Lampedusa, la isla de los horrores
La película de Jakob Brossmannhoy relata uno de los mayores estandartes del fracaso de las políticas europeas sobre inmigración.
12 febrero, 2016 18:23Noticias relacionadas
“¿Hola? ¡Ayuda! ¡Nuestro barco tiene una fuga!” La llamada de emergencia proviene de una de esas embarcaciones desesperadas que tratan de cruzar el denominado canal de Sicilia, ruta de migración del norte y este africano, donde está el punto más mortífero y peligroso por el que intentan pasar miles de nigerianos y libaneses cada año. Una cámara imparcial nos muestra cómo una de las naves de Lampedusa intenta socorrer a los miembros de esa peligrosa travesía. Pese a que los buscan sin cesar durante un día entero, los italianos no logran dar con la embarcación.
Este es el arranque de Lampedusa in Winter, de Jakob Brossmann, realizador vienés que llegó a la localidad poco después del accidente, en un momento crítico para la vida de los residentes. El documental, “dedicado a Europa”, se estrenó en la Semana de la Crítica en el Festival de Locarno y se proyecta ahora en la sección oficial del festival de cine documental pamplonés Punto de Vista.
Hace tiempo que Lampedusa ha dejado de ser una paradisíaca isla turística al sur de Sicilia. En pleno corazón del mar Mediterráneo, más próxima a Túnez que a Italia, este trozo de tierra es a día de hoy uno de los mayores estandartes del fracaso de las políticas europeas sobre los migrantes, de especial acuso en un contexto en el que el pico de movimientos migratorios alcanza cuotas de la Segunda Guerra Mundial y los Estados Europeos, enrocados en sus propias crisis, elevan los muros en vez de tender puentes.
El cambio de actitud se produjo en noviembre de 2014. Hacía unos meses que un naufragio había causado la muerte de 360 personas en plena costa isleña. La operación Mare Nostrum que propuso Italia, desplegó un dispositivo humanitario que logró salvar a miles. Pero pasaron los meses y el sostenimiento, decía Bruselas, era imposible. Se sustituyó esta actividad por la Operación Tritón, con un tercio del presupuesto del que disponía su predecesora; y lo más grave aún, aplicando una nueva estrategia de acción: contención en lugar de auxilio. Las pateras, por supuesto, siguieron llegando.
Desgracia sin sensacionalismos
La cámara de Jakob Brossmann no explota la desgracia. Pero eso no quita que sus imágenes no ahonden en la experiencia del refugiado hasta comprender el fenómeno en toda su dimensión. Al final descubrimos que esta isla puede convertirse en una suerte de cárcel, un Alcatraz en mitad del mar en el que la falta de recursos y la encerrona burocrática de Europa les condena a la mendicidad y la impotencia durante extensos periodos.
Paola La Rosa, ex abogada de Palermo y buena samaritana, reparte mantas, té caliente y ánimos entre los 25 jóvenes que esperan en invierno a las puertas de la Iglesia que alguien se haga eco de su malestar. Llevan ya dos meses estancados en la zona, pero han llegado en mal momento. No sólo por las duras condiciones temporales de alta mar en fechas invernales, sino porque el ferry, único punto de comunicación de los isleños con el continente, ha volado en mil pedazos.
Así a la crisis migratoria se le une otra de recursos. Las tiendas se desabastecen rápidamente y los productos de primera necesidad empiezan a escasear mientras los ciudadanos se ven en la misma situación que los sin papeles, reclamando una ayuda a su país sin la cual su supervivencia está en peligro. Es así como Brossmann, con mayor o menor tino, pretende lanzar una analogía entre los ciudadanos de las costas del sur de Italia y los migrantes así como una parábola sobre la situación actual europea, como si en todos los casos se tratase de una barca (o un trozo de tierra) que hace aguas mientras Roma disimula. De repente, todo parece urgente en la vida de este paraje disgregado de sus vecinos del norte.
La solidaridad es grande entre los lampedusinos que viven del turismo estacional y esos pescadores que en el duro invierno están luchando por su propia existencia
Sin embargo, la solidaridad es grande entre los lampedusinos que viven del turismo estacional y esos pescadores que en el duro invierno están luchando por su propia existencia. También, con los refugiados, que no tienen la culpa de nada. Todos lo viven sin sobresaltarse, como inmersos en una calma rutinaria bajo la que late un mal presagio. Lo que sucede en esa microsociedad de 5000 miembros es una reproducción exacta del modelo actual que se experimenta en Europa, en la que la humanidad y el pragmatismo terminan mezclándose con los conflictos macrosociales, como si esto fuese una partida de SimCity de la que la UE debería tomar buena nota.
Una mirada sin prejuicios
Lampedusa in Winter parece tener por objetivo romper prejuicios, hacernos ver que lo que sucede fuera de la pantalla, lejos del caos de los medios de comunicación, es sorprendentemente distinto de lo que uno se imagina. Vemos la impotencia de los que llevan, muy a su pesar, una carga que supera con creces todos los límites, combinado con una vida diaria que es tan difícil como banal. El racismo y la violencia entre los colectivos se las dejan a los de la península, aquí sólo se intercambia una cierta resignación que va en aumento.
La mirada del director, cercana a los sujetos a los que analiza, no es por ello invasiva, y restaura algo de dignidad a esa realidad marítima que está muy a menudo relegada a un segundo plano, pero que revela mucho más sobre la crisis migratoria que la representación que nos llega habitualmente desde los telediarios. Vemos los ruegos y discusiones de la alcaldesa del pueblo con los exasperados ciudadanos, y también los emocionados testimonios de quienes presenciaron de primera mano la mayor catástrofe humanitaria de la historia reciente del mediterráneo. Pero también a los adolescentes futbolistas locales que entrenan para pasar a una mejor categoría regional, o al locutor de la radio popera isleña, que suelta espumarajos contra el gobierno mientras suena de fondo Lady Gaga.
La mirada del director, cercana a los sujetos, no es invasiva, y restaura algo de dignidad a esa realidad marítima que está muy a menudo relegada a un segundo plano
El nuevo ferry llega. No es una antigualla, pero tampoco cumple todos los ruegos que los habitantes habían reclamado para poder llevar una vida digna. Hará lo justo, proveer a los habitantes de Lampedusa con lo necesario para ir tirando. Esta vez, en el barco no sólo se transportaban gigantes palés de alimentos, también ha venido una feria ambulante que animará a jóvenes y mayores.
Es carnaval y las chicas de disfrazan en grupo de diablillas. Ellos, de soldados del Call Of Duty. En la bahía también hay revuelo. Veinte de los 25 jóvenes que esperaban una respuesta de Bruselas serán trasladados a Malta y tienen que embarcar. Desde 1999 más de 200.000 inmigrantes han transitado por la isla italiana. Malta es para ellos otro punto más en su juego hasta alcanzar su objetivo, formar parte del sueño europeo. Hermanos, unos y otros, de la vida en los límites.