Llegar a San Juan del Molinillo desde Madrid es una odisea. Sólo hay un autobús en todo el día que cruce las sinuosas carreteras de la provincia de Ávila para llegar a este pequeño pueblecito. Además, aquí no hay taxi, por lo que para moverse de una aldea a otra no quedan más opciones que el autostop o ir andando para cruzar esa carretera en medio de la nada que recuerda de manera inevitable a la del Coyote y el Correcaminos.
En coche todo es más sencillo: las dos horas de viaje se reducen a una y media y los desplazamientos se agilizan. Así llegó hasta aquí, como cada fin de semana, Ramón Jiménez González para ver a sus padres. Lo que no sabía es que iba a encontrar la última y más desagradable sorpresa de su vida.
Lo esperaba una garrapata oculta entre los matorrales. “Me ha picado algo”, dijo a sus allegados. Al poco tiempo comenzó a sentirse mal y la pierna se le puso negra. Cuando fue trasladado al Hospital Universitario Gregorio Marañón ya era demasiado tarde: le auguraron apenas unas horas de vida.
Aquel pequeño ácaro que, según los expertos, llegó a un recóndito lugar de la provincia de Ávila como polizón de un ave que venía de África, clavó sus dientes en Ramón para convertirlo, a sus 62 años, en la primera víctima mortal autóctona de la fiebre hemorrágica Crimea-Congo en Europa Occidental.
Como la mayoría de los jóvenes de estos pueblecitos del interior de Ávila, Ramón partió hacia Madrid en busca de un futuro alejado de la agricultura, la ganadería y la construcción. Era lo poco que Villarejo, el anejo que conforma uno de los tres núcleos urbanos de San Juan del Molinillo y que en total suman poco menos de 300 habitantes, le podía ofrecer.
En la capital de España, fundó su familia junto a Juani Rueda, una andaluza de Arjona (Jaén) y seis años menor que él. Tuvieron dos hijas: Elisa y Rocío, que vive en Madrid y ahora está esperando a su segundo hijo, el que sería el cuarto nieto de Ramón. En los últimos años, este padre de familia se ganaba la vida regentando un estanco en el número 26 de la calle Virgen del Lluc, frente al parque El Calero de Ciudad Lineal, y en el bar Roely, en el 71 de la calle Gandhi, también por la misma zona.
FUE A VISITAR A SUS PADRES
Aquel fin de semana, como cualquier otro, Ramón fue a Villarejo a visitar a sus padres. También a algunos otros familiares, como una tía y una prima que viven a un par de calles de distancia y que siguen en vigilancia por si se hubieran infectado de la fiebre hemorrágica. Esta enfermedad se contagia por contacto directo con sangre y otros fluidos corporales. En total hay casi doscientas personas tomándose la temperatura dos veces al día, entre los médicos que lo atendieron y sus familiares más cercanos. También su hija Rocío, por la que hay especial preocupación debido a su embarazo.
Ramón salió a pasear por las estrechas y empinadas calles de la aldea. Aquí los matorrales cantan de buena mañana, entre el sonido de las chicharras y de otros insectos difíciles de identificar. También se oye el zumbido de abejas y moscardones. El camino está pavimentado con un asfalto tosco e irregular. A los lados se suceden los huertos, los cotos de caza y las cañadas. También hay perros que corretean y ladran sin correa, otros se asoman entre las verjas de las casas que se salen de las callejuelas de Villarejo, y se puede ver alguna planta rodante como en las películas del Oeste. No hay más. Por aquí se escondía la garrapata que acabó con la vida de Ramón.
El viernes era el día grande de las fiestas de Villarejo. En estos días todavía se podían ver algunas banderitas colgadas entre las casas. Pero para la familia Jiménez Rueda corrían los tiempos más tristes. Ese día fue el entierro de Ramón, que había fallecido un día antes, el 25 de agosto. Cuentan los que allí estaban que hubo un momento en el que la situación se tensó. Elisa, la mayor de las hijas de Ramón y habitante del pueblo vecino de Navarredondilla, perdió los nervios y empezó a gritar. “¡Con todos los hombres que hay y le ha tenido que tocar a mi padre!”, dijo ante la incredulidad de los asistentes al entierro.
Antonio y Josefa, los padres del fallecido, viven en la parte alta de la aldea, en la calle Carreras. Cuentan los vecinos de esa zona que los dos ancianos llevan varios días arrastrando la pena de haber perdido de esa manera tan repentina a uno de sus cuatro hijos y que eso les está empeorando su de por sí delicado estado de salud.
“TENEMOS QUE SEGUIR VIVIENDO”
Entre los vecinos del pueblo no sólo no cunde la desesperación, sino que la mayoría no se terminan de creer que Ramón haya muerto por la picadura de una garrapata. Cuando se pregunta en un corrillo de vecinos, cada uno lanza su propia hipótesis:
—Pero hombre, si garrapatas ha habido siempre...
—Él vivía en Madrid, ¿quién dice que no le picara allí?
—Aquí siempre ha habido animales sueltos por las calles, y nunca ha pasado nada.
—A mí me picó una garrapata hace poco, me la quité, y nada más. Por una garrapata no te mueres así.
—Aquel mismo día bebió de una fuente, ¿y si en el agua había caído algún bicho y se intoxicó así?
“Yo me enteré el día antes de morirse, cuando ya estaba muy mal”, dice Pablo, que tiene una pequeña empresa que se dedica a la construcción por varios pueblos de la zona. En el pueblo abunda la desinformación entre sus habitantes.La mayoría se ha enterado de la enfermedad de Ramón por los medios de comunicación. “¡Pero cómo vamos a tener miedo! Tenemos que seguir viviendo”, apostilla Alicia, una de las empleadas del bar El rincón del abuelo.
EL ESPAÑOL no ha sido capaz de contactar con Andrés Herranz, el alcalde de San Juan del Molinillo (PP), a pesar de haberlo intentado en cuatro ocasiones. Cuentan desde su entorno que está cansado de los medios de comunicación. Sin embargo, sus parcas declaraciones al diario ABC se limitan a concluir que en el pueblo están “sensibilizados pero no alarmados”.
Hasta el momento, sólo hay otra persona infectada por la fiebre hemorrágica Crimea-Congo. Se trata de una de las enfermeras que trató a Ramón y que se encuentra ingresada en la Unidad de Aislamiento de Alto Nivel del Hospital La Paz-Carlos III. Ahí también fue atendida en su día Teresa Romero, la enfermera a la que se le detectó el primer caso de Ébola en España. Según EFE, que cita a la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid y al Ministerio de Sanidad, la sanitaria se encuentra estable dentro de la gravedad.