pasión por el boxeo comenzó hace 13 años, cuando pasó del taekwondo al Muay Thai en un gimnasio de Londres. "Me dolía cada músculo de mi cuerpo. Me encantó, vi que era lo que me gustaba y dejé mi trabajo para dedicarme a ello por completo". Paralelamente empezó a cuestionarse aspectos de la vida y el universo, de la existencia de Dios y las particularidades de la naturaleza. "Mi madre era atea y mi padre era católico, pero no me habían criado en la religión. Empecé a hablar con amigos musulmanes y a leer el Corán, y vi que si la gente lo leyera, igual que si leyera la Biblia, tendríamos un mundo más pacífico".
Junto a su marido, primer instructor que tuvo, dejó Londres hace unos años y se mudó a Milton Keynes para dar clases en un gimnasio. "Él enseña a hombres y yo enseño a mujeres, nunca mezclamos. En ambos casos hay un grupo de musulmanes que practica artes marciales, pero sin duda le gusta mucho más a las mujeres. Les hace sentir más fuertes. La mayoría no lo hace para competir, sino para sentirse físicamente bien y perder peso, o para ganar seguridad".
Se convirtió al islam en 2009, y tras estudiar el Corán decidió llevar hijab y cambiarse de nombre —de Sandra a Khadijah—. "Quien se convierte es porque ha hecho una búsqueda de esa religión en profundidad, porque si no te gusta algo simplemente das un paso atrás. Te involucras más en una religión cuando la aprendes, cuando razonas, que cuando te viene de algún modo impuesta por una familia. Muchas veces lo que dicen los padres no tiene nada que ver con lo que realmente dice la religión, y en ese sentido muchos cristianos no saben ciertas cosas porque simplemente van a la Iglesia y ven lo que dice el cura. La gente dice que los musulmanes somos extremistas en nuestro comportamiento. En realidad solo buscamos lo que la religión dice que debemos practicar".
Una libertad, dice, que no tienen en otros países donde utilizan la religión políticamente. Como Irán en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, donde permitió competir a sus deportistas siempre que lo hicieran con hijab. "¡Eso no tiene nada que ver con la religión! Es política. Es la actitud de ciertos países, como Arabia Saudí prohibiendo a las mujeres conducir, pero no tiene nada que ver con el islam, porque precisamente dice que nadie te puede imponer una religión o forzarte a llevar hijab. La religión es libre".
"Antes odiaba a los musulmanes, tenía la mente muy cerrada", lamenta. Así que entiende la reacción de la gente que piensa que las mujeres musulmanas deben estar en casa criando a los hijos, limpiando y cocinando. "Es normal que lo piensen, por eso se quedan en shock cuando digo que boxeo. Pero no es así. El islam te dice que debes cuidar tu cuerpo y que todo el mundo debe aprender defensa personal. Un verdadero musulmán debe apoyar a su mujer a trabajar y a hacer deporte".
"Boxear no es para señoritas"
Saira Tabasum inspiró la obra de teatro No Guts, No heart, No Glory, que denunciaba las dificultades de las adolescentes musulmanas en este deporte. Un proyecto presentado en el festival de Edimburgo en 2014 y liderado por Ambreen Sadiq, compañera en el gimnasio de Huggy Osman, en Bradford.
Ambreen, de 22 años, se impuso a las críticas y se refugió en el boxeo hasta ser la primera musulmana en ganar un campeonato en el Reino Unido. Pese a que sus padres fueron más permisivos con esta práctica, fue cuestionada como mujer tanto en su entorno familiar, de origen pakistaní, como en la escuela. "Como chica asiática o como mujer musulmana, boxear es algo difícil, especialmente cuando tus orígenes están en un país como el mío. Consideran que no es algo muy femenino, que no es para señoritas". Después de sufrir bullying en la escuela, donde la llamaban "transexual", luchó por acabar con esta imagen.
"Mi objetivo es poner fin a la idea de que es un deporte para chicos. Mi primer obstáculo era esa idea generalizada, y el segundo era la ropa, porque tienes que llevar pantalones cortos y una especie de chaleco. Se te ven los brazos y parte de las piernas. Al final les tienes que explicar, y deben entender, que no voy vestida sexy".
La joven encontró la inspiración en Ibtihaj Muhammad, de 30 años. En los pasados Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, mientras los focos se dirigían a la egipcia Doaa Elghobashy por su vestimenta en un partido de voleibol, Ibtihaj se convertía en la primera musulmana en representar a Estados Unidos usando hijab. Nacida en Nueva Jersey, luchó por hacerse un hueco en el equipo de esgrima. "Cuando pienso en mis antecesores, la gente que se ha manifestado contra la intolerancia, pienso que no lucho por mí, sino también por mi comunidad".
"Llevar hijab es obligatorio"
La familia de Marwa Gharbi, una tunecina de 23 años, considera que el kickboxing es "un deporte para hombres". "Al principio tuve que ocultarlo, sobre todo a mi padre. Solía ir a boxear sin contárselo a nadie. Pronto me di cuenta de que esta situación me perjudicaba y me cabreaba", explica la luchadora.
Según Marwa, lleva hijab por decisión propia, aunque reconoce que "es un símbolo del islam obligatorio para las mujeres musulmanas". "Lo llevo desde los 14, y nunca me lo quito, ni entrenando ni compitiendo. Además, mi entrenador es un hombre, como la mayoría en el mundo del deporte, y en su presencia debo ir cubierta".
A la luchadora tunecina le gustaría triunfar y llegar a ser un ejemplo para otras mujeres. Sin embargo, es consciente de que su familia no acaba de aceptarlo —"no están nada contentos"— y de que lo habitual en las comunidades musulmanas es que las mujeres se casen, tengan hijos y se dediquen al cuidado de la casa. "Conozco a boxeadoras que se casan, son madres en seguida y tienen que dejarlo para cuidar del bebé y de su marido".