Un chute de heroína para animar Berlín
Danny Boyle presenta en el festival la esperada secuela de su mítico filme que llega 20 años después.
10 febrero, 2017 18:47Noticias relacionadas
Tras la aproximación a la Segunda Guerra Mundial que vivimos en la sesión inaugural, la Berlinale ha girado hoy hacia tiempos más recientes. Esta vez la atención se ha centrado en uno de los títulos más esperados del año, un revival para nostálgicos. Dos décadas después del estreno de Trainspotting, adaptación de la novela de Irvine Welsh convertida en obra de culto, verdadero icono de los noventa, su director Danny Boyle ha juntado de nuevo a su tropa de actores para revisar el mito. Con la secuela T2 Trainspotting el director vuelve a los suburbios de Edimburgo y a su fauna marginal, una banda de perdedores que tras experimentar una juventud plagada de excesos, ha sido incapaz de alcanzar la madurez.
El film original terminaba con la huida de Renton (Ewan McGregor), estafando a sus compañeros al llevarse el botín que prometía sacar a todos del agujero. Desde entonces se estableció en Amsterdam, dejó las drogas, encontró un trabajo e incluso amagó con fundar una familia. Cuando su proyecto vital empieza a romperse, vuelve a casa y descubre que Sick Boy (Jonny Lee Miller) regenta el decadente bar de su tía, Spud (Ewen Bremmer) sigue enganchado a la heroína y Begbie (Robert Carlyle), aún más trastornado que antaño, se ha fugado de prisión. Los reencuentros con cada uno de ellos están lejos de ser calurosas bienvenidas. El rencor por la traición sigue intacta, la derrota sigue marcando sus días.
T2 Trainspotting es indudablemente un gesto melancólico. Pese a conseguir extraordinarios resultados en taquilla con algunas de sus películas –en especial Slumdog Millonaire (2008)–, la carrera de Danny Boyle siempre estuvo marcada por la sombra de Trainspotting, film que puso su nombre en el mapa cinematográfico. Podríamos interpretar a Renton como el alter ego del realizador: después de deambular por el mundo durante años, intentando crecer y encontrar su verdadera identidad, comprende que solo el regreso a los orígenes puede devolver el sentido a su existencia (y a su trayectoria creativa).
Trainspotting alcanzó el estatus de icono por su energía arrolladora, su ritmo fulgurante, su salvaje descripción de los efectos de la droga dura, su humor al límite y ante todo por su banda sonora. Todos esos componentes han quedado mermados en esta secuela a la que le falta pulso y frescura. En sus momentos más inspirados, la cinta ofrece algunos diagnósticos valiosos sobre el mundo actual. La escena cumbre llega cuando Sick Boy y Renton acuden a una fiesta de adeptos a la corona inglesa para robar sus pertenencias. El apunte cómico sobre la Escocia pro-Brexit culmina con una canción improvisada que se parodia el clima de ignorancia y brutalidad que se encuentra en las capas más profundas de la sociedad.
La vieja Europa está muriendo por agotamiento y falta de estímulos, el presente es todavía más aterrador que el pasado, parece decir Danny Boyle
El discurso de Boyle avanza en sentido contrario: el único personaje sensible y cabal es Veronika, joven búlgara que mantiene un idilio con Sick Boy y que adopta una mirada distanciada respecto al caos que representan el resto de personajes. La vieja Europa está muriendo por agotamiento y falta de estímulos, el presente es todavía más aterrador que el pasado, parece decir Danny Boyle. El problema reside en que él mismo ejemplifica esa decadencia. Su película acusa una extrema dependencia de su predecesora. Casi cada espacio, cada figura, cada situación de T2 Trainspotting hace referencia al film original.
En otra secuencia destacable, Renton adapta su legendario monólogo “Elijo la vida” a las circunstancias actuales, haciendo un extenso y acertado análisis de nuestra desmedida sumisión al trabajo y la tecnología. Pero de nuevo se trata de un ejercicio de reciclaje, la vuelta de tuerca de un logro anterior.
A lo largo de todo el film se producen varios amagos contenidos por reproducir el Lust for Life de Iggy Pop, canción asociada para siempre a las imágenes de Trainspotting, hasta que al final suena por todo lo alto. Doyle busca así un éxtasis que había sido incapaz de alcanzar durante el resto del metraje. De alguna forma recuerda a esos rockeros veteranos que, ante la pobreza de su nuevo repertorio, recurren a los clásicos para satisfacer a su público. En T2 Trainspotting la melancolía por los viejos tiempos acaba apoderándose del presente.