Es sábado de feria en Torrecampo, un pequeño pueblo cordobés de 1.100 habitantes. En la caseta municipal, convertida en discoteca porque ya ha caído la noche, las sevillanas se entremezclan con el reguetón y la música techno.
De repente, ya de madrugada, el Dj empuña el micrófono y pide al centenar de jóvenes que aún bailan y beben debajo de su cabina que miren a la cámara del fotógrafo que está junto a él. Los asistentes a la fiesta levantan sus manos y gritan enloquecidos.
Entre el tumulto y la algarabía hay tres amigos que son de fuera del pueblo, todos ellos sevillanos. Uno se llama Alfonso, es militar de la unidad de emergencias y sobre la cabeza lleva un gorro azul. A otro, con el que se abraza, le apodan ‘el gordo’ o simplemente le llaman por su apellido, Prenda.
A sólo un metro y medio, con un jersey color mostaza, les mira con una media sonrisa Antonio Manuel, que trabaja como guardia civil en el cuartel de Pozoblanco, a sólo 18 kilómetros de aquí. En apariencia son chicos normales.
Aunque no aparece en la foto, hasta la feria de Torrecampo también ha venido un cuarto amigo, Jesús, que trabaja como peluquero en el barrio sevillano de Triana. Los cuatro jóvenes –ninguno supera los 30 años- están disfrutando de la “buena fiesta” que el agente de la Benemérita les ha prometido días antes si vienen a verlo.
A esta hora de la noche, Prenda ya ha hecho de las suyas. Entre risas y bromas, le ha quitado la placa de guardia civil a su amigo Antonio Manuel. Luego, haciéndose pasar por un agente de paisano, le ha robado medio gramo de cocaína a un grupo de chavales.
Pero lo que pasará unas horas después será aún mucho peor. Los cuatro amigos, que se hacen llamar la Manada porque desde niños se dicen lobos, abusarán dentro de un coche de una chica de 21 años, rubia, guapa, simpática, a la que han conocido durante la noche.
Aquello lo grabarán con el teléfono móvil del guardia civil. Sin ser conscientes, estarán dejando constancia de su penúltima fechoría. La última será cinco semanas después en Pamplona, donde violarán a una joven madrileña de 18 años.
EL RECUERDO DE AQUELLA NOCHE UN AÑO DESPUÉS
Ha pasado justo un año, pero el recuerdo de aquello ha vuelto a la memoria colectiva de Torrecampo. La localidad se engalana estos días para celebrar de nuevo su feria.
Cuando EL ESPAÑOL la visita esta misma semana, los balcones de algunas casas bajas y encaladas lucen el rostro de la virgen de las Veredas, patrona de la población. Operarios del Ayuntamiento montan los alumbrados en la zona del recinto ferial. Además, ya está puesta en pie la caseta municipal que de noche se convierte en discoteca, la misma en la que estuvo la Manada. Se sostiene gracias a una estructura de hierros sobre la que reposa una lona de plástico verde.
Torrecampo arrancó este pasado viernes sus fiestas patronales, que durarán hasta el próximo martes. Pero los vecinos aún siguen hablando de lo que sucedió durante la madrugada del sábado 30 de abril al domingo 1 de mayo del año pasado.
Se quejan de que cuatro sevillanos “malnacidos” pusieran en el mapa a este pequeño pueblo del valle de Los Pedroches. “Que se jodan si abusaron de una mujer”, dice el dueño de un bar donde, a las doce de la mañana del pasado lunes, se reúnen un par de jubilados y un cuarentón en paro.
Aquella noche de hace 365 días cuatro miembros de la Manada se corrieron una juerga que acabó en desgracia. Hasta la feria de Torrecampo acudieron el militar Alfonso Jesús Cabezuelo Entrena, el guardia civil Antonio Manuel Guerrero Escudero –destinado en Pozoblanco, un pueblo vecino-, José Ángel Prenda Martínez y Jesús Escudero Domínguez, primo del agente de la Benemérita.
Presuntamente, drogaron y abusaron de una joven de 21 años. La chica no denunció al día siguiente porque no recordaba con certeza lo que le había ocurrido. Pero los presuntos agresores dejaron rastro. Parte de esos abusos quedaron registrados en dos vídeos grabados por Prenda con el móvil del guardia civil.
Luego, los reenviaron a varios amigos, quienes les preguntaron si a la chica le habían dado “burundanga” y “cloroformo”, o si se trataba “de otra Marta del Castillo”.
Sólo un mes después, el primer día de San Fermín, violaron en Pamplona a una joven madrileña de 18 años. A la fiesta se les unió otro miembro de la Manada, Ángel Boza, también sevillano. A las pocas horas se les detuvo a todos.
Cuando la Policía Foral de Navarra analizó sus teléfonos móviles se encontró con que, cinco semanas atrás, habían abusado de otra mujer, esta vez en Torrecampo. Era aquella chica de 21 años, quien aparecía semiinconsciente en la parte trasera de un coche mientras sus cuatro acompañantes la manoseaban.
Desde el 7 de julio de 2016, tras haber violado a una chica en Pamplona, los cinco lobos se encuentran en prisión. Un año después, en el caso de los abusos de Torrecampo aún no se ha cerrado la instrucción. En cambio, sí en el de la presunta violación de San Fermín, acusación por la que están pendientes de que se fije la fecha del juicio.
TORRECAMPO: EL PRINCIPIO DEL FIN DE ‘LA MANADA’
30 de abril de 2016. Tres miembros de la Manada -José Ángel Prenda, Jesús Escudero y el militar Alfonso Cabezuelo- viajan desde Sevilla capital hasta Pozoblanco (Córdoba). Allí les espera su amigo guardia civil, Antonio Manuel Guerrero, que está a punto de finalizar su año de prácticas dentro del cuerpo tras aprobar en 2014 el examen de ingreso y pasar por la academia del Instituto Armado en Baeza (Jaén).
En Pozoblanco, el chico trabaja a turnos aleatorios y siempre bajo la supervisión de un superior. Realiza diversas tareas, desde vigilancia en las calles hasta atender a víctimas de robos o de violencia de género. Pronto cumplirá un año allí y se emitirá un informe favorable de él. Cuando no está de servicio, Antonio Manuel suele acudir al Gimnasio Zeus, donde ha hecho varias amistades.
“Venid a la feria de Torrecampo, el pueblo de aquí al lao. Aquí hay fiesta seguro”, ha escrito días antes Antonio Manuel en un grupo de amigos a través del teléfono móvil. El guardia civil convenció a parte de su manada (así es como también tienen puesto a uno de sus chats de Whatsapp). Tres de sus amigos recorren 217 kilómetros por carretera aquel último sábado de abril. Quieren reencontrarse con él y salir de juerga por la noche.
Los tres amigos se desplazan en coche hasta la localidad cordobesa. Dos de ellos, ‘El Prenda’ y el militar, que trabaja en la base sevillana de Morón de la Frontera como miembro de la Unidad Militar de Emergencia (UME), pertenecen a la peña sevillista de extrema izquierda Biris Norte.
El tercero es Jesús Escudero Domínguez, que trabaja cortando el pelo en la peluquería que un tío suyo tiene en el barrio de Triana. Los tres tienen antecedentes por diversos motivos: riña tumultuaria, conducción temeraria, desorden público...
Una vez se reúnen con el guardia civil, se desplazan en coche hasta Torrecampo, que está viviendo sus fiestas patronales y en donde el agente de la Benemérita ha estado la noche anterior con dos amigos del cuerpo y donde tiene varios conocidos. Entre ellos, a una chica con la que se ha visto varias veces desde su llegada a la zona pese a que en Sevilla tiene una relación consolidada desde hace años.
Llegan a mitad de tarde, cuando comienza la parranda. Durante la fiesta, Prenda y su amigo militar le quitan la placa de guardia civil a Antonio Manuel Guerrero. Al instante, se presentan delante de un grupo de chavales y les ‘requisan’ medio gramo de cocaína.
En mitad de la noche, entre alcohol y música ensordecedora, Prenda, el militar y el guardia civil miran a la cámara del fotógrafo que se ha subido a la cabina del Dj que pincha música en la caseta municipal (la misma que este lunes se encuentran vacía un reportero y un fotógrafo de este periódico).
Poco después de aquella instantánea, los cuatro amigos conocen a una chica de 21 años que reside en Pozoblanco y que ha venido a pasar la noche a Torrecampo. Al instante, la Manada se lanza a por ella. Cuando la joven quiere volverse a casa, los sevillanos se ofrecen a llevarla en coche hasta su casa.
Cuando la chica entra en la parte trasera del vehículo cae “en un estado de profunda inconsciencia”. Probablemente, por el abuso de alcohol y por la ingesta de algún tipo de droga que le dan a tenor de los comentarios que horas después harán en varios grupos de mensajería instantánea. Al volante va el guardia civil. A su lado, en el asiento del copiloto, le acompaña José Ángel Prenda.
Mientras, en los asientos traseros del coche, están la joven, el militar y el peluquero, que empiezan a desnudar, besar y tocar los pechos de la mujer mientras ésta no puede ofrecer ningún tipo de resistencia. A los abusos se unen los dos acompañantes que van delante. A su vez, Prenda graba con el móvil del guardia civil. Todos ellos se ríen de la víctima.
Los abusos a la chica continúan durante más tiempo, aunque se desconoce cuánto. Sólo los agresores lo saben. Pueden ser minutos o, quizás, horas. Al llegar a su pueblo, la joven comienza a recobrar la consciencia y salir de ese profundo sueño en el que está sumida. Va semidesnuda, con la camisa abierta, el mono quitado y las medias rotas.
En ese momento, la chica se viste y se coloca en el asiento del copiloto. Acto seguido, el militar Alfonso Jesús Cabezuelo Entrena le pide que le practique una felación allí mismo. Pero la chica se niega y el chico, enfurecido, la golpea dos veces en la cara y otra en el brazo.
Luego, la insulta y la empuja fuera del coche en las inmediaciones de un descampado a la entrada de Pozoblanco. La chica, sola y todavía aturdida y desubicada, llama a cuatro amigos, uno de ellos policía local. Sólo se lo coge uno -no el agente- aunque no llega a explicarle con claridad qué le ha ocurrido. Luego, se marcha a casa desconsolada.
A la mañana siguiente, la joven se despierta dolorida en su cama. Al levantarse ve que en la parte trasera de los muslos tiene varios moretones. Ella misma se hace varias fotografías con su móvil.
Al instante, la chica busca consejo entre sus amistades. Un amigo le anima a denunciar: "Llama y sé valiente, seguro que hay especialistas que te pueden ayudar". "Vamos a ver. A quién llamo. ¡Que es que es muy fuerte!", responde la joven. "No digas nada, por favor -le pide-... ¡Qué vergüenza!”.
La chica da el paso de denunciar varios meses después, cuando agentes de la Policía Local de Pamplona que investigan la violación de Sanfermines se ponen en contacto con ella para decirle que cuatro de los cinco sevillanos detenidos en la capital navarra por haber agredido sexualmente a una chica de 18 años la madrugada del 7 de julio de 2016 también habrían abusado de ella justo un mes antes, en aquella noche de feria.
Cuando se cumple justo un año de los primeros abusos, un juez de Pozoblanco sigue instruyendo la causa. Recientemente, según fuentes conocedoras del caso, el magistrado ha ampliado el período de instrucción. Con toda probabilidad, apuntan estas mismas fuentes, un juzgado de lo Penal de Córdoba se hará cargo del juicio de los cuatro miembros de la Manada que aquel día fueron a la feria de Torrecampo.
EL CASO DE PAMPLONA, A FALTA DE LA FECHA DE JUICIO
Cinco semanas después de visitar la localidad cordobesa, la Manada llegó a Pamplona. Al viaje se sumó Ángel Boza, el quinto ‘lobo’. Durante la madrugada del 7 de abril de 2016, los cinco amigos conocieron a una chica de 18 años que había viajado hasta la capital navarra junto a un amigo.
Cuando éste se marchó al coche a descansar, la joven se quedó sola charlando con los sevillanos. Éstos se ofrecieron a acompañarla hasta el vehículo en el que ella y su amigo habían hecho el trayecto entre Madrid y Pamplona para vivir la primera noche y el primer encierro de las fiestas de San Fermín.
En un instante del trayecto a pie que hicieron juntos, los cinco amigos nacidos y criados en Sevilla introdujeron a la chica madrileña en el portal de un edificio de la capital pamplonesa. Según relató la chica horas después, la violaron entre todos. Aquello, de nuevo, quedó grabado en varios vídeos que luego reenviaron a dos grupos de Whatsapp, ‘Manada’ y ‘Peligro’.
Tras el primer encierro de toros, agentes de la Policía Local de Pamplona detuvieron a los cinco sevillanos. Tres días después un juez los envió a la prisión de capital navara, donde aún continúan tres de ellos: José Ángel Prenda, Ángel Boza y Jesús Escudero. Según fuentes de la cárcel, ninguno ha dado un solo quebradero de cabeza en estos 11 meses que llevan recluidos. Prenda y Boza comparten celda, mientras que Escudero cohabita con otro preso. “Parecen angelitos”, explica un funcionario de la penitenciaría con el que ha hablado este periodista.
Mientras tanto, los otros dos sevillanos en prisión preventiva –el militar y el guardia civil- a los pocas semanas de ingresar en la cárcel navarra solicitaron su traslado a otras prisiones españolas con módulos destinados a albergar funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado. Antonio Manuel Escudero Domínguez, que ha sido apartado del Instituto Armado, pasa sus días entre rejas en la prisión de Logroño. En cambio, su amigo miembro de la Unidad Militar de Emergencias, lo hace en Alcalá Meco (Madrid). Ambos se sienten más seguros entre colegas que entre delincuentes comunes.
El pasado 10 de abril, la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Pamplona cerró definitivamente la instrucción por la violación múltiple denunciada los pasados Sanfermines. “Existen suficientes indicios que justifican que se haya dictado auto de procesamiento”, se recogía en un auto del ente judicial. Así, mandaba al banquillo a los cinco amigos, que serán juzgados, probablemente, una vez pase el verano, aunque se esperaba que el juicio se celebrara durante la primavera de este año.
La sentencia, condenatoria o absolutoria para los miembros de la Manada, se hará en base a 550 gigas de informes policiales, volcados de teléfonos móviles, grabaciones de cámaras, declaraciones de la víctima, de los acusados, de los testigos, periciales psiquiátricas y hasta análisis de sangre y orina. Tanto la Fiscalía como el abogado de la chica barajan pedir 20 años de condena para los cinco imputados. Por su parte, la defensa de los procesados pedirá su absolución durante el juicio oral.
Pero este no será el único proceso al que se enfrente la Manada en los próximos meses. Casi con total certeza les espera otro en un juzgado de Córdoba, donde se dirimirá si también existe delito en el contenido de los vídeos grabados tal día como hoy de hace justo un año, en los que aparecía una joven de Pozoblanco en estado de inconsciencia dentro de un coche mientras cuatro amigos la tocaban. Aquellos lobos, como desde niños se llaman así mismos, nunca olvidarán aquella noche de juerga en la feria de Torrecampo, la penúltima con constancia de sus fechorías.
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