En la casa de María (nombre ficticio) no se habla de la vuelta al cole. En su dormitorio no huele a libros nuevos, tampoco hay libretas por estrenar ni inmaculadas gomas de borrar en el estuche. Sus apuntes del anterior curso, su vieja mochila o los lapiceros a medio usar acabaron en la papelera con la llegada del pasado verano. En casa, el colegio es un tema tabú y todo lo que lo rodea se convierte en una situación tensa que estresa a toda la familia. María sufre acoso escolar desde hace siete años y durante todo el verano sus padres han litigado con la Junta de Andalucía hasta conseguir un cambio de centro. Los expertos no lo recomiendan pero la familia celebra este borrón y cuenta nueva. Un punto y aparte con el que quebrar una peligrosa inercia que hacía presagiar el peor de los desenlaces.
María del Carmen hace tiempo que no duerme tranquila. Y no es solo por el calor que estos días de estío atenaza el sueño en su pueblo, Écija, una de las localidades más calurosas de España. El problema que vive su hija le aborda entre las sábanas. “Teníamos mucho miedo –comenta– de que si la situación persistía ella pudiese tomar alguna decisión”. En este punto suspensivo caben todos los casos de suicidio que han derivado de una situación de acoso escolar como el que, según denuncia, sufre María.
A sus trece años, María asegura que ha pasado más de la mitad de su vida sufriendo el acoso de cuatro compañeros de pupitre. Siete años en los que, según defiende, tres niñas y un cuarto niño la han aislado del resto de la clase. Primero llegaron los insultos, luego alguna colleja e incluso la coacción para que no sacara mejores notas que ellos.
Lo narra en primera persona con una voz quebrada, encogiendo los hombros y agachando la cabeza. Su hilo de voz pausada y calmada se interrumpe por grandes silencios. También por alguna lágrima. “Me decían esperma por beber de una botella de agua”, detalla sin saber dar un porqué al insulto. Fue a los cinco años. Desde entonces calló y calló. Pocos en su entorno sabían por lo que estaba pasando. Apenas sus amistades más cercanas, dos amigas, en las que se apoyaba para sobrellevar el acoso.
"La actitud de María en casa fue siempre normal, al menos yo la veía así”, describe María del Carmen. “Siempre –confirma– un poco retraída pero normal”. Tanto que sus padres apenas cayeron en la cuenta del problema que arrastraba. “Yo no me he dado cuenta de nada”, lamenta la madre, que ahora se explica la ansiedad y los nervios que su hija acumulaba las semanas previas a la vuelta al colegio. “Nosotros le decíamos que se tenía que tranquilizar, lo mismo que cualquier madre le dice a una hija, pero… Para ella, la vuelta al cole no era normal”, confiesa.
Supo de la existencia del acoso escolar hace un par de años y desde entonces se muestra vigilante. Las reuniones con el centro fueron periódicas, una vez por semana durante el curso en el que fue detectado su caso, tras confirmarse las sospechas de una profesora. El propio centro escolar llegó a reconocer que existían “indicios o hechos” que les llevaba a pensar que sufría “acoso escolar por exclusión y motes por parte de varios alumnos”.
De estos hechos, según detalla un informe del jefe de estudios del centro, no había constancia “ni por parte de la familia, ni de los profesores, ni por comentarios de sus compañeros”. “La alumna –continúa– no comentaba nada, también puede ser debido a su personalidad introvertida”. A partir de ahí, dos profesores acompañaban a María en todo el momento y la situación de la joven mejoró. “Mostrando una actitud más interactiva, extrovertida y confiada”, pormenoriza el escrito.
Pero el acoso siguió dándose en el curso siguiente. El colegio quitó la vigilancia sin que los padres supieran porqué y sus compañeros no cejaron de insultarla, aislarla y coaccionarla. Sus notas cayeron de nuevo y la ansiedad, los nervios y el estrés volvieron al día a día. La gravedad de su caso hizo que la familia solicitara un cambio de centro. Pero este le fue negado por la Administración.
Hasta esta semana, cuando en un giro inesperado y gracias a la presión de los medios, la delegación de Educación de Sevilla ha resuelto conceder el cambio de centro a María. “No entendemos qué ha cambiado, por qué antes no y ahora sí”, se preguntan los padres. “Nos llegaron a decir que nos denunciarían a la Fiscalía por decir que no íbamos a llevar a nuestra hija a clase de seguir escolarizada en el mismo centro”, explica María del Carmen.
El cambio de centro, el último recurso
Pero, para muchos expertos, la opción defendida por los padres de María no es la solución óptima a una situación de acoso escolar. Del cambio de centro emana una peligrosa conclusión: “La víctima es la culpable, porque es la que decide marcharse, y no el acosador”. Lo explica el presidente de la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar, Enrique Pérez-Carrillo. Su teléfono echa humo los días previos al inicio del curso escolar. Al otro lado del teléfono están muchos padres que cuentan cómo sus hijos no quieren ir al colegio. “Tienen pánico en algunos casos”, afirma. “Y estamos hablando de niños de once años”, puntualiza.
“Los padres llaman con muchas dudas y con un denominador común: la preocupación, el desasosiego y la impotencia que sienten al pensar que sus hijos no estarán seguros al dejarlos en sus colegios”, detalla el experto, que recuerda que según el informe Cisneros, ampliamente valorado por los especialistas en la materia, uno de cada cuatro niños ha sufrido bullying.
Para las víctimas, las últimas semanas del verano se convierten en una pesadilla. “Los niños viven la anticipación de lo que les puede volver a ocurrir y empiezan a somatizar esa preocupación”, explica Pérez-Carrillo. Dolores de cabeza, de tripa, temblores, insomnio, pesadillas, micciones nocturnas… “Es un proceso sumatorio que va a más si no se le pone freno y que, en los casos más extremos, llega a un cuadro de estrés postraumático y, en el límite, a la idea del suicidio".
“En algunos casos hay una verbalización de esa idea, aunque no de forma directa: ‘no quiero seguir aquí’, ‘no quiero existir’ o ‘me gustaría morirme'”, enumera el experto. Son los casos más extremos del acoso, un problema que cada vez se da en mayor número, según ha podido constatar la Fundación ANAR mediante el análisis de 25.000 consultas a su número de teléfono 900 202 010.
Los casos de acoso en España aumentaron en 2015 un 75% con respecto al año anterior alcanzándose la cifra de 573. Según su último estudio, este problema no distingue géneros afectando por igual a chicos (49%) y chicas (51%). La mayoría de ellos, un 46%, están entre 11 y 13 años, lo que sitúa la edad media de la víctima en los 11,9 años. Cuatro de cada diez lleva sufriéndolos desde hace más de un año y el 70% los padece a diario.
Muchos lo son, según el informe, por ser poco hábiles en las relaciones sociales, estar fuera de la moda, tener defectos físicos, alguna discapacidad o simplemente ser diferentes. Y solo seis de cada diez (58,9%) lo cuenta a sus padres. Los que no lo hacen temen que la respuesta que su familia pueda tener con el colegio y los acosadores, también porque no quieren hacerles sufrir o porque sus padres no puedan estar satisfechos ni orgullosos de ellos. Se sienten culpables y el silencio los hace sentirse prisioneros de la situación.
Solos ante el acoso
“Uno de los niños que hemos ayudado tenía once años y repetía que el problema no era tanto el sufrir el acoso, sino el hecho de sentirse solo”, detalla Pérez-Carrillo. El experto explica que en muchos casos existe una negación institucional, ya bien sean maestros o centros, que niegan el acoso. En otros casos, se da el error de atribución, cuando el entorno culpa a la víctima del propio acoso. “Se les achaca que no se sepan integrar, que son tímidos… y entonces llega la revictimización, lo que genera un mayor dolor”, defiende el presidente de Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar. De ahí que sea vital una buena formación de los docentes para que sepan reconocer el acoso y tengan las herramientas necesarias para atajar el problema.
La solución óptima, según los expertos, pasa por la formación a los docentes, a la familia y a los acosados. En el caso de la víctima, lo importante es empoderar al menor para que adquieran una serie de habilidades sociales como la asertividad. También hacerle recuperar la autoestima y ofrecerle un aprendizaje en autodefensa para que sepa zafarse de futuros ataques.
“El cambio de centro, que se hace como último recurso, da un mensaje erróneo: que hay cierta impunidad al acoso”, confirma Pérez-Carrillo. “Si no se le empodera –sigue–, puede sufrir el acoso de nuevo, porque el que ha sido víctima puede autoexcluirse por miedo y esa actitud hace que el acosador lo vea como una víctima potencial”. “Hay padres que cambian varias veces de centro y siguen acosándole”, certifica.
Pero María sonríe cuando habla del nuevo curso. Solo se le escapa alguna lágrima cuando habla de sus amigas, con quienes no compartirá pupitre. Le seduce la idea de conocer gente nueva y dejar en su antiguo centro el estigma que le ha acompañado desde primero de Primaria. Está ante un libro en blanco y lleva meses preparando la vuelta al cole.
Para ella, esos preparativos para el nuevo curso arrancan en un tatami. Practica defensa personal y trabaja la postura. Ahora camina recta para lanzar un mensaje a sus acosadores. Gracias a estas clases, María también adquiere las destrezas necesarias para atajar situaciones de estrés. “Ella tiene un miedo insuperable a los niños que la han acosado pero sí es cierto que está más preparada para poner en práctica estas herramientas si el acoso se repite”, zanja María del Carmen.
El curso que en pocos días empieza estará alejada de quienes abusaron de ella. “Es otra niña”, certifica la madre. “Está ante una nueva etapa en su vida –continúa– y todo ha cambiado”. “Está muy ilusionada, como nunca antes la había visto. Yo también –concluye–, y a los padres que están pasando por esta situación me gustaría decirles que esto se soluciona, que de todo se sale”.