Desaparecieron a la vez en Galicia, "pero a mi hijo no se le busca igual que a Diana Quer"
- Hace tres meses que el joven desapareció de casa. La familia denuncia que las autoridades no se hayan implicado tanto como en el caso de la joven madrileña.
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“Estoy deshecho, pero tengo que seguir como sea. Solo quiero encontrar a mi hijo”. El último día que Juan Durán vio a su hijo Iván fue la noche del 24 al 25 de agosto a la 1:25 de la madrugada. Estaban juntos viendo la televisión en el salón de casa. A la mañana siguiente ya no estaba. Desde entonces, con frecuencia le recorren escalofríos por el cuerpo, cuando no sudores, solo de recordarlo.
Han pasado ya tres meses desde que Iván saltara por la ventana de su cuarto en su casa de Baiona (Pontevedra) y se marchara sin dejar rastro, tan solo una nota tras de sí. Dos días antes de la desaparición de su hijo, a 120 kilómetros de distancia y a una hora y media en coche, Diana Quer desaparecía sin dejar rastro en A Pobra do Caramiñal. Inmediatamente, las alarmas de las autoridades saltaron y todos los resortes fueron dedicados a la búsqueda de la chica. A los dos días la noticia de la desaparición de Iván conmocionó la comarca del Val Miñor, al sur de la provincia de Pontevedra. “Pero a nosotros no nos dieron ni agua”, lamenta el padre.
Sin los recursos de la Guardia Civil y de las autoridades locales está resultando más complicado encontrarle. Juan no pierde la esperanza. Una pista llegó el viernes 18 de noviembre desde Albufeira, en el sur de Portugal. Llamaron dos veces: un joven en torno a la treintena, alto, con gafas, que hablaba español e iba acompañado de una mujer mayor que él. La llamada procedía del snackbar Sol Dourado, en una céntrica calle de Albufeira. Al instante cogió el coche, lo llenó de comida y salió de casa, directo a cruzar la frontera. Con él se fue Marian Vidal, buena amiga de la familia, llevando consigo un montón de carteles que pegar por doquier. Un periodista de EL ESPAÑOL le acompaña en un día entero de búsqueda "a contrarreloj" saltando de pueblo en pueblo por toda la costa del Algarve.
Los primeros días
Las primeras noches fueron las peores. La idea de que su hijo se había suicidado se instaló en los primeros momentos en su cabeza. Al día siguiente de que desapareciese un hombre del pueblo le dijo que había visto a Iván cerca de uno de los puentes de la autopista que cruza las montañas de Baiona y llega hasta el mar. No es la primera vez que alguno se sube a uno de los laterales y se dejar caer a un abismo de cien metros de altura. Al poco tiempo subió hasta allá pero no había nada. “Quien nos dijo eso era un gilipollas, una de esas personas que se dedican siempre a inventar”.
En esos primeros días, Juan se levantaba a tientas de madrugada, arrastraba los pies hasta la calle y recorría las siete playas que tiene Baiona. Allí se iba encontrando con los vagabundos que en verano se echan a dormir en la arena e iba comprobando uno por uno a ver si se trataba de su hijo. Recorría él solo el monte sin rumbo bajo la lluvia y llegaba empapado a casa al amanecer.
Ahora lo ve todo muy lejano, como si hubiera ocurrido hace milenios, como si de un difuso sueño veraniego se tratase. Él y su amiga Marian Vidal llevan casi una semana en el Algarve, buscando de casa en casa, de negocio en negocio, de pueblo en pueblo, una pista que le pueda conducir hasta su hijo Iván, desaparecido en Baiona (Galicia) el 25 de agosto, tres días después de Diana Quer. Hay una diferencia entre su caso y el de la joven: Juan y su familia están solos.
Un día de búsqueda
El Algarve es una región de suaves colinas, vegetación baja y casas blancas por doquier. Las playas de los pueblos están plagadas de turistas, así como las aceras empedradas. Juan y Marian empiezan a conocerse la zona de memoria. Cuando el próximo domingo desanden los 687 kilómetros que separan Albufeira de Baiona para volver a casa, habrán recorrido aproximadamente 4000 kilómetros en 9 días solos en su Mercedes Blanco. Alrededor de 375 kilómetros diarios, haciendo escala en 30 localidades diferentes de la geografía lusitana, algunos de ellos en distintas ocasiones.
La mañana del jueves a Juan y a Marian les espera un día duro. Tienen que estar a las doce y media en Huelva, para que entrevisten a Juan en el programa matinal de Canal Sur. En esa ocasión están durmiendo en Ferreira do Alentejo, a 200 kilómetros de distancia de la localidad onubense. El primer problema llega casi al alba cuando se les estropean los frenos del coche. Se ven obligados a parar en un taller cercano para que se lo reparen a toda prisa.
Poco después de las doce del mediodía equipo de la televisión andaluza les espera en la sede de la cadena en Huelva. Juan y Marian llegan con tiempo y esperan fumando nerviosos y abrigados en la puerta. “Siempre que tiene que hablar de ello se pone tenso y no habla”. Durante los siguientes treinta minutos, Juan se vacía ante las cámaras y vuelve a contarlo todo de nuevo. El rótulo de la imagen, reza: “¿Se busca a mi hijo igual que a Diana Quer?”. Marian observa sentada con los ojos fijos en una de las pantallas de televisión a Juan durante la entrevista. Este, al terminar, se fuma cuatro cigarrillos seguidos - “lo había dejado pero ahora fuma más que nunca”, susurra Marian-; hace un mes que acude al psicólogo, que toma cuatro pastillas distintas cada mañana. Al rato, Juan y Marian cogen el coche y emprenden el viaje de regreso a Portugal. Juan ya no habla tanto desde que ha vuelto a hacer memoria para narrar lo que le ha ocurrido a su hijo. “Esto me está dejando muy tocado”.
Los informes psiquiátricos
Cuando Iván tenía doce años sufrió distintos episodios de depresión. Fue atendido por un psiquiatra. “Uno de nuestros tíos tenía esquizofrenia y pensamos que podía ser hereditario. Ahora ya pensamos cualquier cosa. Él es un chico introvertido, le cuesta contar sus problemas”, explica Judith Durán la hermana del desaparecido. “Desde aquel entonces, se volvió un chico retraído y más silencioso y tranquilo.
Juan llevó los informes psiquiátricos a la Guardia Civil y a los juzgados. En ellos se especificaba la posibilidad de que Iván pudiera sufrir de nuevo un brote psicótico. Sin embargo, los investigadores desoyeron sus peticiones. El caso, en realidad, se encuentra en punto muerto. Solo es la familia la que mantiene viva la llama. “La jueza lo rechazó por completo. ¿Cómo puede ser que lo rechace alguien que no tiene ni idea de medicina? Yo entiendo que pueda saber de derecho, pero de Medicina no puede entender mucho más que yo”, lamenta Juan.
Todo han sido complicaciones en el camino de Juan y su familia. La Guardia Civil, ocupada en Diana Quer, le dedicó poca atención al caso. “Nos dejaron tirados. Fueron los amigos los que nos ayudaron, no ellos”, recuerda el padre. Lleva cuatro horas seguidas conduciendo y no aparta la vista de la carretera. Marian se vuelve para atrás y habla con el periodista. Desapareció a la vez que Diana Quer, pero a Iván solo le busca su padre. “El que está en la batalla es él. Este es el padre coraje”.
A lo largo del día paran en todos los comercios y ciudades que se encuentran. Van primero a la policía portuguesa de cada localidad. Luego,a los bomberos. Más tarde, a la Guardia Republicana. A todos les extienden un cartel con el rostro del joven para que lo compartan y les dan su número de teléfono por si surge alguna pista. Luego se montan en el coche y siguen su camino.
La comida
Tras más de 300 kilómetros en una sola mañana, Juan y Marian paran a comer. Sin embargo, no demorarán demasiado tiempo. “Yo no estoy para restaurantes. La comida no me baja. Me cuesta muchísimo. Tengo que beber un poco de vino porque si no...”, explica el padre. Detienen la marcha al lado de un Pingo Doce, una enorme superficie perteneciente a una cadena de supermercados portuguesa. Dos chorizos a la brasa, dos bollos de pan y dos empanadillas les bastan. Comen de pie al lado del coche.
Dos horas después de la entrevista en Canal Sur Juan sigue temblando, silencioso. Abre entonces el maletero. En él lleva varias cazadoras, un paquete abierto con ocho cajetillas de tabaco y una botella de vino, que extrae junto con un abridor para descorcharla. Antes de empezar a comer, mata la sed y la ansiedad de la mañana con un largo trago inicial. Luego pasa la botella a Marian y empieza a comer.
Juan lleva todo el día en tensión, muy poco hablador. pero el vino le ayuda a soltarse y a hablar, a recordar las anécdotas con Iván. “Lo peor es la impotencia de verte solo contra el mundo buscando a tu hijo”, lamenta, mientras mastica el bocadillo. Es entonces cuando vuelve a su mente Diana Quer, elemento que vuelve recurrente a su mente y le conmueve por la injusticia. Juan removió cielo y tierra en busca de todos los recursos disponibles. Obtuvo una pobre respuesta por parte de las autoridades. Los perros de rastreo nunca llegaron porque estaban buscando a la joven Diana; el propio Juan pagó de su bolsillo para traer los suyos propios de una empresa privada en Burgos. La Guardia Civil apenas duró una semana aportando su granito de arena a la familia. Para Juan, la clave de todo estuvo en la primera semana del caso. “Fue entonces cuando todo se torció. Fue ahí cuando se perdió el rastro. Si hubieran reaccionado antes, lo habríamos conseguido. Pero todos estaban en A Pobra”.
Fueron los amigos, venidos de todos los puntos de la comarca, quienes sostuvieron la búsqueda los primeros días y aun hasta ahora. Se organizaron batidas, trajeron manadas de caballos con los que rastrear la montaña, equipos enteros de quads… No hubo suerte. La misteriosa huida de Iván, cuyo rastro les condujo en primer lugar hacia la espesura, estaba resultando inútil. Diana Quer estaba y está en el punto de mira del padre. “Yo no pido mucho. Si la tarta tiene cuatro partes, que la repartan dos para cada uno, pero no esto”.
Un último café
Cae la tarde en Albufeira. Hace frío en la calle, pero el sol que pega fuerte en las paredes de las casas lo compensa. Marian y Juan vuelven por enésima vez a la cafetería Sol Dourado, esa cuyos dueños vieron a Iván semanas atrás. No es la primera vez que están allí. No importa cuántos kilómetros hagan: al final, siempre sacan alguna hora y vuelven a sentarse en esa terraza, a la que se aferran como un clavo ardiendo. Se trata de algo irracional y lo saben, pero ess como su balsa de madera. “Solo aquí nos sentimos como si estuviéramos en casa”.
Piden café y té y esperan sentados en una de las cuatro mesas. Marian señala la silla contigua. “Nos dijeron que estaba sentado ahí, que les dijo: ‘Gracias’ en español”. Mientras, Juan fuma sin parar y permanece ensimismado, absorto en los pensamientos que le comen cada vez más por dentro, dándole vueltas a aquella nota, a la noche de verano en la que su hijo salió por la ventana de su habitación para no volver nunca más. Las manos, grandes y secas, le tiemblan mientras sostiene el cigarrillo. No puede dejar de mirar la calle, de fijarse en todo el que pasa, como queriendo atisbar los dos metros de altura de su hijo, apostado en alguno de los muros encalados de la villa portuguesa.
Ambos, él y Marian, saben que la pista que manejan es muy poca cosa, que puede resultar un falso soplo de esperanza, que no tienen la seguridad de que sea cierto y que es posible que Iván no vuelva nunca. Pero él no desfallece. Tiene que seguir adelante.
-¿Qué le dirías a tu hijo?
-Necesitamos oírte y saber de ti. Estamos muy preocupados. Solo queremos saber que estás bien y que eres feliz. Un beso, hijo mío, te quiero mucho.
Al poco rato, le suena el móvil. Es un mensaje de su amigo Paco Lobatón. Juan lo lee despacio, casi con esfuerzo, asimilando el elogio que le brinda por sus palabras en Canal Sur esa misma mañana. “Juan, ha sido emocionante escucharte. Espero que tu llamamiento surta efecto. Un abrazo, invencible padre valiente”. Envuelto en la tristeza y la luz del frío sol de invierno, Juan se promete a sí mismo por enésima vez que continuará la lucha. “Esto es lo que le da ahora sentido a todo. Sin mi hijo, mi vida no me importa nada”.