Es sábado por la noche, pero el polígono industrial en el que se ubica la discoteca Pont Aeri (Terrassa) está atestado de coches y autocares. Corre enero de 1995 y centenares de jóvenes viajan desde todas partes de Cataluña a ver a los nuevos DJ de moda: David Pastis y David Buenri. En la calle, jóvenes de estética fiestera con gorras y camisetas con logos de discotecas. Enfrente, cabezas rapadas, cazadoras bomber Alpha y botas militares; el movimiento skinhead está en plena efervescencia en Barcelona. Dentro de los coches, gente con la ventanilla entreabierta vende rulas (pastillas de éxtasis) a mil pesetas.
También llegan cinco valencianos que han recorrido más de 300 km a bordo de un 4x4. Hacen el camino inverso al habitual: durante diez años, Valencia había sido la capital del ocio nocturno en España. Miles de jóvenes de todo el país bajaban cada fin de semana a la capital del Turia a hacer la Ruta del Bakalao. Pero en el 95, el modelo está ya casi agotado; la ruta agoniza y es Cataluña la que ha cogido el relevo en materia de música electrónica.
Pont Aeri es una de sus salas más emblemáticas: una nave industrial de dos plantas, unidas por una escalera de avión de Iberia que su dueño compró en un desguace. El suelo está moteado por miles de chicles pisados y bailados durante cuatro años. Es 21 de enero, pero el calor es insoportable en la pista. Mil personas sudan y saltan frenéticamente con botellines de agua en las manos, al ritmo de una música vertiginosa y pasada de revoluciones. Los cinco valencianos actúan conforme a las normas del “buen rollo” característico de la Ruta de su ciudad, relacionándose con todo el mundo y regalando pastillas de éxtasis a sus fugaces amistades.
Antes de que la sesión acabe a las 6 de la madrugada, a los cinco levantinos les avisan desde la calle: les han quemado el coche. A los camellos de la zona no les ha parecido bien que venga gente de fuera a reventar los precios. “Menos buen rollo, que esto no es Valencia”, les gritan desde lejos.
La anécdota, contada por un policía municipal de Terrassa ya retirado, ilustra lo que fue el movimiento “makina” en Cataluña: una escena social que atrajo a miles de personas de toda España a las discotecas locales y que innovó en el plano musical, pero que quedó señalada por el estigma de las drogas y las peleas.
A menudo se confunde con la Ruta del Bakalao, aunque fueron dos cosas distintas. La Ruta sucedió en Valencia. Cataluña se convirtió en la heredera y bebió de sus fuentes, pero evolucionó hasta adquirir una identidad propia. Encumbró la figura de los DJ a la categoría de estrellas y adoptó las pastillas de éxtasis como droga emblemática. Este movimiento modificó la estética de la juventud: el entonces emergente movimiento skinhead en Barcelona influyó en la forma de vestirse de toda una generación. También en la manera de comportarse, lo que provocó que la época de la “makina” sea considerada una etapa violenta por definición.
DE LA PLAYA A LOS POLÍGONOS
A mediados de los 90, la fiesta se estaba acabando en Valencia. El Bakalao daba sus últimos coletazos y las salas levantinas próximas a la playa iban cerrando sus puertas. La masificación, las trabas administrativas y la presión de la prensa mataron aquella ruta. La movida se había trasladado a Cataluña y los nuevos santuarios del ocio nocturno eran naves en los polígonos industriales de Cornellà, Terrassa, Sabadell o Mataró, suburbios del ámbito metropolitano de Barcelona.
El sonido makina tiene su origen en varios afters de Barcelona que cerraron en el 94. Salas como Psicodromo, Verdi o las sesiones de la CIA reunieron a una generación de DJ catalanes que innovaron. Nando Dixkontrol, Toni Verdi o Pepebilly sentaron las bases de lo que fue la escuela catalana: recogieron los sonidos que llegaban de Valencia e incorporaron estilos europeos como el hard techno y el hardcore alemán. Pero sobre todo, subieron las revoluciones. Aceleraron aquella música bakalao y crearon una nueva tendencia.
EL ORIGEN DEL NOMBRE
El término “makina” tiene un origen incierto y cada uno cuenta su versión. La más lógica es la que lo atribuye a las máquinas (ordenadores y sintetizadores) que habían sustituido a los instrumentos musicales a la hora de componer. Hay quien defiende que el término se generalizó a causa de la publicación en 1991 de uno de los primeros recopilatorios de música electrónica de España, titulado “Máquina Total”. El disco fue un éxito rotundo, se publicitó en televisión y eso provocó que mucha gente, incapaz de diferenciar géneros como techno o hardcore, empezase a conocer con el nombre de “máquina” a toda la música de ese estilo. Otras fuentes relacionan el término con la ubicación de las discotecas donde se pinchaba este tipo de música: polígonos industriales llenos de fábricas, donde no había vecinos pero abundaban los camiones, las grúas y otras máquinas. Sea como fuere, el término la “máquina” se generalizó entre los consumidores de esa música, que acabaron sustituyendo la Q por la K, con la intención de reflejar un toque más radical.
Las salas también habían cambiado su morfología. Se acabaron las discotecas en las zonas vecinales. Los Juegos Olímpicos pusieron a Barcelona de algún modo en orden y se incrementaron las regulaciones. “Sacaron a las discotecas de la ciudad. Las ordenanzas impedían que la sala estuviese a menos de 100 metros de una vivienda. La nuestra estaba a 101”, cuenta divertido Ramón Escudero, empresario de la noche y fundador de Pont Aeri.
Estas restricciones trasladaron la fiesta a los polígonos industriales. Los horarios se limitaron a tardes y noches, en sesiones de seis a doce horas. Cambió hasta la tipología de porteros: empezó a ser imprescindible que el personal de seguridad estuviese conformado por mastodontes de gimnasio con experiencia en deportes de contacto.
EL DJ SE CONVIERTE EN ESTRELLA
Una de las claves del éxito de la makina como movimiento musical fue el encumbramiento de la figura del DJ como estrella. Hasta poco antes, el pinchadiscos no era nada más que la persona que ponía la música en una discoteca. A finales de los 80, algunos DJ comienzan a hacerse un nombre por su carisma, su estilo o sus mezclas. Empiezan a figurar sus nombres en los carteles promocionales y a convertirse en marcas, tal y como los conocemos en la actualidad.
El principal precursor de esta figura fue Nando Dixkontrol: un showman que sigue en activo y que se caracterizaba por sus espectaculares performance en directo. Interactuaba con al público, bailaba, quemaba discos en la cabina y hasta era capaz de pinchar el cuento de “Los tres cerditos” y conseguir que toda la clientela de la discoteca soplase con él cuando aparecía el lobo.
Dixkontrol pinchaba en la sala Psicódromo, auténtico embrión de la música makina. Pero en su dilatada trayectoria ya había sentado cátedra en Valencia: “A Nando Dixkontrol lo conocí viéndolo pinchar en una sala de Valencia y flipé desde el primer momento. Aún no me dedicaba profesionalmente a la música y ya quería hacer las cosas que hacía él. Fue un visionario que empezó a ver al DJ como un producto” rememora un DJ catalán de la época
Así, en la periferia de Barcelona se empezaron a abrir salas de música electrónica con los DJ como reclamo. En algunas desembarcaban disc-jockeys de Valencia y en otras emergían prometedores DJ locales que se asociaban a la marca de la discoteca: Frank Trax (Scorpia), Ricardo F. (Chasis), Pastis y Buenri (Primero Pont Aeri y luego Xquè), El Brujo (Nau B3), Pepebilly (Ocho) o los hermanos DJ Skudero y Xavi Metralla (Pont Aeri) fueron algunos de los nombres importantes de una escena con denominación de origen. Durante el resto de la década tuvieron categoría de estrellas de la música. Las principales emisoras de radio catalanas le dedicaban a la makina extensos programas en las franjas de mayor audiencia.
LA CRISIS Y LA ULTRADERECHA
¿Cuál fue el caldo de cultivo social de aquella escena emergente? En 1993, España sufría la resaca de los fastos del 92 y pagaba caro el precio de los Juegos Olímpicos y la Expo. La profunda crisis económica hizo que el paro subiese hasta el 24%, lo que provocó un fuerte descontento social. La situación facilitó el auge de los populismos y logró que las ideas ultraderechistas calasen entre los jóvenes desempleados y sin expectativas, que empezaron a culpar a los inmigrantes de la escasez de trabajo.
Esa situación, unida al auge de los movimientos ultras y hooligans en los campos de fútbol de toda Europa propició la aparición de los primeros skinhead españoles. Uno de los puntos más calientes de España fue el área metropolitana de Barcelona: urbes de obreros, principalmente emigrantes, desarraigados y sin significación con el entonces latente nacionalismo catalán.
Aquella coyuntura socioeconómica dio lugar al nacimiento de los conocidos vulgarmente como ‘pelaos’: skinheads ultraderechistas con estética muy definida: cabezas rapadas, cazadoras bomber marca Alpha Industries, polos Fred Perry, camisas Ben Sherman, sudaderas Lonsdale, vaqueros recortados y botas de fútbol sala o militares. Aquel look se popularizó, trascendió a toda la juventud catalana y pasó a convertirse en el predominante entre la gente que salía de fiesta. “Fue una moda. Todos los jóvenes se vestían así, fuesen skins o no”, rememora Ramón Escudero.
SKIN CONTRA SKIN
Dentro del movimiento skin también había varias corrientes. Mientras algunos reprobaban el consumo de drogas por considerarlo incompatible con la ideología nazi, otros se entregaron sin mesura a las drogas de diseño. En los aledaños de Pont Aeri se podía leer una pintada que ilustraba bien ese enfrentamiento: “Stop parásitos makineros; estropeáis la cultura skinhead”.
Óscar fue skinhead en aquella época. “Sí, yo recuerdo que muchos de mis amigos eran antidrogas y sentían el fascismo y a Hitler y todo eso. Pero yo te tengo que reconocer que me ponía como las cabras. Me metía de todo. Sí que odiaba a los moros porque venían a quitarnos el trabajo, y en mi bomber siempre llevé parches radicales con esvásticas, célticas y otra simbología nazi, porque eso infundían respeto. Pero creo que si me hice ‘pelao’ fue porque era la moda más violenta de las que había por aquí. Imagino que si hubiese nacido en Bilbao me hubiese hecho jarrai. Y como yo, la mayoría. Todo el mundo quería ser radical. Había incluso una leyenda urbana que decía que en los Brigadas Blanquiazules (ultras del RCD Espanyol) había un negro que llevaba tatuada la frase "Dios, perdóname por ser negro". Luego me enteré de que aquello era un mito, pero durante aquella época resultaba creíble, porque estaba de moda ser skin".
Óscar reconoce que "ninguno de aquellos skins que iban conmigo siga metido en esos movimientos. Algunos se quedaron locos de la droga que se metieron, eso sí lo sé. Pero entonces sí que molaba ser pelao. Salías, te drogabas, buscabas algo de bulla, robabas alguna pastilla y de vez en cuando caía alguna chaqueta. Te hacías respetar siendo más chungo que los demás”, resume.
LA RUTA DEL ‘PELAO’
Un policía municipal retirado de Terrassa bautiza aquella época con otro término: “Aquello no era la Ruta del Bakalao, sino la Ruta del Pelao. Era imposible meterte en una discoteca donde no hubiese skinheads. Fue, con diferencia, la etapa en la que más peleas he tenido que atender”. La violencia inherente a aquel movimiento derivó en multitud de sucesos.
El más grave de aquel inicio de escena tuvo lugar en Terrassa el 12 de febrero de 1995, en los aledaños de Pont Aeri. Un enfrentamiento entre dos bandas de skinheads de Barcelona acabó con el asesinato de Justo Muñoz, un joven de 20 años apuñalado en el corazón. “Aquello pasó el domingo a la 1 de la tarde y en una pizzería que funcionaba de after. No tenía nada que ver con nuestra discoteca. Casi todos los problemas solían suceder fuera del recinto. Pero el suceso provocó la persecución del Ayuntamiento, la alarma social y la presión mediática. En las noticias escribían que habían matado a un chico en el polígono del Pont Aeri y a los seis meses nos cerraron la sala, en un control de aforo”, recuerda el propietario de la sala.
ÉXTASIS, SPEED Y COCAÍNA
Como todo movimiento juvenil de ocio que se precie, la makina también adoptó sus propios hábitos de consumo de drogas. Si en los 80 había triunfado la heroína y en Valencia se bailaba bajo los efectos de la mescalina, Cataluña hizo bandera de las drogas de diseño. Las pastillas de éxtasis, conocidas como rulas o pepas, ya habían protagonizado la última etapa de la ruta valenciana y se convirtieron en las reinas del makineo de Cataluña. Una sustancia euforizante que costaba entre 1.000 y 2.000 pesetas por comprimido.
También abundaba el speed, que era anfetamina. Se esnifaba, aceleraba al organismo y prolongaba los efectos de las pastillas. “El mejor venía de Bilbao y le decían speed de manzana, por su olor característico”, recuerda Óscar. Ambas drogas solían combinarse a menudo. Las pastillas se consumían con agua, lo que modificó los hábitos de consumo en las discotecas. “Nunca se vendió tan poco alcohol ni tanta agua. Por eso acababas pagando mil pesetas por una botellita en algunas salas”, cuenta Óscar, que también recuerda que “en la mayoría de garitos cortaban el agua de los lavabos para que te gastases el dinero”.
Por otra parte, la cocaína empezó a hacer aparición en las discotecas. Hasta la fecha había sido una droga reservada a las élites, por su elevado coste. Sin embargo, sus características la hacían ideal para soportar sesiones de música frenética y noches espídicas. Este tipo de sustancias también tornaron más agresivo de algún modo el comportamiento de los makineros en relación al “buen rollo” imperante en la Valencia de los 80 y la mescalina.
“La gente se alteraba mucho cuando iba puesta y aunque el ambiente en las discotecas era muy bueno, fuera había muchas bullas (peleas). Luego, con toda aquella droga se te dilataban las pupilas y la mandíbula se te movía sola. Cuando salías a la calle y veías un antidroga, apretabas los dientes para que no se te notase que se te iba la boca. De lo contrario te podías llevar una paliza. Le teníamos más miedo a algunos ‘pelaos’ que a la policía”, cuenta Fran, un makinero de la época.
También recuerda “cómo nos esperaban los skins en la puerta de la discoteca para quitarnos las bombers. O la droga, que a menudo el problema no era tanto que consumieses, sino de dónde habías sacado las pastillas. Te las quitaban si no se las habías comprado a ellos. Algunos de los skins más ‘puros’ eran en realidad los mayores camellos de la zona”, recuerda Fran.
EL ESTIGMA INTERMINABLE
El cóctel de drogas, peleas y skinheads estigmatizó aquella escena musical. Algunos de los DJ de la época luchan contra la demonización de aquella escena y eximen a las discotecas y a los profesionales del mal ambiente. “o era culpa de las discotecas, como tampoco es culpa del Barça o del Madrid que se monten batallas campales cuando ganan un título. También te digo que yo en aquella época no tuve ni un solo problema y que la conexión que se creaba entre público y DJ era una experiencia colectiva como yo no había visto antes”.
Satanizada o no, la makina catalana se extendió como la pólvora por el resto de España. Invadió el litoral levantino y extendió sus tentáculos hasta la capital: “En Madrid también se montó una escena makina muy guapa. Era un ambiente diferente, pero al final, todos pinchábamos lo mismo”, recuerda Buenri, que tiene en su haber dos discos de platino y tres de oro. Y es que la makina traspasó fronteras y los recopilatorios de música producida en nuestro país se convirtieron en superventas.
¿Por qué, si tuvo tanta incidencia en el plano musical, ahora es denostada y ridiculizada por muchos críticos? Javi Vázquez es el administrador de Makineros.com, la página web de referencia sobre el movimiento en la actualidad. Vázquez cree que “si no se le da el reconocimiento justo a aquella etapa es porque muchos aún la vinculan con drogas y skinheads. Hay gente que pinchó en aquella época pero que ahora no quiere saber nada sobre fiestas revival ni nada por el estilo, porque no quieren que se les relacione con aquel movimiento. Y es una lástima, porque la makina fue otra cosa y hay gente como yo, que no tuvo nada que ver con peleas ni drogas y somos los que la mantenemos viva”.
LOS AÑOS DORADOS
Se convirtió en una escena mayoritaria a finales de los 90 y la primera mitad de la década del 2000. El negocio funcionaba tan bien que las discotecas emblemáticas extendían su marca abriendo nuevas sucursales, como Scorpia, que abrió discotecas en Mataró y Cubelles con el nombre de Kontrol y Central respectivamente. Otras, como Nau B3, huían de los cierres cambiando de ciudad, como la franquicia de la NBA que cambia de sede. Lo importante era la marca. La gente ya no iba a las salas por proximidad, sino a ver a un DJ determinado.
Pont Aeri cerró la sala de Terrassa por cuestiones de espacio y se trasladó a una macrodiscoteca de Manresa. Ramón Escudero define aquel cambio como “un ejemplo claro de cómo morir de éxito. Cogimos una discoteca que jamás había funcionado y conseguimos que se llenase cada semana. El problema llegó con los primeros incidentes provocados en la ciudad por algunos de los makineros. La discoteca estaba cerca de la estación de trenes y se produjeron muchos actos vandálicos. Manresa no estaba preparada para asumir el paso de 2.500 personas en esas condiciones cada fin de semana. Empezaron a llegar las quejas y nosotros decidimos que, muerto el perro…”
MUERTE Y RESURRECCIÓN
Si la Ruta valenciana tuvo un final muy concreto a causa de los cierres de la administración, la muerte del panorama makina estuvo mucho más diluida en el tiempo. En 2006 cerró Xquè, la sala que abrieron Pastis y Buenri en Calella de Palafrugell (Girona) tras marcharse de Pont Aeri. La sala Xquè se encontraba cerca de la frontera con Francia, lo que motivó que muchos jóvenes galos cruzasen hasta España cada fin de semana para empaparse de la música makina. Actualmente es un recinto en ruina y una pintada en francés “Merci per tout” preside una de las paredes.
En la segunda mitad de la década, la comunidad makinera se había convertido en un reducto minoritario que se quedó sin oferta. Las discotecas de la primera etapa cerraron o cambiaron de género y estilo. Los makineros que resistieron ya habían modificado su estilo de vestir. De la estética skin pasaron a un look más festivo. De los pantalones militares y las camisas Ben Sherman pasaron a los pantalones de pitillo, a los colores chillones... y a dejarse crecer un poco el pelo.
Pero la defunción de la makina ya estaba casi certificada porque ya no estaba de moda. Se consolidaron en nuestro país nuevos géneros musicales. House, chill-out, ambient y otros tipos de techno, más pausados, empezaron a calar en salas de otro corte. Había llegado la cultura de club y el ambiente de las discotecas era más selecto. Los porteros prohibían la entrada al público con estética makinera. El movimiento skinhead, por su parte, se había desinflado hasta acabar siendo residual. Óscar, el antiguo skin, lo recuerda así: “La makina pasó de moda y muchos de los ‘pelaos’ de la primera época empezaron a camuflarse. Se dejaban crecer el pelo y se vestían más pijos para poder entrar a las discotecas. Bueno, yo el primero…”
Todos esos factores acabaron por darle la puntilla a la escena. En 2010, Pont Aeri puso fin a una época y cerró sus puertas definitivamente, “aunque la firma sigue viva, celebrando fiestas remember”, apunta el fundador de la firma. Porque actualmente, la pequeña llama que se mantiene se alimenta de eso, de las fiestas revival de pequeño formato que se organizan de forma itinerante en diversas discotecas de Cataluña. “Ahora todo se mueve por internet y hemos conseguido montar una comunidad minoritaria pero bastante activa de gente que quiere recuperar aquel espíritu”, cuenta el administrador de Makineros.com. El espíritu de finales de los 90 que creó una escena, que marcó una época y que ha sido erróneamente confundida durante todos estos años con la Ruta del Bakalao.
Por eso, cuando usted vea a un joven con una estética similar a la de los que salen en las fotos de este reportaje, no diga “mira, un bakala”, porque estará cometiendo un importante error historiográfico.
Mejor diga: “mira, un makinero”. A la makina lo que es de la makina.
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