Hay citas cinéfilas que se repiten año tras año. El Festival de San Sebastián, los Oscar y, por supuesto, el estreno de Woody Allen. El neoyorquino no falta a su compromiso, y a pesar de sus 80 años sigue entregando un título anual a su legión de seguidores. Esta vez se trata de Café Society, con la que ha abierto Cannes entre grandes críticas que hablan del regreso del maestro que entregó obras maestras como Annie Hall o Desmontando a Harry.
En su larga filmografía, Allen ha tomado también el protagonismo en la mayor parte de sus filmes, pero en ocasiones ha cedido el testigo a otros actores que no son más que alter egos del realizador. Proyecciones de todas sus obsesiones que se repiten una y otra vez. Seguramente el propio Woody Allen hubiera querido interpretar esos personajes, pero por motivos de la edad del personaje daba un paso al lado para que otros intentaran sustituirle.
Es lo que ha ocurrido en Café Society, donde ha vuelto a confiar en Jesse Esienberg, que tanto en físico como en actitud cuadra con el prototipo alleniano. Porque, al final, la mayor parte de actores que se enfrentan a un personaje del realizador suelen caer en la imitación de sus tics, algo que no cuadra con el estilo de Woody Allen, que da poquísimas indicaciones y muchísima libertad a los intérpretes.
Eso sí, él siempre ha reconocido que los papeles que escribe no son más que proyecciones de sí mismo. “Estoy muy en sintonía con la voz que cuenta la historia. Me consta que Billy Wilder decía eso de sí mismo. Y pienso como él. Dirigirme al espectador o establecer una comunicación con él a través de la voz del autor o del protagonista es para mí una forma de acercarlo a la historia y hacer que viva la experiencia con él, ese 'él' que en mi caso suelo ser yo mismo”, explicaba en Conversaciones con Woody Allen, de Eric Lax (Lumen ediciones).
Por ello, para entender del todo a Woody Allen, hay que observar también a aquellos actores que han dado vida a todas las constantes que hacen a sus personajes reconocibles con sólo una escena y dos frases de guion. Personajes que suelen responder a las mismas características.
Judío
"En realidad, prefiero la ciencia a la religión. Si me dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire" (Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar, 1972).
Las películas de Woody Allen hablan de religión, y él es uno de los ejemplos más claros del ateísmo judío. Personas criadas en su cultura y dentro de sus tradiciones y que no han abandonado esa identidad, aunque manifiesten abiertamente que no creen en Dios. Los personajes del realizador hablan mucho de religión, casi siempre expresan su deseo de ser creyentes, aunque su racionalidad les impide hacerlo.
El miedo a la muerte como excusa para la fe (“No es que tenga miedo a morirme, es tan solo que no quiero estar allí cuando suceda”, decía el director en su libro Sin plumas), una fe interesada desde la que Allen realiza algunos de sus mejores gags. Nadie como él mismo ha dado vida a esta contradicción en filmes como Annie Hall, pero cuando ha pasado el testigo lo ha hecho a actores como Larry David en Si la cosa funciona, donde el cómico era un judío hipocondríaco, otro de los clásicos allenianos.
Torpe
"No me aceptaron en el ejército, fui declarado inutilísimo. En caso de guerra solo serviría de prisionero" (Annie Hall).
Da lo mismo que el protagonista sea o no Woody Allen. Sus alter egos son igual de torpes que él. Físicamente poco agraciados, con tendencia al tartamudeo y a una verborrea que mezcla la timidez con la lucidez intelectual. El mejor ejemplo es Jesse Esienberg, que tiene el físico y los dejes perfectos para que Allen siga en pantalla aunque no le veamos, como demostró en A roma con amor.
Gente joven que es todo lo contrario al prototipo marcado por las normas de la sociedad. No son altos, ni guapos ni van al gimnasio. No son más que una versión poco madura del propio realizador que muchas veces suelen tener a la figura de un mentor que les indica (erróneamente) cómo deben actuar. Un patrón que también seguía el Jason Biggs de Todo lo demás.
Artista fracasado
"Si tuviera que autodescribirme en tres palabras, yo diría: un artista fracasado".
El que dijo esa frase fue el propio Woody Allen en una rueda de prensa en Roma para estrenar A roma con amor, uno de sus filmes más fallidos. Quizás era consciente de que era una obra menor, o quizás el director viva obsesionado con entregar una obra maestra que nunca cree alcanzar, algo que él mismo ha manifestado en varias ocasiones y que ocurre a muchos de sus personajes, que suelen dedicarse a profesiones artísticas en las que no se sienten realizados.
Un ejemplo sería el Owen Wilson de Medianoche en París, un guionista que cree que está malgastando su talento en subproductos y que recuperará la ilusión gracias a la inspiración de los viajes en el tiempo que le harán conocer a figuras artísticas como Dalí o Hemingway. Wilson, una decisión de casting muy criticada al principio, se convirtió en uno de los mejores alter ego de Allen en un filme que le devolvió a los Oscar.
Neurótico
"Guarda algo de locura para la menopausia" (Misterioso asesinato en Manhattan).
El trabajo, las relaciones sentimentales, la presión social, el dinero, el qué dirán… demasiadas cosas para que la frágil mente burguesa no se rompa. Los personajes de Woody Allen suelen tener una vida acomodada en grandes urbes, pero a pesar de ello casi nunca muestran una felicidad absoluta, siempre están al borde del desequilibrio mental, y recurren al psicoanálisis para solucionarlo.
Cuando no lo hacen se sirven del alcohol como forma de ahogar una neurosis más que recurrente. Esto ocurre incluso cuando son mujeres las que dan vida a sus obsesiones. Sólo hay que fijarse en la Jasmine de Blue Jasmine. Un personaje puramente alleniano y que en el cuerpo de Cate Blanchett alcanzó la perfección y el Oscar a la Mejor actriz. Ella es la ricachona neurótica e insoportable que tiene que aparentar que su vida funciona aunque se esté cayendo a trozos.
Sometido por la culpa
"La única manera de ser feliz es que te guste sufrir". (Annie Hall, 1977).
Un subgénero dentro de la filmografía de Woody Allen es el drama con crimen de fondo. Normalmente el asesinato es la forma que tienen los personajes de mantener su status social o un secreto que amenaza a la tranquilidad de su vida.
Después del crimen siempre viene el sentimiento de culpa del personaje, que tiene crisis provocadas por los actos cometidos. Desde Delitos y Faltas hasta Irrational Man esta tónica se ha repetido en varias ocasiones, una de las mejores fue Match Point, donde Jonathan Rhys Meyers bordaba a ese trepa que no duda en matar para que nada alterara su acomodada monotonía.
Rhys Meyers es, a priori, uno de los alter egos menos allenianos que se recuerdan. Es atractivo, no tiene los tics de sus personajes y tiene todo a favor para ser un triunfador, pero con este giro le pone a la altura de otros tantos de sus personajes.
Ligones de jovencitas
"Sólo existen dos cosas importantes en la vida. La primera es el sexo y la segunda no me acuerdo". (Toma el dinero y corre, 1969)
Todo el mundo se ha preguntado alguna vez viendo una película de Woody Allen lo siguiente: ¿cómo es posible que alguien tan poco agraciado ligue tanto? Las mujeres y el sexo son fundamentales en sus películas, y él da vida a un personaje que gracias a su intelecto enamora a cualquier mujer, muchas veces mucho mejor que él.
Esto también se ha repetido con sus alter ego, el último un Joaquin Phoenix atormentado que encandilaba a Emma Stone en Irrational Man. El propio realizador explicaba esto en el libro de Lax identificándose con las palabras de Bob Hope:
"Tanto Hope como yo somos monologuistas y ambos nos creamos personajes que creen triunfar con las mujeres y que se mueven entre la vanidad y la cobardía. Hope siempre hacía del típico inocentón. Y eso que él no tiene tanta pinta de inocentón como yo; yo parezco más tontín, más intelectual. Pero nuestro humor tiene un mismo origen".