No es cierto que los humanos queramos follar con humanos que nos hagan reír. Ese tópico es falso. La risa no es la antesala de un coito, la risa es una opción sexual; o somos graciosos o somos morbosos. Es imposible ser ambas cosas a la vez en el mismo espacio/tiempo. De ahí que un cómico como Ben Stiller tuviera que optar por no parecer lo guapo que es, lo ridículamente atractivo que resultaría si no se riera de lo ridículamente atractivo que se cree Zoolander que es.
Ben Stiller es guapo. Ha sido guapo siempre. Pero tuvo que optar entre definirse por guapo o por gracioso –algo similar le sucedió a Jim Carrey– y tomó la sabia decisión de resultar hilarante. También podría haber tomado el camino de la inteligencia expuesta y haberse regodeado en su brillante retrato generacional, Reality Bites. Tampoco quiso. Tampoco pudo. Tampoco lo sé.
Más allá de la parodia de la profunda estupidez terriblemente atractiva, Ben Stiller ha sido capaz de dar con el gesto de resignación humano ante las penalidades a las que nos somete la vida. Stiller lo ha hecho desde la comedia, como actor y director, de un modo en que solo un buen cómico puede hacerlo.
Un cómico, un buen cómico (una cómica, una buena cómica) es alguien que se encuentra con dos alternativas en la construcción social de sus personajes: generar el caos alrededor de un modo involuntario (y naif, en la mayoría de las ocasiones) o dejarse doblegar por ese caos que nos aplasta el rostro hasta convertir nuestra mueca de dolor en un rictus que provoca la carcajada en los espectadores.
Ben Stiller ha sido capaz de dar con el gesto de resignación humano ante las penalidades a las que nos somete la vida
Ben Stiller es uno de esos grandes cómicos con rostro de nada que se enfrenta a la realidad con cara para todo, para lo que le da la gana. Y consigue hacernos reír dejándose llevar por la marea de la desgracia humorística que no es sino una metáfora de nuestras vidas. Así funciona la comedia; no es drama más tiempo: son los otros (no nosotros) saliendo casi indemnes de situaciones que se parecen a las nuestras, pero con gracia (las suyas). Ben Stiller es un cómico, un gran cómico, que ha transitado en sus trabajos como actor sendos lados de la comedia: el de generador de caos y el de víctima del desastre. Ambas rutas nos reconfortan, nos devuelven las ganas y nos consuelan de mucho.
Demócrata, cómico... y Razzies
Hasta que llegó Zoolander, coescrita, dirigida y protagonizada por Stiller y cuya sinopsis podría haber sido un documento confidencial de Wikileaks aliñado con peyote: un grupo de malvados magnates de la industria de la moda planea asesinar al presidente malayo después de que éste haya logrado imponer un salario mínimo en su país y acabar así con la mano de obra esclava que la industria de la moda occidental utiliza para confeccionar prendas y complementos que vender a precios ridículamente altos para hacerse ridículamente ricos. Y todo eso contado en unos pocos minutos al comienzo de la película. Como si fuera un chiste. Como si fuera ficción.
Y lo demás es Zoolander: cameos disparatados, modelos heterosexuales y una crítica mordaz a la egolatría contemporánea. Era comedia hasta que, al añadirle el factor tiempo –15 años–, se convirtió en una tragedia contemporánea y en un referente apocalíptico que integraron aquellos de quienes Stiller se reía. Algo así como Torrente, pero en alta costura 'low fat'.
Ben Stiller (Nueva York, 1965), demócrata militante, contante y donante, aristócrata de Hollywood –hijo del actor Jerry Stiller (Maury, director de la agencia de modelos para la que trabaja Zoolander) y la actriz Anne Meara (fallecida en mayo de 2015)-, cómico federado bendecido con el marchamo de calidad del Saturday Night Live es un habitual entre las listas de las estrellas mejor pagadas en la industria del cine norteamericano, de los cineastas más inteligentes, e incluso ha tenido el honor de haber obtenido ¡cinco nominaciones cinco! al Razzie a peor actor en 2004 por su trabajo en cinco películas más que olvidables: Y entonces llego ella, El reportero: La leyenda de Ron Burgundy, Cuestión de pelotas, Envidia y Starsky y Hutch. Afortunadamente para Stiller y desgraciadamente para el mundo, ese año el premio fue a parar a George W. Bush por su papel involuntario en Fahrenheit 9/11 de Michael Moore.
Ben Stiller es todo lo anterior y es también un votante insatisfecho de Obama, un contribuyente al Partido Demócrata que hubiera querido ver cambios más profundos en la Casa Blanca y aún conserva la esperanza en Clinton. En Hillary, por supuesto. No en vano se dedica a la comedia.
Más allá del rastro dejado en la Wikipedia, Ben Stiller es uno de los escasos creadores capaces de haber puesto en pie dos monumentos generacionales cinematográficos
Más allá del rastro dejado en la Wikipedia, Ben Stiller es uno de los escasos creadores capaces de haber puesto en pie dos monumentos generacionales cinematográficos: el que alineó a los miembros de la Generación X (con permiso de Douglas Coupland) con Reality Bites y el que preconizó la llegada de la tontería autorreferencial de los millennials emulando en sus selfies la mirada acero azul de Zoolander.
Lo demás, el resto, es silencio; son comedias alimenticias de apariencia inocente y enormes cargas de humor negro mal entendido, como Un loco a domicilio (dirigida por Stiller y protagonizada por Jim Carrey) o Envidia, de Barry Levinson, con Ben Stiller y Joe Black como duo protagonista. Son carne de multicine de centro comercial, peliculitas donde siempre se encuentra algo más, si se quiere buscar; bien una amarga reflexión sobre la soledad que linda con la locura, bien una crítica tan brutal como edulcorada al sueño americano del emprendedor convertido en pesadilla global.
Ben Stiller es un cómico con una mirada sobre el mundo. Una mirada sin denominación comercial, ni Acero Azul, ni Le tigre ni Magnum. La mirada de Stiller es menos efectista pero igualmente atractiva para quienes valoramos la risa como el orgasmo de la inteligencia. Por más que sepamos que no es cierto que los humanos queramos follar con humanos que nos hagan reír, que ese tópico es falso. La risa no es la antesala de un coito, si bien la risa es una opción sexual: o somos graciosos o somos morbosos. Es imposible ser ambas cosas a la vez en el mismo espacio/tiempo. Ben Stiller lo sabe. Él también.