El amor entre una blanca y un mulato en tiempos de la Guinea colonial
Armenia Ramos y Martín Garita, hijo mulato de un empresario vasco, se conocieron durante su infancia en Bata. Su amor interracial acabó convirtiéndose en una aventura prohibida.
22 octubre, 2016 01:39Noticias relacionadas
Dicen que el mundo pertenece a quien sabe ir ligero de equipaje, aunque las huellas de las personas que caminaron juntas nunca se borran. Armenia Ramos celebra este mes su 84 cumpleaños. Vive en Vilaxoan de Arousa, un pueblo de la provincia de Pontevedra, donde pasa los inviernos haciendo encaje de bolillos y revisando imágenes de su pasado, lleno de las mismas historias de leyenda que nacían de su álbum de fotos en blanco y negro cada noche a los pies de mi cama, cuando yo era una niña. Tardé años en darme cuenta de que los cuentos de mi abuela superan, con creces, muchas historias de ficción. Una vida marcada por la historia de la descolonización de Guinea, un amor prohibido y las ganas de saber qué fue del hombre cuya foto siempre ha viajado en su cartera. Ésta es la crónica de una vida marcada por la pasión que late con fuerza más de sesenta años después. Una historia de amor imposible que recuerda al realismo mágico de Gabriel García Márquez y a su obra El amor en los tiempos del cólera.
De Galicia a África (desde los 30 a los 50)
La familia Ramos Buceta embarcó en Vigo a finales de los años 30 del siglo pasado con destino a África. Mercedes y Amador, junto a sus tres niños, pasaron cuarenta días navegando hacia un mundo lleno de belleza salvaje, lejos de la postal gris y demacrada de la posguerra gallega. Los recursos que ofrecían la madera, el café, el cacao y el azúcar mejoraron la vida de decenas de familias coloniales que echaron raíces lejos de sus tierras, hermanados con los autóctonos. Valientes viajeros que, a pesar de sus orígenes, hicieron de los territorios españoles en el Golfo de Guinea un paraíso económico y social.
Armenia es la mayor de los hijos de Amador y Mercedes. Cumplió 20 años en África, donde pasó toda su infancia y juventud libre de prejuicios en la ciudad de Bata, actual Río Muni, la Región Continental de Guinea Ecuatorial. Allí vivía Martín Garita, el hijo mulato de un empresario vasco y una nativa de la etnia bubi, que visitaba a su hijo un par de veces al año. Martín creció libre, arropado por su padre y protegido por las otras familias europeas que encontraron en Guinea, entonces colonia de España, un territorio dispuesto a ofrecérselo todo. Kilómetros y kilómetros de selva virgen con la cultura, educación y posibilidades de un país acomodado.
Los parecidos y diferencias entre europeos y oriundos se volvieron anecdóticos en una tierra cálida y exótica. Martín y Armenia crecen inseparables, y comparten una historia de dos que no entiende de imposibles ni colores. Todo parece sencillo cuando se trata de vivir lo que uno siente sin plantearse nada más: aventuras en la selva, paseos por la playa, excursiones por el río... En cambio, a medida que la relación se afianza, parte de la familia asentada en Galicia se preocupa cada vez más. El amor interracial se convierte en una aventura prohibida a los ojos de los familiares gallegos, que lejanos al mundo libre y desde el ojo crítico de una España de los cincuenta carcomida por el pasado, piden que la joven Armenia regrese a la península cuanto antes.
El retorno de Armenia. Años 50
Casi un mes de viaje en barco supuso el retorno de Armenia desde la Guinea colonial hasta Galicia. Los viajes en los años 50 se dilataban más que ahora. En los años siguientes, Martín la visitó dos veces en Vilagarcía. Encuentros con sabor a despedida definitiva, ya que ambos decidieron respetar la decisión familiar y aceptar una ruptura por cuestión de piel. Complejas realidades históricas que cambiarían el rumbo de sus vidas para siempre.
La última despedida en Galicia fue difícil. Corría el año 1953 y Martín volvería a Guinea para dirigir los negocios familiares y retomar una rutina, ahora sí, sin su compañera de los últimos años. Partió de la estación de tren de Arousa hacía el norte de España, dispuesto a conocer a la familia que su padre había creado en Euskadi. Allí le esperaban cuatro hermanastros que no había podido conocer hasta esa fecha, pero que supondrían para él la esperanza de llenar su vacío con un nuevo entorno familiar. Posiblemente le acompañaba la decepción de una historia de amor frustrada, pero también la ilusión de conocer a unas personas maravillosas que ya siempre formaron parte de su vida.
Ya de vuelta en África, Martín le envío cartas llenas de cariño a Armenia en varias ocasiones. Le habló de la prosperidad de su empresa, de las tensiones en una colonia cada vez más revuelta e incluso le hizo llegar un telegrama el día que ella se casó. Era el año 1957. Le deseaba toda la felicidad del mundo al lado de Pepe, el joven gerente de una fábrica de conservas en Vilaxoán, que, siempre cariñoso, honesto y trabajador, construyó al lado de Armenia una familia querida y respetada en el pueblo.
El contacto con Martín menguó a partir de la boda... Las noticias llegaban a través de amigos comunes, cada vez más distantes y tenues. Guinea estaba dejando de ser el paraíso que Armenia recordaba para convertirse en un territorio hostil para las familias europeas. También para Martín.
La descolonización. Año 1968
La descolonización fue una masacre a punta de pistola. Tras la independencia, firmada en octubre de 1968, muchos colonos permanecieron en Guinea a pesar de las advertencias antiespañolas del presidente Macías Nguema. La otra opción de los europeos era abandonar los logros de toda una vida para regresar a la península sin nada. En febrero de 1969 estalló la crisis y la evacuación violenta que terminó con cientos de heridos y encarcelados. Santa Isabel, capital de la isla de Fernando Poo, y Bata, en la región de Río Muni, fueron las zonas más amedrentadas. Armenia estaba en la casa de sus padres en Galicia, con su marido y sus dos niños pequeños, cuando un telegrama llegó anunciando que una paliza fatal había dejado a Martín Garita en coma. En apenas dos líneas se informaba de su traslado a Madrid en situación de extrema gravedad... Y allí se perdió la pista.
Durante años, cuando Armenia contaba su historia, entre otras personas a la autora de este reportaje, -su nieta-, lo hacía con lágrimas en los ojos, especulando sobre un final solitario e injusto en el que él había perdido la vida solo en algún hospital madrileño, por la crispación de las revueltas que le condenaron a una muerte evitable lejos de su Guinea natal, por el hecho simple de ser blanco entre los negros, y negro entre los blancos. Un posible crimen perdido en tierra de nadie.
A veces, cuando el tiempo corre deprisa, uno mira atrás y se da cuenta de las cosas que nos hubieran gustado que fueran de otra forma en nuestras vidas. Y despertamos a tiempo para decidir cuáles son esas preguntas que no deben quedarse para siempre sin respuesta. Una mañana, Armenia pensó que tal vez quedaba otro final de la historia por descubrir, y valía la pena intentarlo... ¡sesenta años después!
Encaje de bolillos con el pasado
La investigación empezó hace dos años. Recorrimos hospitales, registros civiles, fosas comunes, funerarias y llamamos uno por uno a todos los Garitaonandía vascos que encontramos en los listines de teléfonos. Una partida fúnebre con registro en Castro Urdiales facilitó la pista definitiva. Hace algunos meses salimos de Vilagarcía hacia Cantabria, dispuestos a seguir las huellas que dejó Martín.
No hay nadie en la familia Garita que no hable de Martín con devoción, incluso aquellos que no le conocieron. Gente ejemplar y entrañable, que quisieron a Martín con todo el alma. Las fotos del más mayor de los Garita todavía cuelgan en las paredes de sus hermanos y sobrinos... Nunca se casó. Martín fue muy querido por todas las personas que estuvieron a su lado siempre, hasta el último momento. La muerte le llegó en 1975, a sus 43 años. Las palizas y los tiempos de encarcelamiento durante la descolonización y revueltas pasaron factura y le dejaron daños irreversibles en los riñones, que le obligaron a varios años de diálisis a la espera de un trasplante renal que nunca llegó. La esposa de su padre, sus hermanos, sus sobrinos... estuvieron a su lado hasta el último día, y aseguran que la enfermedad no terminó nunca con su carácter alegre, su innegable elegancia y su capacidad para hacer de los contratiempos una oportunidad para reír. Durante su tiempo en Europa, Martín puso en marcha una empresa de construcción que dio trabajo a decenas de descolonizados, que, arruinados tras la revuelta armada, emprendieron una nueva vida en una España en proceso de cambio.
Entre sus obras, construyó una inmensa tumba familiar de mármol de carrara blanco en el cementerio de Castro Urdiales, un regalo a su familia paterna, en la que ahora también él descansa para siempre. Cubierto de blanco, como él acostumbraba.
Martín contagió alegría y optimismo hasta el final de su vida. Armenia repasó todos sus recuerdos con los hermanos de aquel niño con el que creció y la marcó de por vida.
El ciclo se cierra con un golpe de rebeldía cómplice del destino, y sesenta años después de decretarse una historia de un amor prohibido, los descendientes de aquella pareja interracial se enamoraron de personas de otras nacionalidades. El nieto más pequeño de Armenia y la sobrina de Martín comparten sus vidas con dos personas que les hacen felices, ambas de raza negra. Ruth Garita, cooperante en África, tiene dos hijos mulatos maravillosos. Martín se llama el más pequeño, en homenaje a su tío-abuelo guineano.
En la cartera de Armenia, sesenta y cuatro años después de la última despedida en una estación de tren con raíles que partían en lo imposible, todavía sonríe Martín en una foto en blanco y negro que siempre la acompaña.