Ante la polémica creada por la Academia de Hollywood con la creación -ahora parada- de un Oscar a la película más popular, deberían haber mirado antes lo que ocurre en los premios de sus compañeros de la televisión. Los Emmy, los Oscar de la pequeña pantalla, se entregan cada año y cada vez generan más expectativa. El boom de las series ha sido tal, que muchos de los mejores productos audiovisuales de los últimos años no han pasado por salas, sino que se han estrenado en forma de serie o película para canales como HBO.
Lo que los Emmy han demostrado estos años es que los productos populares también pueden ser los mejores. La prueba perfecta es Juego de Tronos, que logró el galardón a la mejor serie dramática con su cuarta y quinta temporada por encima de otras ficciones más sesudas, como el mismísimo final de Mad Men.
Tras un año de parón en el que no estuvo nominada por no haber llegado dentro de los plazos establecidos por las normas de la Academia, Juego de Tronos vuelve con ganas de reventar la gala con su sexta y penúltima temporada. Llega como la más nominada, 22 candidaturas, y ya ha arrasado en las categorías técnicas, donde siguen sin tener rival. Pero este año la gloria no merece estar con ellos. La ficción basada en los libros de George R. R. Martin debería conformarse con los galardones a su factura por varios motivos.
Su peor temporada
La sexta temporada ha sido la peor con diferencia. Es la primera vez que han volado libres sin la brújula de las novelas de Martin, y eso se ha notado ya que ha sido su peor temporada. Eso no quiere decir que haya sido mala, sino que comparada con la cuarta o la quinta (que se tomó licencias fuera de la obra original pero que todavía iban al mismo compás) es un paso atrás y la demostración que el manuscrito en el que se basa era esencial.
La pasada tanda de episodios han roto la coherencia narrativa que les caracterizaba, así como la fidelidad espacio temporal. Este Juego de Tronos parecía que se desarrollaba en Port Aventura, con personajes que recorrían en un capítulo distancias que deberían haber ocupado varios episodios. Los cliffhangers sorprendían, pero llegaban forzados. Es verdad que ha ganado en velocidad, captando la atención de los que la acusaban de lenta y de que ‘no pasaba nada’, pero ha perdido en profundidad.
Grandes rivales
Juego de Tronos siempre ha encontrado grandes rivales en su carrera a la Mejor serie, pero este año hay dos ficciones con ganas de aguarle la fiesta en la búsqueda de su tercer trofeo. La favorita para derrotarla es la segunda temporada de El juego de la criada. En España se ha estrenado de la mano de HBO, pero ha sido Hulu quien ha obrado el milagro de romper con el duopolio de los Emmy.
El caso de la serie de Elizabeth Moss es el contrario al de Juego de Tronos, ya que, aunque también se ha enfrentado al reto de volar libre sin la ayuda de la novela de Margaret Atwood, esta sí ha conseguido unanimidad y una contundencia en su relato distópico. Muchos la han acusado de ser demasiado cruel, otros han visto un relato directo y sin contemplaciones sobre el machismo y la violencia contra las mujeres.
La tercera en discordia es The Crown, la serie sobre el reinado de Isabel II en Inglaterra que es la mejor apuesta de Netflix por el triunfo. Peter Morgan ha mostrado una sobriedad y una inteligencia en su retrato de la monarquía que hay que tener en cuenta. Siendo la despedida de Claire Foy y Matt Smith como protagonistas no habría que extrañarse si rascan varios premios gordos o incluso el de Mejor serie dramática.
Escarmiento para el final
Una derrota para la serie de HBO sería hacerle morder el polvo como escarmiento antes de su temporada final. Aunque ya se encuentren en posproducción y el guion no se pueda tocar, la cadena seguro que se pondría las pilas para evitar que su niña bonita se despidiera perdiendo. La séptima y última tanda de capítulos tiene que hacer historia, y el Emmy forma parte de esa historia. Un tirón de orejas es una de las mejores formas de asegurar un cierre a la altura.
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