Cómo la prensa amarilla hizo de Amanda Knox una falsa culpable
Una película de Netflix repasa el caso y cómo la presión mediática y una investigación chapucera provocaron la condena de la joven y de su entonces pareja, Raffaele Sollecito, por asesinato.
11 octubre, 2016 00:23Noticias relacionadas
Han pasado casi diez años, pero la mirada de Amanda Knox sigue desafiante, gélida. No llega a los 30 años, pero su rostro aparenta muchos más. Visiblemente delgada aparece delante de la cámara y observa fijamente al espectador. “O soy una psicópata con piel de cordero, o soy como tú”, dice mostrando esa actitud altiva que se hizo famosa durante el juicio por el asesinato de Meredith Kercher, su compañera de piso durante su Erasmus en Perugia. Un crimen por el que fue condenada junto a su entonces pareja, Raffaele Sollecito, y un ladrón de poca monta del barrio, Rudy Guede.
26 años de cárcel fueron la sentencia al ser considerada culpable de matar a su amiga en lo que consideraron un crimen sexual. Una orgía que se fue de las manos y que terminó con un cuchillazo en la garganta. Tanto Knox como Sollecito fueron absueltos, condenados de nuevo y finalmente dejados en libertad en un proceso judicial tan delirante como la investigación policial y el circo mediático generado alrededor del caso. Todos estos frentes se abordan en Amanda Knox, el documental que ha estrenado Netflix y que sigue la estela iniciada con Making a murderer: elegir casos con flecos por cerrar para generar la duda en el espectador. Muchos siguen sin creer en la inocencia de la joven. Ni la familia de la asesinada, ni el fiscal que llevó el caso lo creen, pero nadie pudo demostrar nada.
Los directores Rod Blackhurst y Brian McGinn recorren el proceso que paralizó al mundo y que fue bautizado como “el juicio del siglo”. Dan voz a Knox y a Sollecito, que reiteran su inocencia, aunque la primera sigue demostrando esa actitud desafiante que llevó a que muchos vieron en ella a la asesina que todo el mundo quería capturar. Jugando con esa dualidad y con el hecho de que el caso no se resolviera del todo, los realizadores avanzan hasta llegar a la parte que más les interesa: el juicio mediático paralelo al que fue sometida Knox y que alimentó las prisas por terminar con alguien metido entre rejas.
Decenas de periodistas se desplazaron a la tranquila Perugia para buscar la mejor historia, el mejor titular, el enfoque que nadie tenía… lo que generó una espiral de amarillismo que desinformó en vez de informar. El documental recuerda cómo en la segunda absolución de Knos y Sollecito se argumentó que la presión mediática fue culpable del primer veredicto. “Demonio”, “Femme Fatale”, “Orgía sangrienta”… fueron sólo alguna de las cosas que se vieron en los titulares en aquellos meses. Se dio pábulo a cualquier rumor que llegaba y en un momento dado Amanda Knox fue acusada de practicar ritos vudús y de haber degollado a su compañera por no prestarse a realizar juegos sexuales extraños con un número de invitados que cada vez iba subiendo.
Un asesinato da a la gente lo que quiere; un poco de intriga, un poco de misterio, adivinar quién cometió el crimen… Y teníamos todo eso en ese lugar pintoresco en una colina en medio de Italia
Hasta el diario que escribía en prisión fue publicado. La prensa dejó de interesarse por la investigación y se centró en la vida íntima de la acusada. Se contaban sus prácticas sexuales, los amantes que había tenido, su actitud de chica liberada… Que Amanda Knox hiciera lo que le apetecía cuando le apetecía fue usado en su contra. Ella era la estrella, como explica el periodista Nick Pisa, del Daily Mail, que cubrió el juicio y que recuerda que en aquella época abrió el periódico más veces que en toda su carrera. Pisa, con su aspecto de ligón de playa, defiende la actuación de la prensa e incluso la justifica diciendo que era imposible contrastar cada cosa que les contaban, así que decidió publicarlo sin remordimientos.
“Un asesinato da a la gente lo que quiere; un poco de intriga, un poco de misterio, adivinar quién cometió el crimen… Y teníamos todo eso en ese lugar pintoresco en una colina en medio de Italia. Era un asesinato bastante espantoso: degollada, semidesnuda, sangre por todos los sitios… Quiero decir, ¿qué más quieres en una historia?”, cuenta Pisa disfrutando de su tiempo de gloria. A todo eso la prensa añadió a una mujer de aspecto distante a la que definieron por sus conductas sexuales y las fotos que encontraron en MySpace, entre las que posaba con una metralleta. Amanda Knox era la culpable perfecta en la historia perfecta.
La obsesión del fiscal
A la obsesión de la prensa hay que añadir la de Giuliano Mignini, fiscal del caso y aficionado a las novelas de Sherlock Holmes, que se tomó como algo personal encerrar a Knox y Sollecito. Él estaba convencido de que ellos eran los asesinos y nada se lo quitaría de la cabeza. Lo pensó desde que les vio dándose arrumacos fuera de la casa pocas horas después de suceder el crimen. Con la policía todavía levantando el cadáver observó a la pareja fuera en una actitud que no correspondía a aquel momento. Eso y el que hubiera señales de que la víctima conociera al agresor provocaron una obsesión que le llevó a aceptar pruebas que no deberían haber valido.
La primera condena vino provocada por el hallazgo del supuesto arma del delito, un cuchillo que coincidía con las características del usado contra Meredith Kercher y que al ser analizado dio muestras de ADN de Amanda en la empuñadura y de la víctima en el filo. También apareció un broche de sujetador con restos de Sollecito y un gran número de muestras de ADN del tercer asaltante, Rudy Guede estaban desperdigadas por la habitación.
Todo encajaba y el misterio se solucionaba. Perugia dormiría en paz y la prensa tendría carnaza nueva. Lo que no contó es que la investigación de la policía italiana fue una chapuza, nadie entró protegido y todas las posibles pruebas estaban alteradas. Tampoco le importó que la cantidad de restos de Kercher hallada en el cuchillo fueron tan escasas que no pudieran ser relevantes y que probablemente se debieran a la contaminación de trazas de ADN producida en el laboratorio. Lo mismo ocurrió con el sujetador que incriminaba a Sollecito, que presentaba muestras muy pequeñas de otros tantos hombres que no fueron considerados sospechosos. Hechos que hicieron que finalmente fueran declarados inocentes por el Tribunal Supremo de Italia.
Mignini también da la cara en el documental. Sigue creyendo en la culpabilidad de la pareja, que ahora disfruta de su libertad tras pasar más de tres años en la cárcel. Nadie sabe quién mató a Meredith Kercher, ni siquiera si realmente fueron Amanda Knox y Raffaele Sollecito, pero lo que deja claro el documental es que la prensa y los juicios paralelos pueden ser tan peligrosos como una sentencia equivocada.