Cuando alguien menciona a ETA lo primero que viene a la cabeza es la cantidad de asesinatos y atentados cometidos. El dolor de las víctimas, y finalmente aquel histórico anuncio de paz. Pero poco se habla de los comienzos, cuando la banda se creó como movimiento antifascista y contaba con el apoyo del pueblo, de las clases obreras de Euskadi. La ETA del comienzo no tiene nada que ver con lo que después fue, y durante diez años eran unos revolucionarios que pedían la libertad del País Vasco y querían derrocar la dictadura de Franco para defender su señas de identidad que la dictadura intentaba matar.
¿Qué paso entonces para que aquel grupo que “ponía petardos y hacía pintadas” pasara a las armas? Eso es lo que cuenta La línea invisible, la miniserie creada por Mariano Barroso y que es una de las grandes apuestas de este año de Movistar+. Desde la ficción se trata nuestra historia, y nos traslada a ese año 1968 en el que ETA decidió matar. El contexto histórico de la ficción es riquísimo, esa V Asamblea que provoca la escisión de la banda en varios bandos, aquellos que apoyaban la lucha obrera y la defensa de los trabajadores por encima de los elementos nacionalistas e incluso apoyaban unirse con otros movimientos de izquierdas españoles y aquellos que consideraban esas intenciones como “españolistas”. Para ellos la defensa de su lengua, su nación y sus signos de identidad estaban por encima, y fueron ellos los que pensaron que con la lucha en las calles no se conseguiría nada.
Un momento histórico crucial que la ficción no había tratado, y que aquí se sigue desde los ojos de Txabi Etxebarrieta, interpretado por Alex Monner, un joven culto, poeta, ensayista y que sigue los pasos de su hermano para entrar en ETA. Son ellos los que presionan para pasar a la lucha armada, y es él quien toma los mandos de esta división que tras esta V Asamblea elige matar y hasta escoge a su primera víctima, el jefe de la policía secreta de San Sebastián y represor de la oposición, Melitón Manzanas -al que da vida Antonio de la Torre.
Las víctimas se elegirían votando y siempre gente vinculada al régimen franquista, pero nada sale según lo previsto, y antes de Melitón Manzanas, el 7 de junio de 1968 ETA asesina a tiros al guardia civil José Antonio Pardines en un control de carretera. El 2 de agosto, dos meses después, ya tendría lugar ese primer atentado premeditado: el de Melitón Manzanas. A Pardines le asesinó Etxebarrieta. Un punto de inflexión para la banda terrorista, que comienza a ser perseguida con una dureza extrema por la dictadura, lo que provocaría una bola de nieve que haría que el paso hacia la lucha armada fuera definitivo.
La línea invisible explica esa lucha entre los obreros y los burgueses dentro de la propia ETA, y arriesga en su punto de vista, el del primer asesino. Coloca al espectador siguiendo su vida y no le convierte en un ser desalmado dispuesto a matar, sino que intenta entender cómo se llegó a ese punto. Tampoco dulcifica la imagen de Manzanas. Es un torturador que consigue todo mediante la violencia. Tiene a la población amenazada. De hecho, cuando en 2001 Aznar le concede la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a título póstumo se produce un terremoto político, ya que partidos políticos y asociaciones como Amnistía Internacional se oponen a que un torturador franquista -adiestrado y colaborador de la Gestapo- consiga semejante reconocimiento.
Una serie valiente e interesante, con un reparto que completan Anna Castillo, Enric Auquer -que confirma que es más que una revelación-, Emilio Palacios o María Morales y que supone el primer acercamiento de nuestra ficción a ETA que veremos este 2020, año en el que también llegará Patria, la adaptación de la novela de Fernando Aramburu y que coloca su mirada en otro sitio radicalmente diferente, el de las víctimas y la paz y la conciliación en la sociedad tras el alto al fuego. Series adultas para entender nuestro pasado y nuestro presente.