Un pescador regresaba de su diaria faena cuando descubrió en la arena los cadáveres de un hombre y una mujer de mediana edad. Junto a ellos una botella de brandy y tres copas. Yacían cerca de la orilla del mar. Nada de sangre.

El suceso ocurrió en la playa murciana de Mazarrón un domingo, 15 de enero de 1956. El muerto llevaba un abrigo de paño gris, con el forro de un bolsillo hacia fuera, como si le hubieran extraído algo apresuradamente. Su acompañante, una mujer, otro negro de piel. Carecían de documentación alguna que permitiera conocer su identidad.

Se descartó el móvil del robo. La cartera del difunto, que contenía 1.700 pesetas, estaba intacta. Algo similar ocurría con la otra persona, que conservaba puesto un anillo de diamantes y algún dinero.

Junto a ellos había un maletín, con útiles de aseo femenino, y una maleta grande casi vacía. Muy cerca, un segundo abrigo de mujer, también de piel y de color marrón oscuro. Las etiquetas y marcas de las prendas de vestir habían sido cuidadosamente eliminadas para dificultar la identificación. Incluso rasparon en el estuche de gafas de caballero la marca del óptico.

ENIGMÁTICOS DESPLAZAMIENTOS

El óbito debió de producirse alrededor de las diez menos cuarto de la noche anterior. Hora en que se paró el reloj del hombre, aunque le quedaba cuerda para un rato. El agua salada había afectado al mecanismo.

Tan sólo dos pistas. Un diccionario forrado con un ejemplar del diario La Nueva Rioja, de tres años atrás, y pequeños fragmentos de un DNI. Había que apuntar hacia Logroño, donde se editaba el periódico. Tras un laborioso trabajo de reconstrucción se comprobó que el documento de identidad había sido expedido en la comisaría de dicha ciudad.  

La investigación cerca de taxistas y conductores de autobús de la zona cartagenera dio su fruto. Se averiguó que, junto con otra señora, habían llegado cuatro días antes en el expreso de Madrid, procedentes de Irún. La más joven era alta, bella y algo gruesa. La otra, más delgada y con apariencia frágil. El acompañante tenía aspecto de persona fuerte.

Durante el trayecto al hotel preguntaron al cochero de la galera por las playas vecinas de mayor calidad. Les recomendó la de Cabo de Palos. Más tarde subieron a un autobús de línea que iba a dicho pueblo. Después regresaron en taxi a la capital departamental, donde realizaron varias compras. Antes de despedirse del conductor le solicitaron que les indicara algún otro punto interesante del litoral. Les aconsejó Mazarrón.

A la jornada siguiente fueron en taxi a dicha localidad costera. Las dos señoras se apearon ante una vivienda en donde se alquilaban casas para turistas. En la misma puerta la más joven habló con una mujer sobre las características de las residencias y condiciones de arrendamiento. Tras manifestar que le gustaba lo ofrecido, se despidió quedando en que regresarían para quedarse una larga temporada. De inmediato volvieron a la antigua Cartago Nova.

Horas más tarde, con las primeras sombras de la noche, regresaron a Mazarrón en otro taxi. Durante el trayecto el hombre se mostró extraño y un tanto temeroso, mientras que la mujer más joven vigilaba con suma atención un maletín rosa que portaba encima, tras haberse negado a que el conductor lo depositara en el portamaletas junto con el escaso equipaje. Le solicitaron que llevara apagadas todas las luces del interior del vehículo. No hablaron ni palabra durante el trayecto.

La Guardia Civil detuvo el vehículo en un control rutinario y preguntó al conductor a dónde iban. Cuando prosiguieron el hombre rompió su mutismo para increparle por haber explicado a dónde se dirigían. Llegados a su destino le indicaron que evitara los espacios luminosos. La carrera acabó ante el hotel Bahía. El taxista Rafael Rivas fue el último que los vio con vida. Comenzaba el enigma.

Portada de El Caso informando sobre este extraño suceso.

UN CLAN FAMILIAR MUY CERRADO

La Policía realizó pronto su labor de identificación. Se trataba de los hermanos Julio Pérez Gómez, de 62 años, María Luisa, de 47, y Marina, de 52. Los dos primeros eran los fallecidos. Todos solteros, residían juntos en la localidad riojana de Haro.

Llevaban una vida retraída, alejados de cualquier actividad social. Formaban un estrecho círculo cerrado, del que únicamente consiguió desligarse la hermana mayor, Consuelo, cuando se casó. Fue la desertora del grupo, creando un cisma familiar. Incluso, tras enviudar, continuó su vida de modo independiente.

Tras la marcha de la primogénita, Marina, que había estado ingresada en un psiquiátrico a consecuencia de una crisis, recogió el testigo y pasó a imponer su voluntad y caprichos a los otros dos hermanos. De modo endogámico no permitió que absolutamente nadie pasara a compartir sus vidas. Los condenó a reclusión permanente, un auténtico celibato, y ejerció fatal influencia.  

Trabajaron durante bastantes años en el hotel Higina, que habían heredado de sus padres junto con una importante hacienda. Posteriormente lo vendieron y se trasladaron a vivir a Bilbao y más tarde a Madrid. Después la salud del hombre sufrió un quebranto y decidieron regresar a Logroño.

Tras experimentar cierta mejoría volvieron a la actividad empresarial. Decidieron crear una fábrica de pasta para sopa. Pocos días antes de su enigmático viaje tuvieron una gran contrariedad, por las dificultades surgidas para el montaje de dicha industria.  

Inesperadamente decidieron cambiar de aires. La excusa que dieron a sus pocos conocidos era que el clima mediterráneo sentaría mejor a Julio, un tanto delicado de salud. Se retiraban de toda actividad comercial para asentarse en el litoral murciano.   

Una vez en Madrid, desde la estación de Atocha facturaron con destino a Burgos una de las maletas que portaban. Contenía ropa y calzado para unos familiares. Después les mandaron una carta informando de que también les regalaban los muebles y enseres de su casa de Haro.   

LOS CADÁVERES, ARRASTRADOS POR LA ARENA

Una vez en Cartagena se movieron bastante. Tanto en el hotel donde se alojaron como en los mejores restaurantes y tiendas a las que acudieron dejaron su impronta de foráneos, solicitando información sobre las mejores zonas para quedarse a vivir. Algunos camareros recordaban que la más joven tenía siempre el maletín bien sujeto entre sus brazos.  

Transcurrieron tres intensas jornadas hasta que fallecieron sobre la arena, a kilómetro y medio del puerto. Cinco días después del luctuoso hallazgo, el mar devolvió una cartera con 500 pesetas, algo de ropa y una zapatilla de paño que habían adquirido días antes, así como una botella de vino vacía. Se esperó en vano a que también apareciera el maletín tan estrechamente vigilado por la difunta durante su postrero desplazamiento.

Una vez fallecidos los cuerpos fueron arrastrados por la playa, según las marcas dejadas sobre la arena. La mujer mostraba una ligera herida en la mejilla producida por contacto violento con el suelo.

Al analizar una servilleta blanca se encontraron residuos de sal de acederas. Una planta poligonácea y anticorbútica de la que se obtiene el ácido oxalato potásico. Estaba claro que la causa de las muertes radicaba en las tres copas. Eran de cristal grueso y forma de globo.

La ausencia de la otra hermana dio lugar a todo tipo de conjeturas. Aunque ella sola no pudo transportar los cadáveres por el borde de la playa dado que era de constitución débil. Necesitó la ayuda de alguien.

Expertos marineros de la zona me comentaban recientemente que cuando alguien se ahoga, a los tres días las olas lo depositan en la arena. Pero cuando es arrojado sin vida al agua, se sumerge de modo definitivo. Tendría que producirse un temporal muy fuerte para que lo hubiera sacado a la superficie y lo devolviera a la orilla, fenómeno atmosférico que no se produjo en aquellas jornadas. Así que el cuerpo pudo desaparecer para siempre arrastrado por las corrientes.

Uno de los buzos que participó en la búsqueda del cuerpo desaparecido fue Agustín López Cano, el Rapao, famoso porque llegó a salvar 105 vidas. Se sumergió repetidas veces bajo el agua sin encontrar nada. Todavía recuerda que "la muerta estaba en camisón, sin las medias puestas y con los zapatos amarrados junto a ella por una cuerda. Y el hombre completamente vestido, en posición de boca abajo".

Mantiene una curiosa teoría: "Habida cuenta de que una de las copas no tenía veneno, sigo pensando que fue Marina quién mató a los dos hermanos y se fugó en un barco que tenían preparado por allí. La estaban esperando y escapó a la costa del moro".

Se comentó que había sido vista en Orán, pero la Policía desmintió que se tratara de Marina. Lo único cierto es que su rastro se perdió por completo. Para siempre. Se llevó a la tumba o al fondo del mar las llaves del enigma.

La pregunta que se formulan quienes conocieron el caso es que, viva o muerta la hermana mayor, ¿quién fue esa cuarta persona? Caben toda clase de suposiciones. Desde un amante que desató una locura de pasión, induciéndola a que soltara el pesado lastre de sus hermanos solterones y retraídos, hasta una venganza familiar en toda regla con trasfondo económico.

Finalmente se dio carpetazo al caso con la dudosa conclusión de que fue un suicidio colectivo. Así lo reflejaba el comisario y escritor Carlos Leston en su Casos policíacos reales. Justificaba la desaparición de la hermana con que, en vez de ingerir veneno, prefirió ahogarse en el mar, donde fue devorada por las moreras. Un brindis de ultratumba sellado con un pacto de muerte. Demasiado novelesco para ser verdad.

Fue en otro mes de enero, transcurridos 34 años, cuando José Antonio Moreno, encargado del cementerio de Mazarrón, desveló que aquella lejana madrugada, siendo casi un niño, vio los dos cuerpos tendidos sobre la arena. Escapó aterrorizado. Un año después encontró el cadáver descuartizado de una mujer en el monte de El Castellar. Una zona próxima a la playa de Nares, donde tuvo lugar el suceso anterior. Observó que sobresalían del suelo los restos de una fémina. De nuevo huyó. Prefirió guardar silencio sobre lo que había visto en ambas ocasiones.

Transcurridas más de tres décadas se animó a regresar al lugar y extrajo una serie de huesos que entregó en el cuartelillo de la Guardia Civil de Puerto de Mazarrón. Concretamente un trozo de pelvis, vértebras y una muela. No se aclaró nada al respecto. Continuó el mutis a nivel oficial.

“EL EXTRAÑO VIAJE”, PELÍCULA MALDITA

En el madrileño Café Gijón una llamativa portada de El Caso ocupaba el centro de una mesa de mármol. A toda plana: “Mazarrón, el suceso del año”. Y debajo las fotos de tres hermanos. Las tazas humeantes y los ceniceros pródigos en colillas se apretaban junto a las siete páginas dedicadas a tan extraño suceso.

Entre los asistentes, el actor y director Fernando Fernán Gómez. Observaba con gesto serio las imágenes y releía el texto. A su lado un acompañante hacía lo mismo. Se miraron intrigados.

"¿Qué ha podido ocurrir? ¡Va!, a ver quién es capaz de plantear una hipótesis aproximada a lo que ha sucedido. ¿Va una apuesta?".

La aceptaron. Posteriormente le explicó la historia a su amigo García Berlanga, contagiándole su entusiasmo por tan siniestra historia.

"¿Por qué no escribes un guion, Luis, y hacemos una película? Menudo temazo para desarrollar en pantalla".

El extraño viaje es una película española de 1964

Al poco ambos, todo ilusionados, ponían manos a la obra. El cineasta valenciano creó un libreto esperpéntico realista sobre el que el futuro académico de la Lengua realizó un filme costumbrista y a la par innovador. El argumento desarrollaba una trama en torno a que los dos fallecidos habían matado por accidente a su hermana. Después, el novio de ésta, papel que fue protagonizado por Carlos Larrañaga, se vengó envenenándolos.

Reflejaba con ingenio narrativo la España más profunda de aquellos años, mediante la autocrítica y denuncia. Un cruce atípico de drama rural, intriga, humor ácido y romanticismo perturbado a través de la rancia y pueblerina vida de tres hermanos. Un thriller lleno de claroscuros y penumbras que desvelaba las miserias de la España negra y profunda.

El Ministerio de Información no autorizó que se titulara El crimen de Mazarrón, que era como lo había popularizado El Caso, para no dañar la imagen turística de la zona. Hubo que sustituirlo por El extraño viaje.

Sirvió de poco, dado que fue prohibida la exhibición de la cinta en las salas de proyección. Tardó seis años en poder ser estrenada. Encima constituyó un fracaso de taquilla, dado que el público no captó su rebuscado trasfondo.

Se convirtió en la película maldita por antonomasia de nuestro séptimo arte. Un icono de la historia del cine. Posteriormente fue llevada al teatro.

Un extraño viaje, que también podría haber sido definido por Fernán Gómez como el misterio de las tres copas. Porque, en realidad, ¿qué ocurrió?  

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