En la España que celebra la Semana Santa con el cartel de ‘lleno’ en los hoteles y los chiringuitos de playa a rebosar de gente, EL ESPAÑOL recorre el pentágono de los penitentes del paro. Se encuentra en Cádiz, donde el vía crucis del desempleo se ceba con cinco pueblos: Barbate, Arcos de la Frontera, Vejer de la Frontera, Chipiona y Medina Sidonia.
De las localidades de entre 10.000 y 40.000 habitantes (pueblos de tamaño medio), Barbate lidera el ranking de las cinco poblaciones con los porcentajes de paro más altos de todo el país. Se da la circunstancia de que los cuatro siguientes también se concentran en la provincia de Cádiz, un territorio de 7.436 kilómetros cuadrados, con un 33,86% de desempleo y donde, a fecha de 31 de marzo de este año, había 168.556 personas inscritas en el Servicio Andaluz de Empleo (SAE). Un misterio de costaleros de la crisis: cada 21 desempleados que hay en España, uno es gaditano.
Tras Barbate, con un 45,47% de paro, se sitúan Arcos de la Frontera (41,73), Vejer de la Frontera (40,65), Chipiona (39,63) y Medina Sidonia (38,93). Dos reporteros de este periódico recorren 150 kilómetros en coche para conocer la realidad de estas cinco localidades. Lo hacen coincidiendo con la semana que en España se producen en torno a 11 millones de desplazamientos por carretera y la gente se lanza a la calle a ver procesiones.
Detrás de esa imagen de país que sale del atolladero –la tasa de paro ha descendido al 18%- aún se esconden cifras alarmantes y nombres desconocidos con historias de desesperación.
1. BARBATE / 45,47% / EL MARISCADOR FURTIVO
Juan Román Marín se ha levantado temprano pese a que, como cada mañana de los últimos tres años, no tiene un puesto de trabajo al que acudir.
A este gaditano de Barbate, donde casi una de cada dos personas en edad de trabajar no tiene empleo, le ha sonado el despertador a las siete y media de la mañana. Con legañas en los ojos y el ánimo de un boxeador maduro pero incansable, se ha vestido con un vaquero viejo, una camiseta interior blanca y un jersey de rayas negras y rojas. Encima lleva una sudadera azul con manchas de pintura blanca. En los pies calza unas botas de agua verdes que le han costado siete euros. Sobre la cabeza se ha calado una gorra desteñida con la palabra Xtrem bordaba con hilo de color burdeos.
Tras tomarse en tres sorbos un café con leche, ha salido de casa y se ha subido a su bicicleta de montaña.
A las 08.30 de la mañana de este martes, Juan ya estaba en la margen derecha de la desembocadura del río Barbate. Al poco de llegar, encorva su cuerpo para acercar la vista a la tierra húmeda que pisa. Inclina el torso hacia delante en busca de unos diminutos agujeros que las almejas generan en el lodazal del río. Por ahí se alimentan y respiran.
Gracias a esos pequeños orificios que apenas se ven, Juan intuye que unos centímetros más abajo, en torno a un palmo, puede encontrar uno de esos codiciados moluscos. Desde hace meses son su sustento “para sobrevivir”. En un vivero de la localidad le pagan 15 euros por kilo. Hay días que consigue uno, dos, tres… Más, nunca.
Juan, enjuto, de piel morena y quemada por el sol y el viento, sostiene un pitillo rubio entre sus labios resecos. Tiene 57 años, pero cualquiera diría que son bastantes más: tiene el rostro cruzado de arrugas y pesa como un chiquillo.
El hombre está desempleado desde 2014. Hace tiempo que la prestación del paro se le agotó. Tampoco cobra ya la ayuda de los 426 euros. Por eso se busca la vida como mariscador furtivo. Sus únicas herramientas son sus manos, su dolorido lumbar, un cubo azul y una cuchara para cuando sus dedos no alcanzan las almejas.
Hoy es el primer día de abril que Juan ha venido al tajo. El fuerte viento que corre por la provincia de Cádiz en las dos últimas semanas le ha impedido hacerlo antes. “El aire hace que la poca agua que hay en esta zona se convierta en una especie de balsa y se cierren todos los agujeros. Así no hay quien coja una almeja”.
Juan no tiene mujer. Ni hijos. Su padre murió cuando él tenía 16 años. Su madre, cuando tuvo 27. Ahora él vive en la casa de ellos, donde no paga la luz ni el agua. “Si pago, no como. Si como, no pago. ¿Me entiendes? Es sencillo de comprender”.
La última vez que le ayudó, la asistenta social le pagó los últimos 12 recibos de electricidad. Aún, dice, debe seis o siete más, aunque ya ha perdido la cuenta. “Son sólo de siete u ocho euritos, no más”, explica sin perder la sonrisa.
Este hombre trabajó de albañil en la construcción de la Expo’ 92 de Sevilla, en Madrid, en Córdoba, en Ceuta, en Melilla… “Hasta en Tánger”, asegura, donde entró sin pasaporte.
Pero un día cualquiera de 2014 dejó de sonarle el teléfono para ir a la obra. Desde entonces, nunca ha vuelto a ver llena la nevera. “Un día te falta un yogur. Otro, algo de leche. Pero como cada día, tengo buenas manos para la cocina. Unos días más. Otros, menos”. Y así va, dice Juan, “capeando el temporal”.
Juan, a las 12.30 de la tarde de este martes, aún no ha conseguido llenar su cubo azul con un kilo de almejas. “Esperaré a llevarme un kilito hoy. 15 euros al bolsillo, no está el día pa’ más”. En Barbate, de sus 22.720 habitantes, 4294 no tienen empleo.
Entre ellos están Miguel Ángel Sánchez, de 36 años y con sólo “cincuenta y tantos días cotizados”, y Juan Pérez, que a sus 62 años lleva cuatro décadas “sin encontrar un jornal”. Los dos hombres pasan la mañana en una esquina de su barrio junto a un puñado de desempleados.
Miguel Ángel dice que su último trabajo fue durante el rodaje de una película que se rodó en su pueblo. Lo contrataron como figurante durante dos días. Con dos niñas, vive con los 1.200 euros que su mujer gana trabajando como conductora de ambulancia.
Juan, por su parte, tiene dos hijos, de 20 y de 18 años. Viven en su casa y, como él, tampoco tienen trabajo. El hombre, que se sienta sobre la base de un cubo vuelto, explica que su esposa está desempleada y que él hace dos años que dejó de cobrar la ayuda de 426 euros.
Para sobrevivir, Juan cuenta que se va al monte, donde coloca redes atadas a unas ramas de árbol que él mismo afila y que clava en la tierra a modo de trampa. Luego, revende a cinco euros los conejos que logra cazar así. “A robar no voy a ir, amigacho”.
2. ARCOS DE LA FRONTERA / 41,73% / 1.000 EUROS PARA UNA FAMILIA DE CINCO
Arcos de la Frontera, una localidad del interior de la provincia de Cádiz, es la segunda población con la mayor cifra de paro del país. Ubicada en una montaña, entre ella y la capital distan 67 kilómetros. Este pueblo supone la vía de entrada a la ruta de los pueblos blancos gaditanos. Tiene 31.000 habitantes (contando ancianos y menores de 16 años, quienes no se encuentran entre la población activa con capacidad de emplearse). Aquí no hallan trabajo 5.414 personas.
Una de ellas es María José Segovia, quien a las 9 de la mañana de este miércoles se encuentra junto a su hija en las oficinas del SAE de su pueblo. María José tiene tres hijos, de 18, 26 y 31 años. Ninguno tiene trabajo. Ella, tampoco. Dice que nunca lo ha tenido. ¿No ha trabajado? “Nunca. Llevo 20 años inscrita en las listas del paro y nunca me han llamado”, responde.
En la casa de esta mujer sólo entran 1.000 euros al mes. Es lo que cobra su marido, el sepulturero del pueblo. Con ese dinero pagan los 168 euros de la hipoteca de la casa en la que viven ella, su esposo y sus tres hijos. “Para pagar la luz y el agua muchas veces hay que tirar de tarjetas, por lo que al mes siguiente ya no dispones de 1.000 euros, sino de 800 o de 900”.
El hijo mayor de María José, el de 31 años, también tiene un hijo. Como no tiene empleo ni ingresos, no puede convivir con él y con la madre de su pequeño, quien también está parada y reside en la vivienda de sus padres. “No tienen dinero para pagar un alquiler y vivir los tres juntos. Es imposible. A veces mi nuera y mi nieto tienen que comer en mi casa. Yo no les voy a dejar sin un plato de comida. ¿Qué culpa tiene el niño?”.
En la misma cola que ha guardado hace unos minutos María José, está también Manuela Rosado, de 51 años. Ha venido a las oficinas de empleo de Arcos para sellar un documento que tendrá que renovar dentro de dos meses. Es una mujer menuda, que derrama alguna lágrima cuando narra su historia.
Manuela no trabaja “en nada” desde los 40. Con dos hijos de un matrimonio anterior y una hija con su actual pareja, la mujer hace memoria y dice: “Perdona, sí he trabajado en ese tiempo. Fue durante dos horas por jornada, durante 15 días, limpiando dependencias del ayuntamiento”.
En una casa por la que paga 207 euros de hipoteca viven ella, su hija menor, de 10 años, y su actual pareja, que tiene 58 y hace nueve que ya no trabaja.
Manuela ha empezado a cobrar en abril los 426 euros de ayuda. Ese ingreso lo tendrá durante los próximos seis meses. Su novio cobra también poco más de 400 euros por la jubilación anticipada.
“Ahora puedo respirar un poco. Pero cuando sólo tenemos los ingresos de él, los meses se hacen eternos. Apenas nos quedan 200 euros para vivir. ¿Crees que es posible comer con ese dinero? Yo lo hago, pero siempre es lo mismo. Un potaje para toda la semana, patatas fritas… Cuando abro el armario sólo veo arroz, lentejas, garbanzos o habichuelas… Para que tengamos algo que llevarnos a la boca, mi suegra nos ha pagado la hipoteca durante un año entero”.
3. VEJER DE LA FRONTERA / 40,65% / EX PRESO POR EL NARCO
Vejer ocupa la tercera posición en la lista de localidades con más paro de España. Se encuentra a sólo 11 kilómetros de Barbate aunque, a diferencia de su vecino, no tiene playa cerca de su casco urbano.
Este pueblo blanco, ubicado en un risco a 168 metros por encima del nivel del mar, tiene 12.800 habitantes. Aquí, 2.135 personas en edad de trabajar no tienen empleo.
Como Barbate y otros pueblos cercanos como Chiclana o Conil, Vejer sufre la mancha del narcotráfico. Decenas de sus vecinos han pasado por la cárcel por meterse en el mercadeo del hachís que llega desde Marruecos.
Son las cuatro de la tarde de este martes cuando EL ESPAÑOL visita el pueblo. Sentados en un banco de una plaza del pueblo encontramos a cuatro hombres, ninguno de más de 45 años. El menor, Óscar Viruel, tiene 21. De todos, nadie trabaja. Óscar, que tampoco estudia, cuenta que no tiene ni un solo día cotizado en su vida laboral.
“He trabajado poco haciendo cuatro chapuzas (pequeñas obras), pero nunca me han asegurado, por lo que no reza en ningún lado que he tenido empleo”, explica el chico. “Eso, aquí, se hace mucho. Te pagan la peoná, 40 o 50 euros por día, pero no te dan de alta en la seguridad social. Eso genera dinero [negro], vale, pero nos acaba perjudicando a la larga porque no cotizamos”.
Pasando la tarde junto a Óscar está Juan Sánchez, de 41 años. En su brazo derecho lleva tatuado un dragón y el nombre de su hija, Zaida, de seis años. En el puño, una cara maorí. Entre los nudillos y las falanges de sus dedos llevaba las letras del nombre de su antigua novia, que ahora las ha ocultado con más tinta.
Juan lleva rasurada la cabeza, fuma tabaco rubio sin parar y tiene el aspecto del hombre al que nunca te gustaría enfrentarte. Cuenta que ha trabajado en la construcción, de camarero, en el campo, como pintor… Pero sólo ha cotizado “unos cuatro años”. “Aquí todo es negro. Economía sumergida”.
Pero Juan también cuenta una parte sombría de su vida. El sábado pasado salió de prisión tras un año preso. Entró por un robo con fuerza. No era la primera vez que pisaba chirona. A los 26 años entró a la cárcel. Lo cogieron en una playa descargando una lancha llena de fardos de hachís.
Juan empezó en el mundo del narcotráfico a los 19 años. Dice que ha descargado “centenares de veces” gomas con toneladas de chocolate. Hasta dos y tres por noche. Antaño cobraba 500.000 pesetas. Ahora se pagan 3.000, 4.000 euros, 5.000 euros. “Se pasa mucho miedo. El que diga que no, miente”, explica. “Si eres un vicioso, el dinero se va igual que viene. Yo lo derroché en putas, coca, coches, quads…”
Este hombre cuenta que cuando no encontraba trabajo y le ofrecían participar en una movida, él nunca decía que no. “¿Qué quieres? Aquí no hay nada y eso es muy goloso”, dice sin alterarse y con una tranquilidad pasmosa. “¿Sabes lo que es no tener un duro y que te lleguen aquí, como estamos ahora mismo, y te ofrezcan 3.000 euros? ¿Sabes lo que es? No. Pues eso le pasa a muchos chavales de este pueblo. Es muy difícil decirle no a eso. Es demasiado tentador cuando no tienes un trabajo con el que mantenerte”.
Tras salir de la cárcel, Juan se ha ido a vivir a casa de sus padres. Su hija vive con su madre, pero se ven a diario. Explica que, aunque ella trabaja en un bar, no tienen suficiente dinero para alquilar una casa e irse a vivir juntos. “Si a mí no me sale un trabajo pronto y me llaman para descargar una lancha, ¿qué crees que haré?”.
No sé, dímelo tú- le respondo.
Pues ir sin pensármelo.
4. CHIPIONA / 39,63% / APARCACOCHES
Chipiona está en la costa noroeste de la provincia de Cádiz. Junto a Rota y Sanlúcar de Barrameda. La playa, su costa, son a la vez el sustento y la horca del pueblo. Aquí sólo hay trabajo en los meses de verano, cuando su población, unos 19.000 habitantes, se multiplica hasta por diez. El resto del año, salvo en los puentes o en Semana Santa, vuelve a sus cifras del invierno.
Esta localidad es la cuarta con mayor tasa de paro del país. En Chipiona, algo más de una de cada tres personas en edad activa no encuentra trabajo. En concreto son 3.145 desempleados con nombre y rostro, aunque no todos quieran mostrarlo ante la cámara de mi compañero fotógrafo.
Es el caso de José Manuel (nombre distinto al real), que tiene 44 años y lleva un mes como aparcacoches en un descampado a los pies del faro del pueblo. “Lo que aquí es un gorrilla, en definitiva”, dice. “Vengo los fines de semana, que viene más gente de turisteo, y ahora con la Semana Santa. Siempre pido la voluntad, nada más”.
José Manuel lleva parado desde 2014. Hasta entonces, siempre había trabajado en el sector de la hostelería. “He pasado por muchísimos bares de Chipiona. Puedes preguntar. Pero de buenas a primeras dejaron de llamarme y ya no he vuelto a trabajar”.
El hombre está casado y tiene dos hijos, de 12 y 22 años. La mayor, que ya no vive en casa, le ha dado dos nietos, pero tampoco tiene empleo. Sí, en cambio, trabaja su marido.
La mujer de José Manuel tampoco está parada. Trabaja en una frutería, pero allí sólo la tienen dada de alta en la Seguridad Social dos horas al día. “Y trabaja un porrón”, cuenta su esposo.
Para José Manuel “era impensable” verse aparcando coches de los demás hace sólo unos años. “Nunca imaginé hacer esto. En mi vida anterior no se me pasaba por la cabeza”.
Pero la realidad es tozuda. Además de gorrilla, José Manuel también compra pescado a marineros y luego lo revende por las calles de su pueblo, aunque sabe que es ilegal. “Aquí, en este descampado, la gente me mira mal. Piensa que soy un enganchao [drogadicto] y que todo lo que saco es para meterme droga. Pero yo lo hago por necesidad. Por hambre”.
José Manuel luce una camiseta negra con unas bandas blancas en los brazos y unas letras en el pecho. Cubre su cabeza con un gorra con la que se protege del sol que cae sobre Cádiz en estos días. A pocos metros de él, varios chiringuitos de playa están llenos de mesas atiborradas de clientes bebiendo cerveza y comiendo pescaíto frito. “Yo podía hacer eso hasta que me quedé en paro. Fíjate qué cambio. Pero ahora mismo no tengo ni para una cerveza”, cuenta el hombre, que gana entre 20 y 25 euros diarios buscándole hueco a los conductores que quieren aparcar en Chipiona.
5. MEDINA SIDONIA / 39,93% / VIVIR DEL CAMPO
La lista de los cinco pueblos con más paro de España la cierra Medina Sidonia. Como Arcos, es una población del interior de la provincia de Cádiz. Aquí, la agricultura ha impulsado la economía local durante décadas. Pero aquellas imágenes de cuadrillas de jornaleros yendo al campo hace tiempo que quedaron en el olvido. Ahora los bares están llenos de parados a los que no les sale ni una sola peonada.
En Medina, donde viven 11.800 personas, 1.905 están desempleadas. Se trata de un pueblo envejecido, donde la mayoría de la población la forman los mayores de 65 años. Los jóvenes hace años que empezaron a emigrar hacia la costa o hacia otra provincias más prósperas, como Málaga o Sevilla.
EL ESPAÑOL visita la localidad durante la tarde del martes, tras pasar la jornada entre Barbate y Vejer. En el Bar Alvarado encontramos a Manuel Alvarado, el dueño del negocio. A las 19.30 horas el sitio está desangelado. Ni un solo cliente. Él está sentado a una mesa viendo la televisión que tiene colgada de una pared.
Manuel lleva 33 años tras la barra de este local de ambiente añejo. Parece como si aquí se hubiera detenido el tiempo en los años 80 del siglo pasado. Entre estas cuatro paredes se podría grabar una escena de ‘Cuéntame’ sin necesidad de atrezzo.
Durante las más de tres décadas que lleva trabajando aquí, este hombre, de 60 años, ha visto cómo el desempleo se ha adueñado de la población. “Todo se fue definitivamente al traste en torno a 2008 o 2009. Los trabajadores del campo venían aquí a desayunar y a por el pan antes de meterse al tajo. Pero aquello desapareció de la noche a la mañana. Aquí todo el mundo trabajaba en la campaña de la remolacha, la pipa, el algodón… Echaban prácticamente el año entero. Pero ahora ya no se cultiva y, si se hace, todo está mecanizado. No se necesita mano de obra”.
Manuel ha visto cerrar sus puertas a dos bares que había muy cerca del suyo. Los tiempos cambian, dice, y tiene la sensación de que todo va a peor. “Antes éramos dos trabajando por la mañana y a lo mejor venían 200 personas a tomar café. Ahora somos uno por turno y vienen cuatro jubilados, que son los que aún se pueden permitir tomarse algo”.
A la otra parte del pueblo, en la barriada donde está el cuartel de la Guardia Civil, Francisco Fernández, de 59 años, pasa la tarde sentado en una silla de hierro a las puertas de un bar. La tarde se apaga, dejando paso a la noche. El hombre, con el pelo totalmente encanecido, casi níveo, está desempleado desde 2011. Dice que siempre ha trabajado en el campo, en cortijos, podando árboles… “Desde los 16, sin parar. No sabía lo que era el paro hasta hace seis años”.
Ahora cobra 426 euros por estar sin trabajo y ser mayor de 52 años. A su edad, ya no tiene esperanza de encontrar otro empleo. Piensa que se jubilará sin volver a trabajar.
Francisco está casado, tiene cuatro hijos. Dos de ellos trabajan y dos no. Su mujer, tampoco. En su casa aún vive la menor de sus descendientes, que tiene 24 años. Los tres viven de lo poco que él ingresa. “Este pueblo está condenado a dos cosas: a que los jóvenes se sigan marchando y a morir de hambre porque no hay nada que dé empleo”.
Ya ha caído la noche sobre Medina Sidonia y sobre el resto de Cádiz. Mañana será Domingo de Resurrección. Pero en la provincia que alberga los cinco pueblos con más paro de España no hay Dios que levante la cruz de estos ‘costaleros’ del desempleo.
Noticias relacionadas
- El triángulo del cáncer: por qué en Huelva, Cádiz y Sevilla se muere más que en el resto de España
- 17 horas con el 'camello' de los pijos de la Costa del Sol: 82 gramos de coca vendidos, 6.000 euros de caja y 350 kilómetros
- El triángulo de los suicidas: en los pueblos donde quitarse la vida es una costumbre